Llamaron la atención los últimos días los dichos del economista Ricardo Arriazu, que expresó su preocupación porque al presidente y al Fondo le gustan la flotación, y lanzó una advertencia.
Flotación sí, devaluación no. Esa es la salida diplomática y eufemística que el presidente libertario Javier Milei tiene como opción en ciernes para poner fin a la abrupta pérdida de reservas que sufre el Banco Central y que podría originar una devaluación -la segunda de la era libertaria- parcial del peso.
La solución no es fácil ya que el problema se arrastra desde el año pasado y el blanqueo de capitales y acuerdos con el agro le dieron oxígeno al Gobierno, que creyó que podía aguantar tamaña decisión hasta después de las elecciones de octubre.
Pero este año la administración mileísta ya empezó a pensar en enero en un ingreso extra de dólares provenientes del Fondo Monetario Internacional (FMI) para aventar las reservas del Banco Central, que tenía recurrentes pérdidas de divisas que encendieron las alertas.
Pero los tiempos -y los objetivos- del FMI no son los del Gobierno, que desde marzo se han convertido en urgentes.
A decir verdad, la supuesta relación “carnal” con los Estados Unidos de Donald Trump no dio el resultado esperado hasta ahora en ese burocrático organismo de crédito, que además le reclama lisa y llanamente una devaluación a la Casa Rosada.
Por otra parte, como se sabe, Milei no quiere saber nada con una devaluación que altere la economía y, ergo, la inflación y el ¿estable? humor social, pero ese propósito se ha convertido en una obstinación a la que no le encontró una salida en el caso de la pérdida de reservas.
Sus repetidas fotos en cada reunión con Kristalina Georgieva, la titular del FMI, fueron sólo humo libertario.
Por eso, Milei se enojó en demasía con el dos veces ministro de Economía, Domingo Cavallo, cuando el “padre de la convertibilidad” le advirtió sobre la necesidad de ir haciendo un aproach a la liberación del cepo cambiario (hasta intempestivo y torpe el Presidente echó a su hija del Gobierno).
Pero lo llamativo de las últimas semanas fue la voz firme del economista Ricardo Arriazu -cuyo auditorio es el establishment-, a quien se señala como uno de los padres del programa económico mileísta.
Arriazu avisó sin tapujos acerca de una idea que sobrevuela a Milei. “Al cepo hay que sacarlo de a poco y cuando se pueda. Está bien, Argentina no va a devaluar, pero mi preocupación es que al presidente y al Fondo le gustan la flotación, y mucho me temo que van a querer poner una flotación con banda parecida a la del 2018 y eso va a traer problema”, dijo el economista, al que sospechosamente nadie del universo mileísta salió a responderle.
También sin desparpajo blanqueó que entre “el presidente, Economía y el Banco Central, hay una discusión sobre mantener en el futuro un tipo de cambio fijo o encapsularlo entre bandas".
Arriazu recordó que una flotación -piso y techo al dólar- no funcionó en 2018, en la agonía penosa de la administración del presidente Mauricio Macri.
Lo concreto es que el Banco Central no soporta una tercera semana consecutiva de sangría de dólares (que ya no hay, según afirman los especialistas).
Ya no basta con que el presidente diga tajante que “hablar del tipo de cambio es irrelevante”.