Precipitadamente se creyó que la memorable caída del Muro de Berlín, en 1989, significaba el fin de la confrontación entre las naciones. Más aún, se supuso que terminaban los conflictos y consiguientemente sobrevendría una era de armonía y equilibrio mundial. La realidad, en total contraste, muestra la proliferación no sólo de los enfrentamientos políticos entre Estados, sino la multiplicación de la beligerancia y de la violencia. Nunca hubo tantas guerras simultáneas. Además, inopinadamente reaparecen el fanatismo, el integrismo religioso, el racismo y una decena de aberraciones más.

El Oriente Próximo – como les place llamarlo así a los españoles – está más complejizado que hace tres décadas. El Califato fundamentalista – el denominado Estado Islámico – es tan cruel, violento y amenazante que ha producido el milagro político de aunar a los Estados Unidos con Irán y Arabia Saudita en una coalición para reprimir este formidable peligro para la estabilidad planetaria. Obliga a Washington a rever su postura de retirarse de Irak. Ahora está volviendo, compelido a establecer bases militares ante el desmadre de la situación.

Egipto ha podido estabilizarse casi a sangre y fuego. Debió apelar a un golpe militar. Apenas si puede esconderse un escenario lleno de nubarrones inquietantes. Libia se liberó del desopilante Kadhafy – más allá que le agradeceremos siempre su apoyo en 1982 por las Malvinas, porque siempre tendrá antelación y primacía nuestro interés nacional más allá de diferencias ideológico-políticas -, pero ahora es el acechante ‘reino’ de las facciones tribales que se disputan el territorio y el petróleo a horcajadas del caos que siembran.

La siempre cercana – para los argentinos – Siria, hace casi cinco años está sumida en una espantosa guerra civil y para colmo ahora perforada por el EI que ha mutilado su territorio. Allí los cristianos sufren más que nadie.

Turquía, que podría ser uno de los actores ordenadores en la Región, está minada por la tendencia impuesta por el partido de su líder – Erdogan – que pretende islamizar la política del país, a contramano de una centuria buscando una meta más plural y democrática. El dato más alentador es que los kurdos pareciese que han logrado un modo convivencial con el gobierno de Ankara.

Rusia se siente cercada y relegada, no obstante sus veleidades de 400 años de vocación imperial. Por eso su reacción en Ucrania, su manotazo en Crimea y las acechanzas contra los tres países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia. Tiene, además, la latencia de la rebelión en el Cáucaso, de la mano del fundamentalismo islámico.

China tiene el desafío de cómo crecer a alto ritmo sin proseguir contaminando el ambiente. La ecuación desarrollo-ambiente no sólo no está resuelta en el ‘Imperio del Medio’, sino que es una cuestión de suma gravedad. Si no crece, la demografía presionará inconteniblemente. Si se desarrolla sin cuidado, el ambiente colapsa.

Europa vive una de las épocas más opacas de esta modernidad. Desde que no sabe cómo afrontar las oleadas migratorias provenientes de África hasta que la castigan el desempleo y el decaimiento del PBI, el viejo continente experimenta el crujimiento de su ensueño, la integración. El impacto del eventual retiro de Londres de la UE podría ser impactante y conmovedor.

EE.UU. también convive con la opacidad, sobre todo por el decrecimiento de su poder relativo en el mundo. Daría la sensación de que no pueden asimilar esa declinación y por eso reaparecen episodios gravísimos de racismo y de violencia.

El continente africano, nuestro ‘lejano’ vecino -contradicción absoluta producto de los prejuicios culturales que nos impiden comprender que está cercano y que tenemos una inmensa cooperación por delante-, sufre la fragmentación de su mapa político, la más siniestra herencia que le dejó la colonialista Europa. Así, países fallidos de antemano, sólo son (des) gobernados por botineros – para decirlo más gráficamente, saqueadores – lo cual provoca la multiplicación del hambre y la pobreza e impele a migrar o morir, un deleznable dilema para millones de personas en esta segunda década del s.XXI, algo inadmisible si nos queremos llamar mundo civilizado.

Nuestra América, con corrupción e injusticia, a pesar de los abundantes Foros donde se declama inclusión, ampliación de derechos y desarrollo. Solamente con el sentir el dolor que suscita la querida Venezuela, todo un contrasentido entre riqueza y desgobierno, podemos tener una idea de que las cosas de nuestro subcontinente no marchan como debería ser.

Reflexionar es sustentar esperanzas. Descubrir peligros sirve, quizás, para prevenirlos. A la descripción de un panorama con sombras le debe sobrevenir la enmienda del rumbo. Si estas líneas sirven para esa mutación habrán sido escritas útilmente.