Era el turno del Ministerio de Seguridad y Justicia para exponer ante los legisladores porteños sobre el proyecto de presupuesto enviado por el gobierno de la Ciudad y justo ese día el ministro Guillermo Montenegro se encontró con una novedad que le costó digerir, y menos en público: la creación del nuevo Cuerpo de Policía de Prevención Vecinal para la Ciudad de Buenos Aires. Como otros representantes del macrismo, ensayó alguna respuesta como para salir del paso, pero a todos les quedaba claro que lo que se entiende como una nueva fuerza destinada a cumplir las mismas tareas que la Policía Metropolitana no era un dato intrascendente.

El macrismo vivió los días posteriores al resonante triunfo en el balotaje porteño como el inicio de una nueva etapa y se ilusionó con una relación con el gobierno nacional diametralmente opuesta a la de los cuatro últimos años. Ya hemos dicho que siguiendo recomendaciones de Jaime Durán Barba, Mauricio Macri se proponía destinar los próximos dos años estrictamente a la gestión y recién luego dedicarse de lleno a su proyecto presidencial. Los primeros dos años supondrían entonces una relación constructiva con la Nación, pero esta semana los funcionarios porteños se dieron por enterados de que no habrá idilio y que el clima no beligerante actual tiene que ver con el deseo oficialista de asegurarse una buena elección el próximo domingo en el distrito, para lo cual no desean malquistarse con ese 65% que votó a Macri el 31 de julio.

Mauricio Macri se entusiasmó con esos dos contactos telefónicos con Cristina, en los que se saludaron por sus respectivas victorias. Pero advirtió esta semana que no hubo llamado para felicitarlo por el nacimiento de su hija Antonia. La relación es en el fondo la que era antes de esta tregua electoral y el kirchnerismo volverá a tratarlo con la severidad que dedica a sus adversarios, más allá de los acuerdos puntuales que puedan alcanzarse entre el Pro y el FpV en la Legislatura.

Está en la naturaleza del kirchnerismo ese tratamiento para todo aquel que no acepte las condiciones que impone; no hay alianzas a medias: son incondicionales, como las rendiciones.

Macri será el único opositor que quedará en pie después del huracán Cristina que se espera pase el domingo, y a partir del lunes será tratado como tal, en todos los terrenos. Incluso en el fútbol, donde el kirchnerismo se propone enfrentar a su candidato en Boca, Daniel Angelici, a través de varios candidatos con los que ha hecho buenas migas. Ven con buenos ojos que en diciembre pierda el candidato del macrismo, sobre todo si lleva en sus listas al propio jefe de Gobierno.

Devuelto a la realidad, el Pro se esmera por capitalizar lo que pueda el 23. No fue un dato menor que el jefe de Gobierno porteño cruzara la General Paz para apoyar públicamente al intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, el único jefe comunal peronista que oportunamente se jugó por entero por Eduardo Duhalde, aunque hoy sabe que estar en la lista del ex mandatario no es buen negocio. Macri tomó nota de eso y busca aliados para su proyecto 2015.

A sabiendas de que las elecciones se han convertido en un “sálvese quien pueda”, Duhalde ha visto descender sus expectativas a un cuarto o quinto lugar. Optimista, no se da por vencido, pero debiera tener en cuenta que desde 1999 sólo ha sufrido derrotas. Nadie más que él debe haber sentido en términos electorales la muerte de Néstor Kirchner, porque con la misma se apagó el comentario que le hacían a diario y que él adoptó como frase de cabecera: “El que trajo al loco, que se lo lleve”. En rigor, podría decirse que inicialmente Duhalde no pensaba en ser candidato presidencial, sino en encolumnar la tropa detrás de una figura como Reutemann o el propio Macri. Cuando vio que eso no sería factible, espantado ante la posibilidad de que tras una derrota debiera inclinarse ante Alberto Rodríguez Saá, resolvió cargarse al hombro una candidatura que nunca terminó de remontar vuelo.

No sonó extraño que en un reportaje el viernes terminara elogiando a Néstor Kirchner, al evocar la elección del santacruceño como su candidato en 2003. “El tenía lo que hay que tener para ser presidente: convicción -dijo-. Era candidato aun sabiendo que podía perder”. Hablaba de Kirchner, pero pensaba en Macri, a quien en privado no deja de reprocharle haber bajado su candidatura sólo porque no tenía asegurada la victoria.

Ricardo Alfonsín, mientras tanto, le habla a los radicales. Resignado a que la epopeya no es posible, sus mensajes apuntan al poder territorial de su partido, en el que su apellido sigue siendo ilustre. De ahí que enumere a los 600 intendentes y 43 diputados y 29 senadores (en realidad son 17) que ostenta la UCR, y sobre todo el mensaje televisivo con el que espera cerrar la campaña, en el que Alfonsín le habla directamente a Cristina, pero se dirige fundamentalmente a los radicales, en busca de retener los votos que al menos le permitan sostener el segundo lugar.

Se ha limitado las últimas semanas a hacer campaña con los dirigentes de su partido en los grandes distritos, olvidándose de su socio Francisco de Narváez, quien a su vez también se ha mostrado sólo con su gente y con Rodríguez Saá. Todos quieren salvar la ropa por su lado…

Es una elección que ni siquiera tendrá grandes cierres. El oficialismo no ha decidido aún si, como en las primarias, hará un último acto en el Teatro Coliseo. Sí es seguro que ya no volverá a los cierres multitudinarios en el Mercado Central, un ritual para el kirchnerismo desde 2003. Daniel Filmus contó a parlamentario.com que, muerto Néstor Kirchner, Cristina ya no quiere cerrar allí las campañas, por los recuerdos que le trae.

Limitados por la nueva ley a no revelar más datos en la última semana, los encuestadores ya han dado sus diagnósticos que ubican a la Presidenta bien por encima del 50% y a Hermes Binner en un lejano segundo lugar. Tal vez no alcance para que Cristina sea la candidata más votada de la historia, pero todo indica que será la que más diferencia le saque al segundo. En sus últimas definiciones, los consultores advirtieron sobre un crecimiento del ausentismo en 4 o 5 puntos. El 85 por ciento de los que no tienen interés en ir a votar pertenece al campo opositor, lo que no hará más que elevar el porcentaje de la candidata triunfante.

Otro dato a tener en cuenta es el corte de boleta. Atentos a la campaña del “sálvese quien pueda” adoptada por muchos candidatos, muchos asoman en las encuestas con un porcentaje superior al que en la práctica podrían alcanzar el domingo. Elisa Carrió no llega siquiera al 3% de intención de voto, pero su primera candidata a diputada en la Capital Federal alcanza un 9%. Para que semejante situación se verifique en la práctica debería registrarse un nivel de corte de boleta inédito.

Lo mismo pasa en Mendoza, donde el radical Roberto Iglesias es favorito, pero Cristina muestra una intención de voto muy alta. El candidato presidencial de Iglesias es Ricardo Alfonsín, que sólo mide un 10%. Para revertir esa situación, el radical necesitaría un corte de boleta del 30%. Sería demasiado.