El día 22 de febrero del corriente año, en la estación Once de la línea Sarmiento -actual TBA- se produjo un accidente de gravísimas consecuencias. Hubo que lamentar 51 muertos y más de 700 heridos, varios de ellos quedarán con secuelas irreversibles por el resto de su vida.

Esa tragedia enorme que enlutó a la República y que aun hoy conmueve a la sociedad no ha tenido mayores respuestas; no obstante que, sin ninguna duda -pues así lo considero- esas respuestas deberán llegar más temprano que tarde. En tanto, la Justicia, por su parte, viene investigando meticulosamente para llegar al fondo del asunto. Veremos cuál es el resultado.

Diré, en este sentido, cuál es mi opinión al respecto, ya manifestada oportunamente frente a las cámaras de televisión.

Hace muchos años, hasta 1955, cuando un grupo de sublevados al orden constitucional empujó al General Juan Perón del Gobierno popular que presidía, el protocolo de seguridad se cumplía rigurosamente. Era una vieja herencia de los ferrocarriles británicos, pero que siguió implementándose cuando el Gobierno peronista nacionalizó el sistema ferroviario el 1º de marzo de 1948.

¿Qué quiere decir protocolo de seguridad? Es simple. Por encima de los conductores -en aquel entonces se llamaban maquinistas de locomotoras- había un inspector de máquinas, quien era el responsable máximo de que esa locomotora saliera en condiciones de prestar servicio sin riesgos, ni para quien la condujera ni -mucho menos- para el pasaje que era transportado.

Con respecto a los vagones, tanto de pasajeros como de carga, había un supervisor a cargo directo de la responsabilidad de dar el visto bueno para poder salir con la máxima seguridad a prestar el servicio que comúnmente el sistema ferroviario otorga.

Como se supondrá, la enorme rigidez que se tenía en procura de dar absoluta seguridad a los elementos del transporte ferroviario -locomotoras, vagones de pasajeros y/o carga- era porque, en caso de accidente, los responsables eran aquellos que firmaban la orden de salida al tráfico de estas formaciones.

Durante años, hasta que me cesanteara -con 20 años de servicio- la dictadura de Juan Carlos Onganía, puedo asegurar que esto se cumplió inflexiblemente.

Puedo decir que desde ese tiempo hasta hoy, sin temor a equivocarme, no se le ha prestado atención al protocolo de seguridad que alcanza también a la infraestructura (rieles, vías, cambios, señalamientos) que rodea al sistema masivo de transporte como es el ferrocarril.

Tampoco están -pues han desaparecido- las cuadrillas de peones de vías y obras; el primer escalón laboral dentro del sistema, los trabajadores más humildes, que mantenían -cotidianamente- todo el tráfico ferroviario de vías y señalamientos en óptimas condiciones. Ya no se los ve.

Debe volverse rápidamente al protocolo de seguridad, como para darle un promedio de velocidad que no puede bajar entre 70 y 80 km entre estación y estación, a los efectos de brindar un servicio rápido y eficiente que permita un mayor desplazamiento de personas, con más comodidad y rapidez, acortando los tiempos de espera entre un tren y otro.

Hoy día se discute mucho el tema de la concesión. Es muy posible que ese sistema se vea como algo fallido, fracasado, pero déjenme decir que en oportunidad de llegar el proyecto de ley que proponía la privatización total y/o parcial de los ferrocarriles, produje, en el seno del bloque del PJ -bloque oficialista- una discusión que acompañaron los menos, en la que planteaba la necesidad de opción de que fuese el Estado quien ejerciera su control al frente de la conducción y desarrollo de planes estratégicos para el mejoramiento del sistema ferroviario. Otros, en cambio, estaban a favor de la privatización. Fue la única alternativa para evitar que el Estado perdiera la potestad sobre los trenes.

Hoy el Estado nacional se encuentra ante un desafío enorme y, a mí entender, no puede ni debe soslayarlo. Deberá definir cuál es el rol -con fuerte presencia- del control del sistema ferroviario.

Estoy seguro que la tragedia de Once va a marcar -al menos es mi fuerte deseo- un antes y un después en el manejo de los ferrocarriles. Si esto no ocurriera, veo para este noble servicio, un negro destino.

* Lorenzo Pepe es diputado nacional (MC)