Por Horacio Minotti. El escritor brinda una reflexión que transitó en “un sueño” para evitar “el suicidio colectivo” que ocurrió en los finales del SXX en California.
Marshall Applewithe lideró la secta californiana Puerta del Cielo, un movimiento que sostenía una curiosa mixtura de creencias: combinaba los preceptos del Antiguo Testamento con ciencia ficción relacionada con el fenómeno OVNI. Appelwithe llamaba a sus seguidores “la tripulación”, porque aparentemente, siguiendo sus postulados, llegarían a la nave que los conduciría a un nuevo hogar en el espacio.
Fue la primer gran secta que utilizó las nuevas tecnologías difundiendo sus creencias por Internet, hasta que en marzo de 1997, la policía encontró los cuerpos sin vida de 39 “tripulantes” incluido el propio Applewithe en lo que fue el último gran suicidio colectivo del Siglo XX.
Luego de la crisis de 2001, todo cambió en la Argentina, incluso la televisión. Surgieron programas de bajo costo, entre los que se destacó Zap, una entrega diaria conducida por Marcelo Polino que trataba temas de actualidad, especialmente del espectáculo y en el que convivían personajes irrelevantes y bizarros que sazonaban la producción para hacerla más atractiva.
Usted se preguntará a que todo esto en un artículo de tinte político y, lo que es peor, que tiene que ver Polino con Applewithe. Bueno, es que tuve un sueño febril. En mi pesadilla, la Argentina estaba muy cerca de un suicidio colectivo, subyugada por el mensaje contradictorio de un personaje que combinaba una proclama libertaria, con una rancia convicción conservadora a las que condimentaba con evidente autoritarismo.
Sin embargo, tal sujeto, estaba en mi sueño, mucho más cerca de “el Larva” que de Appelwithe. Surgido del fragor del panelismo televisivo en su versión caricaturesca, entre gritos ininteligibles y groserías propias de una popular del ascenso, el referente trataba de incrementar su tripulación para guiarnos a todos a una evidente masacre.
Y como en toda construcción de carácter sectario, la violencia, verbal en este caso, contra la disidencia, jugaba un rol sustancial. A veces, esa disidencia no era tal, sino simplemente un medio de comunicación que contaba hechos; pero si estos se contraponían con los intereses de la narrativa del “querido líder”, era ese medio el objeto de la descarga iracunda y agraviante, con el fin de martirizarlo hasta doblegarlo.
En fin, creí sentir en mi pesadilla una vocación de suicidio colectivo, percibí que los argentinos nos empeñábamos en colocarnos en ese intríngulis eterno, como llegando a la Puerta del Cielo, soñando con un Moisés que nos traslade a un mundo mejor, pero no cumpliendo las Tablas de la Ley, sino a bordo de una nave espacial que llevaba un moño en la punta y dejaba una estela color violeta, conducida por un Larva violento redivivo que no tiene tapujos en precipitarnos contra el Sol con tal de cumplir sus personalísimas ambiciones. Todo ello, mientras dialoga con su canario fallecido.
Evitar el suicidio colectivo tiene que ver con entender que el futuro es con trabajo y esfuerzo, y que, si elegimos esa opción y no la magia disparatada, tenemos mucho por crecer hacia adelante. Ojalá en mi próximo sueño descubra que esa sociedad decidió ser un pueblo y no una secta.