Samuel Cabanchik tiene la condición de ser intelectual y político a la vez, lo que le permite analizar la política desde una posición privilegiada. La senaduría -dice- le permitió abordar la realidad de un modo menos abstracto; idea que quizás juegue a favor de la tesis de que en política los intelectuales tienden a caer en un exceso de idealismo y los políticos en un exceso de realidad.

Sea como sea, Semanario Parlamentario analizó junto al legislador porteño los conceptos de veracidad, progresismo, oficialismo y oposición en la política parlamentaria. Todo ello, tras dejar en claro que la libertad de expresión no es un problema en la Argentina contemporánea aunque resalta las dificultades de generar un pensamiento crítico.

– En los últimos tiempos se ha renovado el debate sobre los intelectuales y la política, de la mano de Carta Abierta y Plataforma 2012. Este último sostiene que en el país no hay pensamiento crítico, y responsabiliza al kirchnerismo de la generación de un discurso hegemónico y homogeneizante. Ahora bien, desde el Congreso mismo hay sectores que aseguran que la libertad de expresión hoy es un problema en la Argentina. ¿Cuál es su posición?

– La libertad de expresión no es un problema en la Argentina. Felizmente estamos asistiendo a una debate público donde pro-oficialismo, sectores anti-oficialistas y sectores que intentan no quedar encerrados en esta polarización masiva; hay medios a favor y en contra y quienes mantienen su independencia. Hoy la libertad de expresión está funcionando en la plenitud de un orden de cosas que dista mucho de ser perfecto como en cualquier parte; donde los conflictos, la lucha por el poder, los intereses económicos, las diferencias económicas y hasta estéticas de las personas siempre juegan su papel para ampliar o disminuir la facilidad con la que pueden expresarse. Peor me da la impresión que dentro de ese contexto que es el de cualquier país democrático, libre, que celebra sus elecciones con regularidad, que más allá de una mayor o menor transparencia de grado, las reglas generales del sistema se cumplen. Pero creo que el debate no pasa tanto por ahí, si hay o no libertad de expresión. El eje de la crítica sería otro. Me parece que el tema de los intelectuales y el ejercicio de la crítica es bastante deficitario en la Argentina. Pero no es tanto responsabilidad de los intelectuales. Me parece que son muchas las cosas que influyen. El ejercicio del pensamiento crítico requiere de dispositivos adecuados, por ejemplo donde las editoriales apuesten a los referentes locales y no estén permanentemente promoviendo casi con exclusividad los referentes de otros países. Hay una enorme dependencia cultural en ese sentido. Para que haya pensamiento crítico, debe haber medios que lo permitan. Los pensadores argentinos solemos estar relegados.

– ¿Se considera un intelectual?

– Sí, me considero un intelectual muy apoyado en mi trabajo filosófico. También en el campo de la escritura, porque hago poesía, en menor medida. Y este paso por la política me ha permitido incrementar mi trabajo como intelectual, extra cátedra. Pero entiendo que ser intelectual no es exclusivo de una profesión, pero que puede ser facilitado por la misma.

– Cristina Kirchner habla continuamente de la existencia de dos mundos: el mundo real desde el cual se para, por un lado; y el mundo virtual o el país de las maravillas, por otro, que construyen los medios de comunicación. ¿Qué piensa del hecho de que la presidenta critique este discurso opositor por ser una construcción de la realidad, cuando al mismo tiempo defienda su realidad como una verdad irrefutable?

– Recientemente Eliseo Verón realizó un análisis distinguiendo las condiciones de estructura un debate y las condiciones y posiciones que se generan dentro de esa estructura. Para que haya debate debe haber reconocimiento del uno por el otro, esa es una de las condiciones de la estructura y es una regla de oro. Ahora, cada uno dentro de ese debate pretende tener la verdad. En este contexto, cada contendiente en la batalla intelectual debe reconocer al otro y reconocer su pretensión de veracidad, de honestidad. Y no pueden ser los contendientes el tribunal que a su vez juzga cuál es el discurso verdadero. Yo creo que en este caso, el de la presidenta y los medios, ninguno reconoce al otro. Falta mucho el reconocimiento en la Argentina. Se desmoraliza, se demoniza al otro emisor para descalificar todo lo que emita. Por otro lado, es natural que la presidente enuncie su discurso pretendiendo que le crean, pero hay que tener en cuenta que la información que tiene dada su posición institucional es mucho mayor a cualquiera de los periodistas de cualquier diario. Su posición le permite conocer un grado mayor de realidad que el otro, y por otro lado tiene una responsabilidad del gerenciamiento de eso. Ese grado de responsabilidad también hace a la realidad de la que uno se encuentra. En cambio, si uno escribe un artículo alimentándolo de alguna información que tomo de otros artículos periodísticos, de cosas que oigo, y de alguna buena fuente, hago de eso una mezcla y pongo a jugar mi creencia que considero verdadera. En cambio, del otro lado tengo una posición que se alimenta de más información. Yo mismo he tenido esa experiencia personal en estos cuatro años como senador: abordaba los temas de un modo más abstracto, más opaco.

– Una cuestión similar sucede en el Congreso. Todos los bloques aseguran ser los verdaderos representantes del progresismo negándoles esa condición al otro. Y si vemos las diferencias, la verdad es que el concepto pierde su significado. ¿Qué es lo que prima más: una disputa entre distintas definiciones o una competencia por la apropiación del concepto por ser atractivo para la opinión pública?

– Está muy mezclada la cosa, pero predomina el segundo. Ser progresista queda bien, da prestigio. Principalmente hoy en día hay una lucha por el prestigio, pero dentro de eso también hay un núcleo por la batalla de ideas. Además, el justicialismo y el radicalismo, por tomar las dos etiquetas más grandes, incluyen de todo dentro suyo.

– ¿Qué es ser progresista o conservador en la política argentina actual?

– Pienso que hay distintas dimensiones. Hay políticas que son progresista en un nivel y conviven con políticas que no lo son en otro. Por ejemplo el Matrimonio Igualitario o la Ley de Salud Mental son progresista desde el punto de vista social, cultural. O una política como la de la regulación de las prepagas es una política progresista en un nivel que ya se mete con temas de la economía de los argentinos. Ya no sólo social, sino también algo que tiene que ver con lo económico. O sea igualitarias. Son progresistas las políticas que tienden a la igualdad.

– ¿Dónde ubicaría la despenalización del aborto?

– No la consideraría dentro del progresismo. Creo que es un tema de conciencias, muy delicado. Tampoco es que sea no-igualitaria. Creo que es una discusión que más que nada tiene que ver hasta dónde el Estado debe ser restrictivo o regulador de ciertas decisiones muy íntimas de las personas. No es una discusión referida al progresismo, no pasa por ahí. Quizás más sensible para este tema sea la tenencia de la droga para uso personal, que es un debate que puede venir pronto. Me parece que defender la libertad individual es importante en este tema, pero no se puede hacer de forma alegre o irresponsable. Pasar de lo penal y carcelario a lo que tenga que ver con la educación, a una política de los afectos para que la droga disminuya, no digo que desaparezca, me parece más importante que tener un orden penal que caiga sobre el que tiene la droga para consumo personal. No estamos ayudando sino perjudicando. Ahí puede haber progresismo.

– Usted ha criticado la escena oficialismo-oposición considerando que le causa un daño a la cultura política. ¿En qué consiste ese daño y por qué cree que se lo establece?

– Me parece que las identidades políticas no puede ser oficialismo y oposición. Por ejemplo, la presidenta convocó para el 7 de febrero a los referentes oficialistas y opositores, a gobernadores, y otros dirigentes a la Casa Rosada para un tema muy actual y caliente en la agenda argentina como Malvinas. Algunos partidos fueron y otros no. Ahora, ¿los qué fueron son oficialistas y los que no son opositores?. Es decir, oficialismo-oposición no son etiquetas representativas de las identidades políticas. Hace mucho daño, porque al licuar las que podrían ser auténticas identidades políticas las pervierten. Entonces, debilitan la representación que esas fuerzas políticas podrían tener ante la sociedad. Por ejemplo, el peronismo tiene al Frente para la Victoria, pero también tiene un justicialismo mucho más feudal en tal o cual provincia. ¿Y cuál es el auténtico? Nunca sabemos porque el peronismo real, el verdadero, nunca es el mismo. El radicalismo ¿es el qué se acerca a De Narváez, el que se inclina al Pro, o es el que se asocia con Binner y el socialismo? Ahora, ¿podemos decir qué toda la oposición en lo mismo? No sirve. Y ser oficialismo es ser nada, porque es estar a favor del partido de gobierno y uno puede ser oficialismo de Menem y de Kirchner.

– En su caso, de acuerdo con sus votaciones en la Cámara alta muchos lo consideran un aliado eventual del kirchnerismo. ¿Cómo definiría su rol político?

– Actualmente he apoyado los proyectos de ley que envió la presidenta durante el período de sesiones extraordinarias. De ello, he rechazado la delegación legislativa en el Impuesto a las Ganancias, y un artículo específico sobre la figura del terrorismo. Lo demás lo apoyé y estoy apoyando la política que está llevando a cabo el Gobierno nacional con el tema de Malvinas. La posición que pretendo seguir es construir un espacio progresista dentro de la Ciudad de Buenos Aires. Voy a apoyar todo aquello que pueda ser compatible con esta visión: políticas de inclusión, de afirmación de la soberanía, que nos permitan seguir siendo un Estado independiente dentro del contexto internacional. No voy a apoyar lo que esté reñido dentro de las reglas de juego de la Constitución nacional y las leyes argentinas.

– Hablando de transparencia, ¿volverá a impulsar una ley de Acceso a la Información?

– ¿Otra vez yo? Peleé mucho por esa ley e hice todo el camino en el Senado. Si logramos un 68 a cero en general y cerca de 30 a cero en particular, habría que preguntarle a los diputados por qué no la han convertido en ley, cuando la mayoría estuvo del lado de la llamada “oposición” y no la convirtió en ley teniendo un año de tiempo. Entonces, ¿otra vez yo? No tendría ningún problema, pero en este caso volvería a trabajar si hay realmente un interés serio de parte de las fuerzas mayoritarias de acompañar. Recordemos que trabajamos cinco meses para sacar el dictamen; en el que hubo que negociar cada palabra, cada coma, con todos los sectores. Y no es muy grato que después eso termine en la nada.

– Usted ingresó al Senado de la mano de Elisa Carrió. ¿A qué adjudica la desintegración y el pobre resultado electoral de la Coalición Cívica?

– Evidentemente lo que era una potencia muy grande en 2007 cuando nacimos, se fue debilitando en el camino porque no supimos internamente darnos las reglas de juego para crecer y mantenernos en el tiempo. Hay que conformar un cuerpo político interno, y sin eso es inevitable lo que ocurrió. Encima si a eso le sumamos un personalismo muy fuerte, natural porque es el personalismo de una persona muy fuerte, de una fundadora, el debilitamiento y la dispersión es mayor. Es algo que permanece como una asignatura pendiente de la política argentina. Esos intentos, como el PI en su momento, o antes como la Alianza Popular Revolucionaria, como el ARI, la Coalición Cívica todavía esperan ser realizados y creo que debemos volver a intentarlo.