La asunción de Cristina Fernández de Kirchner para un nuevo mandato bien podría ser tomada como una postal de los tiempos por venir. Con Julio Cobos en un segundo plano del que sólo era rescatado por las barras que lo tuvieron muy en cuenta todo el breve tiempo que estuvo presente en la Asamblea Legislativa; con Amado Boudou ocupando luego su lugar con una impronta que marca un claro contraste: la lealtad que prioriza la Presidenta por sobre todas las cosas, frente a la “traición”, que se paga con la derrota y el ostracismo.

La postal no termina ahí, sino que se extiende a las tribunas del recinto, donde la juventud volvió a copar espacios, como lo había hecho el martes pasado, cuando la asunción de los nuevos diputados que le devuelven al kirchnerismo la mayoría absoluta en Diputados. Y también se vio fuera del Congreso, donde quedó claro que en los tiempos del cristinismo los sindicatos y los intendentes no son los que movilizan, sino las organizaciones sociales y sobre todo La Cámpora, hoy omnipresente.

Precisamente los sindicalistas deben haberse sentido puntualmente aludidos durante el mensaje presidencial, cuando la Presidenta puso como ejemplo un prolongado conflicto docente en su provincia, que se unió al de los trabajadores petroleros. Le puso cifras al costo de esa medida de fuerza que le significó al país una pérdida de 3.349 millones de pesos, y dejó una clara advertencia: hay derecho de huelga, pero “no de chantaje y extorsión”. De paso, la “ligó” Perón, al recordar que en tiempos del General la Constitución reformada no habilitaba el derecho de huelga.

El conflicto con los sindicalistas no está declarado pero sí latente. No se lo vio en el Congreso a Hugo Moyano, pese a que su hijo Facundo debutaba formalmente como diputado. Llamó tanto la atención como la salida del gremialista Juan Carlos Schmidt, hombre fuerte de la CGT, que se retiró antes de que Cristina concluyera su discurso. Ya había mostrado este sindicalista santafesino sus diferencias con el kirchnerismo cuando desechó integrar la lista del FpV en su provincia para diputados, molesto por el lugar lejano que le asignaban.

En su mensaje, Cristina oficializó lo que ha dado en llamar la “sintonía fina” de su administración. Para presentarla, dedicó constantes referencias de su discurso a la crisis mundial, esa a la que nuestro país no podrá estar ajeno en los tiempos por venir. La Presidenta enfatizó haber dado “orden” a sus ministros de “hacer sintonía fina”, y en cuatro oportunidades utilizó esa definición.

Las señales de la nueva gestión de Cristina se habían iniciado esta semana con el anuncio formal del nuevo Gabinete, que dio por tierra con infinidad de especulaciones que la prolongación del misterio abrigó. Si se analiza el estilo kirchnerista, nadie debiera haberse sorprendido de este accionar. Los Kirchner nunca fueron propensos a los cambios. Cristina mantuvo a su lado a buena parte del Gabinete de su esposo, y de hecho Néstor Kirchner había conservado a no pocos funcionarios de su antecesor Eduardo Duhalde.

El misterio se reservó entonces para las segundas líneas, aunque se dio por descontado que la continuidad sería el signo característico de esos anuncios. Y una de las mayores incógnitas radicaba en torno al polémico secretario de Comercio Interior, aunque desde hace tiempo se descontaba que Guillermo Moreno continuaría en el gobierno, y nunca en un cargo inferior al que hoy ostenta.

De hecho, en uno de los discursos de la última semana Cristina elogió públicamente a aquel funcionario, cuya promoción quedó oficializada cuando la Presidenta confirmó este sábado -sin mencionarlo puntualmente- que tendrá aun más poder. Las cámaras de la TV oficial enfocaron a Moreno cuando la Presidenta anticipó la creación de una Secretaría de Comercio Exterior, que trabajará junto a la de Comercio Interior en la esfera del Ministerio de Economía. Esto es, bajo la órbita del nuevo ministro de Economía y la dirección presidencial, según sus propias palabras, pero bien se sabe que Moreno ha contado siempre con autonomía y poder propio. Y si tenemos en cuenta que para la nueva secretaría se nombrará a Beatriz Paglieri, se descuenta que será una suerte de supersecretaría a cargo de Moreno.

Esa secretaría ya existía, pero bajo la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, que en el futuro inmediato verá achicada su denominación, al desaparecer de su esfera el área de Comercio Internacional. Encargado de la misma era Luis María Kreckler, designado embajador argentino en Brasil. Queda claro que nadie se quedará sin trabajo por esta modificación.

Fue quizás el único anuncio formulado por Cristina durante su discurso en el que abundó en referencias a las mejoras del país registradas desde 2003, respaldadas siempre por cifras y porcentajes.

Además de las reiteradas referencias a su esposo, a quien fiel a como de costumbre no mencionó por su nombre, Cristina volvió a hacer hincapié en su posición enérgica respecto de “las corporaciones”, a las que responsabilizó de “las cinco corridas bancarias” que dijo haber sufrido durante su gestión.

Kirchnerismo puro, Cristina puso sobre el escenario enemigos claros a los que no mencionó puntualmente. A ellos adjudicó uno de los talones de Aquiles de su gestión: arrancar su segundo mandato con menos reservas que cuando inició el primero. Pero justificó esa situación culpando a las corporaciones que generaron esas corridas cambiarias que le costaron al Banco Central casi 16.000 millones de dólares, y recordó que se pagaron por deudas 26.316 millones de dólares, con los cuales hoy el Banco Central podría hoy sumar 88.684 millones.

Siempre al hacer hincapié en la sintonía fina que se viene, Cristina dijo haber ordenado a todos sus ministros, secretarios y subsecretarios, conformar mesas con cada uno de los sectores económicos. No habló en cambio de conformar mesas de negociación con la oposición. Eso nunca sucederá, pues el kirchnerismo entiende que ese ámbito es el Parlamento y a propósito de ello vale el agradecimiento que deslizó hacia los legisladores que “resistieron en los momentos más difíciles que nos tocaron vivir como gobierno y como movimiento político”. Reivindicó además a quienes no se van del bloque por discrepar con el oficialismo, poniéndose a sí misma como ejemplo de sus tiempos como legisladora.

De paso, también hizo una referencia a la crisis con el campo, a la que definió como “el conflicto político más largo y prolongado desde que se tenga memoria por lo menos, desde el advenimiento de la democracia”. Tras parar los silbidos, deslizó con falta condescendencia que “si nos hubieran hecho caso, estarían mejor. Pero bueno, no importa”.

Casi una hora atrás, el emergente más encumbrado de ese conflicto había acabado una etapa de su carrera política retirándose prematuramente de la Asamblea Legislativa, tras haber visto relegado su papel en la misma tan solo a alcanzarle a Cristina el papel que ella misma leería para jurar por un nuevo mandato.