Conmemorar el día de la lealtad peronista supone exaltar esa virtud que se desarrolla en la conciencia, tan fuerte como personal y que implica compromiso, vínculo, en este caso con lo colectivo.

Para Perón era un valor fundamental. Comenzaba con sus sentimientos siempre orientados hacia los más débiles. Su pueblo le retribuyó del mismo modo. Él prefirió un exilio de 18 años antes que engañarlo. Iba “liviano de equipaje” y murió con bienes materiales acordes a la humildad de sus conducidos, pero dejando un enorme legado. Mandela eligió 27 años de cárcel, a cesar la lucha por la liberación de los otros. Un tal Jesús, que nunca tuvo un cargo público, antepuso el compromiso con sus seguidores a costo de la pena de muerte por lesa patria.

Con el mismo vigor, pero para descalificar políticamente, creció su antónimo: la traición, para cuya ejemplificación, me surge aquel otrora ilustre seudónimo de un médico, que sirvió como raíz de un vocablo cuya desinencia alude al escalón más rastrero de la función pública.

La transformación universal de la política, tecnología incluida, impacta la lealtad. Nada queda oculto, los escenarios mutan con rapidez y la incertidumbre es lo constante. La tolerancia, los límites que la conciencia le pone a la probidad, tienden a flexibilizarse. Pero el virtuoso, sabrá dar señales de su compromiso con este valor inamovible, mostrando su pasión por beneficiar al prójimo y a su Patria.

Decía Carrillo que todos hablan de lealtad y pocos la practican, porque no es una posición espiritual al alcance de todo el mundo, ni todos están preparados para ser leales.

Rindamos el merecido homenaje de octubre, pero sabiendo que no basta con proclamarse peronista sin cumplir el legado, porque recordemos que, aunque llamaba León a su perro y este venía, el General sabía que no era un león. Nuestro pueblo también distingue.