Por Nancy Sosa. La periodista analiza las consecuencias de los sorprendentes resultados de los comicios del domingo pasado.
Las consecuencias del resultado electoral del domingo pasado tocaron varias aristas, a saber: a) generó la implosión del Frente de Todos; b) dejó estupefacta a la oposición; c) fue, con claridad, un voto castigo al oficialismo gobernante; d) promete que la elección del 14 de noviembre será mucho peor que la de hace cinco días; e) la coalición de gobierno repartió esquirlas a diestra y siniestra; f) la sociedad política entre el presidente puesto y la vicepresidenta que lo puso se disolvió como una lágrima en el curso de un río.
Era imposible hacer esta nota en las primeras horas del triunfo de la oposición porque el oficialismo desencadenó tal serie de hechos insólitos y una batalla campal tan degradante de la política, que hasta le privó a los triunfadores festejar el logro electoral. En estas cosas siguen siendo los mismos expertos aguafiestas de siempre. Si ellos no ganan, nadie festeja. Joder.
La magnitud de la ruptura al interior del Frente de Todos, que ya no es de todos por supuesto, las maniobras pergeñadas por la vicepresidenta para prolongar el sometimiento del presidente de la nación a sus estrategias y argucias, y la sorprendente reacción de un jefe de estado que “se cansó” del maltrato propinado por la “estrella” de la política argentina hizo temblar al país.
El amague de Alberto Fernández de hacer cómo que “¡aquí no pasó nada!” al día siguiente de la derrota y todavía el posterior, se truncó de repente para dejar perplejo al país entero. La pelea comenzó en Olivos por el cambio de gabinete, se prolongó en una carta de Ella, y un twiter de Él, y varios audios filtrados de una voz femenina.
Hay que confirmar: CFK debe dedicarse a las tablas. Ese era su destino de vida, pero se dejó llevar por las mieles del poder porque son más ricas que la rápida fama conquistada en los escenarios. Juntó todo, hizo un bollo y se dedicó a vapulear a unos 45 millones de argentinos, pendientes de si va a romper su muñeco o le va a suturar las heridas recibidas por ella y sus fieles seguidores.
El “batallón” de Cristina Fernández ha perdido calidad desde que fue derrotada en 2015. Antes contaba con personajes que daban para una obra teatral de cierto nivel porque al menos supieron guardar por 12 años los secretos de la corrupción que solo salieron a la luz cuando ella abandonó el poder. Entonces, y recién entonces, fueron en cana junto con los empresarios coimeros. Los actores secundarios tenían nivel, habían sido vicepresidente, ministro de Obras y Servicios Públicos, secretarios de Estado de diferentes áreas, secretarios rivados diligentísimos, gente inteligente como para pasar de ser cajero a tener una empresa austral tan poderosa como no llegó a ser Techint. Sabían cómo hacerse de los dineros del estado, tenían experiencia, y tanta que hasta se compraron inmuebles en Miami y Nueva York con la guita de los Kirchner. O sea, personajes de peso, conocedores de cómo mover el dinero en el mundo. También tuvo peronistas de Perón que le hacían recordar cada tanto la doctrina del General que siempre despreció, como Guillermo Moreno, tal vez el único que puede hablar sin pudor.
Hoy, la vicepresidenta tiene a su lado a sus dos hijos, con los cuales no sabe qué hacer, Gente de poca monta a la que le suma la ordinariez de una diputada que sólo sabe expresarse por medio de insultos, descalificaciones y distorsiones de la realidad para montar un discurso que de tan perverso termina parándose en la otra vereda -en la de la oposición- a la que le da la razón en todos sus reclamos de los dos últimos años contra Alferdez. Los audios de la diputada Alejandra Vallejos no son aptos para niños ni para mayores con oídos sensibles, pero sorprenden porque de ellos se desprende un odio recalcitrante contra quien reviste la máxima magistratura del país. Lo trata como a un infeliz de un barrio carente sin que se le mueva una pestaña. Obviamente, a nadie escapa que a la merodeadora del poder político solamente una persona, una, le autorizó la catarata de insultos que Ella no puede lanzar. Aquí la diputada juega el rol de chirolita y le sale bien, pero lamentablemente tiene que pedir un perdón que nadie cree y hacer pasar el plancito en línea con la carta de la vice como un exabrupto no querido. ¡Come on! un gobernador pequeño en Buenos Aires cuya inhabilidad incluso se legitima delante del más chiquito de los intendentes, con quienes no quiere hablar. Tiene a Sergio Massa, dispuesto siempre a dar el gran salto de la traición y dejar a Alberto Fernández, “su amigo”, en la delicada vereda de enfrente para no estropear su propio futuro pactado con Máximo Kirchner.
Esta irritable y prosaica maniobra menoscaba el valor de la política, pudre el poder, inhabilita los elementales acuerdos que podrían reencausar el vaciamiento del que fue objeto el gobierno argentino por estas dos voces, incapaces de actuar con racionalidad, dignidad e inteligencia durante una crisis institucional en que está en juego un país entero. Se jugaron a hacer renunciar a los propios para dejarle el poder vacío (la cosa no da para hablar de vacío de poder). No les importa nada, como siempre, en un tablero donde hay que ubicar sin duda a Hebe de Bonafini, dueña de una letrina que se limpia pocas veces. Hasta Luis D´Elía estuvo más sensato, y otros próceres del gobierno, que no entrarán así nomás a la historia, comenzaron a pensar que del otro lado hay algunos tornillos que fallan y ya no merecen aprobación ni respeto.
Hay miedo de aventurarse a decir que “éste es el principio del fin del kirchnerismo” porque todavía sobrevuela el mito de que son un ave fénix que siempre se levanta de sus cenizas. Sucede que esta vez ardió la hoguera y un viento fuerte desparramó las cenizas por el aire y fueron a caer en medio del Río de la Plata. Ese viento provino de una avalancha de votos impensados hasta por la propia oposición, todavía temblando por lo que le había pasado dos años atrás.
No quiere esto decir que en la Argentina se diluya la grieta porque eso es otra cosa: partes más, partes menos, están quienes quieren un país, y quienes quieren otro. Eso se zanjará siempre en democracia, en cada elección, y según soplen los cambios y los humores que en vaivén siguen la ruta de la puta economía.
A menos que, por arte de una magia realista, un grupo importante de personas decidan sentarse a conversar, acordar algunos aspectos de los puntos que los separan, cedan un porcentaje de deseos cada uno, y se animen a construir tantos consensos como sean posibles para formar una alianza generosa que permita diseñar políticas consistentes, de largo plazo en todas las áreas sensibles del Estado y con interés genuino para la sociedad, de modo que los futuros gobiernos respeten la continuidad cuyo objetivo final sea recrear la Nación y la república que la gran mayoría quiere, sin violencia y sin trampas.