Por Hugo Martini
Desde hace tres meses el Presidente no recibe buenas noticias”. Esta expresión, siendo verdadera, es insuficiente. El Presidente Kirchner, un político que nunca enfrentó crisis reales a lo largo de una carrera política de 25 años, no está preparado para recibir malas noticias. Por esta razón, lo que sería normal después de cuatro años de mandato a él le parece una terrible conspiración contra la estabilidad de su gobierno.
La realidad dice que terminó un ciclo en el cual el Presidente representaba la imagen confusa de alguien sentado en la Casa Rosada que trabajaba como opositor. Ahora tiene que actuar como gobierno y enfrentar y resolver –si puede- los problemas de la sociedad.
¿Cómo construyó la imagen de opositor?
Desde el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner dividió a la Argentina en dos: de un lado estaba la oposición, sentada en la Casa de Gobierno y enfrente, todo el resto de la sociedad responsable de la deuda, la pobreza, el hambre y la indigencia de los argentinos.
Kirchner no gestionaba como un gobierno sino que protestaba y demandaba como si fuera la oposición. Es curioso, pero ningún dirigente opositor protestaba más que el Presidente. Como en una expresión surrealista, el gobierno hacía de oposición.
En el comienzo de su gestión, y con las secuelas de la tremenda crisis producida entre 2001 y 2002, el Presidente planteaba sus demandas contra la sociedad donde, según él, estaba el gobierno real. Su diagnóstico era: ese gobierno real era el responsable de la crisis.
La sociedad culpable estaba integrada por la corporación de los partidos políticos a quienes decidió no consultar, las Fuerzas Armadas y la policía responsables de la inseguridad y la violación de los derechos humanos, los empresarios y la política de los noventa asociados en la corrupción, los medios de comunicación y los periodistas que habían defendido lo indefendible, la Iglesia sospechada de complicidad con el Proceso, las empresas privatizadas que no podrían aumentar tarifas porque ya habían ganado demasiado, los consultores profesionales asociados con inversores extranjeros, el Fondo Monetario Internacional y, en general, el capital extranjero.
Ahora el gobierno está indignado porque, después de más de cuatro años de gestión, ya no puede despertarse a la mañana y transferir a nadie la culpa de los problemas que tiene. Advierte, alarmado, que lo están mirando como el responsable de todo lo que pasa.
Atento a la naturaleza del Presidente no debería descartarse que este abandono obligado del rol de opositor sea solo transitorio. Porque la protesta es la quintaesencia de su personalidad.
¿Qué malas noticias recibió en los últimos 100 días?
• Estadísticas de INDEC verdaderas y, después, falsas en las que nadie cree.
• Chisporroteos con la Corte Suprema, que el mismo designara, la que pidió “mesura, equilibrio y respeto con respecto a la independencia del Poder Judicial”.
• Conflicto con los docentes en Santa Cruz que incluye represión a manifestantes, renuncia del gobernador y 41 días sin clase.
• Investigación por los sobreprecios pagados en las obras del Gasoducto Norte, popularmente llamada Skanska.
• Aumento en la canasta básica familiar del 3.6% en marzo y un acumulado de 13.3% en los últimos seis meses.
• Escalada de violencia social: movilización popular que le impidió asistir el 2 de abril a los actos conmemorativos de Malvinas en Ushuaia, graves incidentes en la estación de trenes de Constitución, agresión a la Ministro de Desarrollo Social, etc
• Riesgo de choque de aviones comerciales.
• Incremento de 15% en las tarifas de gas residencial que, según el Defensor del Pueblo, impactará en la población de menores ingresos.
• Creciente crítica a su gestión por parte de periodistas y medios de comunicación en general.
La pregunta es: ¿si no es el Presidente, quién es el responsable de esto que pasa?
El ejercicio del poder es un entrenamiento como cualquier otro y el Presidente está entrenado para oponerse y protestar y no para gestionar y gobernar. Por esta línea pasan casi todos sus problemas. La realidad dice, por otra parte, que el Presidente no acepta que ha dejado de tener vigencia el discurso de “la herencia recibida”.
La oposición debería mirar la realidad desde ésta perspectiva: la de un Presidente que no sabe cómo conducir.
Al mismo tiempo, en un año electoral, esa misma oposición debería asegurarse de estar en condiciones de tener propuestas para solucionar los problemas además del ejercicio necesario y permanente de denunciarlos.