Tradicionalmente la política internacional fue pensada en términos de relaciones entre un norte poderoso y un sur compuesto por países en vía de desarrollo o directamente subdesarrollados. Esta lógica acompañada de la mal llamada globalización impuso una correlación de fuerzas en la que primó la desigualdad y la falta de reciprocidad en las acciones. En el año 2003, el escritor Carlos Fuentes planteaba que esta no es la primera globalización (o mundialización, como le gusta decir) ya que antes de ahora existieron procesos, tanto o más importantes que éste, impulsados por los llamados “viajes de descubrimiento” y por la Revolución Industrial. “La expansión de la industria y del trabajo en el norte desarrollado estuvo asociada a la explotación colonial o semicolonial de África, Asia y América latina, y todo ello condujo a una especie de globalización perversa, a la vez progresista y subyugante”.1
Para que quede claro, el mundo que hoy conocemos se fundó a partir de la expoliación de las riquezas de las regiones ubicadas al sur del planeta y de la esclavitud y explotación de sus habitantes. Esto empezó a cambiar, en cierta forma, y a pesar de las expresiones de deseo anteriores, a partir de finales de la década del 90 con la declinación de las políticas neoliberales impuestas desde las usinas de pensamiento del Fondo Monetario Internacional.
El fracaso de las recetas del FMI y la consecuente debacle que se produjo en nuestros países, causó la aparición de nuevos actores políticos que a su vez promovieron, (al ganar elecciones y hacerse cargo de sus respectivos gobiernos), un cambio en la composición de las fuerzas dominantes a nivel mundial, nunca antes siquiera imaginado por los protagonistas tradicionales de la política.
La nueva relación que se manifiesta entre los llamados estados emergentes a partir de este siglo, se plantea como el surgimiento de una nueva realidad mundial: Ya no hace falta comerciar, relacionarse y tratar, exclusivamente con el norte desarrollado. Este hecho genera una nueva independencia que se despliega al margen de la crisis que afecta a los antes considerados “países centrales”.
“En el mundo se está discutiendo, por primera vez, si efectivamente hay una separación entre los países desarrollados y los emergentes. Y la conclusión a la que hemos llegado es que se está viviendo un desacople a favor de la autonomía de los países emergentes. Por primera vez, los países en desarrollo están creciendo por su cuenta. Esta es una tendencia estructural de largo plazo. De esta manera, muchas naciones han logrado cierta independencia económica y un dinamismo mayor en comparación con otros ciclos.”2
Que Latinoamérica está creciendo a paso agigantado es una verdad de Perogrullo, que los países del Sudeste asiático hace mucho son potencias económicas, sobre todo en el caso de China, no es novedad para nadie. Por qué no, entonces, establecer nuevos vínculos que nos beneficien a todos y que superen los ya establecidos como dominantes.
En este contexto es que la Argentina decidió profundizar sus lazos con las naciones de Oriente. El viaje de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner del que participé en mi carácter de Presidenta del Grupo Parlamentario de Amistad con Vietnam, fue un éxito, no solo por la incidencia que tuvo en el mejoramiento de las relaciones internacionales, si no porque marcó en la agenda política y económica la importancia que tienen estas asociaciones para el desarrollo recíproco.
El creciente comercio de la Argentina y de otros estados latinoamericanos con los países árabes y con los que integran la ASEAN3 es una doble vía que estimula un cambio en la dinámica de la producción mundial. Hay un surgimiento del Sur, antes ignorado, que rompe el arraigado esquema de la división internacional del trabajo según el cual, el Norte avasallador fijaba arbitrariamente el flujo de bienes y servicios según su conveniencia.
El eje Norte-Sur se rompió, no solamente por la crisis mundial del Capitalismo, si no (y fundamentalmente) por la determinación política de esos nuevos actores de los que veníamos hablando. Pero este rompimiento no se manifiesta únicamente en el intercambio comercial, es también un rompimiento social y cultural. Hay un cambio de modelos y de acciones, una nueva realidad que se estructura a partir de los restos de ese anarco-capitalismo, como tan bien lo definiera nuestra Presidenta en la Cumbre del G-20 que se realizara en Cannes en el año 2011.
Está en nosotros, en tanto protagonistas de estas transformaciones, profundizarlas o dejarlas pasar. Ese es el nuevo y gran desafío al que nos enfrentamos.

Julia Argentina Perié es diputada de la Nación por el FpV de Misiones