El titular del Ejecutivo porteño, Mauricio Macri, envió a la Legislatura un proyecto de ley mediante el cual se dispone la expropiación de la que fuera una de las más emblemáticas confiterías de la Ciudad de Buenos Aires, “Del Molino”. Una vez concretada la expropiación, que contempla tanto el edificio histórico, las instalaciones originales existentes en el inmueble y los bienes intangibles pertenecientes a la ex confitería, en especial la marca “Del Molino”, la construcción será puesta en valor y se concesionará su explotación. El establecimiento se encuentra cerrado desde hace 15 años.

Cabe recordar que el tradicional establecimiento había cerrado sus puertas por vacaciones un 24 de enero de 1997 y nunca más volvió a abrirse. La idea de la expropiación ya había sido considerada anteriormente, tanto en la Legislatura como en el Congreso de la Nación.

El establecimiento gastronómico fue inaugurado en 1917, y el mismo fue el sitio de encuentro de la sociedad porteña de aquella época. Personalidades como Eva Perón, Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Carlos Gardel y Leopoldo Lugones degustaron sus famosos merengues y panettones de castañas, en medio de un ambiente revestido con mármoles italianos.

Historia

La historia de la Confitería del Molino se remonta a 1821, cuando el inmigrante italiano Constantino Rossi abrió la “Confitería del Centro” en la esquina de las calles Torres y Somavilla -años más tarde, intersección de las calles Federación y Garantías; hoy Rivadavia y Rodríguez Peña-. Poco después el local fue rebautizado como “Confitería del Molino”, en homenaje al primer molino harinero instalado en la Ciudad de Buenos Aires en el mismo barrio.

Con motivo de la construcción de la Plaza Congreso, la Confitería del Molino se trasladó el 28 de febrero de 1905 a su actual ubicación, en la esquina de las avenidas Rivadavia y Callao donde se levantaba una vivienda de dos pisos con negocio en la planta baja perteneciente a Cayetano Brenna que, posteriormente, encargó la construcción de la actual sede de la confitería, que fuera inaugurada en 1917.

El nuevo edificio fue proyectado y construido por el joven arquitecto italiano Francisco Tereso Gianotti, e incluye también los tres subsuelos donde se producía y fabricaba la propia pastelería. El trabajo, pese a la complejidad, se resolvió en menos de un año. El conjunto reunía una gran diversidad de materiales: cerámicas, vitraux, mosaicos de colores, composiciones en mármol y esculturas de bronce, traídos de Italia. La réplica de las aspas de un molino harinero, realizada en hierro, completaba simbólicamente la fuerza constante y dinámica que impulsaba la época. La obra, que fue aludida por el propio autor como expresión de su “modernismo gianottiano”, se transformó en un hito de la arquitectura porteña gracias a su peculiaridad, reforzada por encontrarse frente a otro de los monumentos emblemáticos de la ciudad, el Palacio del Congreso nacional.

Después de acoger durante 137 años a los porteños, la Confitería del Molino cerró sus puertas el 23 de febrero de 1997. Esta confitería fue incluida en una lista considerada por la UNESCO para ser declarada patrimonio Art Nouveau internacional.

La nueva confitería fue declarada Monumento Histórico Nacional el 24 de octubre de 1997, a través del decreto 1110/97 del Poder Ejecutivo, mientras que el Gobierno de la Ciudad lo incorporó al Catálogo de Edificios de Valor Patrimonial, Area de Protección Histórica, con un grado de protección estructural desde 1992, a través de la ordenanza 45.572.

Este hito arquitectónico y gastronómico porteño conforma un volumen construido cercano a los 6.000 m2, presenta un valor fundamental desde el punto de vista de la historia de la arquitectura de la Ciudad: su creador lo proyectó en la misma época que la Galería Güemes, la construcción más alta hasta 1915.

Según su constructor, la obra constituye una combinación particular: desde la sobriedad ecléctica, con rasgos del academisismo francés y ornamentación modernista en el desarrollo de la fachada, a la aplicación de los mayores adelantos tecnológicos de la época, en el marco de “un riguroso estudio de las necesidades funcionales y de ingeniería” que, según él toda obra debía observar.

Explica el propio Gianotti en sus memorias que su intención fue “lograr una imagen que no pasara desapaercibida para el público, apelando a soluciones inéditas como la marquesina y los artefactos de vitraux en la planta baja, la torre mirador con sus vitraux de dibujos relativos a las nubes y al viento en el remate y las famosas aspas, como sello de identidad original alusiva al nombre de la casa”.

Al respecto, cabe remarcar que La Confitería del Molino superó a lo largo de su historia toda clase de vicisitudes, atravesó incendios, cierres y anexiones, sin perder jamás el estilo propio de aquellos espacios genuinamente esbozados a la par del pulso cultural del tiempo histórico y la sociedad en la que perviven.