“Homo Argentum” se presenta como un espejo incómodo de la identidad nacional. Más allá de su uso político, expone con crudeza comportamientos arraigados que interpelan a la cultura argentina y plantean una pregunta de fondo: ¿naturalizamos lo que somos o nos animamos a cambiarlo?
La película de Cohn y Duprat se presenta como un retrato del “ser argentino”, pero en verdad funciona como un espejo incómodo. En sus historias vemos la viveza criolla, el oportunismo, la desconfianza y el desprecio por la norma, algo así como un catálogo de rasgos que, aunque reconocibles, no deben asumirse como destino inevitable.
Que el presidente Milei la utilice como referencia política muestra hasta qué punto la cultura puede transformarse en arma de disputa ideológica. Sin embargo, limitar la película a la grieta sería empobrecer su sentido.
Lo que Homo Argentum nos deja entrever -aunque duela- es que buena parte de esos comportamientos se convirtieron en sello distintivo del argentino. Y es ahí donde surge la pregunta política de fondo: ¿vamos a naturalizar esa identidad degradada o vamos a cambiarla?
El desafío es no quedarnos en la risa cínica ni en la resignación cultural. Argentina no está condenada a repetir estas miserias. Podemos ser un país donde la astucia se transforme en creatividad, donde la solidaridad pese más que el egoísmo y donde la confianza recíproca sea la base de instituciones sólidas.
La enseñanza política que deja Homo Argentum es clara, y es que el cambio no empieza en un gobierno ni en una ley, empieza en nuestra cultura y en cada uno de nosotros. Si reconocemos nuestras sombras, es porque también tenemos la capacidad de superarlas.
Gabriel Chumpitaz es diputado nacional por la provincia de Santa Fe. Autor del libro Los 15 Diamantes