El jefe de Gabinete encadenó en los últimos tiempos una serie de errores que no deben haberlo dejado nada bien parado ante los ojos del Presidente.
Por Angel Patri
Cuando todavía degustaban las mieles de la victoria electoral, un alto funcionario del gobierno kirchnerista, de esos cuya opinión es escuchada por el hombre que vino del Sur, confió a Parlamentario que en los futuros reacomodamientos que dispusiera el Presidente, serían muy tenidos en cuenta los resultados del 23 de octubre. Privilegiando la actuación de cada uno de los protagonistas principales o secundarios del comicio, así como también el aporte cuantitativo de cada distrito.
En ese marco, alguien que no tenía nada que exhibir ni festejar en la materia era el hombre fuerte del entorno K, el todopoderoso Alberto Fernández, cuyos superpoderes parecen no funcionar más allá de la distribución de fondos que le concedió el Congreso. En su propio distrito, precisamente en el que se hizo erigir jefe partidario el año pasado -dedocracia mediante-, el jefe de Gabinete no pudo darle al Presidente la victoria que sí consiguió éste en casi todo el país. Y ni siquiera obtuvo un resultado decoroso, como hubiera significado escalar al menos al segundo lugar.
Fernández pasa hoy por su peor momento, habiendo encadenado desde el fallido resultado electoral un traspié tras otro. Algunos groseros, por cierto. Porque podrá discutirse lo referente a la derrota electoral. Queda claro que su deseo -y así pareciera considerarlo el Presidente- era transferirle todo el peso del resultado al diputado electo Rafael Bielsa, caído en desgracia desde entonces.
Amén del paso por la Cumbre de Mar del Plata, que tuvo a Alberto en la primera línea de los operadores presidenciales -por sobre el propio devaluado Bielsa-, los pasos posteriores fueron todos trastabillantes. Esto, siendo benignos, por cuanto los resultados de la Cumbre admiten al menos dos lecturas, y en la negativa bien podría achacársele también a Fernández la carencia de resultados objetivos que tuvo el encuentro ecuménico.
Lo peor vino después, constituyendo el broche de oro la “contratación” de Eduardo Lorenzo Borocotó para el futuro bloque kirchnerista de diputados nacionales. Maniobra en la que involucró directamente al Presidente, junto a quien hizo posar al hoy devaluado médico, cuyo caudal político se consumió en menos de 24 horas. Resulta inexplicable entender la ceguera que llevó a cometer semejante gafe, sólo justificable con la tentación que puede haber tenido Alberto de emparejar ante los ojos de su jefe una elección claramente adversa como la porteña, igualando por esa discutida vía la cantidad de diputados obtenidos por el ARI y arrebatándole uno al odiado sector de centroderecha.
Se dice que el apuro del traspaso tuvo que ver con la votación del día siguiente en la que se decidía la suerte de Aníbal Ibarra. Si ésa fue la razón, tanto peor, ya que terminó poniendo en el ojo de la tormenta al Gobierno, involucrado así en lo que se tomó como compra de voluntades para cambiar el rumbo del juicio político.
El Gobierno nacional quedó también embretado en la encrucijada de Ibarra, al que directamente terminó arrastrando hacia el vacío. Es que como bien comentó esta revista, la suerte del jefe de Gobierno quedó echada cuando los ofendidos integrantes de la bancada kirchnerista se retiraron, dejando servida en bandeja la suerte de Ibarra, ya que se dejó caer una votación que hasta entonces tenían ganada. Falló ahí la estrategia pergeñada por el jefe de Gabinete, que se mantenía en contacto permanente telefónico con el titular del bloque kirchnerista, Diego Kravetz, quien precisamente encabezó la inexplicable retirada del jueves 17.
Hasta esa noche el juicio político contaba con 29 votos, uno menos de los necesarios, ya que los buenos oficios del jefe de Gabinete le habían generado el oportuno pico de presión que sacó del recinto al Chango Farías Gómez, cuya enfermedad causó la misma credibilidad que la palabra de Borocotó. El folklorista quedó expuesto en el centro del peor escenario que debe haber pisado alguna vez, y así se le hacía insostenible hacer otra cosa que votar en contra de Ibarra tres días después. Igual que sucedió con Borocotó, convertido ya en un lastre para el kirchnerismo.
Fueron así por lo menos cuatro metidas de pata consecutivas de Fernández en menos de dos semanas, cometidas posiblemente por la decepción que le causó el escrutinio del 23 de octubre. Caminando entre los rosales de los jardines de la residencia de los Kirchner en El Calafate, Alberto debe haber vuelto a reflexionar sobre una realidad que le marca que deberán buscar el nombre del candidato para suceder a Ibarra en la ciudad de Buenos Aires entre un reducido abanico que no incluye el suyo.