Un fiscal… por ahí. La Aduana tiene el deber de denunciar 

Por Daniel Kiper, abogado. El autor advierte la necesidad de que la Justicia investigue los mecanismos de triangulación de exportaciones que denunció el nuevo ministro.

El flamante ministro de economía expuso en su primer mensaje que el Estado Nacional detectó “situaciones de abuso por parte de empresas mediante mecanismos de triangulación, con subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones”, y anunció que “vamos a abrir un registro por 60 días para que rectifiquen su posición ante la Aduana, tal vez entendiendo que a lo mejor cometieron simplemente un error”. 

Ahora bien, las maniobras de subfacturación y sobrefacturación constituyen un delito tipificado por el artículo 864, inciso b) del Código Aduanero que reprime con pena de 2 a 8 años de prisión al que “Realizare cualquier acción u omisión que impidiere o dificultare el control del servicio aduanero con el propósito de someter a la mercadería a un tratamiento aduanero o fiscal distinto al que correspondiere, a los fines de su importación o de su exportación”. 

Incluso podría, según las circunstancias de cada caso, agravarse el delito si concurriese alguno de los supuestos previstos en el artículo 865 del Código Aduanero, siendo la pena prevista de 4 a 10 años de prisión. 

El ejercicio de la acción penal no puede ser soslayado por la Dirección Nacional de Aduanas dado que conforme al artículo 861 del Código Aduanero “Siempre que no fueren expresa o tácitamente excluidas, son aplicables a esta Sección las disposiciones generales del Código Penal” y éste cuerpo normativo expresa en su artículo 71 “Sin perjuicio de las reglas de disponibilidad de la acción penal previstas en la legislación procesal, deberán iniciarse de oficio todas las acciones penales, con excepción de las siguientes: 1) Las que dependieren de instancia privada; 2) Las acciones privadas”. 

Es decir, la ley de fondo determina que las acciones penales deben iniciarse de oficio y, en lo que respecta a los funcionarios públicos estos tienen el deber de denunciar. 

Razones de política económica no autorizan a apartarse de estas reglas y las “maniobras delictivas deben ser investigadas de oficio”. 

El principio de oportunidad, consagrado expresa y acotadamente por algunas disposiciones penales, no puede ser invocado por el Poder Ejecutivo Nacional. Por un lado, media expresa prohibición constitucional. En efecto, el artículo 109 de la Constitución Nacional expresa que: “En ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas”. Por otro, aun en los casos que la legislación nacional autoriza el ejercicio del principio de oportunidad, el mismo se articula en el marco de una causa judicial ya iniciada. 

Entre las normas que proclaman el principio de oportunidad, y con el alcance que resulta de las mismas, podemos citar a la Ley n° 24.825 (juicio penal abreviado); a la Ley 24.316 (Suspensión del Juicio a Prueba); a la Ley 23.737 (art. 18), a la Ley 24.424, introduce la figura del arrepentido; Ley Penal Tributaria n° 24.769, art. 16; al art. 217 del Código Penal – respecto del partícipe del delito de conspiración por traición, y del art. 14 de la Ley 13.985, referido al atentado contra la seguridad de la nación (en ambos supuestos, se incorporan expresamente casos o supuestos de oportunidad utilitarios, porque se pondera el interés superior de evitar una traición o atentado, a la pena y castigo del partícipe si este último denuncia el hecho antes de que suceda o colabora con el arresto de los cómplices); e incluso la Ley 25.087, art. 15, deja abierta la posibilidad de extinguir la acción penal si la víctima propone un avenimiento con el imputado. Y la articulación de este principio es siempre en el marco de una causa judicial iniciada. 

En suma, “un fiscal… por ahí” que investigue la posible comisión del delito de contrabando. 

Los clubes son de los socios. No deben estar al servicio de la política ni de intereses empresariales-económicos 

Por Daniel Kiper, abogado y excandidato a presidente de River Plate. El autor señala que Los clubes de fútbol solo tienen un sentido profundo si están impregnados del espíritu deportivo.

La palabra deporte ha sido incorporada casi a la totalidad de las lenguas del planeta, es un término auténticamente ecuménico, su uso es prácticamente universal. Empero ello no facilita nuestra comunicación porque le asignamos al término deporte significados diversos en función de nuestra dimensión cultural, de las diversas realidades sociales y su complejidad simbólica. 

El término deporte es una derivación del término provenzal deport, y similar derivación se observa en las otras lenguas románicas: en el catalán deport, el italiano disporto, el portugués desporto, el francés desport. La variante francesa desport se incorporó a la lengua inglesa como disport, hacia el siglo XIV, período en el que existía un cierto predominio político y cultural de Francia sobre Inglaterra. Se trataba de uno de tantos galicismos que se introdujeron en Inglaterra en esa época. Hacia el siglo XV se produjo una aféresis del término y de disport se pasó a sport. Todos estos términos se interpretaban en el sentido de «recreación, diversión, entretenimiento». 

Tan es así que en 1523 el New English Dictionary definió por primera vez el significado de la palabra sport como «a game or particular form of pasatime» en el que se refiere al sport como un juego o una forma particular de pasatiempo (Alvar, 2009). 

De igual modo el primer Diccionario de la Real Academia Española, el Diccionario de autoridades de 1732 refiere a diversión, holgura, pasatiempo. Concepto similar se encuentra en el diccionario Castellano de Terreros de 1786. 

De estas breves referencias surge una primera concepción del deporte. El deporte es recreación, es diversión. 

Ortega y Gasset explica esta primera concepción del deporte al referirse a su origen etimológico: los antiguos marineros del Mediterráneo alternaban sus días de trabajo y de fajina en el mar, con jornadas de esparcimiento, recreación y holganza en el puerto. 

En el mar desarrollaban una tarea laboral, necesaria para el sustento, que se contraponía con la actividad de los días de puerto o “de Portu”. 

Los marineros mediterráneos, sobre todo provenzales, solían utilizar la expresión de portu (estar de portu) para significar las temporadas libres entre cada salida al mar. Esas temporadas las pasaban alegremente en el puerto. En esas temporadas los hombres de mar se entregaban a sus diversiones. Así la palabra deporte adquiere un sentido claro y definido. 

Miguel Piernavieja del Pozo, historiador español que fuera director y artífice, junto con José María Cajigal de la prestigiosa revista deportiva Citius, Altius, Fortius (1959-1976) encontró la primera referencia escrita del término en la lengua provenzal en un texto poético del siglo XII de Guillermo VII de Poitiers (1071-1127). En la lengua castellana indicó que aparece por primera vez en el Poema del Mío Cid (1140). Y se utiliza el término en el sentido de ‘recreación’. Por ello se aplicaba a todo tipo de juego y entretenimiento de la época, contemplando el ejercicio físico. 

Bajo este enfoque el deporte es una expresión lúdica y trivial, dado que su trascendencia se agota en el esparcimiento mismo. Al decir de José María Cagigal el valor humanístico del deporte radica en su secundariedad, en ser una alternativa espontánea al trabajo. 

Así surge una primera concepción del deporte. Es recreación, pasatiempo, placer o diversión, que nos libera de las fatigas y del pesar de la vida diaria, a través del ejercicio físico. 

Caracteriza a esta concepción del deporte el espíritu altruista, espontáneo y carente de un utilitarismo inmediato. A este espíritu Ortega y Gasset al igual que Johan Huizinga, le atribuyen no sólo ser el origen del deporte, sino de otros muchos logros culturales del hombre. Recuérdese el artículo de Ortega sobre el origen deportivo del Estado. 

Obviamente el deporte, como actividad, antecede a la palabra. 

Los hallazgos arqueológicos permiten remontar nuestro conocimiento del deporte griego al segundo milenio antes de Cristo. Pero es la Ilíada, el poema con el que comienza la literatura europea, la obra con la que empieza también la historia de nuestra literatura deportiva, en el siglo VIII a.C., el mismo siglo en el que se sitúa el inicio de los Juegos Olimpicos, que se celebraron por vez primera, según la tradición, en el año 776 ac. 

Esta primera crónica deportiva detalla un amplio programa atlético carrera de carros, boxeo, lucha, carrera pedestre, lanzamiento de peso y jabalina, tiro con arco. 

El deporte en la cultura helénica tenía un marcado carácter religioso y cumplía una función educativa y trascendente, para que cada individuo alcance su propia perfección. El hombre debía ser capaz de afrontar a la naturaleza, a un oponente y a sus propias limitaciones. Por eso es que la actividad física adquiere un sentido pedagógico. Se trata de formar a los jóvenes, su temple e inculcarles un afán de superación personal. Es el espíritu agonístico del deporte helénico. 

A través de la actividad física se aspiraba a alcanzar una forma superior de existencia humana. 

Los antiguos Juegos Olímpicos fueron por siglos la máxima expresión de esta corriente. Más que vencer – dado que eran los dioses quienes asignaban victorias o derrotas – lo relevante era haber competido con honorabilidad y grandeza, salvando y superando las propias limitaciones individuales. 

Según los relatos Homéricos esta concepción del deporte coexistía con la práctica del deporte como diversión. Así se advierte en el canto 8 de la Odisea, cuando Alcínoo, el rey de los feacios, propone celebrar unas competiciones atléticas. 

El deporte como búsqueda de la excelencia individual también iluminó a quienes gestaron los Juegos Olímpicos modernos. Pierre de Coubertain decía que “lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”. 

Esta concepción conlleva una visión transcendental del hombre, quien parece estar llamado a desarrollar a través de del deporte las más nobles virtudes humanas. 

Incluso Juan XXIII, en ocasión de los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, destacaba este concepto del deporte, en referencia a las virtudes cristianas. 

He aquí una segunda concepción del deporte. A través del ejercicio físico se educa y se forma el espíritu, las virtudes y el pensamiento de los jóvenes. 

Sin embargo, en la antigua Esparta, la preparación militar condicionaba todo el sistema educativo. Por razones sociales y políticas diversas este pueblo sufrió una militarización progresiva de su régimen de vida, como único medio de mantener su dominio. Muchos son los testimonios que al respecto nos transmiten los autores antiguos: “En Esparta y en Creta (leemos en la Política de Aristóteles) la educación está organizada casi exclusivamente con vistas a la guerra”, con olvido casi absoluto de la educación intelectual; “a leer y a escribir -añade Plutarco en su Vida de Licurgo- aprendían porque era necesario, pero todo el resto de la educación tenía como meta … vencer en la batalla” (el propio Plutarco comenta en otro pasaje que para los espartanos la guerra era en realidad un descanso de su preparación para la guerra). Lo mismo vale también para la educación femenina, ya que otro rasgo peculiarísimo de la educación espartana, con pocos paralelos en el mundo griego (y en otros lugares y épocas hasta nuestro siglo) es la participación de las mujeres a todos los efectos en el sistema educativo, incluida la práctica deportiva. 

La búsqueda de excelencia es reemplazada por la formación masiva de soldados. La supervivencia del pueblo dicta los valores educativos y deportivos. 

Cada niño debía ser soldado, ingresando a los efectos de su preparación a un internado, una especie de unidad militar infantil. Lo esencial de su formación era endurecerlos físicamente por medio del deporte y manejo de armas, con rigor y disciplina. Incluso las niñas eran entrenadas para fortalecerse y competir. 

La actividad física no estaba orientada a la recreación ni a la búsqueda de la excelencia individual. Más que campeones interesaba el número. Su nota distintiva es el carácter público de la educación colectiva de guerreros y, en lo que aquí me interesa destacar, la masificación de la actividad física. 

Aquí se observa una tercera concepción o rasgo distintivo del deporte: la masificación de su práctica, la masificación de la educación deportiva. 

El Imperio Romano heredó de la Grecia Clásica los juegos ya decadentes, proceso que se inició cuando los valores pedagógicos fueron reemplazados por el profesionalismo, la comercialización, la corrupción y el fraude. 

Obsérvese que mientras Pindaro, uno de los más célebres poetas líricos de la Grecia clásica, expresaba que el atleta era el hombre ideal, los poetas Lucilio y Nicarno, ya en el siglo VI ac, criticaban enérgicamente lo que hoy denominamos espectáculo deportivo. Durante los siglos siguientes y hasta la abolición de los Juegos Olímpicos en el siglo IV dc, se repiten recurrentemente criticas semejantes contra el deporte profesional en las obras de poetas, oradores, médicos, filósofos, etc. 

Los juegos se transformaron en una parodia de sí mismos, violentos y sangrientos, eran en esencia un espectáculo público, sin valores, que reconvirtió el espíritu griego en una serie de exhibiciones circenses y sangrientas. 

El espectáculo público fue utilizado por la política. Por un lado, para seducir a las masas y mantener a los ciudadanos al margen de la política. Por otro, para seducir al pueblo, promocionarse y elevarse en la política. La popularidad de los juegos los transformó en un medio para ganarse el favor del pueblo, que distribuía fama, mando y magistraturas. De aquí devino la célebre frase de Juvenal, el poeta romano, Pan y circo. 

Los juegos, por su carácter sangriento, fueron condenados por los Padres de la Iglesia y proscritos por edicto del Emperador cristiano Teodosio I en el año 393 D.C. 

Una multitud acudía a los juegos y, ante la aparición de los personajes públicos y el Emperador, se ponía de pie y aplaudía. Todo estaba organizado para que así ocurriera. Ello denota que no hay nada nuevo bajo el sol. Rara vez la “claque” organizada expresaba repudio al poder. El emperador Nerón contaba con 5.000 “aplaudidores”. 

El deporte fue reconvertido en algo totalmente diferente. Así obsérvanos una cuarta concepción del deporte, sin valores éticos, al servicio de la política y los negocios. 

Es el deporte como espectáculo público, que relega a la mayoría a lo posición de espectadores. 

Son cuatro formas distintas de concebir el deporte: 1º) diversión, 2º) superación individual, 3º) formación masiva y 4º) espectáculo al servicio de intereses extradeportivos. 

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX se fundan los actuales clubes de fútbol en la Argentina. En 1887 Quilmes y Gimnasia y Esgrima de La Plata, en 1889 Rosario Central, en 1901 River Plate, en 1903 Racing Club, en 1905 Boca Juniors, en 1908 Huracán y San Lorenzo, por citar algunas entidades. 

Era un país muy diferente al que conocemos hoy. Fue el país que conocieron y forjaron nuestros bisabuelos inmigrantes. Atravesaba un proceso de transformación al expandir su territorio e incrementar su población. 

En perjuicio de los indios – muertos o tomados prisioneros – incorporaba enormes territorios hacia el oeste y sur, merced a la campaña de 1879, al tiempo que se promovía la inmigración europea. 

Según al primer censo nacional, realizado en 1869, había menos de 2.000.000 de habitantes en nuestro país. En un periodo de apenas 20 años (1881-1900) arribaron al país alrededor de 1.500.000 inmigrantes, cifra que se eleva a 6.000.000 de inmigrantes si consideramos un periodo más extenso, desde 1857 hasta 1930, según apunta Alejandro Diaz en Ensayo sobre la historia económica de la República Argentina. 

Los inmigrantes no tienen acceso a la propiedad de la tierra. Ello a pesar que en los considerandos de la Ley Nacional n° 947 (sobre distribución de tierras) se alude al inmigrante, y aunque en su articulado se limitaba la distribución de áreas (3 por persona) y la extensión de los lotes (10.000 ha.). Lo concreto es que los nuevos territorios fueron rematados en 1882 en Londres y París, y el remanente dado a los soldados en 1885, lotes que fueron rápidamente malvendidos por éstos y quedaron en manos de unos pocos. Apenas 344 estancieros se distribuyeron 10.000.000 de hectáreas. Así se consolidó una clase terrateniente que vivía en la ciudad. 

Los inmigrantes mayoritariamente buscaron trabajo en la ciudad. Ello alteró la distribución entre la población rural y urbana. En 1869 el 72 % de la población era rural y el 28 % urbana. En cambio, en 1914 un 53 % era urbano y un 47 % rural, conforme indican Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo, Ezequiel en La formación de la Argentina Moderna, Paidós, 1967). 

Surge así una clase obrera conformada principalmente por inmigrantes. Dos tercios del personal empleado en actividades industriales era extranjero, según el censo de 1895. 
Y la clase industrial también estaba conformada mayoritariamente por extranjeros. Más del 81% de los propietarios de establecimientos industriales era extranjero. Y producto de la creciente urbanización, emerge una incipiente clase media, atendiendo actividades mercantiles o prestando servicios profesionales o educativos. 

Los inmigrantes no tenían derechos laborales o sociales. Carecían de poder político, en un sistema que tendía más a marginarlos que a integrarlos. Incluso la Unión Industrial Argentina, fundada en 1887, quedó relegada por el proyecto agro-exportador. 

El sistema político se caracterizaba por el fraude. El partido gobernante representaba y sostenía los intereses de los terratenientes y de la burguesía comercial, particularmente de Buenos Aires. 

Ello lleva al inmigrante a agruparse y formar, para atender sus diversas necesidades, entidades mutuales, sindicatos, partidos políticos y clubes de deportivos. 

En 1857 se funda la Sociedad Tipográfica Bonaerense, la Asociación Española de Socorros Mutuos, la Sociedad San Crispin de zapateros. En 1858 Unione e Benevolenza, contabilizándose a finales del siglo XIX 74 mutuales en todo el país, cuyo objeto era de ayuda y socorro. 

También crean los primeros sindicatos, concebidos como entidades de lucha. En 1878 la Unión Tipográfica, convocando a la primera huelga en el mismo año de su fundación. Obtiene la reducción de la jornada laboral a 10 horas en invierno y 12 en verano. Los sindicatos crecen en número, llegando a 32 en 1896. Estaban conformados principalmente por inmigrantes, que ya tenían experiencia sindical. Con ideas anarquistas o socialistas conformaron en poco tiempo centrales obreras: la Federación Obrera de la República Argentina (FORA) y la Unión General del Trabajo (UGT), respectivamente. 

Nacen la Unión Cívica Radical (1891), liderada por Leandro N. Alem, reclamando elecciones libres y honestidad en la administración pública y el Partido Socialista (1896), cuya figura central fue Juan B. Justo, que sumaba reclamos de corte social y laboral. 

En ese breve periodo los inmigrantes promueven instituciones de asistencia social, de lucha gremial y de articulación política. Empero ello era insuficiente para educar a sus hijos, nuestros abuelos. Así nacen los clubes deportivos, inspirados en los valores del deporte que he reseñado: El deporte es recreación, superación individual y formación masiva. 

Son el producto de una construcción colectiva. Con recursos precarios, en la mayoría de los casos, pero al estar destinados a atender una necesidad básica vinculada a los hijos y la familia, cuentan con el aporte, esfuerzo y sacrificio de una generación tras otra. 

No es casual que Leopoldo Bard, primer presidente del Club Atlético River Plate, fuera hijo de inmigrantes judíos o que Esteban Baglietto, primer presidente de Boca Juniors, fuera hijo de inmigrantes Genoveses. Tampoco que Quilmes, club decano del fútbol argentino, fuera fundado por la colonia británica o Rosario Central – bajo el nombre de Central Argentine Railway Athletic Club – por trabajadores ferroviarios, y solo estos – en sus inicios- podían asociarse, o que el padre salesiano Lorenzo Massa fuera determinante en la fundación de San Lorenzo de Almagro y abriera las puertas del Oratorio San Antonio para la práctica del fútbol. 

Bajo este enfoque los clubes erigieron campos deportivos, gimnasios, escuelas y foros culturales, en todos los rincones de la patria. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada barrio el club es un ámbito de formación y encuentro. 

El crecimiento institucional fue seguido por el crecimiento económico. En 37 años de existencia River Plate realizó una obra monumental – en apenas 3 años – al inaugurar su estadio en 1938. Otro tanto hicieron su clásico adversario, al inaugurar su estadio dos años más tarde, en 1940, Racing Club, cuyo estadio fue inaugurado en 1950, Vélez Sarsfield, cuyo estadio fue inaugurado en 1951, por mencionar los más relevantes. 

El vertiginoso crecimiento de los clubes de fútbol atrajo a su seno a quienes rechazan sus valores y principios, se desinteresan del deporte recreativo y de las actividades formativas, pero intentan utilizar el deporte para plegarlo a sus intereses ya sea para obtener réditos económicos y/o políticos. 

Sin valores éticos hay quienes aspiran a transformar el deporte en un espectáculo al servicio de las finanzas, la industria, el consumo y el poder político, dado que son un formidable medio publicitario, utilizado por igual para la promoción de productos o de personas que aspiran a fulgurantes éxitos electorales. 

En las transmisiones televisivas se muestran y destacan a ciudadanos adinerados, cuyo único vínculo con el deporte es su condición de espectador pasivo. Los “chivos” muestran a personas ávidas de popularidad. Incluso se ha llegado al extremo de sustituir la publicidad comercial por la publicidad política. 

Todo ello ante la indiferencia del Estado por asegurar los valores que inspiran al deporte o custodiar el patrimonio de los clubes ante administraciones corruptas. Nada hace o, en ocasiones, asume posiciones en perjuicio de las instituciones deportivas. En vez de legislar en tutela de los clubes, el Estado se aprovecha de su debilidad haciéndose empresario. 

El poder advierte que el deporte como espectáculo es una herramienta formidable de control social, mantiene a la masa alejada de las cuestiones más trascendentes, más relevantes, y publicidad mediante puede orientarla según convenga a los intereses o necesidades del poder. 

Utiliza mecanismos subyugantes del espectáculo. Los espectadores pasivos sufren, se alegran, se deprimen o explotan de emoción en consonancia con las incidencias deportivas. 

El carácter recreativo del deporte desaparece. El deporte no alterna con el trabajo. Se convierte en el trabajo del deportista. 

La función pedagógica del deporte, para enseñarle al individuo a superar sus propias limitaciones, se pierde en la búsqueda de la victoria. Lo importante es ganar – ya no competir – de cualquier manera, incluso con la mano de dios, con trampa o con corrupción. 

Y la práctica masiva de la actividad física es reemplazada por la preparación de un selecto grupo de deportistas de elite. La mayoría es apartada de la práctica del deporte. La función del espectador no es la de mirar una suerte de espejo con fines pedagógicos, para aprender o mejorar su propia técnica, sino que queda circunscripto a un rol pasivo. 

El deporte como espectáculo privilegia las retransmisiones, la publicidad, los negocios y la política. Expresa valores opuestos a los que dieron origen a los clubes de fútbol. 

La esencia de los clubes de fútbol es conformar un ámbito para que todos, más allá de su nivel técnico, practiquen deportes y encuentren en la actividad física un recreo, una distracción al agobio del trabajo. Aprendan a superarse en la práctica del deporte, el compañerismo y el sacrificio propio de los deportes de equipo. Y que la elite deportiva sea un emergente natural derivada de la práctica masiva del deporte, una consecuencia lógica del número de practicantes y no una selección artificial y prematura de niños a los que se les asigna a temprana edad el rol de campeones. 

Los clubes de fútbol solo tienen un sentido profundo si están impregnados del espíritu deportivo. 

En suma, los clubes de fútbol no deben estar al servicio de la política ni de intereses empresariales-económicos.