Al escribir la primera biografía sobre la vida de la Primera Dama me encontré con un impedimento inédito: la protagonista no quería hablar.
Por José Angel Di Mauro
No lo hizo, y no permitió que lo hicieran muchos de los que la consultaron antes de ser entrevistados. Esa postura que seguramente tenga pocos antecedentes en la materia -si los tiene-, no impidió que quien esto escribe pudiera concluir la investigación sobre la vida de Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner. Sin embargo, se perdieron los lectores y ella misma de que el libro tuviera un aporte invalorable como era su palabra para aclarar y detallar cuestiones.
Igual, no es indispensable que el protagonista conceda notas para realizar una biografía, pues de lo contrario no se podrían escribir las vidas de quienes han muerto. Además, la hoy senadora electa por Buenos Aires ya había hablado suficiente a lo largo de toda su carrera política, incluso con este autor, de modo tal que su pensamiento pudiera ser bien conocido, al menos en lo que respecta al tiempo previo a llegar al poder.
Es que Cristina siempre fue mediática. Hábil ante los medios, jamás esquivó micrófonos, grabadores ni libretas de apuntes. Hasta que, al llegar su esposo a la primera magistratura, ella optó por un perfil bajo pero omnipresente, justificado a la hora de no restarle protagonismo a quien acababa de consagrarse con el 22% de los votos, que encima en gran medida eran prestados.
Lo que no se entiende es que Cristina Kirchner decidiera no hablar más. Concedió, desde que vive en Olivos, reportajes a Mirtha Legrand (2), y a las revistas Gente, Caras y Veintitrés. Más algunas entrevistas a medios nacionales durante giras por el exterior, y algunos medios extranjeros. No tiene antecedentes el hecho de que un candidato ganara sin conceder un solo reportaje, lo que habla de un destrato hacia la prensa impropio para alguien con sus antecedentes.
Ella habló sólo desde los palcos en actos que se montaban para agasajarla. No es algo que le sea ajeno, habida cuenta de que tiene en sus antecedentes cientos de discursos de campaña, siendo la mayoría para encumbrar a otros candidatos. A su esposo, al propio Duhalde en la campaña presidencial del 99, y a diversos gobernadores a los que salió a apoyar en 2003, cuando su esposo ya era presidente.
Su papel esta vez fue ciertamente raro, tratándose de ella. Dejó abierto el resquicio para que le enrostraran que el esposo le hacía la campaña, cuando toda la vida fue al revés; se limitó a los discursos de barricada, cuando claramente no son su fuerte. Y esquivó la confrontación con sus colegas, cuando podía haber hecho fácil diferencia en esas compulsas.
Se dedicó a hacer la plancha, ejemplo cada vez más extendido entre los candidatos que van ganando. Y le fue bien, mal que nos pese a quienes queremos saber qué es lo que piensa una persona con tanto poder.