Salud mental: generación pandemia
Por Gimena Villafruela. La legisladora porteña de Vamos Juntos y psicóloga analizó el impacto que la pandemia generó en niños que nacieron o viven sus primeros años en este complejo contexto socio sanitario.

La pandemia trajo innumerables cambios en la manera en que vivimos. Y las restricciones adoptadas durante 2020 y parte de este año impactaron en el orden y en la dinámica cotidiana de la vida personal y laboral, y desde ya, en el normal desarrollo de los niños, niñas y adolescentes.
Con el correr de los meses, empezamos a familiarizarnos con el concepto de “generación pandemia”, es decir, niños y niñas que nacieron o viven sus primeros años bajo las restricciones impuestas durante el último tiempo.
La problemática del aislamiento y la falta de contacto son en este momento de las preocupaciones más recurrentes entre madres y padres. Es esperable que al atravesar un contexto inédito y de incertidumbre, se comiencen a desarrollar ciertos patrones: cambios de humor, ansiedad, desordenes emocionales.
Según los datos del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina, el año pasado el malestar psicológico alcanzó el nivel más elevado de la última década: el 23,6% de la población urbana argentina manifestó sentir inquietud, agitación, nerviosismo, desesperanza, tristeza y cansancio.
En lo que va de la pandemia, muchos estudiantes no lograron alcanzar los conocimientos esperados, aumentó la deserción escolar y hubo casos de ansiedad y soledad por haber perdido la rutina de ir a la escuela y no poder compartir espacios con sus pares.
Según la Convención de las Naciones Unidas (CDN) celebrada el 20 de noviembre de 1989, el Estado tiene la obligación de garantizar los derechos de niños, niñas y adolescentes. En este sentido, es importante comprender que la falta de estímulos y relaciones pueden afectar su desarrollo, y la generación de vínculos sanos se vuelve especialmente clave en estos tiempos.
De esta manera, es necesario que nuestros niños, niñas y adolescentes puedan socializar, estar en contacto con sus pares de forma cotidiana. En este contexto, el rol de la escuela es fundamental. Está ampliamente comprobado que, respetando los protocolos correspondientes, el aula es un lugar seguro no solo para los alumnos y alumnas sino también para los y las docentes y todo el personal escolar.
La generación de otros espacios de contención, de actividades que involucren a toda la familia para compartir experiencias cotidianas, el acompañamiento de nuestros hijos e hijas se vuelven clave para atravesar con mejores recursos esta pandemia. En este sentido, el control de los dispositivos tecnológicos – cuyo uso se ha extendido en el último tiempo – también es un punto importante a tener en cuenta.
No tenemos certeza de cuándo va a terminar esta pandemia que presenta tantos desafíos en todos los ámbitos. Lo que sí sabemos es que no puede haber más que consenso en torno a la necesidad de preservación de los niños, niñas y adolescentes. La educación presencial, el encuentro con los pares, en síntesis, la priorización de los más chicos debe estar fuera de toda discusión.