Por José Angel Di Mauro. A la luz de los hechos, no puede más que tomarse con naturalidad la decisión presidencial de abstenerse de participar en estas elecciones como candidata. Pero sí se ha metido de lleno en la campaña y reclamará el crédito de una victoria.
Por una cuestión de proximidad geográfica, los Kirchner se acostumbraron a seguir atentamente lo que pasa en Chile. Allí viajó el matrimonio en 2006 para asistir a la asunción de Michelle Bachelet, quien recibió la banda presidencial de manos de Ricardo Lagos, un presidente que se alejó del poder con una altísima imagen positiva. Muy impresionada por las muestras de adhesión hacia el mandatario saliente, se dice que la entonces primera dama argentina le dijo a su esposo presidente que así se tenía que ir él: “Con la imagen bien alta”.
En esa sencilla anécdota podría encontrarse la clave del hecho más trascendente del reciente cierre de listas: la confirmación de que Cristina Fernández de Kirchner no será candidata a nada este año.
Tantas vueltas se dieron sobre el tema y tantísimas versiones se hicieron circular al respecto, pero ninguna con el más mínimo dato concreto, pues la decisión final estaba circunscripta a la Presidenta y su círculo más íntimo: su hijo Máximo y Carlos Zannini, al que más de uno hoy se siente tentado por citar como “su delfín”.
A la luz de los hechos, se debe tomar como absolutamente lógica -sino previsible- la decisión presidencial de concluir su mandato sin participar en estas elecciones como candidata. Cristina quiere dejar el poder como hace casi una década le recomendó a su esposo. Nunca ha ocultado su deseo de figurar positivamente en los libros de historia, pero no como Raúl Alfonsín, reconocido recién sobre el final de sus días; quiere acariciar el reconocimiento hoy mismo.
Propios y extraños están sorprendidos por la suba de la popularidad presidencial en los últimos meses, que nadie presagiaba cuando en enero de este año estalló el caso Nisman. Algunos consultores sugieren que parte de su imagen positiva se debe al hecho de que Cristina no puede ser candidata. Ergo, su buena imagen no sería sinónimo de intención de voto. Ni siquiera en la oposición están seguros de eso.
Con todo, la propia Cristina finalmente resolvió no sacarse esas dudas y no se expondrá en una elección. Hay quienes sugieren que su momento será dentro de dos años, cuando podrá encabezar la lista de senadores bonaerenses, con vistas a repetir tal vez la historia, cuando en 2005 libró “la madre de todas las batallas” y dos años después llegó a la presidencia. Puede ser, pero falta tanto todavía que lo más probable es que la propia interesada no lo tenga hoy claro. Es muy probable que, contra lo que todos imaginan, Cristina no esté pensando en intentar volver en 2019. Como está hoy, puede decir que se va sin haber perdido nunca una elección en la que ella haya participado. ¿Para qué arriesgarse, como hizo su esposo en 2009, y le fue mal?
Es muy probable que el esquema institucional que deja instalado no sea para preparar el regreso a plazo fijo, sino para custodiar lo que considera “su obra”. El armado que ha recreado para su sucesor, que espera sea Daniel Scioli, no necesariamente busque establecer una suerte de cogobierno, aunque sí condicionarlo. Pero bien sabe Cristina que las libertades para hacer y deshacer de las que ha gozado concluyen el 10 de diciembre. No será ella la que arme las listas para las legislativas de 2017, aunque entonces ella sí decida participar como candidata. Por el contrario, es de esperar que entonces comience a perder parte de la gente que deja hoy en el Congreso, aunque el grueso tendrá mandato hasta 2019.
Y si no es Scioli el ganador, igual deja una nutrida tropa en el Congreso que le hará muy difícil -sino imposible- a su sucesor la promesa opositora de derogar buena parte de las leyes impulsadas por el kirchnerismo. Y habrá también gente propia en resortes clave del Estado que no podrán ser removidos fácilmente y serán los encargados de velar sobre todo por la tranquilidad judicial de los Kirchner.
Una muestra del armado elaborado se vio esta semana, con el desplazamiento del juez Luis María Cabral de la Cámara de Casación Penal. La medida se consiguió a partir del uso de la nueva Ley de Subrogancias que el kirchnerismo impulsó precisamente para hacer este tipo de cosas. Y el objetivo no se circunscribe a la inconstitucionalidad o no del Memorándum con Irán, sino a detalles tales como que en caso de avanzar causas como la de Hotesur, recaerán en un futuro en esa Cámara. ¿Qué de todos modos está después la instancia de la Corte Suprema? Bueno, pero ese Tribunal está incompleto y esperando el recambio presidencial para que se designe al quinto miembro. ¿Si gana el kirchnerismo los senadores mantendrán el compromiso de no aprobar ningún pliego enviado por esta Presidenta? Lo más probable es que si el oficialismo triunfa, antes de diciembre haya asumido el reemplazante de Eugenio Zaffaroni. A lo sumo, no será Roberto Carlés, pero sí un elegido de Cristina.
¿Cuando a fin de año Carlos Fayt cumpla su compromiso de dar finalmente un paso al costado, Daniel Scioli se mostrará refractario a las sugerencias kirchneristas? Difícil, así que para los primeros meses de 2016 la Corte Suprema podrá haber modificado sustancialmente el sentido de sus votos.
Esto es, si gana Scioli. Por eso ese es el objetivo que se ha propuesto Cristina, quien se abstuvo de formar parte de las listas, pero se ha puesto al frente de la campaña. Lo mostró plenamente el jueves, desde La Pampa, cuando por cadena nacional hizo anuncios y alusiones para cada uno de los distritos donde próximamente habrá elecciones. Ponderó a Aerolíneas, para ensalzar la figura de su candidato a jefe de Gobierno porteño, y sobre esa elección aludió directamente al debate del día anterior, criticando a Macri y a Martín Lousteau. Tuvo menciones para La Rioja y Córdoba, donde votan en dos domingos, y Tierra del Fuego, en vísperas del balotaje.
Y hablaba en La Pampa, donde el peronismo se dividió para estas elecciones. De eso se acordaron los militantes, que se cansaron de cantar “para Verna que lo mira por TV”, en alusión al senador nacional y exgobernador, que ya en 2011 renunció a ser candidato luego de que la Casa Rosada decidiera armar las listas que presentaría el peronismo pampeano. Verna y Cristina convivieron en el Senado y nunca se llevaron bien.
A la luz de los hechos, se intuye que como jefa de campaña que Cristina se proponía ser, nunca pensó realmente que una interna definiera al candidato, a sabiendas de que el ganador sería el gobernador bonaerense. ¿Para qué arriesgarse a que dijeran que le había ganado “al candidato de Cristina”? ¿Simplemente para que Florencio Randazzo pudiera alzarse con dos millones de votos con los cuales pudiera acumular a futuro? No, para él reservaba la gobernación, que a último momento le ofreció y cuyo rechazo no esperaba. Desacostumbrada a que le digan “no”, nadie apuesta a que el ministro perdure en su puesto varias semanas más. Testigos del vuelo de regreso de Rosario por el Día de la Bandera dicen haber escuchado a la Presidenta denostando duramente a su ministro del Interior y Transporte. En cuanto se apague el efecto de su rechazo, no será sorpresa que sea eyectado.