Del antiguo "Branden o Perón" al voto sin fe: cómo la democracia argentina va perdiendo su épica y el ciudadano su esperanza de transformación.
El dilema entre Patria y Colonia ha perdido su espesor simbólico y toda capacidad de interpelar al imaginario colectivo. Ya no encarna una tensión filosófica ni una grieta identitaria en la conciencia de amplios sectores sociales. Ya no conmueve ni divide, apenas sobrevive como una consigna vacía que intenta despertar pasiones que el tiempo y la decepción erosionaron.
Ese vaciamiento de sentido desmorona uno de los mitos fundacionales del relato peronista: la idea de que la historia argentina se explica por una lucha binaria entre la soberanía nacional y la subordinación extranjera. En rigor, la consigna “Braden o Perón” condensó una narrativa útil en su contexto, pero lo que estaba en juego en 1946 no era solo una disputa geopolítica, sino la legitimación de un nuevo orden político, social y económico surgido al calor del golpe del 4 de junio de 1943. Aquella elección fue, más que una contienda moral, un plebiscito sobre un modelo de Estado que pretendía refundar la relación entre pueblo y poder con políticas públicas concretas y un horizonte posible -y alcanzable- de inclusión social.

Spruille Braden fue un diplomático estadounidense que había aterrizado en Argentina y se convirtió en un ferviente opositor al régimen militar que gobernada el país desde el 4 de junio de 1943, en especial en la figura del Gral. Perón por su creciente influencia en la masa de obreros.

El candidato a diputado nacional Itai Hagman pretendió reeditar la disyuntiva originaria del primer peronismo adaptada a la coyuntura contemporánea. Fuente: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1429152515881083&id=100063590440090&set=a.739158998213775
Con el paso de las décadas, las elecciones argentinas se fueron despojando de ese dramatismo fundacional. Lo que antes se concebía como un acto fundamental de emancipación, un ritual sagrado en el que se jugaba el destino nacional se transformó en una ceremonia rutinaria, un mero trámite institucional, donde el fervor fue sustituido por la fatiga y la pasión reemplazada por el hastío. La política se volvió espectáculo, y el ciudadano, espectador. En lugar de ideas, se consumen slogans; en vez de proyectos de país, se eligen gestos o consignas transitorias que se pierden con facilidad en el torbellino de contenidos que genera el capitalismo de la atención.
Las emociones, sin embargo, siguen siendo el motor del voto. Pero su carácter se ha degradado: ya no movilizan la esperanza de un futuro común, sino el rechazo, el miedo o la frustración. Se vota “contra” más que “por”. La política del antagonismo, eficaz en tiempos de polarización boba, se vuelve tóxica cuando no hay horizonte que la contenga. El miedo al otro, convertido en combustible electoral, erosiona lentamente la confianza en la convivencia democrática.

Flyer de convocatoria del acto de cierre de la campaña electoral del Frente Fuerza Patria extraído de la cuenta de X de Itai Hagman https://x.com/ItaiHagman/status/1981023996410736685

El presidente Milei señaló como adversario al kirchnerismo y despliega toda su incontinencia verbal con metáforas que oscilan entre lo soez y lo agresivo. Fuente: https://www.clarin.com/politica/javier-milei-gustaria-meterle-clavo-cajon-kirchnerismo-cristina-adentro_0_YO4DdIP7AF.html
Tal vez la creciente apatía ciudadana sea el reflejo de esa saturación emocional. Un cansancio existencial ante la manipulación simbólica, una respuesta defensiva frente a un sistema que promete representación, pero devuelve desencanto. La abstención o la indiferencia no siempre nacen del desinterés, sino a veces de una lucidez amarga: la intuición de que la política perdió su capacidad de transformar la vida.

Las pasadas elecciones legislativas arrojaron la participación más baja desde el retorno a la democracia en 1983 con apenas el 67,85% del padrón. Fuente: https://chequeado.com/el-explicador/la-participacion-electoral-de-este-domingo-fue-la-mas-baja-desde-1983/
Repensar el valor de las elecciones en Argentina exige, entonces, recuperar su dimensión filosófica. Votar no debería ser solo un ejercicio de supervivencia institucional, sino una afirmación del sentido colectivo. En tiempos de vínculos líquidos y pertenencias efímeras, el acto de votar podría volver a ser una declaración de fe en lo común, una apuesta por lo que aún puede unirnos. Porque sin un relato compartido, sin una utopía posible, la democracia corre el riesgo de volverse un ritual sin alma: ordenada, pero vacía.