No podemos medir hoy a ciencia cierta cuantos votos le quitará el caso Tucumán a Daniel Scioli. Tampoco cuantos ciudadanos se sentirán defraudados por la silla que dejará vacía el domingo en la UBA. Los expertos en la materia aseguran que los debates públicos inciden muy poco en la opinión pública y la experiencia en otros países ha demostrado que después de un debate, los candidatos conservaban sus respectivas posiciones dentro de las encuestas, independientemente de su desempeño frente a las cámaras.

Por eso, sin temor a equivocarme, creo que quien realmente pierde es la democracia. El debate presidencial podría haber sido esa posibilidad única de recomponer un derecho de los ciudadanos vinculado con el acceso a la información.

Si pretendemos que nuestra democracia crezca, debemos establecer un piso de calidad básico e imprescindible y, en ese sentido, la información juega un papel fundamental, no solo en la necesidad de promover debates entre los candidatos, sino también que las fuerzas presenten sus propuestas y planes de gobierno, para no caer en la famosa frase “si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”.

Quizás la asignatura pendiente, sería poder establecer un control que permita corroborar el cumplimiento de las propuestas expresadas en las campañas políticas, pero creo que para eso nos falta un tiempo. Es momento ahora de pensar la Argentina que queremos. Hay cosas que no pueden seguir pasando si se pretende ir hacia adelante. Es tiempo de construir una democracia de cara a la sociedad, sin ocultamientos ni especulaciones políticas que atenten contra su posibilidad de informarse para que puedan decidir mejor en virtud de sus preferencias.

Sin duda alguna, como dijo Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”, por lo que es nuestro desafío mejorarlo día a día.