Lo que se espera del segundo debate presidencial

Por Mariela Blanco. Los candidatos llegan este domingo al “ring” televisivo tras una semana de visible recalentamiento de la campaña.

Después del primer encuentro en Santiago del Estero, los cinco candidatos presidenciales volverán a enfrentarse en una discusión pública este domingo en el Salón de Actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Los puntos de rating de la transmisión televisiva de la primera parte representó la expectativa por ver cómo el candidato de UP se reponía de una sucesión de tackles, cosa que no sucedió. Esto parece haber conformado al interior del partido y defraudado a los televidentes.

Habiendo corrido más agua bajo el amarradero de Marbella, ¿aprovecharán los contrincantes de Massa a arremeter contra el “yategate”? ¿Le zamparán en la cara la denuncia por el presunto enriquecimiento ilícito del intendente de Merlo? Y en ese sentido, ¿el Ministro de Economía podrá resistir el embate con “cara de sota” o barajará la posibilidad de despegarse de Gustavo Menéndez?  

En esta oportunidad, se esperan varias cosas más: ver el desempeño de Patricia Bullrich en materia de seguridad, una temática que es central en su campaña y los “palitos” que debería afrontar Javier Milei tras su aparición en el programa de Mirtha Legrand ventilando  su vida romántica junto a Fátima Florez.

Por otro lado, se espera un cruce entre Milei y Bullrich por la fuerte denuncia del candidato de La libertad avanza acerca de la grave acusación a la candidata de JxC de poner bombas en jardines de  infantes.

Los candidatos llegan este domingo al “ring” televisivo tras una semana de visible recalentamiento de la campaña. ¿Todos estos posibles ataques dejarán de lado la cuestión de la disparada del dólar? Si bien Economía no es uno de los tópicos de este debate, sabemos que es crucial este tema y que podría aprovechar Patricia para ascender un casillero en la tabla de posiciones de las devaluadas encuestas. 

En definitiva, lo que espera la ciudadanía es que en esta contienda verbal los candidatos olviden su libreto y nos permitan ver algo de genuinidad entre tanto coacheo mediático.

Proyectos escritos en servilletas de papel

Por Mariela Blanco. Aquietados, estoicos y extemporáneos, los bares también son un buen espacio donde poder sacarse el mal gusto de las noticias con una “lágrima”.

Este fin de semana se celebró la primera edición de La Noche de los Bares Notables en más de 40 establecimientos de toda la Ciudad y esto nos lleva a pensar en el significado de estos reductos donde algunas veces se pasea la soledad y, otras, se amontona a los amigos.

La propuesta busca reconocer la labor que llevan a cabo los bares notables de la ciudad e impulsar su desarrollo y ofreciendo promociones especiales pero, vale decir que históricamente, han sido más que un lugar donde saciar el hambre. Los bares notables fueron y serán “el fortín de los proyectos plasmados en servilletas de papel”.

Aquietados, estoicos y extemporáneos, los bares también son un buen espacio donde poder sacarse el mal gusto de las noticias con una “lágrima”.

El cambio de época dejó atrás aquel cafetín en el cual -dicen que dicen- se aprendía “filosofía, dados, timba y poesía”, y el infame impacto económico de la pandemia liquidó al unísono a algunos notables, como La Puerto Rico que hoy, afortunadamente, se prepara para reabrir sus puertas.

Aún recuerdo lo que decía el cartel que estaba cerca de la puerta de ingreso sobre Adolfo Alsina para resumir este espíritu fraternal de la tertulia: “Científicos han descubierto una novedosa forma de chatear en directo y en 3D; lo llaman tomarse un café con alguien”.

Nombrame un bar y te digo un barrio. ¿O acaso Las Violetas no es sinónimo de Almagro? ¿Decir El Progreso no es decir Barracas? ¿Roma no es La Boca?

En otros países, no hay un bar que eche raíz en la “bonita vecindad”. En cambio, en Buenos Aires, cada uno es un recorte fotográfico de otro tiempo que se estampa sobre el actual pulso vertiginoso de la metrópolis.

En síntesis, los “notables” estuvieron de fiesta y los porteños tuvimos otra nueva oportunidad para definir un barrio, olvidar las penas o patentar una idea fructífera o inútil leída entre líneas en la borra del café.

Un “veranito” cultural para el patrimonio porteño

Por Mariela Blanco. La periodista reseña las nuevas propuestas culturales de la Ciudad, tras el paso de la pandemia.

El último trimestre del año llega con buenas noticias para los aficionados al acervo cultural porteño. Con un aluvión de público, pasó ya La Noche de los Teatros y este sábado llega La Noche de las Librerías. 

Las buenas nuevas siguen: la realización de la tradicional Noche de los Museos será el próximo 30 de octubre de forma presencial y Arte BA, la feria de arte contemporáneo, tendrá lugar entre el 4 y 7 de noviembre. 

Luego, el 4 y 5 de diciembre, se realizará una nueva edición de Open House, el festival de arquitectura y urbanismo a puertas abiertas que hace posible el ingreso a edificios que normalmente se encuentran cerrados al público general. 

Mas allá de estos eventos programados, hay que resaltar que la pandemia y las restricciones para viajar dejaron un efecto colateral positivo. Muchos guías de turismo se reinventaron organizando tours culturales para grupos reducidos; en general, gente que gusta de la fotografía y la arquitectura. 

Asimismo, se multiplicaron las propuestas para dibujar cúpulas a mano alzada desde terrazas estratégicamente ubicadas dando paso a una nueva sub-tribu urbana dentro de los clásicos “croquiseros” que bien podría definírselos como “radiógrafos sociales sin vértigo”. 

Así, Buenos Aires va retomando su destino de museo vivo. Los vecinos empiezan a recuperar la calle y están ávidos de conocer todos esos espacios para los que siempre sobra apuro y falta tiempo. Todo parece indicar que al patrimonio le está llegando su veranito. 

Cicatrices de Buenos Aires

Por Mariela Blanco. La periodista repasa los hechos históricos que marcaron a la CABA para siempre.

Mucho se habla sobre la grieta, pero poco sobre la agresión que históricamente ha sufrido la ciudad y que es palpable si detenemos un poco el paso.  

Hay catarsis, hartazgo y días de furia que han quedado grabados en el cemento y en el bronce. 

Y hay ausencias, como el “achuramiento” que sufrió el Cabildo hasta terminar siendo una evocación de lo que fue. Ya durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, el Cabildo fue demolido porque se veía demasiado colonial.  

Lo hicimos, lo cambiamos, lo deshicimos y lo volvimos a hacer. Fue el arquitecto Buschiazzo quien revisó los planos originales e hizo un cabildo chico pero que al menos registró la cúpula que se le había serruchado. 

En Avenida Corrientes y San Martín, podremos ver “heridas” en la fachada del Edificio Transradio que fuera proyectado por el arquitecto Alejandro Christophersen y construido para la Compañía Argentina de Telecomunicaciones.  

Se trata de las marcas de las esquirlas de proyectiles disparados por un tanque del ejército durante la Revolución Libertadora de 1955.  

Y en Diagonal Norte y Florida, en la puerta de ingreso del ex Banco de Boston –hoy es una sucursal de otra entidad bancaria- se puede ver una de las cicatrices políticas más recientes.  

Si se observa bien, se podrá ver la magnitud de la impotencia de los ahorristas a los que, en enero de 2002, Eduardo Duhalde les aseguraba: “El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares”. 

Es que ese lugar es el mismísimo epicentro de reclamos durante el “corralito” o restricción de la libre disposición de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros impuesta por el gobierno de Fernando de la Rúa en 2001. 

Estos lugares con sus marcas expuestas dejan al descubierto fragmentos de la historia de una Argentina que a veces sangra y duele.   

Miniturismo solidario: todo por cincuenta pesos

Por Mariela Banco. La periodista y autora de ‘Leyendas de Ladrillos y Adoquines’ advierte cómo las excursiones locales pueden salvar a los golpeados locales gastronómicos, salas teatrales y museos de la Ciudad.

Ayudar a sostener los locales gastronómicos, salas teatrales y museos es vital para no lamentar más cierres definitivos. Sabemos que la pandemia se llevó para siempre el aroma a café recién molido de La Puerto Rico y el envolvente olor a pochoclo calentito del cine General Paz de Belgrano, por nombrar algunos lugares emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires que, lamentablemente, bajaron la persiana. 

Pero se observa un espíritu de salvataje sobrevolando las puertas de los teatros de Avenida Corrientes donde, este fin de semana, se registraron largas filas para disfrutar de la variada cartelera para grandes y chicos. 

Me corrijo. El espíritu protector corresponde a la gente que parece estar entendiendo que es posible aprovechar el mejor “happy hour” de la crisis: auxilio y disfrute, los dos al precio de uno. 

Las filas para ingresar a algunos bares y restaurantes, emociona. Señoras comprando especias en El Gato Negro, esperanza. Parejas sacando fotos en el Tortoni, alegra. 

Porque no podemos seguir perdiendo notables. Por otro lado, en comparación (por más antipáticas que sean las comparaciones), un chocolate espeso con churros servido en fina vajilla cuesta lo mismo en una confitería centenaria que en una estación de servicio en un vaso de plástico. 

Se respiran aires venturosos tanto para la amplia oferta cultural como gastronómica que han sido tan fuertemente golpeadas. 

Basta con recorrer los barrios y el microcentro para ver las largas listas de espera que hay para comer o meterse en las páginas oficiales de los museos para ver la cantidad de turnos que ya no están disponibles para recorrerlos. Buenos síntomas para la economía y para la cultura. 

También hay una noticia positiva para los enflaquecidos bolsillos: cincuenta pesos es el precio de la entrada de muchos de los museos porteños, un tercio de lo que cuesta agrandar el combo en el fast food.  

Dos boletos de colectivo aproximadamente es lo que cuesta ingresar al Fernández Blanco para disfrutar de su increíble colección de arte virreinal americano de los siglos XVI, XVII y XVIII dentro de un palacio de arquitectura neocolonial iberoameriana y jardines con impronta andaluza.  .

Las buenas noticias siguen: hay otros museos que son, directamente, gratuitos; como por ejemplo el Histórico Nacional, ubicado en Parque Lezama, el mismo parque que le da inicio a la novela “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sábato.  

El miniturismo interno y las excursiones locales pueden salvar a estas industrias y sitios de interés cultural que, en definitiva, no son más que PyMEs — con un poco más de historia en sus paredes. Hagamos fila. 

Mi Buenos Aires devastada

Por Mariela Blanco. La periodista advierte el evidente deterioro en la protección y conservación de los bienes culturales de la Ciudad.

Grandes esfuerzos se requieren para la protección y conservación de todos los bienes culturales de este gran museo a cielo abierto que es nuestra ciudad. Recorriendo las calles de Buenos Aires, podemos observar -a veces en una misma manzana- una cúpula fascinante, un edificio barroco y una casa colonial, todos fragmentos de distintos siglos conviviendo en armonía a pocos metros de distancia. 

Esos ladrillos son testigos de nuestro pasado, tienen historias para contar. Una suerte de packaging más o menos sólido que guarda fragmentos de la vida cotidiana de otras épocas. En los últimos años, muchos edificios se pusieron en valor y hubo múltiples iniciativas para sostener grandes joyas arquitectónicas cuyo valor va mucho más allá que lo edilicio. 

El principal enemigo de estos baluartes ha sido históricamente la piqueta. Pero hoy, además, sufren el vandalismo lacerante que los va despojando de su referencia histórica. Por citar un ejemplo, en enero se robaron la placa insignia del Tortoni, el café más antiguo de la ciudad. 

El patrimonio escultórico se lleva la peor parte. En Plaza San Martín, debieron enrejar el monumento al Libertador para impedir el robo de sus piezas de bronce. En Parque Lezama, quedó vacío el templete que alojaba a Diana fugitiva. Y la réplica de la Estatua de la Libertad emplazada en las Barrancas de Belgrano acaba de ser salvajemente grafiteada. 

Pero este desprecio por nuestras huellas culturales tiene larga data. Por ejemplo, en 1932 el majestuoso Pabellón Argentino fue demolido para ampliar la Plaza San Martín. No fue un delincuente. Fue una desacertada decisión política.  

Se trató de una construcción monumental que supo estar próxima a la Torre Eiffel durante la Exposición Universal de París de 1889. Luego fue desmontada y trasladada a Buenos Aires para funcionar como sede del Museo de Bellas Artes. 

Como si el desguace de esta obra emblemática de tiempos de prosperidad económica no fuera suficiente desaire, las cinco estatuas que lo coronaban se distribuyeron por distintas plazoletas de la Ciudad. 

Hace aproximadamente un año, entre el bullicio de los colectivos y los bocinazos de los automovilistas, me topé con una de esas figuras alegóricas en Av. San Isidro Labrador y Av. Cabildo del porteño barrio de Núñez.  

Me costó darme cuenta que se trataba de “La Agricultura” de Louis-Ernest Barrias. Los amigos de lo ajeno se habían llevado la placa de bronce de esta pobre sobreviviente. Nadie más que yo contemplaba la vejada escultura.   

Ahí estaba, una de las estatuas que conoció el río Sena, hoy prácticamente invisible hasta para los propios vecinos. Sin nombre. Sin identificación. Huérfana, descontextualizada. En la plazoleta más exigua de la ciudad, un triángulo diminuto perdido entre los locales comerciales, el metrobus y un taller mecánico.  

Recorrí otras plazas, otros monumentos. Cientos de marcas de bronces arrancados sin piedad de los pies de nuestros tesoros urbanos. Querubines sin brazos, héroes sin espadas. Una ciudad-museo con poco para decir. 

Tecnología y patrimonio: fusión que salva

Por Mariela Blanco. Mal que nos pese, Instagram, Youtube y Facebook desarrollaron la capacidad de buscar locaciones atractivas para contar una micro historia en un muro o en un “live”.

Como una enorme paradoja del destino, resulta que el patrimonio se ha modernizado. Cada vez con mas fuerza, los jóvenes se imponen en las redes con sus fotos de atractivos rincones de su ciudad.

En parte gracias a ellos, lo cultural ha perdido su tono solemne y hoy se disfruta en zapatillas y con las cinco cámaras del celular de última generación.

Ya no sorprende ver chicos posando desprejuiciadamente a los pies de una cúpula de la Avenida de Mayo.

Esto responde a una era muy audiovisual, en la cual los jóvenes tienen un ojo muy entrenado para la caza de curiosidades y para convertir cualquier momento de la vida cotidiana en una suerte de periodismo al paso.

Mal que nos pese, Instagram, Youtube y Facebook desarrollaron la capacidad de buscar locaciones atractivas para contar una micro historia en un muro o en un “live”.

Todo el entorno urbano en realidad es pasible de convertirse en escenario para un reality de pocos minutos. El arte callejero, los edificios históricos, los pasajes de Palermo, las calles empedradas de San Telmo, y los conventillos de colores de La Boca se vuelven insumo y decorado para satisfacer esa sed de publicaciones instantáneas.

Surge así un nuevo tipo de periodismo “especializado” que no escribe libros, ni hace documentales, sino que se sirve de una variada gama de aplicaciones para dar cuenta de los monumentos, casonas, palacios y lugares de interés para visitar. Con música y todo.

Es una movida muy interesante que se viene gestando hace unos pocos años. Sintetiza lo mas icónico de nuestra historia en una exageración de píxeles y pocas palabras.

La tecnología asila y resguarda a las joyas porteñas. Propala y protege. Y el patrimonio se deja capturar.

Mariela Blanco es periodista, autora del libro “Leyendas de ladrillos y adoquines”

Lola, la escultora que merece una disculpa

Por Mariela Blanco. Es en honor a Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández, una artista tan influyente que hasta tuvo despacho en el Parlamento.

Este martes se celebra el Día del Escultor en conmemoración del natalicio de Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández (17 de noviembre de 1866), más conocida como Lola Mora, quien fuera considerada la escultora oficial de los gobiernos conservadores y, por eso, castigada.

Fue tan influyente, que hasta tuvo un despacho en el Congreso de la Nación de la mano de su padrino artístico Julio Roca para hacer una serie de monumentos para el Palacio.

Allí conoció a quien fuera su perdición y también su marido Luis Sabá Hernández, sobrino nieto de José Hernández, que podría haber sido su hijo teniendo en cuenta que ella lo doblaba en edad. Así era Lola. Resuelta, transgresora, osada.

Pero no vamos a hacer referencia acá a cuestiones del corazón sino a su obra, que tuvo dos momentos en función de los tiempos políticos: Lola Mora pasó del elogio a la descalificación; de ser comparada con Rodin a ser tildada de “marmolera”, fabricante de “adefesios” y monumentos “horribles”.

La escultora de bombachas de gaucho y boina vasca se ganó a puro talento el reconocimiento en Argentina y en Europa pero, lamentablemente, cayó en una insalvable grieta política que la llevó de la fama al más absoluto olvido.

Primero, conoció la censura. La emblemática Fuente de Las Nereidas estaba destinada a ser emplazada en Plaza de Mayo a metros de la Catedral pero las mujeres semidesnudas talladas en mármol de carrara fueron censuradas y debieron tener otro destino: la intersección de Paseo de Julio y Cangallo (hoy Leandro N. Alem y Perón), en el bajo porteño.

El día de su inauguración -21 de mayo de 1903- se decretó el feriado nacional y hubo un agasajo en el Club del Progreso. Pero quince años mas tarde, sufre una nueva ofensa. La fuente considerada la mas importante de su tiempo, fue reubicada frente al Balneario Sur (Costanera Sur) en la entrada de la Reserva Ecológica donde aún hoy se encuentra.

Claro que no fue la única obra que sufrió humillación y traslado. Aun así, se puede disfrutar de la estatua “De la Libertad” en Plaza Independencia en San Miguel de Tucumán, o del grupo escultórico del que sería el 2º Monumento Nacional a la Bandera Argentina, hoy parte del 3º y definitivo, erigido en la Ciudad de Rosario. O las estatuas de “La Justicia”, “El Progreso”, “La Paz” y “La Libertad”, en las adyacencias de la Casa de Gobierno de la Ciudad de Jujuy. También hay obras suyas que no pasan desapercibidas en el Cementerio de la Recoleta, compitiendo con lo mejor del arte funerario mundial. 

Lola Mora murió en 1936. Había perdido todo. El dinero, la fama y al turbulento amor de su vida que prefirió otras polleras. Su muerte pasó casi desapercibida en la prensa local de la época.

Los homenajes y reconocimientos llegaron demasiado tarde. Tiene su monumento en Salta, su sepultura declarada como bien de interés histórico-artístico y una efeméride. 

Vaya acá una respetuosa disculpa y una modesta reivindicación a esta prolífica artista tucumana en el día de su natalicio.

Postales de guerra de la historia presente

Por Mariela Blanco

El mundo está pintando el gran cuadro histórico del covid-19. De cerca, todavía no es más que un gran manchón a fuerza de manotazos de supervivencia, pero me arriesgo a pensar que las generaciones futuras verán claros los trazos de lo mejor y lo peor de la raza humana.

Un análisis de las primeras repercusiones de la epidemia podría resumirse en unas pocas palabras ligeras replicadas por varios mandatarios: una “gripecita” que raramente podía causar la muerte y que, presuntamente, no iba a llegar tan rápido. Esta minimización colectiva hizo que se perdiera tanto tiempo como vidas humanas en todo el mundo.

La periodista Mariela Blanco analiza lo que va dejando la pandemia, segmentado a partir de determinados sectores.

El Gobierno argentino tomó nota de esos errores y rápido de reflejos decretó con buen tino medidas de aislamiento para ganar ese tiempo que otros gobiernos habían perdido. 

Postales de la clase media

Pero el acierto en materia de batalla sanitaria, dejó esquirlas en la ya asfixiada economía argentina y el foco de la preocupación de la sociedad poco a poco dejó de ser la lucha contra el virus y se alistó en una economía de guerra.

La foto de los primeros días de la cuarentena es la de un supermercado o mayorista atestado de gente dispuesta a llevarse papel higiénico con el cual probablemente se podría forrar el planeta tierra.

Unos 10 días después de iniciada la cuarentena, la postal que nos deja el 30 de marzo (con todo lo que implica en la clase media el fin de mes), no es la de un chango lleno sino la de una tarjeta vacía.

Asimismo, mientras el asalariado no puede dormir pensando cuándo y cómo va a cobrar, en otra cama más confortable, su empleador se desvela pensando cómo va a pagarle el sueldo a ese empleado con insomnio.

El 2 de abril -paradójicamente el Día del Veterano- algunos abuelos como soldados empezaron a formar filas en la puerta de las farmacias para vacunarse contra la gripe y el 3 de abril, ya acostumbrados a salir de sus casas, se amontonaron frente a los bancos para cobrar la jubilación atrasada.

Ricos y pobres

Los más vulnerables, los que tienen Netflix para distraerse, vieron agudizarse los problemas que ya tenían. A diferencia de la clase media, su preocupación no es qué deudas van a contraer mañana sino cómo van a sobrevivir hoy cuando ni gente en la calle queda para pedirle una limosna o una mano.

Los más acomodados nos dejan otra foto. La de un restaurante sin mozos ni turistas, la de una sala de teatro sin espectadores, la de una peluquería sin peluqueros, la de un odontólogo sin pacientes con dolor de muelas.

La división entre ricos y pobres parece un sinsentido. Habrá que ver cómo queda pintado el cuadro de la humanidad cuando hayamos matado al virus.  

La grieta, la peor de las pestes

Por Mariela Blanco. En tiempos contemporáneos de pandemia, recordemos qué sucedía en Buenos Aires cuando la fiebre amarilla.

Si bien es cierto que el coronavirus es democrático y que no conoce de ideologías, también es cierto que haciendo una revisión histórica de otras pestes, la grieta afloró siempre y se enquistó con más fuerza que las enfermedades.

Durante la epidemia de la fiebre amarilla que mató al 7% de la población porteña se asoció a la enfermedad con la pobreza.

Por aquel verano de 1871 hubo persecución a los inmigrantes porque erróneamente se creía que el contagio era de persona a persona y que los causantes de la propagación eran los extranjeros que llegaban en los barcos y se hacinaban en San Telmo.

La policía ingresaba a los conventillos y quemaba sus pocas pertenencias presuntamente infectadas.

La división entre ricos y pobres no fue dialéctica, fue geográfica.

Las clases más acomodadas emigraban al norte porteño para alejarse de los insalubres barrios del sur a los que se culpaba de esta epidemia. Hubo marginación, racismo y ataques xenófobos por aquel entonces.

La otra grieta fue política. ¿Era correcto que el Estado abandonara la ciudad dejándola a las buenas de Dios? Vemos: El primero en huir fue el Presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento. Detrás se encolumnaron los integrantes de todos los poderes. No quedó personal de la administración pública, no sesionaron los legisladores, y los tribunales quedaron vacíos.

La ausencia del Estado fue tan mortal como la epidemia. Los funcionarios no sólo emprendieron el éxodo sino que ignoraron la orden impuesta de prohibir desembarcos en el puerto y la aduana porque la economía tenía los números en rojo.

Recrudecieron las internas políticas entre las autoridades del gobierno.

Por su parte, la prensa condenó la actitud poco heroica de quienes debían dar el ejemplo e hicieron todo mal.

Para atender a las víctimas, precisamente un grupo de periodistas y masones formaron una Comisión Popular de Salubridad Pública que se llevó la vida de algunos de sus miembros. La Iglesia auxilió a los niños que quedaban huérfanos. En paralelo a estas nobles acciones, hubo especuladores que subían los precios de los alimentos y de los ataúdes, rateros disfrazados de enfermeros que ingresaban a las casas a llevarse lo poco que quedaba.

Lo mejor y lo peor del ser humano se vio entre los meses de enero y junio que duró la epidemia.

Y también hubo una “grieta ilustrada” que hizo que se perdieran más de 20 años para dar crédito a las investigaciones del médico cubano Juan Carlos Finlay que descubrió que el mosquito era el agente intermediario de la enfermedad.

Finlay atrapó, clasificó y le puso el cuerpo al aedes aegypti y presentó en 1881 “la teoría del mosquito”, pero se lo tildó loco pues su problema de dicción le jugó en contra.

Al día de hoy, no se sabe si no le aprobaron la investigación o la tartamudez al doctor Finlay.

¿La ignorancia, la imbecilidad y la necedad habrá sido la responsable de matar a gran parte de esos 13 mil víctimas de la Fiebre Amarilla? Ojalá esta revisión sirva para no cometer los errores del pasado  Tenemos una oportunidad.

Mariela Blanco es periodista. Autora del libro “Leyendas de ladrillos y adoquines”