En una de las últimas sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires el número de legisladores fue una incógnita. Del mismo dependía, como resulta obvio, la realización de la sesión; a punto tal que el presidente tuvo que pedir un cuarto intermedio en las bancas para esperar a los diputados […]
En una de las últimas sesiones de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires el número de legisladores fue una incógnita. Del mismo dependía, como resulta obvio, la realización de la sesión; a punto tal que el presidente tuvo que pedir un cuarto intermedio en las bancas para esperar a los diputados que se encontraban todavía en sus casas.
Las miradas de los legisladores en el recinto permanentemente se dirigían hacia ambas puertas. Y cuando algún diputado asomaba el rostro mostraban cierta alegría, aunque no la suficiente como para ocultar, ante el recién llegado, el malestar por la espera.
Este era el clima cuando corría el cuarto intermedio en las bancas previo a la sesión. Ya estaban sentados unos 45 o 46 cuando ingresó el diputado Juan Garivoto con sus muletas, y varios pares rompieron en un discreto aplauso, que se extendió por algún tiempo. Quienes hicieron chocar las palmas de sus manos no fueron solamente sus seguidores sino también miembros de la bancada del FpV. ¿Fue solidaridad por el esfuerzo de las muletas o por algo que se está cocinando para el futuro inmediato? ¿O las dos cosas?