Por Silvia Giusti
Durante los últimos días se escucha y se lee la información referida a un lamentable episodio que ocurrió en una escuela pública de La Plata. La crónica y los comentarios relatan el caso de un chico de 12 años que golpeó a su maestra de Lengua sólo porque ésta lo reprendió en el aula.
La primera consecuencia hecha pública es que al niño se le aplicarán como sanción por esta grave falta tres días de suspensión. Sí, eso: tres días de suspensión. Se argumenta desde la conducción educativa que hay que contener al alumno y que cualquier otra sanción que implique alguna gravedad o siquiera, algún parangón con la falta cometida, supondría “echar al alumno” o “arrojarlo a…” (¿adónde?). En tanto, la docente golpeada no concurre a dar clases, por temor tal vez (y sólo me atrevo a decir tal vez), a otra agresión.
El análisis no puede soslayar, desde mi óptica, la mención al primer planteo que se ha hecho del problema, reduccionista según creo: se dice que hay que contener al alumno. Sí, claro que hay que contenerlo. Pero estoy convencida de que la primera contención que la escuela debe realizar (en su carácter de garante y responsable de la justicia en su ámbito) debiera ser para con las víctimas, o sea: la maestra violentada, otros alumnos ,condiscípulos del agresor y el resto de los docentes y personas vinculadas con la institución. Así como se ocupe convenientemente de las víctimas, se ocupará del victimario. Pero en otros términos. Más claros y contundentes.
¿Por qué? En primer lugar, si toma la debida medida disciplinaria con el agresor, cual sería separarlo del resto de la comunidad educativa, preservando el bien común, esto es, la seguridad de la mayoría, ello no significaría que lo esté arrojando a la calle. Muy por el contrario, debe exigirse al primer agente educador de nuestra sociedad que es la familia, que se haga cargo. Es una responsabilidad insoslayable. En segundo término, porque creo firmemente en una sociedad que -al asegurar igualdad de oportunidades, y éste es el caso de nuestra escuela pública en la actualidad- otorgue premios y castigos. Que marque límites: los que ese niño agresor necesitará para insertarse en la sociedad adulta, que no castiga con pequeñas suspensiones, sino con exclusiones permanentes.
“Formar para la vida”, comodín y slogan de muchos proyectos educativos supone tener muy claro el concepto de que para construir una sociedad democrática hacen falta límites y normas. Que todos los respetemos. La integridad física del otro es parte elemental de esos límites y normas. Y es una de esas cosas que se aprenden poniéndolas en práctica.
Lástima por los agredidos y por los agresores, y por ese discurso que de tan democrático y facilitador se vuelve demagógico. Lástima por las víctimas que no tienen voz para contar su versión de lo acontecido, aunque a muchos no les convenga escuchar. Nos convendría como sociedad, aunque resulte mucho más difícil prestar oídos y más complejo tratar de contener. Pero, indudablemente, más sano y más constructivo.
* Giusti es senadora nacional del PJ/FpV-Chubut