Por Ricardo Raúl Benedetti. Para el autor, estamos transitando una maravillosa caída de velos, la verdad se hace cada día más evidente, al igual que nuestra responsabilidad frente a ella.
La humanidad desde tiempos inmemoriales, se ocupa de atribuirles poderes y funciones por encima del resto de los mortales, a personas con características especiales para ocuparse de la conducción de sus grupos originarios, siendo además, los que detentan la última palabra sobre el camino a seguir.
Estos elegidos son portadores de talentos específicos que los hacen distinguirse del conjunto para hacerse cargo de esta cesión popular, y la contraprestación que exigen en esta relación y como punto fundamental, es lealtad plena y sin discusión a riesgo incluso de pedir la vida de sus dirigidos, si alguno de ellos lo creyese necesario.
En épocas democráticas, esta relación no ha sufrido grandes modificaciones. Seguimos trasladando el poder de decisión al respecto de nuestro desarrollo individual y colectivo, a unas pocas personas que se alzan con esta potestad y mandato, las mismas que en campaña nos venden sueños e ilusiones hipotéticamente alcanzables, y que en la mayoría de los casos una vez electas, terminan otorgándonos frustración tras frustración, yendo a contramano de nuestra idea original de progreso anhelado.
Y esto generalmente ocurre por la misma génesis del hombre primitivo y sus ansias de controlar todo y a todos, por su hambre de querer siempre más sin importar qué ni cómo, buscando ocupar distintos estratos de poder que lo eleven a pasos de un sitial divino, desviando el pacto originario de cesión de voluntad, que en su momento se le ofreció para encargarse del ordenamiento y mejora de la cosa pública, para usufructuarlo en provecho propio.
Esta misma masa que hoy día continúa desapegada de las responsabilidades colectivas, prefiriendo delegar las grandes decisiones que hacen al entorno social, a personas con poco sustento de ideas y equipos probos en estrategia y planificación, relajándose exclusivamente en el carisma y la seducción superficial que estos personajes diseñan para ofrecer, sin ahondar en sus dichos y pasando la vista gorda por esas carencias de capacidad, y que generalmente terminan en autoritarismo, corrupción y abuso del poder, hechos tan conocidos por todos, y que tanto nos cuesta desterrar .
Para cambiar la historia será necesario trasladar la lealtad incondicional, a las ideas que uno porta y consensua con otros, nunca más al dirigente o partido al que uno pertenezca. Este cambio exige mayor compromiso y preparación, una exigencia natural que nos brinda beneficios en cualquier orden de la vida.
La lealtad incondicional a los líderes políticos y sociales, es cosa del pasado de la humanidad. La obediencia debida, el arreo a ciegas, y la sumisión sin entendimiento ya no hace mella en los seres pensantes de nuestro tiempo.
El desarrollo de las herramientas informativas y de la comunicación han permitido conocer los detalles poco favorables de estos supuestos líderes, haciéndolos tan humanos e imperfectos como al resto de la sociedad. En este sentido ya les resulta imposible aplicar la aceptación sin más de sus postulados, principalmente cuando éstos se alejan de los principios acordados en su grupo o partido político.
Las corporaciones políticas que desvían sus principios y devienen en mafia, acusan de traición a aquellos dirigentes que se van de esas fuerzas en busca de un nuevo destino. Entienden por Lealtad a la participación, aceptación y el silencio cómplice frente a los negocios ilícitos que estos dirigentes pergeñan.
Cuando la conducción de estas fuerzas se pervierte y corrompe, justo será alcanzar su poder para corregir el rumbo, y si esto no resulta posible, abandonarlo sin más para gestar uno nuevo.
Estamos transitando una maravillosa caída de velos, la verdad se hace cada día más evidente, al igual que nuestra responsabilidad frente a ella. Por esto es, que frente a una estructura corrompida por su conducción que pretende imponer líderes de su mismo género, tenemos dos caminos a seguir: o se la toma para cambiarla, o se la deja para combatirla.
La lealtad a las ideas consensuadas apunta a forjar un nuevo paradigma en nuestras relaciones, a resignificar el liderazgo colectivo y alzarlo por encima del personal. Se positivamente que se puede, de nosotros depende el cambio.
Ricardo Raúl Benedetti es secretario de Acción Política de Unión por Todos
