El cristinismo se mira en el espejo de Venezuela

Por José Angel Di Mauro

Visto en perspectiva, hoy se sabe que desde un primer momento el proyecto kirchnerista tenía a la “alternancia matrimonial” como elemento vital para extender su vigencia en el tiempo. Cuando Néstor Kirchner jugaba, allá por 2006, con aquello de “pingüino o pingüina”, en realidad no tenía ninguna duda sobre a quién postularía el Frente para la Victoria al año siguiente. Como es seguro que de no haber muerto, él hubiera vuelto a ser candidato en 2011, más allá de que su esposa figurara mejor en las encuestas.

Fuera de estas disquisiciones, no hay que dejar de darle crédito a anécdotas que circulaban en la primavera kirchnerista. Por ejemplo aquella que decía que el matrimonio Kirchner quedó muy impresionado con la despedida que el pueblo chileno le dio al presidente Ricardo Lagos en marzo de 2006, cuando le traspasó el poder a Michelle Bachelet y una multitud lo saludó en las calles de Santiago. Se dijo esa vez que la entonces primera dama le comentó a su esposo: “Así te tenés que ir, con la popularidad a pleno”. Y que ese habría sido uno de los factores por los cuales Néstor Kirchner no fue por la reelección.

Está dicho que la trama fina implicaba una estrategia deliberada de alternancia en el poder, pero no por ello deja de tener valor el episodio trasandino. Los Kirchner siempre le dieron especial importancia a los eventos masivos. Los positivos y los negativos; las movilizaciones contra De la Rúa, o la masacre de Avellaneda (Kosteki y Santillán), por ejemplo, los marcaron a fuego en cuanto a los riesgos de los ajustes y las consecuencias inmanejables de la represión.

Más ejemplos: la masividad de las celebraciones del Bicentenario infundió en el matrimonio la convicción de que la derrota de 2009 sería revertida; el fervor popular ante el fallecimiento de su esposo le dio a Cristina la convicción de que estaban logrando un nivel de trascendencia mayor aún al que pregonaban.

Toda esta introducción lleva a preguntarse qué sensaciones le habrá dejado a Cristina la experiencia vivida esta última semana en Venezuela. Voló a Caracas ni bien supo del desenlace esperado, pero volvió un día antes de la fecha fijada para los actos centrales de las exequias de Hugo Chávez. No obstante ello, vivió a pleno la pasión con la que el pueblo venezolano despidió a su líder. Lejos de aquellos días en los que Néstor Kirchner se ufanaba de aclarar por lo bajo las diferencias entre Argentina y Venezuela, hoy ambos países no sólo tienen cada vez más similitudes, sino también el gobierno argentino pareciera hacer esfuerzos por mostrarse más cercano al régimen chavista.

Los críticos señalan lo que a primera vista más se distingue al trazar paralelismos: alta inflación, cerrojo cambiario, dólar paralelo mucho más alto que el oficial, distanciamiento con los Estados Unidos, son cuestiones que emparentan a la Argentina de hoy con la Venezuela de estos años. Desde el kirchnerismo preferirán resaltar similitudes tales como las elecciones ganadas por elevados porcentajes (el 54% es un porcentaje que emparenta a Cristina con Chávez), la adhesión de las clases más bajas, el rechazo a las recetas externas, y no les molestará que se les mencione la mala relación con los medios independientes, como rasgo común.

Hay no obstante una gran diferencia, que tiene que ver con la continuidad. Hugo Chávez se las arregló para modificar la Constitución, de modo tal que ya se había asegurado permanecer en lo alto del poder 20 años cuando la naturaleza le dijo basta. La presidenta argentina tiene como gran impedimento la imposibilidad de alcanzar los dos tercios en ambas cámaras para reformar la Constitución en busca de la reelección indefinida que proclama el gurú kirchnerista Ernesto Laclau. El desafío para el kirchnerismo es trascender más allá del corset de esos números.

Operadores oficialistas no descansan ideando alternativas que les permitan sortear esos límites constitucionales, pero mientras tanto otros más racionales analizan la manera como podría seguir vigente el modelo sin la Jefa al frente del Ejecutivo. Descartan desde ya a los sustitutos naturales que surgen de las encuestas. “No busquen al eventual sucesor de Cristina en el PJ, ahí no lo van a encontrar”, dijo a este medio un legislador K de paladar negro, que no hacía más que confirmar lo refractario que les resultan los nombres de quienes en el mismo partido sueñan con suceder a Cristina. Si bien no ahondó en su pensamiento, nuestro interlocutor estaba sugiriendo que el sucesor, para el caso de que no sea la Jefa, saldrá del cristinismo.

Aquí es donde se interpreta la experiencia chavista, que ha venido preparándose en los últimos meses para que el modelo sobreviva sin su mentor. Cuando Cristina Fernández deba entregar la banda presidencial, estará por cumplir 63 años. No estaría en condiciones de volver a la presidencia sino hasta casi los 67, descartando una reelección del delfín. Podría especularse con que la Presidenta ya está más que satisfecha en lo personal con sus dos períodos con la banda puesta, pero pensar a tan largo plazo es ciencia ficción. Así que circunscribiéndose a lo que pueda llegar a suceder en 2015, CFK debe haber analizado con especial dedicación lo que acaba de ver en Venezuela, donde en menos de un mes volverán a las urnas para definir al sucesor de Chávez, sin que exista la menor duda de que será Nicolás Maduro, quien resultará electo aun por un porcentaje mayor al conseguido por Chávez hace apenas cinco meses.

Aunque no lo admitan en público, los kirchneristas no dejan de observar con simpatía que semejantes guarismos se registran más allá de la alta inflación, las trabas al dólar y la guerra con los medios hostiles… ¿Por qué no pensar entonces que con su líder viva y poderosa, un candidato fiel, elegido y apuntalado por ella misma, no tendría éxito? Sobre todo con el poder del aparato estatal, aun más vigoroso que en 2003, cuando Eduardo Duhalde elastizó las normas al máximo para asegurar que su candidato preferido se consagrara. Esa vez las elecciones generales fueron una suerte de interna abierta del justicialismo, en la que le alcanzaba a Néstor Kirchner con ser segundo de Menem, pues en ese caso le ganaría el balotaje. El expresidente era el candidato temido por Duhalde, que no quería traspasarle la banda presidencial, pero el preferido para confrontar, a sabiendas de que en un mano a mano le ganaba Kirchner.

Si no se le abren los caminos para lograr una reforma constitucional, le quedará al cristinismo la misión de encontrar “un Maduro” en su seno, para seguir desarrollando lo que denominan “el modelo”. Y del otro lado esperan despejar el camino de candidatos afines pero incómodos, asegurándose enfrentar por ejemplo a un Mauricio Macri, con el que puedan polarizar y, se esperanzan, ganar.

Login

Welcome! Login in to your account

Remember me Lost your password?

Lost Password