Censo Nacional 2010: ¿impericia o fraude?
Por Emilio Rached
En estos días se conocieron los datos del censo nacional llevado a cabo el 27 de octubre en un operativo caracterizado por marcadas deficiencias, a la luz de la importante cantidad de hogares que no fueron visitados: permanentemente nos encontramos con personas cuya seriedad está fuera de toda duda y que estuvieron involuntariamente ajenas al relevamiento junto a todos sus vecinos de edificio o de cuadra. Las cifras controversiales anunciadas, de acuerdo a las omisiones apuntadas, alimentan la incredulidad legítima de la población ante los datos e índices oficiales, incredulidad que reconoce su génesis en el desquicio perpetrado por la administración de Néstor Kirchner en el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC) y que el actual gobierno no ha sido capaz de revisar.
De ese modo, las conclusiones del Censo 2010 sobre cantidad de habitantes, número de viviendas, índice de pobreza y de escolaridad, entre otras facetas del mapa social de la Argentina, constituyen un indicador más bien conjetural, que predispone al ejercicio caprichoso o aleatorio de las proyecciones.
No puede ser de otra manera cuando el organismo encargado del relevamiento es la oficina con mayor desprestigio de la Argentina luego del atropello aún vigente. Ha sido tanta la necedad, la increíble tozudez con la que el gobierno ha actuado con respecto al INDEC, que ha terminado por declinar una de sus posiciones más respetables, como fue tomar distancia del Fondo Monetario Internacional, para al fin convocarlo como asesor, desdeñando la opinión razonable de sectores académicos, sindicales y de consumidores.
Pero la realidad es aún más terca y cuando se le cierra la puerta, entra por la ventana. Los penosos sucesos del Parque Indoamericano, en la Capital Federal, con su secuencia de ausencia del Estado, ocupación del espacio público por contingentes de desesperados, represión policial, muertos, agitación ciudadana y racismo; el ataque policial a una manifestación de la comunidad Qom, en Formosa, con el saldo de dos muertos, hecho que no ha merecido la condena oficial; el asesinato vil de Mariano Ferreyra por parte de la mafia sindical; y las imágenes lacerantes de la extrema pobreza, de congéneres arrojados del mundo al abismo de la desposesión absoluta, conforman una realidad paralela que golpea dramáticamente la conciencia de un país, de sus dirigentes y, especialmente, del gobierno para decir que nuestros problemas estructurales, obstinadamente, aún permanecen.
Efectivamente, ahí están, invictas, la macrocefalia, la burocracia sindical violenta, la concentración económica; y también los desmanes sobre el medio ambiente, la caricaturización del federalismo, el terrible déficit habitacional, la corrupción, el clientelismo, el trabajo en negro. Ahí está ese cadáver insepulto que es el Gran Buenos Aires, escenario de reunión de todas las lacras sociales, verdadero polvorín y condensación, en algo más de 4000 kilómetros cuadrados, de nuestro subdesarrollo: seis mil gendarmes se sumarán a las fuerzas de seguridad establecidas para prevenir ocupaciones, saqueos, delitos comunes y cualquier otra derivación violenta de la marginalidad, el hacinamiento y el desamparo.
La Argentina ha experimentado los últimos años un crecimiento económico sin precedentes, elevado ostensiblemente los niveles de consumo de buena parte de su población, disminuido el peso de la deuda externa, recuperado para el Estado el manejo de los fondos previsionales (una decisión a la que no nos opusimos en el Senado, aunque hoy exista la paradoja de una ANSES rica que todos los meses festeja el incremento de sus recursos mientras millones de jubilados están condenados a un ingreso de hambre), establecido la Asignación Universal por Hijo – idea de la oposición, primero descalificada y luego presentada como propia por el gobierno -.
Pero si se omiten o se demoran los cambios estructurales, profundamente transformadores, en un abanico que va desde la planificación y ejecución democráticas de una nueva configuración demográfica hasta la democratización sindical, no bastarán los niveles de consumo de buena parte de la población, ni el sostenido crecimiento, ni los gendarmes, ni los planes de asistencia social; los gobiernos que se sucedan y el conjunto de la sociedad argentina habremos de recordar amargamente aquel espléndido cuento de siete palabras del gran guatemalteco, gloria de las letras latinoamericanas, Augusto Monterroso: “ Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.