Por José Angel Di Mauro. Como señales de desgaste habrá que reportar para el gobierno que la Presidenta ya no pueda ir a los actos de la AMIA, ni haya podido echar a un fiscal. En el haber se computan los acuerdos con Rusia y China, pero persiste el problema con los buitres.
A poco de llegar a la presidencia en 2003, Néstor Kirchner recibió en la Casa de Gobierno a los integrantes de Memoria Activa, actitud que mereció el elogio de ese organismo. “Ningún presidente nos había recibido hasta ahora”, dijo la integrante de Memoria Adriana Reisfeld, quien recordó que en su momento le habían pedido entrevistas a Carlos Menem, pero éste los había derivado a Carlos Corach.
Diez días después de recibir a Memoria Activa, Kirchner fue con su esposa al acto por el noveno aniversario del atentado a la AMIA, en otro gesto que les valió el aplauso: habían adelantado el retorno de una gira por Europa para estar en el palco al que pocos presidentes se habían animado a subir. Menem fue al acto realizado tres días después del atentado, donde lo silbaron, y no volvió más. Fernando de la Rúa, que no faltó nunca como senador y luego jefe de Gobierno porteño, en 2000 fue el primer presidente que asistió en un aniversario; pero al año siguiente ya no regresó. Eduardo Duhalde tampoco concurrió cuando estuvo en la primera magistratura.
La asistencia perfecta de los Kirchner a esas conmemoraciones tenía que ver con la buena relación que mantenían con las entidades judías y los familiares de las víctimas, fundamentalmente a partir de la participación central que como senadora y diputada nacional tuvo Cristina en la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Atentados a la Embajada de Israel y la AMIA. Habrá que reconocer entonces que cuando habla del tema, la hoy Presidenta de la Nación no toca de oído.
El quiebre sobrevino en el acto de 2011, cuando Cristina Fernández asistió junto a la mayoría de sus ministros y por primera vez recibió reclamos y duras críticas de parte del entonces presidente de la AMIA, Guillermo Borger: “Señora Presidenta, agradecemos su presencia, pero no es suficiente. Necesitamos justicia de inmediato”, fue el reclamo que escuchó la mandataria, que fiel al estilo K ya no volvió a concurrir a esas conmemoraciones.
En 2012, debió haber participado en nombre del Ejecutivo el vicepresidente Amado Boudou, pero a última hora avisó que no iría. Así y todo, Guillermo Borger elogió a la Presidenta por sus acciones para impulsar el reclamo en foros internacionales. El paso siguiente que dio el gobierno para avanzar en un entendimiento con Irán, generó un distanciamiento definitivo, y nadie piensa que la Presidenta vuelva a asistir a esas conmemoraciones en lo que resta de su mandato.
Así pasó el viernes, cuando el vigésimo aniversario del atentado a la AMIA tampoco contó con la presencia presidencial. Una muestra del desgaste del poder: jamás pensó Cristina Kirchner que llegaría el día en que debería proceder el 18 de julio como si se tratara de la Exposición Rural, a la que nunca fue.
El traspié del gobierno en el jury contra José Campagnoli es otra señal de fin de ciclo, más allá de que a principios de agosto se reanude la embestida contra el fiscal al que pensaba desplazar durante el transcurso del Mundial. No ha tenido éxitos significativos la procuradora general Alejandra Gils Carbó desde que está en el cargo, tras remplazar a Esteban Righi, uno de los que Amado Boudou se “cargó” en su contragolpe tras estallar la causa Ciccone. Más allá del trabajo “silencioso” que desarrolla en el ámbito judicial, la procuradora no ha podido entregarle resultados positivos a Cristina, quien cada vez que puede recuerda que no logró avanzar con su “democratización” de la Justicia.
El gobierno justificó la ausencia presidencial al acto por la AMIA mencionando la reunión que mantendría con su par chino Xi Jimping. Pero entre un acto y el otro había siete horas de diferencia.
Amén de ello, con su encuentro con el presidente de la República Popular China la Presidenta cerró una semana de alto contenido internacional, en las que ofició de anfitriona de los mandatarios de dos potencias como Rusia y China, y en la que también se dio el gusto de participar de la reunión del BRICS en Brasil. Aunque en este último caso los resultados, al menos en lo inmediato, han sido más exiguos de los que se habían promocionado al ser anunciados. Argentina participó del encuentro como invitada y de momento no está previsto su ingreso a esa comunidad de naciones. Sí le sirvió el cónclave para cosechar un nuevo respaldo internacional en su controversia con los fondos buitre, pero en la resolución de la misma esas posturas no inciden. Hay tres fallos judiciales en contra y un juez que solo quiere escuchar de qué manera la Argentina va a cumplir lo que él ya dispuso.
Si bien los mercados siguen confiando en que se llegue a una solución antes de fin de mes y la Argentina pueda evitar caer nuevamente en default, el paso de los días y la falta de negociaciones concretas han hecho crecer el escepticismo. Sobre todo ante las versiones que indican que la Presidenta se habría inclinado por escuchar a los que recomiendan “no ceder posiciones” y ya se habla de “default administrado”. El jefe de Gabinete primero y la Presidenta después coincidieron en afirmar que la Argentina “no va a entrar en default”, pero el mensaje subliminal de ambos discursos no fue tan contundente. El eje del razonamiento del gobierno pasaría por sostener que no hay default porque “la Argentina ya ha pagado” y si el dinero no llega a manos de los bonistas es culpa del juez Griesa, que no lo permite.
En general, los economistas sostienen lo contrario: advierten que si la plata que Argentina depositó en el Bank of New York no es entregada a los holdins, el país estará defaulteando; y que el término “default administrado” no existe. No pago es default, sin vueltas.
Los que descreen que el gobierno vaya a seguir ese camino especulan con el deseo oficial de estirar la cuerda al máximo, justificado por el peligro de que un acuerdo con los holdouts pueda activar la temida cláusula RUFO. Pero también se respaldan en el sentido común: no es lógico que Cristina haya acordado los últimos tiempos con el CIADI, Repsol y el Club de París, para quedarse con las manos vacías por una suma menor como es la que reportaría pagarle a los buitres.
Aunque también hay que tener en cuenta la apuesta del gobierno a sus acuerdos con Rusia y China; sobre todo este último, que garantizó inversiones por 7.500 millones de dólares. Ese sería el plan B, por si no se pudiera evitar el default. Sin embargo, los pesimistas recuerdan la patinada de 2004, cuando Néstor Kirchner se ilusionó con 20.000 millones de dólares provenientes de China que quedaron en la nada. Este fin de semana economistas de la oposición advertían que el dinero no puede contabilizarse como reserva pues el yuan no es una moneda que tenga inserción internacional.
Y advierten también que China no busca expandir su influencia, sino hacer negocios. En la materia, Argentina tiene mucha experiencia con ese país. Y también registra con China el mayor déficit comercial, del orden de los 5.000 millones de dólares.
