Sin querer ser profeta del día después ni leñador de árboles caídos. Esto creo que se demostró las elecciones primarias del domingo pasado. Todos los dirigentes saben, que los productos a vender en política son el Partido, el Candidato y la Propuesta de Gobierno. En toda campaña política para ofertar un candidato existen un conjunto de determinantes que no son estáticos sino cambiantes y variables. Cada elección en nuestro país, deja al descubierto algunos elementos que antes eran considerados parte del juego político y después se transforman, modificando los procesos electorales. Es bueno recordar que las provincias argentinas llevan más de dos siglos luchando por un federalismo real. Hoy, desde la óptica del electorado, la peor credencial para un gobernador es aparecer como un mero Delegado de la Casa Rosada, solo preocupado por “alinear” a su provincia con las prioridades y orientaciones establecidas por el gobierno central. Peor aún, si le designan autocráticamente los candidatos al Congreso de la Nación, relegando a los verdaderos militantes. Errores estos, propiciados por la prensa oficialista, lo que es interpretada por el pueblo soberano, como una extorsión de las autoridades nacionales, y que es “consentido servilmente” por los gobernadores.

Otro factor que cambió es que, la relativa Bonanza Económica por la que atraviesa el país, no es suficiente para inclinar el fiel de la balanza hacia un candidato oficialista. Es “muy relativa” porque si bien no se pueden desconocer las altas tasas de crecimiento, es notoria y preocupante la incapacidad del Estado para mejorar la injusta distribución del ingreso y la riqueza prevalecientes en el país. Los guarismos reales en las provincias, desnudan la realidad que nada tienen que ver con los imaginativos del INDEC, que irritan a los sectores más humildes que sufren en carne propia la inflación. Pocos electores creen el cuento de la “profundización del modelo”, basado en la sojización, la minería de cielo abierto, la primarización de la economía, la regresividad tributaria, la informalidad laboral y los privilegios al capital financiero.

El capítulo XXIII de El Príncipe lo dedica Maquiavelo a examinar el pernicioso papel de los “aduladores”, de los cuales aconseja a todo gobernante huir. Es el actual efecto Autoengaño de las encuestas “truchas” y el “diario de Yrigoyen”. La nefasta proliferación de asesores y consultores que sólo piensan en agradar a los gobernantes y evitar transmitirle “malas noticias”, como que la inflación existe, que la crisis energética es tremenda, que la corrupción es descomunal, etc. El uso de las encuestas como medio de “manufacturar el consenso”, no definen una elección. Antes eran un punto de partida para conocer al elector, ahora son para confundirlo. La estrategia del sectarismo: Todo el oficialismo hace gala de un discurso que invoca al pluralismo y la amplitud de miras, en cambio su práctica es de una cerril intransigencia. Soberbia y discurso único. Nadie puede ser tan ingenuo como para creer que con estas actitudes se podrán sumar muchas voluntades para librar una batalla electoral.

Hace por lo menos ochenta años que la sociología corroboró empíricamente que los efectos de La propaganda no son ni lineales ni acumulativos. Esto es: pasado cierto umbral la persistencia de una campaña, produce un efecto paradojal que opera como un boomerang en contra de quienes administran la campaña y pasa a jugar a favor del blanco de sus ataques. El campo de batalla virtual: la guerra electoral por Internet cobró nuevos brios de los candidatos con sus páginas Web. Al margen de comprobar o no su efectividad el uso de Internet en las elecciones es un hecho. No hay candidato ni partido que no utilice la red para promocionarse y comunicarse con sus electores. Poco a poco el espacio electoral se está trasladando al espacio virtual. El candidato perfecto: antes se pensaba que tener el candidato es la mejor forma de ganar una elección, porque la “maquinaria” del partido político haría el resto. Hoy no ocurre así. Además hay que tener un discurso y una estrategia para poder enviarlo a través de los distintos canales de comunicación, y convencer. Igualmente tener en cuenta aquellos “elementos contaminantes” que puedan cambiar la opinión de los electores a último momento. Campaña sucia: el uso de fondos provenientes de la corrupción, del narcotráfico, las relaciones con estos criminales, tener antecedentes del proceso militar, etc., se han vuelto el blanco perfecto para desprestigiar a los candidatos.

A todas estas variables de mercadeo político, se le puede sumar como remate, los “exabruptos contra los votantes”. Candidatos que en vez de quejarse por resultados negativos, deberían mirar la realidad social que los circunda y las contradicciones de su proyecto político. Caso contrario, como dijo Bertolt Brecht : Solución ¿No sería más simple para el gobierno, en este caso, disolver al pueblo y elegir otro?”. Las elecciones y los ciudadanos han cambiado. Muchos partidos no lo han hecho. No olvidar: El pueblo argentino, verdadero y único soberano. No se compra, ni se vende. Él pueblo decide quienes administraran periódicamente la Nación

Aníbal Hardy
hardyani@arnet.com.ar