Por José Angel Di Mauro. El avasallante Jorge Capitanich lució algo debilitado al cabo de su segunda semana en el cargo. Conoció sus límites y se fue a Paraguay cuando se veían imágenes aun peores que las de 2001.
Dos semanas duró el encantamiento. La sensación de que más allá de que la Presidenta prometiera en su reaparición plena una “profundización del modelo”, el gobierno había cambiado drásticamente algo más que sus modos, quedó opacada por una realidad que sorprendió a todos. O al menos a los que creyeron ver el inicio de una transición marcada por la presencia contundente de un jefe de Gabinete hiperactivo.
La semana arrancó con medidas que despertaron críticas, mas no sorpresa. Se sabía que algo estaban preparando para tratar de tapar la brecha del turismo por la que se filtran tantos dólares, pero se imaginaba una alternativa más elaborada, teniendo en cuenta la enfática desmentida hecha por el jefe de los recaudadores hace dos meses sobre un encarecimiento del impuesto al dólar turístico. El único elemento diferente de lo previsto fue una profundización, al gravarse también la compra de moneda extranjera. Con todo, la medida ahora se observa insuficiente. Como también pareciera ser el impuesto previsto para los autos de alta gama y bienes suntuosos, que no pudo tratarse en el Senado esta semana y recién será ley el 18 de diciembre.
Todas las medidas implementadas parecieran ser parches incapaces de frenar un drenaje que ya supera los 100 millones de dólares diarios. A semejante ritmo, las reservas podrían terminar el año habiendo perforado el piso de los 30 mil millones. La primera semana de diciembre terminó con una pérdida de 617 millones de dólares.
Mientras ese tema se mantenía como el mayor desvelo oficial, estalló la crisis cordobesa. Algunas fuentes aseguran que el gobierno nacional tenía información que hacía prever lo que ocurrió. De ser así, se debe haber priorizado el enfrentamiento con el gobernador mediterráneo, apostando al deterioro posiblemente terminal que podría generarle a De la Sota una crisis de proporciones. Se sabe que cuando los hechos comenzaron a suceder, el gobierno nacional estaba muy pendiente de lo que allí pasaba. Tan inexplicable como eso es que el gobierno provincial haya desatendido las señales claras de lo que venía y que en esas circunstancias el gobernador haya sido tomado de sorpresa de viaje en el exterior.
No hay ninguna fuente que lo corrobore, pero es impensable que Jorge Capitanich haya actuado así de motus propio. Mejor dicho, que no haya actuado… Como gobernador en uso de licencia, de tener las manos libres hubiera mandado esa misma noche fuerzas federales para apaciguar la situación, pero se descuenta que hubo órdenes superiores que dispusieron lo contrario. El cordobés Carlos Zannini tuvo más peso, se supone que con la anuencia presidencial. Así, justo a dos semanas de haber sido puesto en funciones el jefe de Gabinete conoció crudamente sus límites.
Y como cuando la crisis con el campo, Capitanich se cuadró y vivió su peor día en el cargo. Cargó todas las responsabilidades en De la Sota y se enfrascó en sinuosas explicaciones sobre las razones por las que no se había mandado ni se enviarían gendarmes. Un rato más tarde, el secretario de Seguridad anunciaba lo contrario, remitiendo dos mil efectivos a Córdoba, aunque finalmente no viajaron ese día porque el gobernador logró un acuerdo con los policías acuartelados. Más allá del desatino de los aplausos de sus partidarios que acompañaron el anuncio de De la Sota sobre el acuerdo, el cordobés salvó la ropa con su retorno precipitado y todas las culpas que le cargó al gobierno nacional.
Contrariamente a lo que habían imaginado en el gobierno nacional, el desmadre cordobés lo salpicó seriamente, de ahí que al día siguiente hubiera resuelto enviar igual dos mil gendarmes. Y el más afectado terminó siendo Capitanich, que contrariando las señales que desea infundir desde su puesto, se fue esa mañana de miércoles a Paraguay cuando Córdoba se estaba incendiando. Se encargó de reprochárselo el obispo auxiliar de la capital cordobesa Pedro Javier Torres, que a pedido del gobernador participó de las negociaciones con los policías: “Han sido lastimosas las declaraciones del señor Capitanich”, dijo el hombre nombrado por el Papa hace un mes y que cultiva un estilo bergogliano. Previsiblemente, Francisco en persona se interesó sobre la situación tras los saqueos, hablando por teléfono con Torres. También lo habría hecho con De la Sota.
El temor al efecto contagio tuvo -y tiene- en vilo a Daniel Scioli, y también al gobierno nacional. Se sabe que lamentablemente diciembre es “temporada de saqueos” y se han tomado medidas para prevenirlos, si bien ha habido hechos aislados en el conurbano profundo. Más de los que han trascendido. Pero el contagio se trasladó antes a otras provincias gobernadas ahora sí por el oficialismo o aliados, empañando los festejos de los 30 años de democracia que se conmemorarán este martes. Consolidada pero por momentos maltrecha, la democracia sigue mostrando a demasiada gente pensando en teorías conspirativas. Es de lo que muchos dirigentes y militantes oficialistas hablaban este fin de semana, atentos a situaciones de este tipo que ya se han vivido en tiempos de Alfonsín y De la Rúa.
Sin embargo la situación remite a algo que hablábamos a comienzos de 2012, cuando señalábamos que al rechazar enfáticamente la palabra “ajuste”, lo que el gobierno nacional había decidido era trasladarle esa medida a las provincias. Golpeadas las economías regionales por un tipo de cambio retrasado, las provincias exacerban su dependencia del poder central, que a su vez aprovecha para mantener a los gobernadores encolumnados en el tiempo que resta hasta 2015. El jefe de Gabinete siguió esta semana sus reuniones con gobernadores, que más allá de los comentarios posteriores a los encuentros, le trasladaron al chaqueño pedidos de fondos. Ese fue el común denominador de casi todas las reuniones.
Arcas provinciales exhaustas, no resisten los pedidos de aumentos que están multiplicándose de parte de las policías provinciales, y que se extenderán a maestros y el resto de la administración pública. Es que, en definitiva y por más que sea una palabra a la que los funcionarios nacionales elijan no utilizar, a la hora de buscar la madre de todos los problemas, los caminos conducen inexorablemente a la inflación.
Un dato crudo que avala esta aseveración: las consultoras privadas advierten que diciembre terminará siendo el de inflación más alta en mucho, mucho tiempo, superando el 3%. Casi 4, se animan a pronosticar algunos aludiendo al colchón que están preparando muchos “pícaros” preparándose para el “acuerdo de precios” que se anuncia para cien productos y que recién se alcanzará en las próximas semanas. Así las cosas, volvería a archivarse por decisión presidencial la idea de sincerar tarifas de servicios públicos, vía retiro de subsidios.
