El autor se remonta medio siglo atrás para evocar el momento en el que supo de la muerte del entonces presidente de la Nación.
Conocí a Perón un mes y algo antes de su muerte, cuando llegó a recorrer las instalaciones del Colegio Militar, cuyos alumnos seguramente le recordaban los inicios de una vida volcada al servicio de la Patria.
En su cátedra de Historia Militar de la Escuela Superior de Guerra, plasmada en su libro de “Apuntes”, había realzado el principio clausewitziano basado en que la guerra es política y no tiene otra naturaleza ni más finalidad que la de ser un instrumento de ésta. Preponderaba entonces el entendimiento absoluto que debía existir entre el conductor político y el conductor militar. No obstante, las mezquindades del poder habían hecho vivir a la Nación, un enfrentamiento donde las armas servían para favorecer un sector que no respetaba las preferencias políticas del pueblo argentino.
A pesar de ello, murió siendo una síntesis de su pensamiento; con el máximo grado militar, pero al servicio del supremo cargo político, como presidente de la Nación y sosteniendo que para un argentino no había nada mejor que otro argentino. Su adversario político lo despidió como un amigo y el Ejército Argentino le rindió los merecidos homenajes.
El día 29 de Junio, Perón delegaba el cargo en Isabel y todos comprendimos que el agradecimiento a “la más maravillosa música”, unos días antes, había sido el último cariñoso saludo al pueblo; razón de sus luchas y existencia.
El 1 de julio, los cadetes del último año asistíamos a una clase en un piso alto del instituto, cuando mirando a mis espaldas distinguí que la gran bandera de la plaza de armas era colocada a media asta y sin decir nada quedé invadido de abatimiento y angustia. Pronto todos lo percibieron, aunque muchos tenían sentimientos encontrados con el mío o eran indiferentes.
El 4 de julio, regresaron el féretro a la capilla ardiente de la quinta de Olivos y allí, uniformados de gala, rendíamos honores bajo una torrencial lluvia, que había reemplazado a los soleados días peronistas y acompañaba el llanto de la mayoría de los argentinos. Todos llorábamos ahora, aunque el agua que desteñía el rojo de nuestras gorras disimulara las lágrimas. El lastimoso clamor del pueblo desde las calles y las fúnebres salvas de la artillería, eran irresistibles para cualquiera.
Parafraseo a Norberto Galasso que citando a John W. Cooke, afirma que el talón de Aquiles del poderoso Movimiento Nacional fue su significado luego de la muerte del General. “Porque cada uno tendrá respuestas diferentes que nos separarán, pero también es cierto que ese cálido sentimiento metido profundamente en los corazones, pasó a ser la clave de la política nacional durante mucho tiempo”.
Volvió del exilio para morir en su tierra como el presidente Juan Domingo Perón, el que le dio dignidad al trabajador, al argentino de cualquier condición social. En su féretro, uniformado, en este Honorable Congreso, millones de personas en llanto, le daban el adiós también al General del Pueblo; el que había dedicado su vida a la Patria.
General de Brigada Hugo Domingo Bruera (R)
Ex Enlace del Ejército Argentino en el Congreso