Por José Angel Di Mauro

El “borom-bom-bom/borom-bom-bom/para Cristina, la reelección”, será el hit kirchnerista que se escuchará en cada acto hasta octubre. Es parte del “operativo clamor” puesto en marcha desde la muerte de Néstor Kirchner, pero se mantendrá aun después de junio, con las candidaturas ya oficializadas.

Se escuchó fuerte el miércoles en la inauguración del edificio anexo de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde CFK lanzó un sugerente “para Cristina, ya veremos”, que para algunos sonó enigmático, pero que en general fue parte de las puestas en escena que se desarrollarán hasta que su candidatura se confirme. Como ya hemos dicho, el kirchnerismo reconoce una tradición que respeta a rajatabla y que implica que todas sus acciones emblemáticas cuenten con un marco acorde, tengan a un Kirchner como protagonista, y que en materia electoral reconoce como escenarios dos plataformas de lanzamiento: el Mercado Central, en el corazón de La Matanza; y el Teatro Argentino de La Plata.

Sabiendo esto, y a tres meses del cierre de listas, había que estar muy desinformado para esperar que Cristina confirmara su candidatura en el acto organizado el último viernes en Huracán, por más que allí fueran protagonistas los jóvenes a los que la Presidenta ha encomendado las llaves de su reelección. Y aunque esa hubiera sido la idea original -que no lo era-, jamás hubiera dado el kirchnerismo semejante paso con las primeras planas y la televisión monopolizadas por la tragedia del Japón.

El protagonismo de los jóvenes al que hacíamos referencia no es un hecho menor en el marco del cristinismo alumbrado a partir de la muerte de Néstor Kirchner. La Presidenta compartía con su esposo una alta estima por este sector del electorado tan importante que conforma la mitad de la masa de votantes, aunque a diferencia de NK, su viuda ha dado pasos decididos para otorgarle a la juventud kirchnerista un espacio cada vez más preponderante. He aquí una de las diferencias tajantes de estilo de Cristina con el de su esposo, que marcan la línea de acción más clara entre el kirchnerismo y el cristinismo: jamás en tiempos electorales Néstor hubiera prescindido de lo que los Kirchner denominaban despectivamente “el pejotismo”.

La Presidenta se da hoy el lujo de arriesgarse a los descontentos y dejar fuera del palco a personajes más vinculados al aparato peronista tradicional, aunque -pragmática como su esposo- tenga la certeza de que por imperio de las circunstancias y la ausencia de un candidato que hoy aspire esas voluntades, no le terminarán jugando en contra.

Todavía cautivada por los efectos del festejo del Bicentenario, un evento al que Cristina considera “fundacional” para el kirchnerismo en general y su gestión en particular, la Presidenta ha decidido denominar a la juventud kirchnerista con un término mucho más épico: “generación del Bicentenario”. Así la bautizó formalmente en el acto del viernes, cuando llegó a trazar un parangón con los jóvenes de 1810.

Más allá de la alta estima que junto a su esposo le dispensaba a este sector, Cristina Fernández se convenció de encumbrarlos cuando vio la cantidad de jóvenes que atrajo el velatorio de su esposo. “Creo que su último acto de servicio fue también ese 27 de octubre cuando descubrimos de repente cuántas cosas había hecho y qué poco lo habían reconocido”, señaló en Huracán. Los encuestadores pueden dar fe concreta del exponencial repunte de la imagen presidencial a partir de esa muerte, aunque sea de mal gusto considerarla “un acto de servicio”.

Los cambios más notorios de Cristina Fernández en su administración pasaron por la revalorización de figuras en general no vinculadas con el PJ partidario, pero sobre todo la incorporación de jóvenes en cargos ejecutivos. Esa juventud kirchnerista, enmarcada dentro de la corriente La Cámpora, y a la que CFK prefiere denominar Generación del Bicentenario, ha escalado posiciones y suma a su capacidad de movilización y poder de caja, cierta ascendencia presidencial. Lo saben y están convencidos de contar con el oído de Cristina para atender sus opiniones.

Poco propensos a escuchar las opiniones ajenas, sobre todo cuando estas pueden ser críticas, se dijo siempre que los Kirchner prestaron especial atención a las opiniones de su hijo Máximo, al que su madre considera “un fino analista político”. Exageradamente algunos le asignan al joven ser el “creador” de La Cámpora, donde participación tuvo, sus opiniones pueden pesar, su apellido le asigna un valor de máxima importancia… pero no es ni siquiera el líder de esa agrupación, que reconoce como tales -entre otros- a Andrés “Cuervo” Larroque -director de Fortalecimiento de la Democracia- y José Ottavis -titular de la Juventud Peronista bonaerense-.

Tras la muerte del padre, quienes se empecinan a buscar continuidad para la “dinastía K”, habían especulado para Máximo Carlos Kirchner un rol central en la administración de Cristina. Pero luego de unos días de acompañar en el duelo a su madre, el joven que el mes pasado cumplió 35 años retornó a Santa Cruz, donde sigue ocupándose como siempre de administrar los bienes de la familia.

En rigor, Máximo ha hecho siempre lo que ha querido, lejos de lo que sus padres desearan para él. Más allá de la imposición familiar para que fuera abogado, quería ser periodista y arrancó estudiando en la Universidad de La Plata, donde abandonó cuando fue descubierto por el Centro de Estudiantes Rodolfo Walsh y percibió que querían cooptarlo para fines políticos, como hijo del gobernador de Santa Cruz que era. Dejó entonces la casa de la abuela y se mudó al departamento de la calle Juncal, en Capital Federal, donde acompañó a su madre que hacía sus primeros años como senadora nacional. Cursó periodismo un año en TEA, pero abandonó. Más tarde intentó con Derecho en la Universidad de Belgrano, que era el máximo deseo de Cristina para con su primogénito, pero también dejó, desesperando a la madre. Ella insistió, pero el chico no quería saber nada con la carrera que la apasionaba a ella, pero no a él.

“¿Para qué lo obligás a estudiar abogacía como si fuese un seguro de empleo? Va a ser un abogado más, si no quiere estudiar, que no estudie”, se interponía Kirchner, que ya como presidente diría de su hijo: “El hace su propia experiencia de vida. Es feliz y le va bien; uno no puede imponerles a los hijos lo que cree que deben hacer. Por supuesto que me hubiese gustado que termine su carrera, pero debo reconocer que nos da una mano grande con lo que hace”.

Cultor del perfil bajo, ni siquiera quiso mudarse a Buenos Aires cuando su padre fue elegido presidente. Y nunca quiso militar formalmente en política. Menos en Santa Cruz. Por eso sonó extraño que los últimos días potenciaran su figura como posible candidato a diputado nacional por Santa Cruz. Nada más lejano a sus deseos que un cargo legislativo. El rechazo al trabajo parlamentario lo lleva en los genes, de parte de padre.

Su madre, que sí recorrió la mayor parte de su carrera política en puestos legislativos, apuesta en tanto al “voto joven” para lograr la utopía de ganar en primera vuelta.