Por Matías Carugati. Para el economista de la consultora Management & Fit, hay por lo menos cuatro motivos por los cuales no podía esperarse otro resultado que el que se dio en las elecciones legislativas.
Las elecciones del pasado domingo confirmaron, con algunas sorpresas, los resultados de las PASO. El Frente Para la Victoria, con un 33,2% de los votos a nivel nacional, se convirtió en la primera minoría dentro del Congreso, hecho que, a pesar de todo, implica una fuerte derrota política. El Gobierno perdió en más de la mitad de las provincias, incluyendo las más importantes por su peso electoral (CABA, PBA, Córdoba y Santa Fe). Hace pocos meses se discutía la posibilidad de una reforma constitucional, mientras que hoy sólo se habla del proceso de transición política al 2015. Este rotundo cambio de eje en el debate es la muestra más evidente de la derrota.
Con el diario del lunes es fácil sacar estas conclusiones, pero ¿realmente podía esperarse otro resultado? Por lo menos por cuatro motivos, la respuesta es negativa. La primera señal de alerta es el marcado pesimismo respecto al futuro. Más del 60% de los encuestados por Management & Fit Consultora esperan un deterioro del porvenir económico, porcentaje que se mantiene fijo desde mediados de 2012 en adelante. Este sesgo pesimista coincide con una objetiva degradación de la situación económica.
La evolución de la imagen presidencial y la aprobación de gestión es una segunda señal de alerta. El fallecimiento de Néstor Kirchner en octubre de 2010 marcó el comienzo de un repunte en la valoración de la Presidenta y su gestión, proceso que hizo pico en la previa de las elecciones presidenciales (más de 60% de valoración positiva). Desde entonces, el deterioro económico y diversos problemas sin atender afectaron las percepciones sociales, al punto que la aprobación de gestión actualmente ronda el 60% y la imagen positiva de CFK, el 30%.
La tercera señal corresponde a una sensación de hastío generalizado hacia el Gobierno Nacional. Aunque antes de las elecciones se mantenían escépticos respecto de una derrota del Gobierno, más del 60% de los encuestados deseaba ese resultado para las legislativas. Más aún, casi dos tercios de los encuestados se manifestaban contrarios a elegir nuevamente a CFK para un tercer mandato presidencial si esa posibilidad existiese.
Por último, el descontento parece focalizado sobre el Gobierno Nacional y no sobre otros mandatarios. Aunque se reconocen problemas de índole estrictamente local, la aprobación de gestión de los principales gobernadores del país (Scioli, Macri, De la Sota y Bonfatti) supera con creces la evaluación de los encuestados respecto a la gestión de CFK. El porcentaje de aprobación de gestión es inferior al de desaprobación únicamente en el caso del Gobierno Nacional.
Si estas tendencias de mediano-largo plazo eran desfavorables, el Gobierno encadenó una reciente serie de eventos desafortunados que impactaron sobre la performance electoral. El repunte de la imagen de CFK tras su internación y posterior alejamiento temporario se vieron contrarrestados por la extrema visibilidad del Vicepresidente Boudou, acaso el político actualmente más desprestigiado del país. Los coletazos del “correctivo” de Juan Cabandié y un nuevo accidente ferroviario también afectaron al Gobierno en las urnas.
Todas estas señales de advertencia fueron condensadas en la mayoría de las encuestas conocidas antes de las elecciones. Más aún después de las PASO, cuando los encuestadores afinaron sus cálculos y lograron achicar la diferencia respecto al resultado final. Tal vez la única (y mayor) sorpresa haya sido la diferencia de casi 12 puntos entre Massa e Insaurralde, cuando se esperaba una brecha menor. Los resultados en el resto de los distritos estuvieron dentro de los márgenes proyectados por la mayoría de los analistas de opinión pública.
Si la derrota parecía inevitable para los encuestadores, el Gobierno la entendió de forma tardía, implementando a último momento una estrategia de minimización de daños. Lógicamente, en 2 meses no pueden revertirse tendencias que tienen un tiempo de maduración más largo. Más aún cuando los cambios son de forma (el estilo de la campaña) y no de fondo (políticas públicas). Pero, sufrido el impacto, ahora debe lidiar con sus consecuencias, incluyendo posibles cambios en el balance de poder dentro (y fuera) del Congreso Nacional. En este sentido, el Gobierno haría bien en analizar en profundidad las razones de su declive político-electoral. Ello serviría para alejar escenarios de crisis y sería un paso más hacia la consolidación de la democracia en Argentina.
* Economista Jefe de Management & Fit Consultora
