El debate del domingo por la noche fue mucho más que otra instancia para llegar al balotaje. Los 53 puntos de rating obtenidos por la transmisión en cadena del evento, los 1.800.000 tweets emitidos durante esa hora y media, mostraron claramente el interés y la necesidad que los argentinos teníamos de este paso que, según los consultores puede no influir en el electorado, cosa con la disiento, pero que sí marca el inicio de otro momento en la política argentina, que parece , al fin, ir madurando.

Este avance institucional, además dejó en claro qué es la continuidad y qué es el cambio en este momento político de la Argentina. El candidato oficialista, que el 25 de octubre y con el amargo resultado de las elecciones en la mano aseguró que ahora iba a ser más él que nunca, insistió hasta el cansancio en hacer campaña a partir del miedo y de la mentira,, convirtiéndose así, en más K que nunca.

Así fracasó en la difícil tarea de despegarse de un gobierno al que toleró durante 12 años, del que aguantó destrato y maltrato para llegar adonde ahora está, ser el candidato del kirchnerismo y vocero de la campaña de mentiras que desde el gobierno nacional se dispara contra Mauricio Macri y contra Cambiemos. En su desesperada carrera por conseguir seducir a los votantes que no le eligieron en la primera vuelta, dejó atrás a Cristina Fernandez de Kirchner y junto a ella, a la palabra “Victoria” que usó como slogan en el primer tramo de su campaña. Sólo una vez la pronunció en los últimos minutos de su intervención, tal vez intentado retener ese voto del kirchnerismo que le puede ser esquivo, habida cuenta que sus votantes están fragmentado entre varias ideas, no todas posibles de conciliarse entre sí.

En esta perfomance, donde pudimos verlo enojado, atacando, y mintiendo (todas estrategias kirchneristas) más que nunca se convirtió en aquello de lo que trató de despegarse sin éxito. Y además dejó claro que él es la continuidad de este modelo que deja 14 millones de argentinos en la pobreza, una inflación y emisión descontroladas , y que se ha manejado atropellando a los demás poderes, a los ciudadanos y aún, a la historia misma.

El cambio, quedó claro, es lo que representan Mauricio Macri y Cambiemos, quien con una exposición sólida y tranquila, en la que se permitió tipificar con humor los continuos ataques de Scioli, cuando lo definió como “panelista de 678”, quebró con un una vieja forma de hacer política, en la que se usa el carpetazo, la mentira, el ataque y el miedo como estrategias básicas para desgastar y denigrar a quien se considera “enemigo” y jamás “adversario”. Rompió, como viene haciéndolo a lo largo de toda la campaña, con la idea de esto o lo otro, con el juego de las oposiciones que restan y se movió en el terreno de las discusiones y disensos constructivos que son los que se dan cuando se debaten ideas, se escucha al oponente y se respeta la diferencia. Así, Mauricio Macri se consolidó como el constructor de un nuevo liderazgo político en la Argentina, basado en valores que reclama hoy la sociedad.

Quedó evidenciado en el debate que él es el constructor de un nuevo paradigma, donde el futuro se construye con todos, donde la inclusión es fundamental y el respeto basal y que es, además, el representante del pluralismo que enriquece a toda sociedad y hace productiva la vida política de un país.

El debate pasó, fue un hecho histórico, y un gran paso en la institucionalidad de nuestro país. El próximo domingo, nos queda a nosotros, los argentinos, decidir qué elegimos, si la continuidad de un modelo de miedo, pobreza, exclusión, agresión y deuda, o el cambio hacia el plan de infraestructura màs grande de la historia, hacia un millón de créditos hipotecarios, la AUH para los hijos de monotributistas también, y para millones de nuevos empleos. la decisión es nuestra. La responsabilidad también.