Por Adolfo Stubrin
El domingo pasado La Nación publicó una encuesta de Poliarquía cuyos resultados, tomados dos semanas atrás, indicaban 38 puntos para el oficialismo, 22 de indecisos, 12 para Carrió y 8 para Lavagna. El que paga la encuesta es el diario.
La Nación tiene una línea política que no explicita pero que empuja por Carrió. De allí que su parcialidad haya sido denunciada por Lavagna, con justa razón.
El martes siguiente La Nación publica otras cuatro encuestas de consultoras más próximas al gobierno. Todas ellas son en lo sustantivo iguales entre sí. Las diferencias entre los informes del martes y el del domingo dan que pensar por su significación.
Las cuatro del martes coinciden: 1º) en C. Fernández estaría por encima del 40 %; y 2º) que Carrió supera a Lavagna por menos de dos puntos (en un caso lo supera por una décima).
Es decir La Nación reafirma su propia línea editorial intentando polarizar entre Fernández y Carrió, dejando entrever la esperanza de que si el voto opositor abandona a Lavagna tiene esperanza de segunda vuelta.
Mientras tanto las otras consultoras, próximas a la estrategia del gobierno, sellan la elección, reconociendo un empate técnico entre el segundo y el tercero, pero un oficialismo con aires de imbatible. Su estrategia es desalentar a toda la oposición.
Es importante destacar que, dados los tiempos técnicos entre toma de datos y publicación de resultados estas encuestas fueron tomadas los días posteriores al juicio oral de Carrió, cuando su exposición mediática era muy alta y el tema de tapa era la corrupción, un terreno que ella transita desde hace años.
Si la toma hubiera sido cuando el tema de tapa era la inflación es muy probable que Lavagna superara a Carrió. Pero es evidente que en esta época las encuestas no son confiables porque no son independientes. Sus errores son tan escandalosos que esa comunidad profesional tendrá que replantearse el futuro para no desaparecer o ser reemplazada por el tarot o la astrología.
Nuestra interpretación es que la elección será competitiva, en dos sentidos. Primero, el oficialismo no trasladará su hegemonía a las urnas en primera vuelta. Para eso la primera vuelta, que fue inventada para que los ciudadanos no depositen un voto útil (como quiere La Nación) sino su máxima preferencia, mostrará un panorama diversificado tal como es la complejidad de nuestro pueblo.
Segundo, habrá entre los opositores un par de candidatos destacados, que competirán entre sí por el segundo lugar y por lo tanto captarán votos no sólo entre los demás opositores de menos chances sino también entre quienes dudan en apoyar o no al oficialismo.
Eso haría que la segunda vuelta fuera segura y que las opciones que presentara fueran pertinentes y alternativas entre sí.
La diferencia central entre Lavagna y Carrió pasa por el programa socio económico.
Carrió, al designar a Prat Gay como su espada económica, realiza en parte el propósito tan empujado por La Nación de unirla con López Murphy. Prat Gay es igual a López Murphy, propone enfriar la economía, sobrevaluar el peso, crecer más despacio y desalentar la demanda.
En fin, una receta ortodoxa, combinada con un conservadurismo compasivo basado en servicios financieros para los pobres. Ese corazón de la Coalición Cívica, saturada de apellidos patricios, acuñada en La Biela, es más fuerte que su cosmética, la de un frente de izquierda adornado por la presencia de un candidato a vice socialista, cuya participación en la definición estratégica y el programa es nula.
El esquema de La Nación, encarnado por Carrió es ideológica y socialmente de centro - derecha. Por eso es funcional al oficialismo. Le viene como anillo al dedo porque le permite plebiscitarse en primera vuelta captando la totalidad del voto de origen peronista, haciendo funcionar la captación de los gobernadores K y bloqueando la competitividad real de la elección, la que provendría de una segunda vuelta con una propuesta superadora.
La UCR, la coalición UNA y la fórmula Lavagna-Morales