Cuando en estos días se evalúa la reforma de 1994, sorprende que se tienda a señalar la brecha entre “expectativas generadas y la realidad obtenida”. Así, el mensaje que se le ofrece a la ciudadanía sobre el desempeño de la democracia pos-reforma es el del sabor amargo de las promesas incumplidas: exceso de presidencialismo, politización de la Justicia y centralismo sin federalismo. Sin embargo, ¿son los resultados de la democracia en estos años atribuibles a la normativa del 94? Más aún, ¿es hoy Argentina más conservadora por la reforma o a pesar de ella? Contra la mirada que la responsabiliza de varios males de esta Argentina, argumentaremos que el presidencialismo del Gobierno fue un acierto, que los resultados no previstos son aprendizajes y que el patrimonialismo que nos distingue responde más a las decisiones u omisiones de la dirigencia política que a las innovaciones del 94.

¿Hiperpresidencialismo? Se ha dicho que la legalización de los DDNyU y los poderes delegados consolidaron un Ejecutivo imperial. No se ha dicho que no todos los diseños federales son iguales. Que hay federalismos más democráticos (Alemania, Australia, India) y otros más conservadores (Estados Unidos, Brasil y Argentina). Y que en estos últimos las provincias más pequeñas podrían imponer en el Senado sus políticas al resto de las provincias más grandes y generar así un apartheid conservador. En el cual, pocos imponen a muchos y, en el límite, todo: ausencia de cambios. Ejemplo: la ley de reordenamiento sindical durante el Gobierno de Alfonsín, donde el senador de un distrito dijo “No” a la preferencia de política pública votada por el 52% de los argentinos. Debido a ello, Brasil incorporó DNyU y sus presidencias gobiernan el país en 60% con esta normativa. Debido a ello, ni en Alemania ni en Brasil el Senado tiene el mismo poder legislativo que Diputados. Menos en leyes que involucran la política nacional como la de Presupuesto. Debido a ello, en Estados Unidos los presidentes demócratas aún no pueden reformar el sistema de salud propuesto por Bill Clinton. ¿Por qué no hay líderes imperiales en Brasil? Porque la ley que regula la intervención del Congreso en los decretos es distinta que en Argentina. Así es que, contra la versión convencional, la Constitución no es en este caso la responsable de la práctica de los liderazgos imperiales, mientras sí el Congreso por la regulación que votó. ¿División eficiente entre Ejecutivo y Legislativo? En Brasil sí, en Argentina no; a pesar de la Constitución.

¿Fracasos? Se ha dicho que la Jefatura de Gabinete fue pensada para moderar el presidencialismo y que devino en un secretario del presidente más que en un primer ministro. No hay registro de esta figura en otros presidencialismos como para comparar desempeños. Pero aún desde ese rol no previsto, ¿contribuyó a generar una coordinación más eficiente entre Ejecutivo y Congreso? En las presidencias de Menem, en la segunda parte de la presidencia de De la Rúa y en la de Néstor Kirchner, sí. El registro que entonces importa es otro. En 161 años, desde la Constitución en 1853 a la actualidad, existieron siete reformas (1860, 1860, 1898, 1949, 1957, 1972, 1994). Tres fueron de forma, tres expresaron conflictos entre los principales actores políticos y sólo una (1994) indicó un consenso entre partidos, Pacto de Olivos incluido. Si cada generación equivale a 25 años, no se ha logrado aún que al menos una generación viva bajo el mismo texto constitucional en democracia. ¿Exceso de expectativas o aprendizaje político?

Corolario. Mientras los cambios institucionales que se incluyeron en 1994 hicieron a la democracia argentina más presidencial, también la hicieron más democrática al otorgar al único cargo electivo a nivel nacional a distrito único –el Presidente de la Nación- recursos nacionales de gestión frente a un federalismo institucional conservador que no modificó. Podría haberlo hecho quitándole atribuciones legislativas al Senado. Así es que la reforma no avanzó allí donde esperaba que diputados y senadores avanzaran: en la autonomía del Poder Judicial, la eficiencia de los mecanismos y agencias de control y el fortalecimiento del Congreso. Hoy ya saben cuáles son las fallas. ¿Avanzarán en función de ese aprendizaje? Para esa osadía, no es necesario modificar la Constitución.