¡Bienvenida Annobón!

Cristina reapareció con definiciones clave en medio de una semana saturada de novedades políticas y mediáticas. Carlos Fara analiza el potencial giro conceptual del cristinismo, el futuro de Kicillof y la interna en Buenos Aires, mientras el escenario nacional oscila entre la realidad cotidiana y episodios dignos de un guion de ficción. ¿Habrá “nueva canción” o sólo ruido?

Por Carlos Fara

Tuvimos una semana variopinta entre empanadas, documentos secretos de inteligencia, una jueza documentalista, novedades del Libragate, negociaciones de amarillos y violetas, un Paka Paka libertario y CFK con definiciones importantes. No importa tanto el eventual efecto distracción de la opinión pública -ya que varios de estos hechos tienen dinámicas propias- sino que la saturación de “novedades” opera de manera protectora hacia los cerebros de los votantes. Todo queda al final del día tamizado por la realidad cotidiana de cada uno. La gran mayoría ve todo, pero no le impacta todo, ni por lejos. Cuánto más políticas son las noticias, menos incidencia. Y si no pregúntenles a los sufridos conductores de programas televisivos de noticias que viven mirando el rating segundo a segundo, para decidir si estiran el tratamiento de un hecho, o lo cortan de cuajo.

Pero claro, el punto es que algo de lo que pasa en la política puede afectar a la vida cotidiana del común de los mortales a la corta o la larga. Aunque parezca muy extemporáneo, la reaparición de Cristina el 25 de mayo tiene bastante tela para cortar. Más allá de las críticas al gobierno y las chicanas políticas hacia Axel Kicillof, dio dos definiciones trascendentes. Una es sociológica -los que se fueron con Milei y están defraudados no estarían volviendo al peronismo- y otra conceptual: una nueva “estatalidad”, pasando del “Estado presente” al “Estado eficiente”.

El primer tema alumbra las dificultades que, en general, está teniendo el peronismo de ella para captar los desencantados con todo. ¿Se quedarán en la casa? ¿o irán aunque más no sea para manifestar su enfado con la LLA? Pero más allá de expresar un voto castigo en octubre ¿hay una nueva propuesta política, más contemporánea, no nostálgica y realista sobre lo que debería ser el modelo económico alternativo al de Milei?

Aquí entra el segundo tema, que es un giro significativo desde un sector político que siempre auspició un modelo “estadocéntrico”, desconfiando de la capacidad de la iniciativa privada para generar riqueza y distribuir bienestar. En ese punto, ¿se pone a la derecha de Kicillof, cuyo entorno se reconoce marxista en la intimidad? ¿Qué significaría para el sistema de alianzas políticas, económicas y sociales que cultivó el cristinismo en los últimos 15 años? ¿Se lo bancarán? ¿Adherirán públicamente? ¿O les hará ruido? ¿Será algo como el giro desarrollista que ensayó Perón post 1952, advertido de las limitaciones que había tenido la primera etapa?

Eso lleva a un tercer punto, políticamente muy relevante para la puja intra kirchnerista: ¿será Cristina la que finalmente componga la “nueva canción” que pidió Kicillof en 2023 y que recibió duras críticas por parte de La Cámpora? Porque el gobernador planteó ese título hace dos años y no pudo, no supo o no quiso componerla. Un aspirante a líder no enuncia la necesidad: la satisface directamente, dando a luz un nuevo relato, una nueva propuesta política, que no solo marque diferencias metodológicas o sea la expresión de un debate sobre espacios de poder y candidaturas. Por eso la jefa repitió el 25 de mayo que había que dejar de ser militantes electorales, para volver a ser militantes políticos. Es decir: pensar estratégicamente y ejercer la conducción política. A partir de eso, se leerá con lupa todo lo que haya dicho y hecho Axel en el lanzamiento de su corriente “Movimiento Derecho al Futuro”. ¿Esa será su nueva canción? ¿Tendrá algún correlato sobre la orientación de la gestión? ¿O marcharán por carriles distintos?

Aunque hay muchas cosas para comentar, detengámonos en la estratégica provincia de Buenos Aires, ya que ahí están pasando muchas cosas. Primero, Cris inició una ofensiva para tumbar la idea del desdoblamiento. Suena difícil, pero no imposible a esta altura del enfrentamiento interno. ¿A quién le convendría volver a fojas cero? Por ejemplo, al radicalismo no, porque si se mantiene la separación, tiene margen de negociación con Pro y LLA (esta semana dieron un gesto de independencia frente a las operaciones mediáticas libertarias que ya los daban por entregados). A los peronismos locales tampoco les conviene porque temen a la ola violeta en octubre. O sea, cuando hay muchos actores en el juego con intereses contrapuestos, todo se vuelve naturalmente más complejo.

Mucho se habla que la elección del 7 de septiembre no habrá una sola campaña, sino 8 porque ese es el número de secciones en las que se divide el territorio. Eso lleva a que se barajen nombres descollantes en cada distrito para ser competitivos. Ejemplos, Montenegro en la 5ta. o Santilli en la 1ra. Tener buenos candidatos siempre da ventaja, pero ¿qué mirará el electorado? ¿A las cabezas? ¿O terminará influido por el clivaje “libertad o kirchnerismo”? ¿Milei no se meterá en el debate, para nacionalizar a su favor? ¿Cristina -si no compite en esa fecha- se quedará pancha en su casa? ¿O acaso no ven a la adelantada como un gran termómetro, en donde el que gana llega al 26 de octubre ganando 1 a 0? Los teóricos de la municipalización o provincialización de las campañas aducen que lo diferente es que acá los intendentes arrastrarán para arriba, y no al revés como ocurría siempre al ser pegadas a las nacionales. ¿De verdad se va a provincializar el debate, discutiendo sobre el estado de la seguridad y otros temas bonaerenses, y no será un pre plebiscito sobre el modelo libertario? Nadie lo sabe, y el/la que afirme algo ahora, será un/a temerario/a.

El índice de confianza en el gobierno de la Universidad Di Tella subió después de 5 meses consecutivos de caída. También ya se había recuperado el de confianza del consumidor. El gobierno, que respira con el aliciente de un mayo con inflación a punto de quebrar el piso del 2 %, festejó el haber vuelto a los mercados de capitales con un bono en pesos. Todo va tan bien que hasta una isla africana -Annobón- quiere ser un estado asociado de Argentina, tipo Puerto Rico. ¿La felicidad no tiene fin?

Conmigo no Darín

El actor mencionó en lo de Mirtha que una docena cuesta $48.000 y desató la furia oficialista. Caputo lo cruzó en TV y los medios paraoficiales salieron a destruirlo. “Estamos en democracia”, le respondió Darín.

Por Fernando Ramírez

El exitoso actor Ricardo Darín cometió el “pecado” de decir en la mesaza de Mirtha Legrand que la docena de empanadas está a 48.000 pesos, en medio del fenómeno de dispersión de precios con inflación, y el Gobierno le salió con los tapones de punta a lapidarlo en todos los medios paraoficiales.

Darín, el protagonista de “El Eternauta”, fue consultado por la diva el sábado acerca de la situación económica y respondió que “la gente está mal”, declaración que disparó al día siguiente una crítica despectiva del ministro de Economía, Luis Caputo, y luego se sumaron los canales super oficialistas y el ejército de trolls libertarios para pegarle sin piedad.

El actor, productor y director de cine no hizo más que poner en el tapete público un problemas que se da en el marco de un proceso inflacionario como el que vive Argentina.

Dispersión de precios se le dice a la variación en los precios de un mismo producto ofrecidos por diferentes vendedores en un mercado, en este caso en la ciudad de Buenos Aires.

O sea, un producto idéntico puede tener diferentes precios en diferentes establecimientos.

Los periodistas de los medios para-oficiales conocen esa variable económica, pero salieron a destruir al actor, al que virtualmente lapidaron en la trilogía de medios oficiales.

“Darín se equivocó”, decían a coro los nuevos propaladores del “6, 7, 8”, en versión remake libertaria.

“Toto” Caputo había ido especialmente un domingo a noche a la tele a “atender” a Darín por decir un dato de la realidad, una declaración mucho menor que la del arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, en el Tedeum matinal.

Para el titular de la cartera económica, el actor se quiso hacer el “nacional y popular y dijo una estupidez”.

“Me dio vergüencita ajena”, ironizó Caputo.

Por su parte, Darín le respondió el lunes al ministro y le aclaró que “estamos en democracia” y no hay por qué quedarse “callado”.

“Hay que cuidar las formas”, pregonó el polifacético actor, productor y director de cine, y le dijo a Caputo que usualmente eso “se hace de arriba hacia abajo”.

En “El Eternauta”, unos amigos enfrentan una invasión alienígena y la mayoría de la gente muere.

Cae en forma de nieve una sustancia tóxica letal, de manera persistente y nadie puede salir a la calle porque no hay oxígeno.

Por eso, Darín (Juan Salvo) sale a la calle al rescate de su familia con una máscara casera que le permite sobrevivir, como igualmente intentó hacer ante la lluvia de críticas que recibió en estas 48 horas, acerca de lo cual reflexionó: “Me trató de Ricardito. Bastante despectivo para un funcionario público votado en democracia, debería ser un poquito más educado”.

Empanadas, Porsche y la desconexión del poder: cuando el ministro no entiende al pueblo

Luis Caputo comparó el precio de una docena de empanadas con un auto de lujo y desató la polémica. Lejos de debatir la inflación, ridiculizó una denuncia real. ¿Qué revela esta frase sobre la visión del gobierno y su vínculo con la vida cotidiana?

Por Daniel Kiper

Esta semana, la realidad argentina volvió a mostrar su rostro más absurdo —y a la vez más revelador— en un cruce inesperado entre el actor Ricardo Darín y el ministro de Economía, Luis Caputo. El disparador fue una frase simple, directa y dolorosamente real: “Una docena de empanadas cuesta 47.000 pesos”, señaló Darín en una entrevista que intentaba ponerle cifras concretas al drama cotidiano que atraviesan millones de argentinos.

Lo que podría haber servido como punto de partida para una reflexión seria sobre el deterioro del poder adquisitivo y el impacto real de la inflación, derivó en un exabrupto despectivo del ministro Caputo, que eligió burlarse del problema y transformar el debate en una comparación tan absurda como ofensiva: comprar empanadas de calidad sería —según él— como comprarse un Porsche. Un lujo. Un capricho. Un privilegio de pocos.

El mensaje es demoledor. Y, lamentablemente, coherente con el rumbo del gobierno al que representa.

Cuando comer es un lujo

¿Qué significa que el Ministro de Economía equipare un plato de empanadas con un auto de alta gama? Significa, en primer lugar, que ha perdido —si alguna vez la tuvo— toda conexión con la vida cotidiana del ciudadano de a pie. Significa también que ha olvidado (o decide ignorar) que la comida no es un lujo: es un derecho. Una necesidad básica. Un termómetro de la dignidad social.

¿Acaso Caputo no advierte que para un jubilado, un trabajador informal o un empleado con salario mínimo, $47.000 o incluso $17.000 representan un porcentaje abrumador de sus ingresos mensuales? ¿Qué sentido tiene ironizar con un Porsche cuando la mitad de la población está por debajo de la línea de pobreza?

Las empanadas, señor Ministro, no son un lujo. Son parte de la cultura popular, un símbolo de la mesa argentina, y en muchos hogares, la única comida caliente del día. Descalificarlas por su precio o por provenir de un local de calidad es como decir que los argentinos solo tienen derecho a comer pan duro o fideos con aceite. ¿Ese es el modelo de país que propone?

Las empanadas y el 25 de mayo: más que comida, identidad

Decir que las empanadas son un lujo no solo denota desprecio por las condiciones sociales actuales; también desconoce la historia y la identidad nacional. Las empanadas no son solo una comida: son parte del ADN cultural argentino. El 25 de mayo de 1810 —fecha que marca el nacimiento político de la patria— se celebra, en cada rincón del país, con un locro, un pastelito… y una buena empanada. Están en nuestras fechas patrias, en las mesas familiares, en los clubes, en las esquinas de barrio. Son un símbolo de pertenencia, de encuentro, de historia viva. Reducirlas a “lujo” es amputar de un tajo ese lazo invisible que nos une como comunidad.

Un privilegio reservado a la élite

La frase de Caputo no es un exabrupto aislado. Es el síntoma de una visión profundamente elitista del Estado, de la economía y de la sociedad. Una visión donde todo lo bueno —lo sabroso, lo estético, lo saludable, lo digno— se transforma en “lujo”, y todo lo barato, en norma. No importa si empobrece el cuerpo o el alma. Hay que acostumbrarse, nos dicen.

Este modelo, que consagra la exclusividad como valor supremo, convierte a la mesa familiar en un santuario inaccesible. No por sagrada, sino por prohibida. Y transforma al Ministro de Economía —que debería garantizar el acceso equitativo a los bienes básicos— en un custodio de la escasez, que encima se burla de quienes la sufren.

Un país que se come a sí mismo

Argentina está frente a una paradoja cruel: produce alimentos de altísima calidad, pero cada vez más argentinos no pueden acceder a ellos. La reacción de Darín fue la de un ciudadano que se niega a naturalizar lo inaceptable. La respuesta de Caputo, en cambio, fue la de un funcionario que ya no distingue entre una crítica sensata y un capricho burgués.

Comparar un plato típico con un auto de lujo no es solo una torpeza comunicacional: es un acto de cinismo. Es retratar, sin filtros, la filosofía de un gobierno que ve en el ajuste una virtud moral y en el bienestar popular, una amenaza al orden. Y que convierte el acceso a una empanada —¡una empanada!— en símbolo de ostentación.

Pero el verdadero lujo, en esta Argentina de 2025, no es comer empanadas. El verdadero lujo es gobernar sin sensibilidad, sin pudor y sin respeto por el sufrimiento de millones.

Eso sí que no se lo puede permitir ningún país.

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