El libro impreso no solo resiste al avance digital, sino que sostiene una industria clave en Argentina: genera empleo, activa PyMEs y sigue siendo un motor económico y cultural.
En el corazón de la Feria del Libro late algo más que pasión por las letras: se mueve una industria que genera miles de puestos de trabajo y que, a pesar del avance digital, demuestra que el libro impreso sigue siendo un motor cultural y económico en Argentina.
Cada año, cuando la Feria del Libro toma por asalto Buenos Aires, se reactiva una conversación tan antigua como vigente: ¿qué lugar ocupa hoy el libro en nuestra vida cotidiana? ¿Sigue siendo necesario editar en papel en una época donde todo parece migrar a lo digital? La respuesta es sí, y no solo desde lo simbólico o cultural, sino también desde lo económico.
La industria editorial argentina es una de las más importantes de América Latina. Da trabajo a más de 25 mil personas entre autores, editores, ilustradores, correctores, diseñadores, imprenteros, distribuidores y libreros. La cadena del libro —que empieza con una idea y termina en las manos de un lector— es larga, artesanal, local, y sostenida mayormente por PyMEs.
Pese al auge del ebook, el libro impreso conserva una legitimidad difícil de reemplazar. El papel no se actualiza, no te pide batería, no cambia su algoritmo. Está ahí, dispuesto a dejarse leer en silencio, sin notificaciones ni distracciones. No compite con la inmediatez: propone otro ritmo, más humano, más reflexivo. Y eso también tiene valor.
En un mundo donde las redes sociales y las plataformas digitales dominan la producción de contenidos, el autor que elige autopublicarse en papel no sólo escribe: emprende. Invierte, produce, distribuye. A menudo sin grandes apoyos, confiando en su voz y en el boca a boca de sus lectores. Cada libro es un proyecto productivo en sí mismo.
Hoy más que nunca, leer también es producir. Leer activa librerías, editoriales, ferias, debates, charlas, talleres. Leer genera circuitos económicos y culturales que sostienen comunidades enteras. No es casual que cada año miles de personas recorran los pasillos de la Feria del Libro buscando historias nuevas. No es nostalgia: es pertenencia.
La lectura no está en peligro. Se transforma. Se adapta. Pero el libro impreso aún tiene la capacidad de concentrar atención, emocionar, informar y hasta generar trabajo. Mientras haya ideas para contar y lectores dispuestos a escuchar, el papel seguirá cumpliendo un rol que ninguna pantalla puede reemplazar del todo.
Y esa es, quizás, la mejor noticia: en un país en crisis, el libro sigue siendo una inversión que da sentido. Una industria silenciosa que, página a página, sigue escribiendo parte de nuestra historia.
Mariela Blanco es periodista y autora de “Leyendas de Ladrillos y Adoquines” y “La Historia es Noticia”