La lamentable noticia del femicidio de Estela del Valle Bustos, ocurrido en el departamento de Chimbas, provincia de San Juan, nos enfrenta a la situación de que la violencia sexista lejos de erradicarse sigue siendo una realidad a la que asistimos con preocupación y horror, mostrando el agravamiento de la violencia y el ensañamiento desplegado contra el cuerpo de las mujeres.

Cambian los personajes, las historias se parecen pero el escenario siempre es el mismo: maltrato-humillación- amenazas- insultos -extorsiones- golpes- sometimiento – temor- MUERTE.

No hay dudas que el femicidio es un delito que la sociedad considera inadmisible, pero lejos se está aún de visualizarlo como un crimen de poder, de posesión, constituyendo la mayor expresión de las desigualdades de las que son víctimas las mujeres.

El crimen de Estela Bustos aterra en toda su dimensión: una madre embarazada que perdió la vida en circunstancias de una brutal violencia. Un niño que ofrecía su vida a cambio de salvarla, obligado bajo condiciones de completo dominio por parte del femicida a borrar las huellas del horror, mentir e inventar una historia que nunca sucedió. Un asesino que después de ejecutar el crimen, somete al niño a participar del armado de la coartada que lo liberaría de toda responsabilidad, y se sienta impunemente a esperar que el destino siga su curso. Cuatro niños víctimas colaterales de los efectos de la violencia femicida y una familia que llora el final anunciado: la muerte.

Por ello manifiesto mi más profundo pesar y me sumo a todos las voces que piden justicia para Estela del Valle Bustos y su familia reafirmando que: los femicidios atentan contra la igualdad de derechos y la dignidad humana. Son una de las formas más extremas e irreparables de la violencia contra las mujeres.

No estamos frente a un asesinato por emoción violenta. No es un crimen pasional. No hay atenuantes que valgan. El femicida mata porque no puede perpetuar el sometimiento sobre el otro.

La violencia contra las mujeres es una cuestión política, social y cultural. Somos hijos e hijas de una cultura patriarcal que desvaloriza a las mujeres y naturaliza diferentes formas de violencia que a veces son sutiles y otras graves o muy graves, siendo necesario hoy día, transformar ese bagaje cultural que todos y todas traemos, para no transferirlo a las generaciones que vienen.

Las instituciones del Estado y la ciudadanía en su conjunto debemos asumir el firme compromiso de luchar contra esta forma extrema de violencia contra las mujeres, a fin de que podamos ejercer en igualdad de condiciones el derecho a vivir una vida libre de violencia.

Riofrío es presidenta de la Comisión Banca de la Mujer