Lo primero son mis respetos y disculpas a los profesionales de la medicina, no lo soy, pero me pareció que estos ejemplos nos pueden ayudar a explicar una de las dolencias (infecciones) socio-económicas más graves y crónicas que padecemos los argentinos: la inflación, y cuya extirpación definitiva no tratamos y tampoco ejecutamos, mientras miles de kilómetros de escritos y el decenio de años de voces personales, que exponiendo las más diversas y sofisticadas teorías se limitan al problema de los “termómetros” (índices de precios) rotos, obsoletos o dañados intencionalmente.

En este intento de parecido con nuestra realidad, imaginamos un paciente que ingreso al hospital, con una alta temperatura, y sus registros históricos (historias clínicas de los últimos 8 años) aunque eran altos, no eran datos confiables en su verdadero máximo valor.

Efectuado un profundo y detallado estudio, se diagnosticó una avanzada y antigua grave infección de múltiples órganos, con permanente alta temperatura, además de todos los dolores y daños orgánicos, en el mediano a largo plazo.

Ahora bien, por esas cosas de la realidad, los equipos de termómetros existentes en el hospital presentaron problemas, algunos estaban deteriorados hacía tiempo, otros estaban obsoletos y los que estaban en uso, habían sido alterados por personal del mismo hospital.

Los profesionales médicos, y sus asistentes, iniciaron de inmediato un programa integral de acciones, para que en el más corto plazo se termine con la dolencia, mientras un técnico trataba de reparar el termómetro.

Observados detalladamente todos los antecedentes en su historia clínica (últimos ocho años), se observa una larga y elaborada discusión sobre cómo medir la temperatura… y el paciente sigue grave… Aquella interminable discusión posterga la aplicación de las (cirugías, medicinas, etc) políticas, socio-económicas, fiscales, monetarias, cambiarias, y otras imprescindibles para terminar definitivamente con la dolencia.

Así están los familiares y amigos del paciente, a la espera de que se terminen los debates sobre la fiebre y se inicie la cura definitiva de la dolencia.

Efectuada una investigación periodística, al respecto, resultó que en toda América había otro único hospital, con un paciente con idéntica dolencia y problema de temperatura y donde también había problemas con el funcionamiento del termómetro.

Buscamos más antecedentes y encontramos que la ortodoxia monetarista y la heterodoxia estructuralista, poseían su explicación causal y su receta consagrada: para el monetarismo, había que cortar de raíz el gasto excesivo y la emisión de dinero, fuente de todos los males; para la heterodoxia, debía aumentarse la inversión, flexibilizarse la oferta, limitarse la concentración económica y coordinarse la pugna distributiva mediante acuerdos. Nada de eso se había atendido en el paciente en los últimos 8 años, solo se había debatido respecto del funcionamiento de “los termómetros”.

Hoy los argumentos son muy similares. Y las angustias también. Todo vuelve al mismo punto. La sociedad está preocupada por la inflación, pero la elite parece aún más afligida. Y cada sector repite su texto ya gastado, como en una antigua obra de teatro. Visto en perspectiva, ninguno tuvo la razón. En esa trama, el Gobierno da un paso novedoso, después de una década complaciente: denuncia el aumento de precios como una anomalía grave, con la que no se puede convivir. Sin embargo, para superarla propone un camino intermedio, controvertido: combina las recetas, opta por el gradualismo, negocia con los sindicatos y la oposición, avanza y retrocede, se equivoca y enmienda. Sabe que si pierde popularidad, puede perder la partida.

Ante el eterno retorno de la inflación, el Gobierno empieza a comprender dos principios que acaso horroricen a la ortodoxia. Primero, sin poder político no puede dominarse la economía; segundo, en la democracia posmoderna ese poder no se obtiene saneando cuentas fiscales, sino procurando, en plazo breve, el bienestar de las mayorías.

Lic. JUAN CARLOS TOMASETTI

DOCENTE ICAP HCD