Una inútil crisis en el oficialismo

La periodista muestra una mirada crítica en las vísperas del tratamiento del mega DNU y la trunca sesión en Diputados para debatir una nueva fórmula de movilidad jubilatoria.

Por Nancy Sosa

Ay, ay, ay, otra vez faltó La Política a clases. Ausente sin aviso. Esas ausencias se repiten peligrosamente en el actual gobierno de Javier Milei y dejan espacio a los soplones, a los alcahuetes que le llenan la cabeza al Príncipe, vulnerable en demasía a la desconfianza, a la paranoia que florece en el campo político y siembra enemigos imaginarios.

Como respuesta, la irritabilidad suele ser mala consejera en la resolución de las cuestiones de Estado y en especial para el lanzamiento de comunicados confusos que luego generan desmentidos más controvertidos aún. Los sabios dirían que es mejor “pensar antes de hablar y, sobre todo, pensar antes de actuar”.

La inhabilidad en el ejercicio de la Política produce estos hechos, como la crisis autoinfligida entre Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel, por la convocatoria a una sesión en el Senado después de cuatro pedidos especiales de la oposición y algunos adherentes. Villarruel no tenía otra salida más que convocar para evitar ser acusada de incumplimiento en sus funciones, después de patear para adelante el asunto durante un mes y medio. Es más, había avisado a la Casa Rosada del problema que padecía, sin recibir una mínima respuesta.

Esa respuesta debía contener negociaciones políticas previas para reforzar el respaldo de Senadores para evitar la anulación del mega DNU, ya retirado de la Cámara de Diputados por el propio Milei, con la promesa de enviar otro, algo que todavía no ocurrió. En el aparato legislativo también está paralizada la conformación de la Comisión Bicameral, órgano donde se debió tratar inicialmente el DNU y la ley Base enviados por el Poder Ejecutivo. Les falta cubrir, inexplicablemente, una banca.

Luego del daño público contra la vicepresidenta, el vocero presidencial -con sorna evidente- expresó sorprendido que los medios habían interpretado mal el comunicado oficial. Siempre, los periodistas son los malos de la película.

Reemplazar la Política por las redes sociales en manos de jóvenes inexpertos en el “arte de conducir” es banal, del mismo modo que dejar en manos de inexpertos comunicacionales la redacción de mensajes que dicen, pero no dicen, acusan genéricamente para reflejar subrepticiamente un ataque personal que, al día siguiente, deben desmentir. Un tema archiconocido en la historia de la comunicación oficial argentina.

En la breve crisis gubernamental de estos días el tema fue de menor cuantía, una efervescencia doméstica que se resolvía con un llamado telefónico, un diálogo entre el Príncipe y la Princesa, un trabajo en equipo que hubiera evitado una alaraca innecesaria. Pero no, las sospechas y los recelos de que la Princesa juega la suya fue más fuerte. Psicológicamente se entiende que la reacción desmedida es producto de una inseguridad personal.

El Senado al final se reunió y el temario dejó para el final el tratamiento del DNU, con la posibilidad de rebotarlo. Si bien puede considerarse que este resultado debilita al gobierno, no es un mal que acarrea daños irreparables, porque la Cámara de Diputados, donde se debate en serio, puede salvarlo. Con la aprobación de una sola Cámara se resuelve el problema.

Se deduce que la nimiedad dejó de lado cuestiones de mayor envergadura, como la nueva fórmula para los haberes jubilatorios que, en el mismo día de la mini crisis, fue rechazada en Diputados porque no satisfacía los deseos gubernamentales.

Mientras tanto, medio país está bajo el agua, afrontando los daños de tormentas exageradamente copiosas causantes del impedimento para que funcionen las escuelas, los chicos ni las maestras y profesores puedan llegar a los establecimientos, en particular en el Conurbano bonaerense. Aquí la responsabilidad es del gobierno de Axel Kiciloff, quien en su primer mandato jamás se ocupó de realizar las obras hidráulicas imprescindibles para el desagote del caudal de agua acumulada en los distritos más cercanos al Río de la Plata. Desoyó planes para una obra de 8.000 millones de dólares destinada a resolver definitivamente el problema. ¿Lo hará en su segundo mandato?

Otro problema importante pendiente de resolución real es la lucha contra el narcotráfico demandante de fondos de todo calibre para “saturar” de seguridad a la ciudad de Rosario. La misma ministra de Seguridad Patricia Bullrich reconoció que está esperando los fondos. La oferta de Kiciloff de enviar 80 patrulleros y camionetas parece generosa, y en realidad es por que no los usa, no tiene policías suficientes para manejarlos y tampoco quiere gastar en combustible.

Milei está abocado a la economía, bajar el déficit a cero, juntar dólares en el Banco Central, resentir la producción nacional con la apertura de la importación que no reemplazará la oferta de alimentos interna. Es cierto que son demasiados aspectos en el plan de ordenar los números internos, pero la vida cotidiana de los argentinos soporta serias dificultades para sobrevivir. La salud exhibe deudas de prestación en los ámbitos públicos y privados. Los precios en general no bajan en medio de una política de libertad de mercados, en la que las empresas nacionales se organizan monopólicamente y a lo sumo ofrecen más productos en cada compra negándose a bajar el valor de las unidades. Ofertas ficticias.

Está claro que existen fallas de gestión y velocidad en las resoluciones, sumadas a la falta de política. Sin embargo, se ha detectado un defecto severo y hasta poco creíble: la comunicación interna del presidente y sus ministros o secretarios es, en muchos casos, nula; jefes de cartera ni siquiera tienen el celular de Milei, y tampoco lo conocen personalmente. Cuando se cruzan en algún acto o evento, el jefe de estado los saluda amablemente y no tiene la menor idea de que está estrechando la mano de un colaborador de alto rango.

Venimos mal, pero vamos bien.

Al rescate de la política

La periodista señaló que “la dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina”.

Por Nancy Sosa

El fenómeno ha sido recurrente a lo largo de la historia, y en cada ocasión de cambios las víctimas siempre son la política y una de sus herramientas imprescindibles: la comunicación política.

En Argentina especialmente, pero no solo en ella, las experiencias previas desaparecen, dejan de ser memoria e invalidan así el mandato esencial: el de aprender de los errores. Aquí puede aplicarse una frase común: “todo empieza cuando uno llega”. Es una frase de resignación, usada cuando un novato en la política o en la administración de gobierno cree haber descubierto la pólvora, tira todo lo que el anterior hizo e impone sus propias reglas sin evaluar qué sirve o no de lo que había quedado. En realidad, creo que la frase, más admonitoria, era: “no todo empieza cuando uno llega”, una advertencia para evitar que el recién asumido tire todo por la borda y en vez de crear algo nuevo distinga en qué se equivocaron los anteriores para no caer en las mismas equivocaciones.

Con gran pesar hay que reconocer que el arte de la política agoniza frente a una realidad que, por los fracasos de demasiados gobiernos, es ahora una pampa seca y resquebrajada. Quedan a la vista apenas las mañas del ejercicio de la política con pocas ideas nuevas, aun cuando se agiten banderas de libertad, que no vienen mal porque la esclavitud y la servidumbre derramadas desde el poder se volvieron insufribles. La dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina, el populismo estatista cavó la fosa del desarrollo aspiracional de las personas, sean trabajadores, excluidos del sistema, empresarios prebendarios, educadores, sindicalistas o profesionales de distintos ámbitos.

En tiempos remotos y nunca olvidables, Sócrates sostenía que la política era una cuestión fundamental para la vida humana. Confiaba firmemente en la necesidad de una sociedad justa y virtuosa, en la que los ciudadanos fueran capaces de desarrollar su potencial y vivir de acuerdo con su naturaleza racional, dándole importancia al conocimiento y la sabiduría. Para él, los gobernantes debían ser personas sabias y justas, capaces de tomar decisiones que beneficiaran al conjunto de la sociedad, no a un sector. Y también creía que la política no debía ser un asunto exclusivo de los gobernantes, sino que todos los ciudadanos debían participar activamente en ella.

Platón definía a la política como una actividad esencial para el bienestar de la sociedad y su objetivo principal era la búsqueda del bien común. El filósofo le daba una gran importancia a la educación en la política. Consideraba fundamental formar a los ciudadanos y prepararlos para la vida política, educarlos en las virtudes cívicas y morales para que pudieran cumplir con sus responsabilidades como miembros de la sociedad.

Aristóteles también entendía que la educación era crucial para formar a los líderes políticos, y creía que los jóvenes debían ser formados en la virtud, la justicia y la razón, y que solo aquellos que habían desarrollado estas cualidades podían ser considerados aptos para gobernar.

En el país más austral del mundo la política “ha fuga´o de mí”, como diría Serrat, de nosotros. El marasmo, la apatía caracterizada por la falta de motivación, sentimiento o emoción, generado por las últimas elecciones presidenciales, ha dejado en ese estado a la sociedad argentina, desnuda y a la espera de un par de gratificaciones. Tan mal ha quedado que se conforma con haber sacado al kirchnerismo del poder, una necesidad insoslayable para imaginar otro camino, cualquiera, pero no el mismo.

La desilusión por las derrotas de otras opciones previas abrió entonces las puertas del fracaso de la política y de la fragmentación en todas las expresiones partidarias. La política, como la pampa seca, se quedó sin agua, temblando a la luz de una amenaza capaz de carcomer los intestinos de toda la clase política: ser de la “casta”. Perdieron el linaje, fueron descubiertos, sin que ello implique que, quien les enrostrara esa “culpa”, luego los utilizara porque no tenía más remedio.

Hoy, unos pocos pueden pasar los muros del castillo, desde donde distintos emisarios inexpertos y sin autoridad, llegan en caballos resoplantes, con las órdenes giradas en salvoconductos para negociar. El príncipe no sale de su fortaleza, no habla más que con su séquito, no acepta reuniones con otros hombres de poder, y cada tanto saca un X (qué signo estúpido para reemplazar a Twiter) para pelearse con periodistas mujeres. No despide, lo hacen sus súbditos; para eso están. Se sabe que trabaja porque es lo único que hace, pero nadie sabe en qué. Su agenda no está a disposición de los “Journalistes”, tiene un mensajero que cada día despliega un bando y da mas o menos a entender qué tiene el gobierno para decir.

Murmuran que en la sede subsidiaria de color rosado los funcionarios viven con miedo, tienen temor a equivocarse y que los murmullos lleguen a oídos del príncipe pues pueden ser decapitados. A Machiavello ya lo encerraron en la torre del viejo Cabildo para que no moleste con sus críticas. Lo hicieron antes de que el príncipe haga sus viajes religiosos a Israel y al Vaticano. Como los Médicis en el Renacimiento, pero sin plata. “No hay plata”, pragmático hasta los tuétanos. La política hubiera usado otras expresiones.

Todo tiene que ver con todo, la política y la comunicación política. Hay un vaciamiento de ambas cosas. Algunos testigos sospechan que se respira el mismo clima que cuando estaban en el gobierno Mauricio Macri y Marcos Peña, otros lo niegan. El secretismo no tiene exclusividad.

El relato viene a cuento porque nadie aprende de las experiencias ajenas. La segunda víctima es la comunicación política, una bolsa donde entra todo lo que tenga que ver con la información, la oficial y la privada. El periodismo argentino tiene una profusa historia de destratos, desde el poder y de antes de llegar al poder. A los periodistas argentinos se los ha llegado a enjuiciar públicamente, durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner, con la señora Hebe de Bonafini a la cabeza y La Cámpora como escolta fidelizada. Se los vilipendió, fueron escrachados con carteles en todo el país, los amenazaron, los criticaron, los insultaron, los escupieron.

Con los medios de comunicación se metieron también bajo la excusa de que eran un monopolio, en lugar de reconocer que en ellos se hizo siempre periodismo y no militancia partidaria como en el “monopolio” organizado por los K durante los 16 años de permanencia en el poder.

¡Y ahora, qué, príncipe! La comunicación política del nuevo gobierno adolece de las mismas fallas que en los gobiernos kirchneristas. Manuel Adorni no es Gabriela Cerrutti, pero tiene atados los dientes. La intercomunicación entre gobierno y legisladores nacionales existe a través de intermediarios que dicen “sí” o “no” a lo que les plantean quienes tienen la deferencia de soportarle sus berrinches e insisten en que “por ese lado no sale la Ley Ómnibus”. Muchos de ellos sí saben de política, y de alto nivel.

Durante la campaña electoral el príncipe había dicho que estaba “listo para asumir”, sin embargo, quedó al descubierto que su “gabinete en las sombras” contaba apenas con unos pocos amigos, de los cuales se fueron al menos tres muy valiosos antes de hacerse cargo de la presidencia, sonriéndole a Cristina Fernández, de quien nunca dijo nada, absolutamente nada, en su contra.

Sin extender esta nota a otras cuestiones iguales de relevantes que las señaladas, cabe preguntarse: ¿esto es hacer política? ¿O es francamente, antipolítica? Tal vez pueda denominarse “la no política”.

La transformación es la llave

No habrá transformación si la corrupción sigue vigente y la justicia continúa ciega. No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos a la producción nacional, al campo y a la industria.

Por Nancy Sosa

¿Queda alguna duda acerca de que Argentina tiene que transformarse en múltiples sentidos para convertirse en un país acorde con los avances mundiales? La transformación no es lo mismo que el cambio, pues un cambio es aquello que generalmente se hace por alguna necesidad externa para adaptarnos a un entorno o situación, mientras que la transformación es un proceso interno que tiene un propósito profundo destinado a afectar los cimientos, las estructuras, las instituciones y la sociedad en su conjunto.

Es conocido que lo que se denomina “reformismo” es un tipo de ideología social o política que generalmente apunta a realizar cambios graduales a fin de mejorar un sistema, proyecto o sociedad. Por ejemplo, se ha dicho que Juan Perón fue un “reformista” y no un “revolucionario”, en términos de nominar una característica política con la intención de desmerecer la osadía de un cambio estructural y cultural cuyos efectos persistieron casi ocho décadas hasta el presente.

Lo que antecede es apenas un plumazo de un análisis mucho más vasto que llenaría volúmenes. Pero es necesario para ubicarnos en la época actual y explorar las posibilidades de construir hacia el futuro un escenario nacional muy diferente al actual, que incluya la adecuación de la sociedad a un mundo nuevo, ése que creció enormemente en cuanto a descubrimientos científicos y tecnológicos, el que dejó atrás pensamientos obsoletos y formas de comportamiento productivos y sociales ultra tradicionales.

Esta nota no pretende que los argentinos renuncien a su propia esencia, si es que alguien puede describir exactamente en qué consiste ella. Solo aspira a aprovechar los quiebres que se vienen produciendo en los devenires políticos, culturales y sociales, sacudidas electorales impensadas, conflictos emergentes inéditos, cambios radicales en los vínculos, y otra manera de pensar y enfrentar la realidad.

El año 2023 quizás se recuerde como el de un tránsito tormentoso, pleno de incertidumbres y debates sobre lo que parecía mejor o peor, un lapso de sensaciones encontradas, discutibles, cambiantes al extremo de identificar las opciones de vida como irremediables. Sin embargo, en medio del revoltijo hubo ciertas coincidencias provechosas, una unidad colectiva de pensamiento ciertamente arriesgada por su determinación: NO PODEMOS SEGUIR MAS COMO ESTAMOS.

En esos momentos de enorme angustia los pueblos suelen tirar el agua del balde con el bebé adentro. Sin darse cuenta, quizás, provocan el giro de la historia que los políticos no se animaron a dar por el simple hecho de defender un “statu quo” en el que se apoltronaron, acunándose en una comodidad construida exclusivamente para hibernar por décadas, sin reformular nada, ni actualizar el estado de las cosas. En suma, sin progresar en lo más mínimo.

El giro no pidió un cambio, tampoco reformas, mucho menos un cambio de ideologías. El pueblo quiere una transformación, aspira a poner la torta con las velitas para abajo, y en ese anhelo persistirá sin importarle quien esté en el poder. Lo único que no perdonará es que no haya transformación.

¿Que el Estado sea grande o chico?, se discute. Los argentinos quieren que funcione de verdad y deje de ser un elefante blanco en medio de un bazar. ¿Qué baje la inflación? Sólo ruegan que baje porque sus bolsillos están exhaustos. ¿Qué bajen los precios, por favor? No importa de qué modo, pero que bajen. ¿Qué suban los salarios?, obviamente. ¿Qué haya más puestos de trabajo para salir de la informalidad?, por supuesto. ¿Qué el problema de los alquileres de vivienda se resuelva?, sí, con ley o sin ley, pero que puedan pagarlos. ¿Qué suban las jubilaciones de los que aportaron treinta o cuarenta años?, ya mismo. ¿Qué los productores del campo dejen de pagar altas retenciones?, es evidente. ¿Qué los boletos de colectivo suban un poco pero no demasiado?, claro está. ¿Y las tarifas de gas y luz?, gradualismo por favor.

Estas son medidas, no transformaciones, reclaman urgencia porque atañe a lo cotidiano, lo mismo que la seguridad en las calles y la lucha contra el narcotráfico. Pero siguen siendo medidas, no transformaciones.

La transformación tiene una envergadura enorme, atraviesa en principio a la educación, hoy revolcada al punto de sacar a la Argentina de los principales rankings mundiales. Transformar la educación no es garantizar el cumplimiento de los días de clase en el año, eso es el primer escalón, no el más alto.

Recuperar la educación que fue envidia hasta la década del 60 sería como en el truco, salir del menos diez y llegar a Cero. Educar al soberano (pueblo) supone cancelar la enorme deuda contraída por una docena de gobiernos (militares y democráticos) empeñados en imponer su propia ideología a por lo menos seis generaciones, y eliminar los abusos sindicales respecto del derecho de huelga que no defienden salarios sino intereses dirigenciales.

¿Educación gratuita o paga?: es para un análisis no solo mercantilista. La transformación educativa será aquella que genere los máximos conocimientos y contenidos para alumnos que en su adultez resulten ser los responsables del crecimiento del país, la que dote de los recursos tecnológicos más adelantados -de última generación- para competir con otros países en las mismas condiciones, y preparar a los alumnos para un ingreso universitario exigente que los lleve a un nivel de excelencia y los coloque en una plataforma de lanzamiento creativo e inteligente que compita en un mundo extremadamente cambiante y presuroso.

No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos y se incentiva generosamente a la producción nacional, al campo y a la industria, a la energía en general y la nuclear en particular, a la minería, a las Pymes y a las grandes empresas nacionales y extranjeras. No habrá transformación si los agentes comerciales no abandonan los viejos trucos que malogran el abastecimiento de la sociedad y el consumo en justos términos.

No habrá transformación si no se multiplican por tres los puestos de trabajo registrado. No habrá transformación si no se resguarda y explota la riqueza pesquera en el Atlántico Sur. No habrá transformación si el comercio exterior solo encuentra vallas en la exportación y la importación. No habrá transformación sin una moneda nacional lo suficientemente fuerte para competir internacionalmente. No habrá transformación si no se reduce a Cero la pobreza estructural. No habrá transformación si no se sale del circuito tóxico de la ideologización nacionalista. Los nacionalismos han perdido su sentido y son cosas del pasado.

No habrá transformación si la corrupción sigue vigente y la justicia continúa ciega. No habrá transformación si los ciudadanos argentinos no se constituyen en la pata imprescindible del mercado para marcarle la cancha a los precios con una sola decisión: si es caro no se compra. El poder ciudadano ha estado ausente frente a los caprichos de quienes manipularon los valores económicos. Es hora de que ese factor sustancial de la sociedad se levante para defender sus intereses y diga NO a los abusos.

La cultura implícita de los gobiernos paternalistas ejerció un proteccionismo exagerado sobre los argentinos, que han llegado hasta aquí con la carencia de dos hábitos imprescindibles: no saben competir ni negociar. Imprevistamente, las ideas liberales reaparecieron en la escena política después de un siglo, con la aspiración de hacer, incluso, un cambio cultural en el país y establecer reglas de competencia en base a la libertad de todos los actores del mercado.

Tal vez llegó el momento de ampliar las cualidades personales e incorporar esas virtudes que fortalecen el poder de compra y de venta en su vida de consumidor. Tal vez se entienda ahora que el consumismo declamado por el populismo, como receta para justificar la inflación y el sostenimiento de la economía, no se compadezca con aquella máxima que dijo alguien a quien le echaron la culpa de todo lo que pasó en Argentina: “el hombre debe ser capaz de producir por lo menos lo que consume”. Era la época en que todos entendían que se debía ir “de la casa al trabajo, y del trabajo a casa”. Un pensamiento que caló hondo y reordenó una sociedad en la cual el 70% de la población estaba excluida. Allí nació el concepto de Justicia Social, para enaltecer el valor del trabajo y el esfuerzo; fue una consigna que venía a corregir las desigualdades existentes.

Que el liberalismo le adjudique a la Justicia Social un significado contrario a la libertad de ser y de elegir, es al menos injusto por su falta de comprensión acerca de que a cada etapa de la historia le corresponden ciertas luchas. Si posteriormente hubo quienes usaron esa bandera para beneficio propio, ello no invalida la potencia de la consigna novedosa de hace 80 años.

Para intentar hacer una transformación de 180 grados hay que tener la inteligencia suficiente para contemplar y apreciar los esfuerzos prolongados de una sociedad, los logros grandes y pequeños, los sueños cumplidos y los perdidos, los pasos dados en un largo trayecto de aciertos y errores, los padecimientos generados por los golpes de estado militares y los malos gobiernos que se sucedieron. Todo sirvió en el aprendizaje eterno del pueblo argentino.

Las transformaciones mundiales duraderas nunca se alcanzaron por el mérito de la soberbia, sino por la humildad de los líderes de turno. Una humildad sabia, no débil. Una humildad que entiende la fuerza de las transiciones porque muchas veces los argentinos han visto que no se llega fácilmente al puerto deseado. Y ya saben que los mejores resultados se conquistan “paso a paso”, sin grandes estridencias, con negociaciones permanentes y consensos sólidos alcanzados mediante el arte de persuadir.

¡Que tengan un buen año 2024!

Instalen ya mismo el busto de Isabel Perón en la galería de presidentes de Casa Rosada

Por Nancy Sosa. La periodista señala como responsable de la ausencia del busto a la vicepresidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner porque “siempre quiso ser la primera presidenta de los argentinos”.

No hay ninguna razón, ninguna, para que el busto de la presidenta MARÍA ESTELA MARTÍNEZ DE PERON esté ausente de la galería de mandatarios de la República Argentina.

Sin embargo, hay una razón que justifica semejante falta. Una razón inentendible, imposible de aceptar: ¡alguien no quiso que ese busto esté ahí!

¿Por qué? Es la pregunta del millón de dólares. ¿Quién no quiso? Es la pregunta del millón de pesos.

¿Quién no quiso? Aquí hay una sola culpable de que la pieza de mármol de carrara con la figura de Isabel Perón, realizado por el escultor Enrique Savio, no esté donde debe estar. Esa culpable es Cristina Fernández de Kirchner, detractora de la voluntad de su propio marido Néstor Kirchner, quien había ordenado hacer la escultura mediante una licitación ganada por el escultor Savio.

Se han visto maldades de esta mujer durante los tres mandatos presidenciales de los que fue protagonista, hacedora y destructora. Pero la osadía de pergeñar la desaparición del busto de Isabel, ordenado por su mismísimo marido en 2007, la muestra de cuerpo entero en cuando al defecto más penoso que puede exhibir un ser humano: la envidia.

Siempre quiso ser la “primera presidenta de los argentinos”. Sin embargo, y mal que le pese, es y será por siempre “la segunda presidenta” porque Isabel Perón fue elegida por el pueblo como vicepresidenta. Al morir su esposo en 1974 se convirtió legítimamente en la primera mujer en alcanzar la presidencia en la historia de la Argentina.

No puedo dejar de preguntarme sobre el mecanismo psíquico de las personas que por ambición o codicia son capaces de cualquier cosa, incluso negar la historia nacional, odiar a mansalva como lo hizo también con Juan Domingo Perón, a quien le negó un monumento propuesto por el dirigente peronista Antonio Cafiero: “para ese viejo de mierda, ni un peso”, fue su respuesta. Y llenó su boca diciéndose “peronista”.

Pero lo de Isabel es de lo peor. Como siempre, mi admirada colega Claudia Pieró escribió la verdadera historia de la trama negacionista el 9 de setiembre de 2020, en Infobae. No la había leído y lamento el descuido. En esa fecha ya transitábamos el peor gobierno kirchnerista y el presidente que ahora se va, Alberto Fernández, no tuvo la voluntad de terminar una tarea que se propuso al asumir para reponer los bustos de Hector J. Cámpora y María Estela Martínez de Perón. En realidad, este hombre nunca terminó ninguna tarea, pero su vocación inicial movilizó en parte a los responsables en la Casa Rosada, quienes descubrieron que el busto de 75 centímetros de alto no estaba.

La historia del periplo de la escultura es aterradora, pero más sorprende la forma en que aparece y desaparece esa pieza desde 2007 hasta el 2020. Es inevitable asociar esa trama con una historia previa y aún más espeluznante: la desaparición del cadáver de Eva Perón. También esposa de Juan Perón.

Claro está que a Evita la “desaparecieron” unos militares que querían hacer una Revolución Libertadora en 1955. Pero al busto de Isabel lo hizo desaparecer una mandataria presuntamente democrática. Tan “democrática” que no admite ser “la segunda”.

Isabelita fue menos querida que Evita por el antiperonismo, y tal vez por algunos peronistas cuya excusa para su rechazo fue decir que “era débil” y “no estaba capacitada para la presidencia”. ¿Eso es todo?, porque muchos mandatarios argentinos fracasaron en sus gestiones.

¿Isabel fue la culpable del golpe militar de 1976 contra su gobierno para ser tan repudiada? ¿Cuántos van a reconocer de viva voz que deseaban la caída de su gobierno?

Claro, nadie recuerda que esa frágil mujer, inexperta en temas políticos, estuvo presa y jamás abrió la boca para delatar a nadie. No habló, nunca habló, nunca pactó, jamás recibió una visita porque no tenía familia. Se llenó de silencio durante seis años (¿se entiende?), seis años. Sólo cuando volvió al país para presenciar la asunción de Raúl Alfonsín habló para asegurarle que contaba con todo el respaldo del Movimiento Nacional Justicialista en el ejercicio de su mandato democrático, iniciado en 1983. “Por la unidad nacional”, le dijo a Alfonsín, quien reparó el daño causado por la dictadura con el reconocimiento de su jubilación, nunca pedida por ella ni por los dirigentes justicialistas.

La viuda de Perón fue calumniada sin piedad “por propios y extraños”, según decían los viejos peronistas. Para muchos fue una bailarina “cabaretera” que Perón sacó de un burdel. No conocen la historia verdadera: Isabel era bailarina clásica e integró varios ballets de nivel internacional. Además, estudió canto, piano y dos idiomas como el francés y el inglés. Pregunto: ¿cuántos presidentes argentinos hablaron fluido inglés o francés? Ah, y a Perón se la presentó un amigo en su propia casa, luego nació un romance entre una señorita de 25 años y un estratega de 60, a quien ella acompañó en sus peores momentos de vacas flacas.

María Estela Martínez de Perón debería ser una invitada a la asunción del nuevo presidente liberal Javier Milei. Corresponde. Como corresponde que su busto integre la galería de presidentes argentinos. Hay que llenar ese hueco atronador en las galerías de la Casa Rosada, con esa escultura que unos bandidos quisieron vender después que se ordenara su desaparición poco después del año 2007. ¿Quién gobernaba Argentina en esos momentos?

El busto estuvo desaparecido durante 12 años.

¡Cambio, cambio, cambio!

Por Nancy Sosa. La periodista caracterizó a Milei como “un loco que se animó a decir la verdad en plena campaña” y señaló que “por primera vez un político adopta el ropaje de un artista de rock para cautivar a la juventud”.

Por fin se terminó este proceso eleccionario agotador, un tramo demasiado largo y extenuante que ofreció en el país casi una elección por semana o varias por mes, al punto de llegar al domingo pasado para depositar el último voto en la urna el domingo pasado con el último aliento.

Casi un año de angustias, confusiones, problemas económicos in crescendo hasta el paroxismo; caras de candidatos que aparecían y desaparecían de repente, triunfos y derrotas inesperadas en un sube y baja electoral en el que los cisnes cambiaban de color con increíble velocidad.

Los argentinos atravesaron el camino de elegir entre una variada oferta de candidatos, modificar todo el tiempo su pensamiento, analizar las conveniencias y los sentimientos, taparse la nariz en más de una ocasión, sopesar “el mal menor” a cada paso porque ninguno resultaba totalmente satisfactorio. Fue, tal vez, un aprendizaje, un proceso para tamizar a fondo si estaban viviendo la vida que querían tener hasta llegar a “la razón más importante” que justificara la legitimidad de su voto.

Así se logró la síntesis que expresara lo que verdaderamente querían lograr en el último acto electoral: erradicar al kirchnerismo del poder. Frente a una continuidad que proponía continuar padeciendo lo mismo que hace veinte años, los argentinos eligieron lo nuevo, lo desconocido, un cambio incierto, el abismo, y si era necesario el suicidio. Ya no importó nada, sólo el hartazgo de un sojuzgamiento nacional.

Claramente advirtieron que después del juego de especulaciones por las candidaturas presidenciales, valía elegir entre un ladrón y un loco. Se cansaron de las depresiones y las decepciones, de la ineptitud gubernamental para sacarlos del pozo en que los habían metido, de las promesas engañosas sobre “un nuevo país” que no pudieron construir en cuatro años, del mecanismo prebendario que construía pobreza y destruía las economías hogareñas, de las patrañas de la corrupción inacabable.

Eligieron al Loco, un verdadero loco que dijo todo el tiempo que viene a dar vuelta el país como a una taba, un loco que se animó a decir la verdad en plena campaña, algo inusitado en política. Los votos que cosechó Javier Milei fueron un verdadero mazazo para el candidato Sergio Massa y todo el gobierno kirchnerista.

A nadie le importa si eligieron un libertario, un liberal, un anarcocapitalista, justamente el otro extremo de lo que representaba el kirchnerismo, a quien el ganador prometió sacar de la cancha en serio, no como lo había dicho alguna vez su contrincante Massa que terminó aliado y, asimismo, derrotado.

Los argentinos saben que el desastre económico es tan inmenso y que la gestión que lo provocó fue tan inútil, que cualquier otra cosa que viniera no podría ser peor. Así lo calibraron y llenaron de votos las urnas en la inmensa mayoría del país. El domingo 19 la conclusión fue: “era tan fácil”. Sí, cuando todos se ponen de acuerdo en algo, aunque sea inconscientemente, todo se vuelve más fácil. 14 millones de argentinos hicieron esto. Para Massa fueron 11 millones.

Todo acontecimiento deja siempre una moraleja. En este caso podríamos usar ésta: “cuando construyas un monstruo ten cuidado de que se no se te vuelva en contra”. Viene a cuento por las informaciones y versiones acerca de que Milei fue “construido” en virtud de una estrategia para destruir a la oposición de Juntos por el Cambio. Está a la vista que el objetivo tuvo éxito, pero la sorpresa mayor se la llevó el oficialismo, en particular Massa, Máximo Kirchner, la vicepresidenta Cristina Fernández, y un empresario que bancó su lanzamiento.

Es más, de reuniones semiclandestinas surgió un rumor después de las PASO, cuando Milei salió primero y Massa tercero: “nosotros lo construimos, nosotros lo vamos a deconstruir”. El 22 de octubre dio la impresión de que esa operación había dado buen resultado, al ganar Massa, sobre Milei y Patricia Bulrrich.

Obviamente, la voluntad de un pueblo está ajeno a esas elucubraciones. Nadie sabe cómo ni por qué, de repente, una mayoría se puso de acuerdo sin que nadie se lo indique e hizo esto: CAMBIÓ, le dio el 55% de los votos a Milei y dejó a Massa con el 44%.

Sin dudas, mayoritariamente le otorgaron la presidencia a quien comenzó en la política hace dos o tres años, a un personaje verborrágico y extremadamente apasionado, un rokstart, cuya campaña se hizo básicamente sobre las redes y la televisión, alguien que cuestionó, por momentos de modo exagerado, a la clase política y hasta al Papa Francisco.

Se trata de un economista convencido de que tiene la llave para sacar la economía argentina adelante, con herramientas opuestas a las utilizadas por el kirchnerismo: realizar ajustes hasta estabilizar la economía, redireccionar las Leliqs, levantar el cepo, bajar la inflación, reducir la dimensión del Estado nacional, dejar de emitir la moneda argentina, cerrar el Banco Central de la República Argentina, abrir las exportaciones, hacer reformas en educación y trabajo, redirigir los subsidios sociales y empresariales, privatizar la obra pública, estimular la producción interna, promover el libre comercio, eliminar impuestos, bajar el déficit, y en cuanto pueda, dolarizar.

Probablemente el sueño de Milei sea llevar a la sociedad argentina hacia una ideología liberal, un intento que tiene apenas tres antecedentes: en 1880 se creó el Partido Liberal que duró poco, el ensayo militar entre 1955 al 1958, y el neoliberalismo económico que recibió por osmosis Carlos Menem de parte de Álvaro y María Julia Alsogaray en 1989.

Es una buena hipótesis plantearse si el pueblo argentino será permeable al ideario liberal, algo que no se limita a la libertad y tiene sus referencias más actuales en Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Recep Tayyip Erdoğan, Georgia Meloni, entre otros.

Esta elección reivindicó el concepto de “por primera vez”. Por primera vez un político hace una carrera de tres años y llega a la presidencia; por primera vez un político adopta el ropaje de un artista de rock para cautivar a la juventud; por primera vez alguien se anima a usar una motosierra para recortar el Estado; por primera vez un político dijo la verdad de lo que va a hacer en una campaña electoral; por primera vez se impone un candidato antisistema; por primera vez el candidato derrotado salió a aceptar su derrota antes de que aparecieran los guarismos en forma oficial.

De aquí en adelante solo cabe observar en qué medida este cambio se reflejará en la vida cotidiana de los argentinos, cuánto resentirán los ajustes que se realizarán, cuál será la reacción de quienes se vean afectados por las medidas, cómo hará el nuevo presidente para estimular el crecimiento y la producción, de qué modo se aumentarán los puestos de trabajo, y en qué medida se adaptarán los individuos a un cambio de moneda, entre otras cosas.

Por el momento, se vuelve a padecer la suba del dólar aunque en la calle Florida nadie grite en estos días: “cambio, cambio, cambio”.

¡Qué hemos hecho los argentinos para merecer esto!

Por Nancy Sosa. La periodista sostuvo que el debate “fue realmente aburrido” y señaló que “habrá que esperar hasta el domingo para saber cuál de estos dos impresentables gana una elección que más que parir un presidente será un aborto de la naturaleza”.

El día después del debate presidencial nos enteramos de que tres desgraciados mataron de dos tiros a un chico de 8 años con Síndrome de Down, mientras dormía en su cama. Ya se trate de una venganza por un amorío o porque se querían quedar con el terreno, lo cierto es que se trata de un síntoma de enfermedad serio de nuestra sociedad.

Muchos pensarán que esto “pasa todo el tiempo”, y que las informaciones traen todos los días un drama parecido, y a la vez distinto, pero siempre con la carga de la fatalidad y el desenfreno de gente de carne y hueso, mente y alma descontroladas, antisociales sin límites, escoria de una sociedad en decadencia.

Con premeditación y alevosía pregunto: ¿apareció algo de esto en el debate presidencial? Digo, me refiero, a los dramas cotidianos de los argentinos. Dentro de la densidad de los porcentajes de pobreza, de la inflación, del valor del dólar, del estúpido carpetazo sobre una pasantía, de una mentirosa abstracción en torno a la opción “continuidad o cambio” por ambos lados, de la discusión por la inseguridad y el narcotráfico sobre si las fuerzas armadas deben o no intervenir, “¿entró la vida real de los argentinos?”.

El contraste suena antipático y hasta puede parecer forzado. No lo es. Lo más antipático de todo, lo más terrible, espantoso y lamentable es el bajo nivel de los dos candidatos que el próximo domingo se enfrentarán para disputar la presidencia de la nación, desde dos rincones igualmente deplorables. Ni siquiera puede considerase que están en juego las ideologías, porque se trata de dos pobres personalismos.

Mientras colegas y analistas tratan de sacarle punta a un lápiz que no tiene mina, buscando razones para afirmar que uno de los dos, Javier Milei y Sergio Massa, ganó la “pulseada” retórica, los argentinos viven otro mundo, más cruel y menos gracioso que la lectura de los gestos no verbales a que apelan para entender lo inentendible. Ninguno de los dos candidatos dio muestras de poseer virtudes elementales en esta chance: visión estratégica, un modelo de país, una resolución contundente para salir del hundimiento económico, capacidad de persuadir o generar una esperanza de largo plazo.

Ambos fueron cartón pintado. Ocupados como estaban en darse golpes bajos, figurando “estrategias de marketing” berretas -la de las preguntas por sí o no-, apenas intentaron manosear el egocentrismo del adversario para salvar el propio. Ni siquiera vale la pena rescatar un mínimo segmento de las exposiciones porque no dijeron nada relevante, solo repitieron lo mismo que en sus campañas. Ninguno de los dos sorprendió con el planteo de un horizonte diferente, tampoco marcaron el camino acerca de qué van a hacer para sacar a la Argentina del triste lugar al que fue a parar.

Todas fueron “medias tintas”, nunca una tinta entera. ¿Cómo es posible que al candidato inexperto Milei no se le ocurrió cuestionar duramente, desde su óptica economicista, los tremendos fallos de la gestión ministerial de Massa y la herencia que presumiblemente podría recibir si es electo presidente? Es de una obviedad flagrante. ¿Cómo es posible que el imberbe se haya prestado a responder el interrogatorio de alguien que es quien debe dar cuentas de su pésima gestión económica? Verlo, no entraba en ninguna cabeza. La escasa travesía política quedó en evidencia.

Pero Massa, ¿fue mejor que Milei o sólo salvó las papas? Seguir una estrategia marketinera para evitar hablar de su fracaso como ministro de economía, que a la vez puede convertirse en una herencia maldita para el otro, no lo hace mejor, solamente resalta alguno de sus peores defectos. A Massa no se le puede creer, trata de generar confusión con su “temple”, que no es otra cosa que una simple cara de piedra. Cara de piedra para convocar a una “unidad nacional” que constaría, apenas, de unos pocos dirigentes de distintos partidos residuales con buena caripela. Con uno de cada palo, listo el pollo para la unidad nacional.

El debate fue realmente aburrido, no movió el amperímetro de nada, por eso habrá que esperar hasta el domingo para saber cuál de estos dos, impresentables por distintas razones, gana una elección que más que parir un presidente será un aborto de la naturaleza.

¡Qué hemos hecho los argentinos para merecer esto!

Y ahora, ¿quién nos salvará?

Por Nancy Sosa. La periodista repasó las políticas económicas de los últimos gobiernos de cara a las elecciones 2023.

La Argentina no crece desde hace 10 años, en el ranking del Foro Económico Mundial ocupa el puesto 139 en un total de 141, ya no es competitivo ni en la región de América Latina. Los 47 millones de habitantes tienen puesta la mira en el próximo gobierno que se elegirá en octubre próximo, o en el ballotage de noviembre, con la esperanza de que alguien haga algo para sacarlos del peor caos económico de su historia y, de ser posible, con un plan lúcido. ¿Podrá?

Los siete gobiernos constitucionales (sin contar las repeticiones) a partir de 1983 reflejaron tendencias ideológicas dispares en una sucesión de representaciones partidarias: una socialdemócrata, luego un neoliberalismo solapado de peronismo de derecha; una coalición híbrida de radicalismo, Frepaso y socialismo; un peronismo distorsionado por el kirchnerismo de izquierda a la violeta; un liberalismo autóctono tibio, y finalmente un kirchnerismo errático en cuanto a ideología y gestión.

Hasta 2003 los gobiernos encajaron, más o menos, con la media del país en cuanto a la transversalidad del pensamiento político, hasta que la irrupción del kirchnerismo lo volcó hacia una izquierda trasnochada que abrió una grieta siniestra durante veinte años. Sin embargo, no se trató de una izquierda transformadora, en lo económico comenzó bien pero luego exageró sus objetivos y quiso replicar el modelo socialista cubano-venezolano, decadente, por cierto.

En realidad, todos los gobiernos sin importar su signo, desde 1983 hasta 2023, malograron y frustraron a la sociedad argentina, y lo hicieron desde la economía. Es decir, no fue tanto por la divergencia de ideas, cruzada por un incansable combate entre “peronistas” y “antiperonistas”, sino por la ineficiencia a la hora de aplicar recetas económicas.

La herencia económica de la dictadura militar forma parte de esa debacle pues el gobierno de facto desmanteló, por orden del “establishment”, el aparato productivo nacional, generó una deuda externa intolerable y desarticuló el sector laboral e industrial como nunca en la historia nacional. Se llamó Plan de Reducción de la economía real.

El gobierno de Raúl Alfonsín, radical y republicano, ensayó varias fórmulas, desde el Plan Austral de estabilización monetaria por el cual se cambió la denominación monetaria (de peso argentino al austral) y se bajaron varios ceros a la moneda argentina, hasta el Plan Primavera que combinó elementos de la heterodoxia y la ortodoxia económica internacional para intentar estabilizar la economía argentina, Se llegó a una hiperinflación catastrófica y todo terminó con la entrega del gobierno seis meses antes de su cumplimiento legal.

Carlos Saúl Menem asumió con hiperinflación y estuvo dos años para salir de ella. Para vencerla aplicó el Plan de Convertibilidad, un sistema monetario ideado por Domingo Cavallo en 1991, egresado con ideas de Harvard. Fue el principio del afamado “uno a uno” (un peso igual a un dólar), por el que los argentinos caminaron alegremente hacia el abismo envueltos en una falsa nube de felicidad. La privatización de empresas estatales fue el signo de ese tiempo. Las víctimas fueron la industria nacional, los trabajadores con un desempleo del 15%, y los pobres (35%), en nombre del neoliberalismo y la globalización.

Fernando De la Rúa, puso en práctica diferentes recetas económicas para evitar el colapso, muchas de ellas tendientes a mantener la Convertibilidad, tanto que, en el tramo final de su gestión, en el segundo semestre de 2001, convocó a Domingo Cavallo como ministro de Economía para que se ocupe de su propia criatura. La última medida liberal fue la implementación del llamado “corralito” que, ante la descapitalización del sistema bancario, provocó la retención de los depósitos en cajas de ahorro y cuentas corrientes y fijó una disponibilidad de 250 pesos semanales para retirar de los bancos. El país llegó a la cesación de pagos y el gobierno cayó.

Un enroque político elevó a Eduardo Duhalde a un gobierno de emergencia, con la anuencia de Raúl Alfonsín. El desbarajuste económico de De la Rúa fue controlado en 2002 gracias a la participación de Jorge Remes Lenicov como ministro de economía. Las variables económicas encontraron su orden, se salió de la Convertibilidad y se frenó la devaluación. Este gobierno entregado antes de tiempo tenía entonces el 17% de desocupación laboral.

Néstor Kirchner apeló a sus propios conocimientos tras recibir una economía todavía débil pero con “viento a favor” desde el exterior.  Se dedicó a bajar la deuda, cuidar el Superávit fiscal, mantener el Superávit comercial y a gerenciar el nivel del dólar. El primer gobierno K asumió con una deuda de 178 mil millones de U$S. En 2006 canceló anticipadamente 9.530 millones de dólares con el FMI para evitar su injerencia en la economía argentina. Luego aumentó las retenciones al campo al 35%, mintió por años sobre el índice de inflación manipulando el Indec y fue el cerebro para organizar la corrupción en el Estado.

Cristina Fernández arrancó su primer mandato en 2007 sin receta personal, con la balanza de pagos positiva y el equilibrio fiscal que le había dejado su esposo. Entre 2011 -con su marido ya fallecido- y 2015 CFK pasó a tener una balanza de pagos negativa con déficit fiscal. Adoptó la política de depreciar la moneda a un ritmo menor que la inflación, emitió dinero a discreción, congeló las tarifas domiciliarias de los servicios públicos y del transporte, y aumentó el gasto público como ninguno de sus predecesores. Llevó la inflación al 38,5% en 2014 y entregó un Estado sobredimensionado. Por suerte, Argentina no fue Venezuela.

Mauricio Macri, con la coalición Cambiemos, puso el énfasis en modificar el posicionamiento internacional del país, como alternativa atractiva para las finanzas internacionales. La apertura comercial, la liberalización del movimiento de capitales, el acceso irrestricto a las divisas, la desregulación de algunos mercados y una política monetaria instrumentada en favor de las actividades rentísticas y de la especulación financiera, fue insuficiente. No logró captar capitales extranjeros. Luego pagó a los fondos buitres y pidió la habilitación de la ventanilla del endeudamiento al Fondo Monetario Internacional. Política neoliberal pura. El préstamo, la inflación y el precio del dólar coartaron su reelección.

El gran problema es distinguir ahora el modelo económico del actual gobierno que encabezan Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. El gobierno tiene una mirada fragmentada sobre la economía, una visión de auxilio ambulanciero para cada problema. No es liberal, no es kirchnerista, no es marxista, no es peronista. El escenario donde transcurre la vida de los argentinos pierde agua por todos los costados desde la pandemia, recurren a parches permanentemente, mienten en los números de crecimiento y de generación de empleo. Diríase que se encuentra en un limbo.

Cuando esta carrera todavía no termina, tres candidatos presidenciales debaten tratando de estimular al electorado. El candidato de Unidos por la Patria Sergio Massa no tiene un programa económico de gobierno porque supone que lo que está haciendo es justamente lo que haría su fuese presidente. Patricia Bullrich de Juntos por el Cambio lleva bajo el brazo el producto de un enorme trabajo realizado por Carlos Melconian y compañía. Es un plan pragmático, organizado por sectores, con una trayectoria definida, con plazos y una impronta nacional decidida a salir a los mercados internacionales. No es un modelo calcado de otros países, pero sí es racional. El candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei, quiere traer otra vez a la Argentina las recetas del liberalismo, ya exhibidas por la dictadura militar y el menemismo, y arriesgarse con algo parecido a la Convertibilidad. ¿Quién salvará a los argentinos?

Simplemente, más de lo mismo, nada extraordinario. Pero, todavía no se ha escuchado qué van a hacer para impulsar el crecimiento del país, aumentar las producciones en sus distintos rubros, definir qué y cómo se venderá para obtener dólares y engrosar las reservas, con quienes se negociará concretamente para colocar la mercancía “made in Argentina”, y cuáles serán los estímulos para invertir y reinvertir. Por el “largo plazo” oran los argentinos.

Es verdad que, frente a la hecatombe en que está el país, nada se resuelve fácilmente. Pero es verdad también que con la libertad no alcanza, con el orden y el coraje no alcanza, y mucho menos se logra mintiéndole a “la gente” (casi con j) diciéndole que si no los re-votan perderán los derechos adquiridos.

A los argentinos se los ha vapuleado en exceso en el pasado, les deben el futuro, y en el presente quieren al menos saber de qué forma va a comenzar el camino del crecimiento. Lo demás, es cartón pintado.

Argentina busca un cambio: ¿Qué cambio?

Por Nancy Sosa. La periodista hace un análisis profundo sobre los resultados las elecciones PASO 2023.

Sin dudas, la sociedad argentina viene buscando “un cambio” desde que se recuperó la democracia, pero en cada experiencia el cambio alcanzado en distintas épocas terminó en desilusión. En la última PASO una sociedad silente siguió una proa inesperada, la de Javier Milei, quien se impuso en 16 provincias argentinas por tratarse de una opción nueva, fresca, aunque imprevisible.

Ahora, el silencio se asentó en los refugios del oficialismo kirchnerista y de la principal oposición (Juntos por el Cambio), donde se mascullan los errores cometidos y las razones de sendas derrotas, en contraposición a la alegría irracional de sus candidatos electos por haber realizado una “gran elección”. Los guarismos de ambos fueron escuálidos en función de lo que se esperaba.

Vale repensar la idea de “cambio” que todos enarbolan y para comenzar es conveniente reflexionar sobre un concepto que todos los cambios requieren como principio: la confianza. Quien aspira a ofrecer “el cambio” antes debe analizar el grado de confianza de que goza en el seno de la sociedad.

El domingo pasado quedó claro que, en su conjunto, la sociedad argentina desconfía de los políticos, de la “vieja política”, esa que siempre está anunciado su defunción, pero se reproduce inexorablemente a causa del pensamiento y los manejos visiblemente burocráticos y anacrónicos que encarnan los aspirantes a la presidencia. Se refleja en los mismos rostros que aparecen, una y otra vez, en los mismos o en otros espacios, el disfraz es distinto, pero son los mismos, aunque al mismo tiempo resulte loable su persistencia y acumulación de experiencia.

“El cambio”. ¿Cuáles son los cambios que se prometen en un país donde la decadencia lo ha puesto en los peores lugares de los rankings internacionales? Es denigrante por donde se lo mire, pero no es recomendable hurgar en la historia para descubrir cuándo Argentina estuvo bien, lo que importa es el hoy, no hay nada que copiar porque los éxitos pasados no se acomodan al mundo presente.

Hoy, la preocupación es qué quiere ser y necesita el país para que 47 millones de habitantes se sientan parte de la evolución humana, y nunca más una nación que camina hacia atrás, que vive mirando hacia atrás, se queda en el camino y repite fórmulas trilladas y fracasadas. Es cierto que las deudas internas son innumerables, todo está pendiente de resolución, existe un desorden fenomenal; una lenta paralización productiva, industrial y comercial amenaza. Por suerte los argentinos supimos, al menos, preservar la democracia.

El cambio supone algo superior al mero hecho de poner en funcionamiento a la maquinaria interna, significa definir el rol que cumplirá en el actual reacomodamiento multilateral con una visión de futuro y en función de los movimientos geopolíticos que se suceden con gran velocidad. El punto es vital, porque de él dependen también la producción y el comercio exterior si el propósito del país es realmente crecer.

Otro cambio importante radica en la cuestión ideológica, cuya injerencia determina el o los caminos a seguir en el terreno internacional. Argentina se ha aislado en la última década y, además perjudicó sus vínculos con países vecinos a causa de una tendencia inconveniente para el amalgamiento en la región, además de fomentar -sin consulta al pueblo y sus representantes- lazos que requieren de una diplomacia menos ideologizada y más pragmática.

Juntos por el Cambio encapsuló por cuatro años la tendencia del actual oficialismo, luego de los cuales fue retomada y profundizada con la intención de zafar de los cánones de Occidente.

El futuro es incierto a esta altura de los acontecimientos, pero merece advertirse que la fuerza política triunfante, por escaso margen, se constituye probablemente en la introducción a la arena política de un populismo de derecha, inclinada a combinar las ideas liberales con temas populistas.

Se trata de una ideología política que tiende a dividir a las sociedades en dos entes homogéneos y antagonistas: el pueblo y las élites. Percibe a las elites políticas y al Estado como corruptos y burocráticos, apela a los individuos, se identifica como “antiestado” y es opositora a otras tendencias políticas. A veces llega a la segregación.

Por experiencias europeas respecto del populismo de derecha se desprende el riesgo de la constitución de una nueva grieta, de corte excluyente de determinados sectores de la sociedad, entre ellos los inmigrantes, pero a la vez debe preocupar la construcción de asociaciones reaccionarias, ultranacionalistas, y hasta de monstrificación de la justicia social, en algunos casos. En el plano social se destaca por su fuerte conservadurismo frente a derechos adquiridos por minorías.

Los planteos económicos del “anarcocapitalismo” suelen ser exacerbados, muy distantes de las posiciones de izquierda, descalifican los impuestos por considerarlos “rémoras de la esclavitud”, son negacionistas del cambio climático, o adhieren a los movimientos anticuarentena en ocasiones de pandemia, entre otras cosas.

Los partidos populistas de derecha nacieron en la década del 80, pero en la del 90 ya tuvieron presencia en las legislaturas de varias democracias, como en Australia, Brasil, Canadá, República Checa, Dinamarca, Francia, Alemania, Suecia, entre otros países. Formaron coaliciones de gobiernos los mismos países, además de Bélgica, Chile, Grecia, Italia, Países Bajos, Nueva Zelanda, Suiza, etc. Finalmente formaron gobiernos mayoritarios en India, Turquía, Hungría y Polonia.

Lo de Milei es incipiente, y se entiende su discurso medido -pero no tanto- orientado a proponer “libertad, carajo”. El 50% de los votantes del domingo eran personas menores de 40 años, especialmente jóvenes entre 20 y 30 años, de modo que su aceptación estuvo atravesada por un condicionante generacional, que interpretaron que la “libertad” suponía elegir sin necesidad de que alguien los incite respecto de lo que tenían que votar.

Sus votantes interpretaron “grosso modo” que la dolarización supone volver a la convertibilidad, al uno a uno, en su corta y mejor etapa de felicidad sin inflación, pero jamás se acordaron de la debacle final. Es probable que cuando él habló sobre el Estado nadie entendió que supone achicarlo al extremo; sí entendieron que bajar ministerios es ventajoso, pero no que se despedirán empleados por miles.

Lo más claro de Milei fue la impugnación a la política, porque todos estaban hartos de los políticos y los aparatos, incluyendo a los que no lo votaron. El uso de la palabra “casta” dio mejor resultado en Argentina que en España con el partido Podemos, que es de donde él la extrajo. También fue más novedosa su campaña exenta de construcción de agrupamientos en las provincias. Apeló a los “individuos” sueltos, “libres” de votar lo que quisieran. Ellos fueron los silenciosos, los que no dijeron ni a último momento, que iban a votarlo a él. Voto vergonzante. Sus actos de estrella de rock atrajeron a los más jóvenes, nuevos consultantes de los padres acerca de a quién votar (¿?)

Y algo que debería auscultarse: ¿en qué medida las redes influyeron para construir semejante afluencia de votantes? ¿Si los expertos fueron capaces de organizar la salida de Gran Bretaña de la Comunidad Europea a través del Brexit, de lo cual están extremadamente arrepentidos los mismos ingleses, porqué no creer que aquí se produjo la misma magia?

Milei no hizo una gran campaña, no recorrió todas las provincias, no tenía plata, estructura ni candidatos provinciales potables. Obviamente, el hartazgo de los políticos tradicionales contribuyó, pero muchos gobernadores retuvieron sus provincias y Juntos por el Cambio se llevó unas cuantas. El enigma por este lado no se resuelve.

Tal vez convenga dilucidar cual será la versión de Javier Milei como líder de extrema derecha en Argentina, a la luz de sus predecesores, a los cuales admira: Donald Trump (Estados Unidos), Jair Bolsonaro (Brasil), Vícktor Orbán (Hungría), entre otros.

Argentina, ponte de pie

Por Nancy Sosa. Argentina está viviendo la última etapa de una decadencia eterna, un tramo agónico en el que el desgano del 31,8% (promedio) de la población electoralmente habilitada hizo que ni siquiera fueran a votar en las elecciones provinciales.

Los argentinos que hoy tienen entre 50 y 80 años, más o menos, conocen la historia del país porque la han vivido en carne propia. Quienes hoy tienen menos de 50, apenas cuentan con un relato de lo sucedido antes de que nacieran, pero no por eso se sienten en diferente condición cuando se trata de pensar, y repensar, la clase de país en el que quieren vivir.

La Argentina de hoy no satisface ni en las mínimas necesidades, mucho menos para los sueños que se quieren alcanzar. El país más austral del mundo tocó fondo como nunca, está viviendo la última etapa de una decadencia eterna, un tramo agónico en el que el desgano del 31,8% (promedio) de la población electoralmente habilitada hizo que ni siquiera fueran a votar en las 17 elecciones provinciales realizadas hasta fines de julio de 2023.

Se trata de más de 5,3 millones de votantes que se quedaron en su casa, a los que hay que agregar aquellos que votaron en blanco o promovieron impugnaciones, para mostrar su profunda frustración. Restan 6 provincias que disputarán en las PASO para dirimir las internas partidarias.

El agotamiento es general por una pila de razones: el salario no alcanza, falta trabajo, la informalidad es cada vez más ancha, la inflación está matando a todos, los precios no paran de subir, el valor del peso es cada vez más bajo, imposible planificar la economía del mes, las compras son cada vez más escuálidas, no hay actividad económica visible, el crecimiento se detuvo, el dólar no para de subir, la emisión de papeles color naranja tampoco cesa, la pobreza se incrementa día a día (43%), proliferan quienes duermen en la calle, el delito está desbocado, la inseguridad es irrefrenable, el narcotráfico se triplica sin que el gobierno reconozca el caos y se alarme un poco.

Por los dichos de la vocera presidencial Gabriela Cerruti, el país está muy bien, viene creciendo y los movimientos del dólar “son unos pesitos”, nada más. Ese es el nivel de conciencia que pone de manifiesto el actual poder gubernamental en la Argentina. Es decir, aquí no pasa nada. Y, efectivamente, no pasa nada de nada.

Las últimas reacciones en materia de economía fueron inventar más impuestos, devaluar haciéndose el tonto, errar todo el tiempo, insistir con el castigo al campo, acordar mal con el Fondo Monetario Internacional, además de lanzar discursos incomprensibles con el fin de enfrentar las duras elecciones generales que se le vienen encima.

Las oposiciones están encarnizadas sin distinguir a su verdadero adversario. Algunos exhiben proyectos para una salida, pero explican poco y mal lo que van a hacer realmente. Faltan liderazgos nítidos porque ésta tampoco es una etapa de previsibles surgimientos de hombres o mujeres con el nivel político de excelencia que requiere la crisis de mayor envergadura que se ha registrado en la historia del país. Es lo que hay, una inmensa mediocridad incapaz de extraer de los argentinos una simple mueca de sonrisa.

Al interior de los grupúsculos conformados dentro de las alianzas presentadas se revela un peligroso entretenimiento cuyo foco principal apunta a las vivarachas respuestas de ocasión hacia los contrincantes. Como en las peleas de barrio no se dejan pasar ni una, típica gilada argenta de un conjunto de dirigentes -de ambos lados de una grieta desahuciada-, más preocupados en dar el zarpazo final que en ofrecer posibilidades concretas de resolución de los conflictos reales, que son muchos y demasiado grandes.

Ahora ya todos saben que la Argentina ocupa los peores lugares de los rankings mundiales en cuestiones económicas y de niveles democráticos. Más abajo no se puede estar. Sin embargo, persisten las actitudes adolescentes de retruques perennes, convencidos de que es inminente la última batalla campal. Sobrepasan con creces la expectativa de sus compatriotas acerca de la recuperación y el resurgimiento de la Argentina que tanto se necesita.

En el mientras tanto, la población en general los ignora porque está harta de los bajos niveles que pone de manifiesto el manejo de la política de cabotaje, de la falta de una voz potente que marque con claridad un rumbo hacia una meta prometedora respecto de la dignidad perdida frente al mundo.

Se despliega entre los 47 millones de argentinos una vergüenza nacional inocultable por las sucesivas pérdidas de identidad, mérito y capacidad para ponerlos de pie, sacarlos de la hondura perversa en que se los ha sumido desde la recuperación de la democracia. Los diferentes gobiernos que tomaron el timón de la barcaza argentina, ya muy floja por los desmanes de la última dictadura militar, produjeron apenas algunos momentos de holgura -tramposa, por supuesto- y decenas de fracasos por la puja falaz entre ideologías berretas y fallutas.

En la actualidad se reflotan confrontaciones estériles entre presuntas derechas e izquierdas, cuando en realidad las peleas de fondo siempre fueron y son, estrictamente, por la mayor tajada de la torta del poder. Extrañamente, y como si faltara algo más, el liberalismo hizo su ingreso delirante al ring con discursos éticos insostenibles.

La ética y la moral no son precisamente abundantes en el país, de tanta corrupción que circula desde los más altos niveles de gobierno hasta la última línea de las bases populares. Muchos moralistas, sin importar a qué alianza o partido pertenezcan, han vivido o viven de la teta del Estado. Los más osados fueron protagonistas de enormes hechos de corrupción y hasta fueron condenados, pero los hay también bordeando las líneas grises de negocios no reconocidos o sueldos abultados en un conchabo estatal.

Cruje el sistema democrático argentino, al igual que en otros países latinoamericanos; se han perdido las mínimas normas de convivencia, la Constitución Nacional y las provinciales son incumplidas o modificadas “a piacere” para beneficios personales. El funcionamiento del aparato estatal se encuentra en extrema fragilidad luego de ser tomado por asalto para beneficio de unos pocos. El Estado, así como está, no les sirve a los argentinos; está fundido por donde se lo mire. El Poder Ejecutivo Nacional ha perdido, como en 2001, su don de autoridad máxima, menoscabada por la pésima experiencia de una bicefalía caprichosa y torturante. El Congreso de la Nación ha dejado de funcionar en tal magnitud que es incapaz de derogar una simple ley de alquileres y aprobar otra más equitativa en su reemplazo. El Poder Judicial se mantiene como una planta deshidratada sostenida por un palito para no caerse.

Por las malas praxis económicas Argentina ha perdido el valor de su moneda, no vale nada. Las producciones agropecuarias e industriales tienden a detenerse, exportar es un martirio y las importaciones fueron jaqueadas con los nuevos impuestos. El pueblo argentino soporta la presión de 180 impuestos fiscales, de los cuales solo unos 10 son justificables. Los productores, los empleados formales e informales deben trabajar medio año para mantener al Estado y “ganar” -es un decir- en el semestre siguiente.

Es mala señal cuando 80 empresas multinacionales eligen irse del país porque ya no soportan las reglas de juego cambiantes e impredecibles. La fuga contenta a las izquierdas y al populismo, los únicos que nunca aprenderán cómo funciona la economía de un país, los únicos que sueñan con reemplazar al capitalismo con un socialismo o comunismo que no ha dado resultado ni siquiera en China. 

La educación argentina se arrastra por el piso, las nuevas generaciones carecerán de la formación necesaria por la estupidez de una ideología empeñada en fabricar mentes ignorantes. Ignorantes te quieren, ignorantes te necesitan para doblegar a un país entero. La base sustancial del crecimiento de una nación está en la educación, y si esa base es endeble, el país será también endeble.

No hay futuro para la Nación. En el ranking mundial Singapur se ubicó en primer lugar, seguido por Hong Kong y Corea del Sur. Entre los 76 países evaluados, Argentina ocupa el puesto 62, Brasil el 60, Colombia el 67 y Perú el 71. Que la región sea pareja es un consuelo de tontos.

La inseguridad interna está cobrando un status de gran peligrosidad, alentada por la injerencia del narcotráfico que no se combatió en los últimos cuatro años. Se dejó hacer, con o sin intención, los controles no funcionaron en Rosario ni en ningún otro lugar. La negligencia se pagará cara, más temprano que tarde.

La política exterior argentina brilla por su ausencia, por su falta de rumbo, por la ineficacia en el manejo de los vínculos y las relaciones internacionales. Algunos políticos que fungen como embajadores cometen torpezas solo explicables por el balurdo mental que les generan ideas de izquierda, innecesarias en el ámbito diplomático. En el peor de los casos se entregan con pitos y cadenas al poderío chino, incorporándose a las filas del Partido Comunista local como cuadros activos. Sin embargo, también hacen pingües negocios que no se revelan oficialmente.

Como se ve, el embrollo es monumental, difícil de salir de él. Las elecciones presidenciales, legislativas y municipales se realizan el 22 de octubre de este año. Deberían surgir esperanzas en el electorado, quizás para un cambio de dirección posible, una de esas transformaciones esperadas desde hace décadas. No obstante, la apatía es general, al punto que la mayoría de la gente no sabe a quién votar, no sabe si irá a votar, y tampoco conoce bien a los candidatos porque la clase política se encargó de alimentar la confusión.

Competirán 27 fórmulas presidenciales, se elegirán 24 senadores nacionales y 130 diputados nacionales. Ya se eligió una parte de los intendentes y concejales para los 2.171 municipios; en octubre lo hará el resto. En cada provincia se eligieron, y se elegirán, los gobernadores y vicegobernadores de cada provincia, así como también los miembros de sus respectivas legislaturas.

El hecho de que se respeten las elecciones generales es un buen síntoma para la reconstrucción del sistema democrático de la República Argentina. Sin proscripciones ni avasallamientos contra los opositores, como en Venezuela o Cuba, el acto eleccionario da fe de que no está todo perdido.

Por eso, en el dramático panorama trazado, queda una luz de esperanza, pero para que todo comience a transformarse hace falta lo más esencial de la democracia: que los habitantes de este bendito suelo vayan a votar.

Votar es la herramienta indispensable para gritar la disconformidad, confirmar los proyectos personales, y ejercer el mejor derecho con el que cuentan los ciudadanos de un país que no se rinde, pese a todo.

Precandidatos en la gatera: ¿Quién puede sacarnos a flote?

Por Nancy Sosa. la periodista opinó sobre el cierre de listas y de las chances de Juntos por el Cambio en estas elecciones.

En el marco de una crisis económica fulminante, acompañada de un debilitamiento explícito de los liderazgos políticos en todas las expresiones partidarias y de coaliciones, los argentinos asistieron el último fin de semana al fin de una etapa intensa de demostraciones tragicómicas en la elección de precandidaturas nacionales, provinciales y municipales que competirán en las PASO, creadas y urdidas en 2009 a instancias de Néstor Kirchner.

El fallecido expresidente, por entonces consorte y primer damo de Cristina Fernández de Kirchner, las concibió con el exclusivo objetivo de empiojar a la oposición, ya que desde aquel momento sus partidos Frente para la Victoria, Unidad Ciudadana y Frente de Todos jamás las usaron por la inherente tendencia de imprimir el verticalismo, y por consiguiente el uso del dedo para las designaciones.

En este año 2023 las PASO fueron el motor para que todos jueguen el mismo juego, incluyendo al kirchnerismo que, hasta último momento, bregó por evitarlas, por presentarse con una fórmula presidencial única que, de la mañana a la noche, cambió sustancialmente bajo presiones de índole diversa cuando faltaban apenas 24 horas para el cierre de las listas.

La fórmula conformada por el actual ministro de economía Sergio Massa y el actual jefe de gabinete del gobierno Agustín Rossi desplazó de un plumazo a la que batía el parche con alegría, integrada por el ministro del Interior Wado de Pedro y el ex jefe de gabinete hasta hace dos meses, Juan Manzur. La presentación de esta fórmula atravesó escenas de patetismo nunca visto, por ejemplo, que De Pedro se lanzara solo con un spot en el que su presunto vice no figuraba. El tucumano, al final, zafó del papelón por pura carambola.

En el sector disfrazado de peronista lo único que sobra son las mañas, la viveza criolla y los juegos por debajo de la mesa. Con esos trucos Massa pudo dar vuelta la tortilla en el aire, impulsado por su fuerte deseo de ser precandidato a presidente con una fórmula única, para que se activara la endeble institucionalidad en el espacio oficialista. Gobernadores y cegetistas jugaron silenciosamente con la hipótesis de que Massa era el único candidato potable frente a un hijo de la “generación diezmada”, y un encaprichado Daniel Scioli dispuesto a rebelarse. ¿Los argumentos? Massa necesitaba la chapa para seguir negociando con un Fondo Monetario Internacional cerrado para el envío de fondos, para no abandonar el ministerio por falso orgullo, y para que el país no cayera al abismo más profundo. La propuesta secreta fue: “siempre se puede caer más bajo”.

Con un presidente dibujado y una vicepresidenta que expuso por primera vez el grado de debilidad que arrastra desde hace tiempo como líder infalible, los mensajeros -armadores en estas lides- lograron que ambos cedieran, cada cual a su modo. Alberto Fernández se conformó con poner a Rossi para una vicepresidencia dudosa al final del camino, y a Victoria Tolosa Paz como segunda diputada bonaerense. Un negocio corto. Los gobernadores y la CGT bendijeron a Massa. Cristina le entregó la lapicera a su hijo -un tanto abyecto para negociar- para que armara las listas de Senadores y Diputados de la provincia, el único bastión que les interesa a ambos.

Pero, siempre hay un pero, a último momento el mayor herido en esta contienda interna, Juan Grabois, puso la nota disonante en el cierre de listas, presentando una boleta corta optando por la precandidatura como presidente de la Nación. Su indignación lo sacó de la cama luego de bajarse de esa postulación porque “Wadito” lo representaba. Para él Massa es el peor de todos, su límite personal. Razón por la cual, el kirchnerismo irá a unas PASO por primera vez en la historia del mecanismo nestorista. Siempre hay uno que arruina la fiesta.

Lo que está en juego, al margen de los espectáculos políticos mediatizados a diestra y siniestra es, nada más y nada menos, la aberrante situación en que viven hoy los argentinos, apaleados por una inflación anualizada de 140% que distorsiona los precios en el consumo, la depreciación de los salarios, una increíble caída del consumo de artículos de primera necesidad, un peso desvalorizado y sin piso, un retroceso importante en la producción, barreras sin razón a la exportación y la importación de insumos, un Banco Central con los números en rojo, una inseguridad indetenible en los centros urbanos de clase media y baja. En suma, problema de extrema gravedad que el actual gobierno no resuelve por ineptitud, y que deberá ser encarado por la próxima administración que emerja de las elecciones presidenciales de octubre, y noviembre si hay ballotage.

Por esto último, y según predice el actual estado de cosas en el país, el futuro gobierno tendrá, necesariamente, que llegar con todos los planes estratégicamente pensados y delineados, equipos de profesionales y dirigentes dispuestos, en principio, a poner orden en los desaguisados que ya se conocen y los que saldrán a la luz cuando se destape la olla. Hoy estamos menos diez, habrá que llegar al cero para recién ver cómo se pueden implementar las transformaciones que saquen a la Argentina del hundimiento titánico.

Las responsabilidades recaerán en una sola de las tantas ofertas electorales con que se cuenta. Juntos por el Cambio parece ser la posibilidad más cercana, luego de que diriman en las PASO Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich y se termine esa confrontación que solo se entiende si se ponen por delante las ambiciones personales. Ambos presentaron sin problemas sus respectivas listas, de las que participan miembros de los partidos que integran la coalición, y se reflejan en ellas los diferentes apoyos con que cuenta cada uno. Ambos tienen los equipos trabajando a full, revisando el presupuesto nacional punto por punto, definiendo las políticas generales y los pasos más convenientes -también los tiempos- para reformular la economía, el mayor de los problemas del país.

La otra opción es La Libertad Avanza, una opción presidencial basada en una sola persona, Javier Milei. El hombre ha trazado una estrategia en la que él es el único soporte. Aunque resulte repetido la realidad es cruel: no tiene ninguna estructura en las 24 provincias, tiene solo algunos personajes elegidos selectivamente por el prestigio o aquello que simbolizan, o intentan simbolizar, como una oferta liberal, claramente de derecha como se la entiende en la Argentina. Sus declaraciones públicas prendieron en ciertos sectores juveniles, solo dispuestos a aceptar la cara nueva, la indignación contra el resto de los dirigentes políticos, sus apariciones “rockstar”, sus insultos sin prejuicios, y propuestas que la mayoría no entiende. Creyeron desde un principio que la afamada “dolarización” significará que todos manejaremos dólares a partir del 11 de diciembre de 2023. Milei es un fenómeno en la política, surgido del cansancio de la gente al no encontrar una salida al embrollo en que está metida. Tal vez resulte reconfortante si ese disparo en el aire permite que los demás políticos reflexionen acerca de lo que ellos hacen o dicen.

Por último, la izquierda, que lleva cuatro candidatos a presidente y dos boletas cortas en la provincia de Buenos Aires. Es increíble que una fracción de la sociedad que siempre obtiene en las presidenciales no más del 5% tenga semejante oferta electoral. Desde hace décadas que mantienen entre sí las mismas diferencias, aunque todos repitan el mismo discurso “a favor del pueblo”. El egocentrismo no es de derecha ni de izquierda, por lo que se ve. Un psicólogo, ahí, por favor.

Myriam Bregman, Gabriel Solano, Manuela Castañeira y Marcelo Ramal concurrirán a las PASO y aprovecharán la campaña para aparecer en las pantallas televisivas, las radios y las redes. ¿Adónde van? A ninguna parte. Lo suyo es alentar movilizaciones para generar el caos, como hicieron en Jujuy. ¿De dónde sacaron los dineros para bancar el traslado de gente y cascotear al gobernador Gerardo Morales? ¿Cuánto duró la hazaña? Dos días, ¡dos días de revolución!. ¿Es cierto que a veces actúan como franquicia del kirchnerismo que usa los dineros públicos para construir conflictos allí donde no los hay?

Lo dicho merece una reflexión general acerca de la política nacional, porque en ella se asienta el futuro del país, ese futuro que todavía no ven los 45 millones de argentinos, entre los cuales casi la mitad está sumido en la pobreza más indigna, donde 18 millones de personas están fuera del sistema laboral haciendo la propia sin aguinaldos ni coberturas de salud, donde el nivel de la educación cayó a índices nunca vistos en su historia, los hospitales sin insumos ni profesionales, la producción estancada y la inseguridad hace estragos en los centros urbanos a causa del narcotráfico.

¿Alguien cree que así se puede seguir? ¿Quién puede cambiar la historia del país más austral del mundo?

Cristina desangelada

Por Nancy Sosa. El acto, bajo la lluvia, de la líder kirchnerista dejó muchas reflexiones respecto a las bajas posibilidades del oficialismo en el 2023.

A veces, hasta la meteorología se ocupa de acompañar el signo de los tiempos, de enviar lluvias inoportunas cuando en realidad la historia siempre consignó la presencia de un sol radiante en fechas argentinas memorables, cuando ocurrían hechos convocantes de multitudes más o menos apreciables.

La virtual despedida de la líder política del espacio que encumbró la fórmula presidencial responsable de la actual situación caótica del país contó con un mar de lágrimas arrojado desde el cielo y baldazos de tristeza, esta última una palabra que tiñe la mayoría de las encuestas cuando consultan a los electores qué sienten ante tanta pobreza, la caída de los salarios, los precios que suben por el ascensor y la inseguridad a diario amenazante.

Esa despedida, que pretendió coincidir con un recuerdo de hace veinte años, no se sintió explícita, pero cada uno de los asistentes a la Plaza de Mayo el pasado 25, se fue pensando que allí la histórica “jefa” no les había dicho nada. Absolutamente nada.

Es que el tiempo transcurrido -sí, otra vez el tiempo- indicó más palmariamente que el discurso de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que el ciclo de su fuerza política exhibe sus últimos estertores. Ella, la gran oradora, ¡se olvidó de tantas cosas que había que decir!

Se olvidó de la fecha patria que involucra a todos los argentinos, se olvidó de señalar el camino que sus fanáticos esperaban para seguir en medio de tanto desconcierto, se olvidó de arengar a la militancia propia para que recobrara la esperanza en un año en que se juega el futuro político, se olvidó de marcar a su heredero político, se olvidó del 50% de los pobres que hoy existen en el país, se olvido de hacer política como lo hacía antes.

¿Se olvidó?, pensarán muchos. Es probable que se haya olvidado, enfrascada como estuvo durante la primera media hora de perorata tratando de explicar las “bondades” del gobierno de Néstor Kirchner, explicando mal lo inexplicable, con errores inadmisibles en cifras que soltaba, una tras otra, como palomas que salían de su boca. La gente que acudió a verla, con lágrimas en los ojos por el nivel de admiración que los obnubila, no entendió nada de lo que dijo. Había que verlos irse de esa plaza histórica sin nada en las manos ni en la cabeza.

No dijo nada, salvo sus reiteradísimas acusaciones contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia, salvo que se oponía como siempre a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, salvo el “techito” que la cobijaba a ella de la lluvia y a unos doscientos privilegiados más.

La pobre concurrencia que estuvo girando en torno a la plaza desde la mañana esperando a que se hiciera la hora del acto, quería otra cosa: quería que ella dijese que iba a ser candidata a la presidencia de la Argentina, o en su defecto que nombrara a quien iba a mandar al frente para bancar la derrota ineludible que ella ve venir con claridad. La gente de su palo quería que los entusiasmara, que les tirara algunas consignas poderosas para seguir luchando, que los exaltara frente a un compromiso partidario por el cual “dar la vida”, que les marcara un rumbo para emprender al menos una tarea que les permita decir en un futuro cercano: “lo intentamos, lo hicimos todo, morimos con las botas puestas”. Algo.

Pero, Cristina no es Juan Domingo Perón ni Eva Perón. Los dos pensaban “primero en la Patria, después en el movimiento, y por último en los hombres (y mujeres)”. Cristina piensa solamente en sí misma. La Patria no existió en el último 25 de Mayo, ni se le ocurrió hablar de los revolucionarios de aquel 1810. Eso no encajaba en su discurso, había que dejar espacio para el marido difunto, al que pretendió ensalzar, pero no logró darle el énfasis necesario por el temor a autoopacarse.

La “Jefa” ya no brilla, desilusiona. No puede sacar más ni un conejo de la galera. Tiene temor de errar por enésima vez al designar un sucesor o un acompañante. No se anima a dejar al “heredero”, piensa confusamente cómo nombrar al que resista un fracaso, a quien designar para el trago amargo.

Cristina se ha equivocado con Julio Cobos, Amado Boudou, Daniel Scioli, Alberto Fernández, Sergio Massa. Por eso piensa en los hijos de la “generación diezmada”, de la que ella y su marido no formaron parte como militantes activos y arrojados. Jamás presentaron un miserable habeas corpus para defender a ningún perseguido y atrapado por la dictadura militar.

Ahora, por obra de su debilidad política y la ausencia de una estrategia acaso de corto plazo, se alzan desobedientes que quieren competir y eludir la designación a dedo. El peronismo, y su extensión defectuosa como lo es el kirchnerismo, se enfrentan a la posibilidad de transitar la horizontalidad del poder, algo impensado hasta las pasadas elecciones. La crisis partidaria ha dejado crecer brotes de ambiciones personales, ajenas a su voluntad.

En esos menesteres se enrolaron ya figuras como Wado de Pedro (alentado entre bambalinas y con dudosa posibilidad de alcanzar un triunfo), Sergio Massa (alterado por la dispersión de precandidatos), Daniel Scioli (hambriento de venganza), Antonio Rossi (envalentonado por Alberto Fernández), Guillermo Moreno (desbocado contra Cristina y Alberto por igual), Juan Grabois (extremando su ánimo izquierdista y antiimperialista), Santiago Cúneo (exacerbado de nacionalismo como siempre). Demasiados desobedientes. En fin, en la actual situación cualquiera puede presentarse como precandidato a algo.

Cristina está desangelada, ha perdido la gracia (¿divina?). Como diría Moreno: “no quiere más, no quiere más”. Y se nota. Los únicos que desoyen ese grito son quienes afirman cuando se les consulta en la calle: –¿A quien va a votar?, y responden: –A Cristina. Pero Cristina no es candidata, se les aclara. Entonces, dicen: –No sé. Son ellos los remanentes de los estertores, los que esperan que Cristina les diga por qué no quiere ser candidata.

Cristina desangelada no puede abrir la boca para reconocer que no puede presentarse porque tiene más del 70% de imagen negativa en el país.

Che, ¿cómo viene la cosa?

Por Nancy Sosa. La periodista analizó las cuatro gestiones kirchneristas y a la de Cambiemos. Además, habló sobre la economía del país, la deuda externa y la inflación.

Se ha vuelto una costumbre preguntar en Argentina: “Che, ¿cómo viene la cosa?”, frase generalmente acompañada de una juntura de dedos con las puntas hacia arriba. Tal es la incertidumbre, la ausencia de horizonte y obviamente la falta de dirección de la economía política, que el nativo y los millones de extranjeros que viven en este suelo lo resumen gestualmente y con tan pocas palabras.

Nadie espera una respuesta demasiado larga, ni una cátedra que le permita entender qué es esto que viene pergeñando el gobierno del Frente de Todos desde 2019 y que conduce a una nada transformada en un ovillo intrincado del cual poco puede elucidarse.

El ovillo es la realidad diaria comprimida, enredada en hilos sin principio ni final, una maraña de desaciertos producto de la ineficiencia de un grupo de perversos capaces de empobrecer a un país, de debilitar la producción y el crecimiento del país, incentivar un Estado elefantiásico, inhibir las voluntades de una población entera y deglutirse el futuro, como si respondieran a un plan preconcebido y macabro de destrucción masiva.

Semejante drama, generador de las penurias más inverosímiles, tiene una contrapartida más asombrosa todavía: quienes lo ponen en práctica lanzan discursos psicóticos al aire desde distintos lugares tratando de convencer a 47 millones de argentinos de que “las cosas van bien”, que “estamos creciendo”, y paralelamente que ellos no forman parte de ese gobierno que ha generado la hecatombe. Mucho peor aún: preparan una campaña para “volver”, con el objetivo de hacer “la Argentina que queremos”.

Como se ve el drama ya tiene contornos de esquizofrenia: ellos no están, pero se sienten perseguidos por otros que no gobiernan y son, a su modo de ver, los causantes del desbarajuste en que está envuelto el país conducido por ellos mismos. En resumen: en diciembre dirán que los cuatro años del gobierno del Frente de Todos en Argentina, entre el 2019 y el 2023, no existió. Se abrirá entonces una brecha -o mejor, una grieta- en el tiempo universal, y ese espacio temporal tampoco tendrá su reflejo en los libros de historia porque ellos “nunca estuvieron aquí”.

Por eso todos preguntan: “ché, ¿cómo viene la cosa?”, refiriéndose a lo que les importa, que es -nada más y nada menos- una inquietud para saber si mañana van a poder comer y pagar el tren o el colectivo, no solo porque los salarios ni el remanente de las changas no alcanzan para llegar al día quince, sino también porque los billetes de mil mangos no sirven para comprar nada, la inflación los aplasta irremediablemente, los precios se desorbitan, los servicios no se pueden pagar, los chicos carecen de lo elemental para ir a la escuela, no tienen atención en la salud, y no hay trabajo posible de conseguir.

Tal vez a muchos no les alcanza el entendimiento para comprender qué “catso” pasa con la economía, a la que los gobernantes fantasmas no le encuentran la vuelta para frenar una inflación de 104% anual, pero sienten que eso les jode y mucho. Tampoco entienden por qué sube el dólar a las nubes y ellos no ven ni un billete de un dólar; mucho menos están dispuestos a encontrar una razón para saber por qué el peso argentino está devaluado al punto de que mil pesos significan apenas 2,5 de dólares.

Escapan del raciocinio de la mayoría de los argentinos las abrumadoras gestiones ante el Fondo Monetario Internacional y los escuálidos mangazos a los organismos de crédito internacional que entran al Banco Central de la República Argentina y se esfuman a las 48 horas.

Pero hay una franja bastante informada que, con el estómago lleno y la movilidad resuelta, pueden tener apreciaciones sensibles sobre “cómo viene la cosa”, después del cimbronazo de las peleas de palacio entre el ministro de economía Sergio Massa y el “autobajado” presidente Alberto Fernández que tuvo repercusiones en los mercados.

Los que saben tienen en claro que, a partir del último viaje de Massa a los Estados Unidos, no habrá más plata para Argentina porque los yanquis están hartos de que los argentinos administren mal, usen políticas que no llevan a ningún buen puerto y los desembolsos pateados por el gobierno fantasma del kirchnerismo para 2024, 2025 y 2026, resulten imposibles de cobrar. Por eso le exigen al actual gobierno fantasma que, si quiere dinero, antes lo acuerden con la oposición que, seguramente, tendrá que hacerse cargo del desaguisado urdido y construido entre 2019 y 2023. Si no hay acuerdo político no hay más guita.

De entrecasa, Argentina seguirá lidiando con el tipo de cambio, atrasado en un 20%, con el crédito privado que cayó en un año casi dos puntos del Producto Bruto Interno. Los jubilados perderán cada vez más con la fórmula nefasta del kirchnerismo, y los asalariados tendrán conciencia de la “indexación” mensual sus haberes, como en la década del 60 con gobiernos militares.

Del dólar, ni hablar. Seguirá subiendo sin límites a la vista, gracias a la diversificación y el cepo que tanto les gusta a los K. Pero lo más lamentable es que tampoco habrá dólares fáciles; sin dólares la suerte de cualquier gobierno está echada. No será la primera vez.

Las políticas del actual gobierno, pese a que sostengan su inexistencia, seguirá emitiendo billetes a lo pavote. Parece mentira que ese sector partidario no entienda que emitir billetes sin control produce inflación. Si el jefe de gabinete Antonio Rossi cree que esa herramienta de la economía es inocua es porque no entiende cuándo se puede usar y cuando no.

Hasta el momento ningún miembro del “inexistente” gobierno reconoció públicamente la depreciación de la moneda argentina. Hoy no vale nada, y esa experiencia ya la tuvo Argentina, pero nadie aprendió. Como ejemplo: el peso argentino cumplió 31 años de vida, pero si se hace una comparación con el año 2001 la canasta básica entonces valía 61 pesos, hoy cuesta 10.267 pesos.

Semejante desfasaje señala que la moneda argentina no sirve como medio de pago, ni como unidad de cuenta, ni tampoco como reserva de valor. Está roto por donde se lo mire. Hay que recuperar el valor del peso argentino, y evitar la dolarización para no crear mayor desigualdad. Los cantos de sirena de Javier Milei son una falacia reconocida por los mejores economistas.

Argentina, después de esta cuarta experiencia kirchnerista y una gestión de Cambiemos, tiene enormes problemas estructurales que arrastran a la economía. Está amenazada por la expectativa de una devaluación, tiene destrozado el sistema monetario, la deuda externa creció al final del cuarto trimestre de 2022 hasta los 276.694 millones de dólares. ¿Se entendió? ¡¡¡276.694 millones de dólares de deuda externa!!!

Con 104% de inflación el país se encuentra en una situación crítica, según un economista que rozó en algún momento al kirchnerismo, Emmanuel Álvarez Agis. “Enfrentar la suba de precios exige dejar de lado los prejuicios y diseñar un plan integral que combine políticas ortodoxas (devaluación, aumento de tarifas, tasas de interés positivas) con otras heterodoxas (retenciones, aumentos salariales). Es el único camino”, expresa en su nota de Le Monde Diplomatique. ¿Se animaría el gobierno fantasma a aplicar este plan? ¿O seguirá aferrado a los preceptos ideológicos de una izquierda berreta que no quiere ver la realidad?

La autora de esta nota seguirá negando que el kirchnerismo sea lo mismo que el peronismo, pero no puede negar de donde nació este engendro que ni siquiera puede emular aquella caracterización de enfrentador de crisis que producia mejoras, especialmente en el consumo. Hasta el consumismo fue tergiversado por la líder de ese espacio y actual vicepresidenta del gobierno que detesta, Cristina Fernández Viuda de Kirchner. Juan Perón nunca alentó el consumismo, pero ella cree que es la fuente principal de la economía y por eso alienta los planes sociales sin que supongan formar parte de una política de estado. “Platita en el bolsillo”, pensaba ella cuando las papas quemaban durante sus gobiernos. No es así, estuvo siempre equivocada con ese concepto y ningún obsecuente se lo explicó.

En la inminente campaña presidencial se verán los slogans más desopilantes para seguir engañando a su electorado, sin la suerte que los acompañó en 2019. Afortunadamente habrá otros espacios más dispuestos a exponer planes reales y racionales para el futuro tortuoso que se avecina.

Quedan solo siete meses para comenzar otra etapa, dura, durísima, porque nada cambiará de un día para otro, mucho menos con el zafarrancho que quedará prendido como una escarapela a la banda presidencial de quien deba asumir los destinos del país. Entonces, volverá la pregunta: “ché, ¿cómo viene la cosa”? Y se le responderá: “será otra cosa”, a secas, pues lo de la sangre, sudor y lágrimas quedará corto como expresión del sacrificio requerido para salir del atolladero.

Primer signo de caída de la verticalidad política

Por Nancy Sosa. Para la periodista la renuncia de Macri a la candidatura presidencial constituye el comienzo del abandono del verticalismo político para la designación de candidatos.

El renunciamiento de Mauricio Macri a una candidatura presidencial, y la consecuente libertad para la presentación de candidatos del PRO, constituye en sí mismo un signo elocuente del comienzo del abandono del verticalismo político para la designación de postulantes, como -en cambio- continúa vigente en la alianza oficialista Frente de Todos, que dependen de la voluntad y el capricho de Cristina Fernández de Kirchner.

La manifestación de este cambio sustancial viene a corroborar que es posible en el mundo de la política funcionar dentro de un esquema de poder horizontal, donde el sistema democrático fluye de un modo más ecuánime y permite el libre juego de la competencia sin necesidad de ingresar en una lucha despiadada o soportar injustas designaciones a dedo.

La autora de esta nota expuso en su libro “Poder Femenino: el liderazgo político en el siglo XXI” la hipótesis de una fuerte transformación en la forma de ejercer el poder, eludiendo hasta destronar paulatinamente al viejo sistema que requería de liderazgos carismáticos basados en el verticalismo, para reemplazarlo por otro horizontal en el que el diálogo, la negociación y los consensos fuesen los instrumentos para dirimir las opiniones internas y arribar a decisiones de común acuerdo. Cuando esta no se alcanzara, la confrontación estrictamente democrática tendría su última palabra y convocaría a la unión de todos detrás del ganador.

No es sin embargo este resultado el que respalda la antigua frase “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”, tan atada a la antigua usanza como deshilachada por aquella otra frase que incitaba a “pasar con la ambulancia a recoger a los heridos” para generar un polo opositor.

El poder horizontal no se limita a la cuestión de las candidaturas, es una forma de ejercer el poder otorgándole a los seguidores de cualquier fuerza política la posibilidad de aportar criterios y acciones a un líder que escucha, aprueba y reelabora con el fin de darle carnadura a la participación política real.

La idea de horizontalizar el poder político, cualquiera sea el lugar en el que se lo ejerza, corresponde a una mirada más actualizada de la realidad, capaz de darle lugar a los renunciamientos en favor del conjunto, y favorecer también a aquellos que con genuina voluntad se sienten en condiciones de ofrecer una opción a la sociedad. Al interior de un agrupamiento partidario se convierte en un mecanismo legítimo para discernir las proyecciones personales mediante diálogos previos, acuerdos y resoluciones consensuadas.

Es de público conocimiento que los liderazgos carismáticos caducaron en el mundo entero, si bien fueron la referencia inevitable durante el siglo XX. La mayoría del electorado, entonces, esperaba que ese líder haya sido ungido por el óleo de Samuel y se convirtiera en el salvador del pueblo. El liderazgo carismático en sus principios siempre aportó imágenes de hombres y mujeres que, dotados del sentido del habla y la comunicación, terminaron ensalzados por las masas. Ni el líder carismático ni las masas existen en la actualidad, y si persisten son simples rémoras de tiempos idos cargados de la violencia que aporta la militancia fanática. Ese líder tenía una mirada masculina.

Hoy, gracias a los cambios provocados por la revolución tecnológica y las nuevas generaciones humanas que confían más en sí mismas que en la magia que pudieran exhibir los políticos, se cree más en el talento para hacer bien las cosas, gestionar con efectividad y comunicar correctamente los planes que tienen previstos. El líder, en estos casos, no lleva corona ni un aura de elegido por la divinidad, seduce con la eficiencia y considera a la multitud como  ciudadanos que piensan y saben lo que quieren, y son difíciles de convencer con un simple discurso apasionado y mentiroso. Este tipo de líder conlleva una mirada femenina, a diferencia del anterior.

Esta última concepción sobre el poder político nace de Hanna Arendt, de su libro “La Condición Humana”. Para ella “el poder es la capacidad humana de actuar concertadamente y en tal sentido es propio de toda la comunidad. La “autoridad” es el poder que ejercen unos pocos con el reconocimiento de aquellos a quienes se les pide obedecer (las normas) y que, no obstante, no necesita del miedo ni la coerción. La fuerza o violencia se utilizan cuando la autoridad fracasa”.

Por esa razón, Hanna Arendt considera que “en sentido estricto, el poder solo puede ser realmente efectivo si incluye el consentimiento de los gobernados”. Y aclaro: de todos los gobernados, no solo de una parte.

El poder vertical, representado por una pirámide cuya cúspide es ocupada exclusivamente por un líder carismático, funciona realmente cuando prima un conjunto de conceptos ideológicos inamovibles, férreos, cuyo objetivo principal es “hacer una revolución”, excusa que no es necesariamente a favor del crecimiento de un pueblo. De todos los ejemplos que hay a la vista esos emprendimientos dieron en su mayoría resultados obtenidos mediante la violencia, las guerras civiles, la dominación de la población y el sufrimiento por el desborde de la pobreza. El ímpetu por combatir normas económicas medianamente razonables fue el motivo de las caídas de esos proyectos y el sometimiento de las poblaciones, además de conculcar derechos civiles y libertades ciudadanas. En ello estuvieron involucrados desde los imperialismos comunistas o los mal llamados socialistas, hasta los populismos de mediados del siglo XX hasta la segunda década del siglo XXI, causantes de la desintegración de varias sociedades.

Esas ideologías dieron fundamento a gobiernos autoritarios en todas sus expresiones, privilegiando con falacias solo a algunos sectores de la sociedad con la intención de sojuzgarlos y sostener en el poder vigente a un puñado de dirigentes enriquecidos por sus lugares de privilegio.

Esos dirigentes exhiben la misma cualidad: nunca renuncian a sus poderes, buscan eternizarse en los cargos, se rodean de obsecuentes y alimentan muy especialmente a una corona de seguidores obtusos premiándolos, sin que tengan mérito, con cargos que permiten hacerse del dinero necesario para solventar el ejercicio de la política. La vida de esta franja de opresores tiene un solo destino: la corrupción, y si el país en que se anclan lo permite, puede ser que al final, y después de muchos años de gobernar, terminen su carrera política, enjuiciados, como corresponde.

Pero el verticalismo está en caída también por el hecho de que la participación política se expandió hacia una franja mucho más ancha de la sociedad; las personas se interesan y participan, se autoconvocan para reclamar lo que consideran justo y se niegan a ser arriadas por un dirigente político. Tienen pensamiento propio, hacen uso de su capacidad de elegir a quien los representen, discuten y se informan permanentemente. Son seres activos en las nuevas formas de comunicación, sin importar la edad; exigentes en cuanto a las potencialidades de los candidatos; no tienen planes sociales que los condicionan y si los aceptan es porque les conviene.

Tal vez sea demasiado pronto para otorgarle al verticalismo un certificado de defunción, porque las mañas políticas se sostienen duramente en el tiempo. No obstante, puede decirse que se ha iniciado un nuevo camino hacia otras formas de ejercer el poder en el mundo, con líderes más humanizados que en otros tiempos, sin dioses que participen de las elecciones.

El tiempo de estadía en el poder también se está achicando y eso facilita las alternancias que, en algunos casos, resultan beneficiosas y en otras poderosamente negativas, según la cara con que se las mire.

Fin de ciclo para el kirchnerismo

Por Nancy Sosa. Los cuatro gobiernos kirchneristas no cambiaron absolutamente nada en favor de la sociedad argentina; por el contrario, desvitalizaron persistentemente al país.

Languidece, sin remedio. Con tibios manotazos, sin haber logrado imponer el proyecto ideológico en sus veinte años de vigencia, el kirchnerismo marcha hacia la finalización de su ciclo, desangrado por la falta de ideas y argumentos políticos, salvo la defensa inevitable de la posesión del poder y la penosa burocratización de su dirigencia.

El comienzo del año 2023 marca sin dudas la apertura del corredor que conducirá a la fuerza política que lidera Cristina Fernández de Kirchner hacia el ocaso definitivo, con pérdidas notables para ese espacio que en sus comienzos dio signos de revalidar la venganza contra la sociedad argentina y el peronismo en particular, que no comprendieron ni aceptaron los planes del Montonerismo en la década del 70.

Con el arribo de un presidente como Néstor Kirchner en 2003, bendecido por una coyuntura especial en la que ningún peronista de pura cepa quiso tomar el timón, se abrió inesperadamente la posibilidad de implementar el trasnochado proyecto de los montoneros residuales, tan alejados del sistema democrático y tan cercanos a los modelos dictatoriales del populismo más acendrado.

En el transcurso de los últimos veinte años, el kirchnerismo fue incapaz de implementar el famoso socialismo que anidaba en sus entrañas, no pudo vencer al capitalismo ni al modelo de los mercados, tampoco derrotó a los grandes conglomerados económicos que dominan el planeta, estuvo lejos de armar un bloque unificado de países latinoamericanos que tuvieran la misma proa hacia una “Patria Grande”, y hasta el momento no logró alinearse decididamente en un agrupamiento mundial opuesto al imperialismo estadounidense.

Si los señalados fueron los objetivos más caros a su ideología, no cumplieron con ninguno, y en su defecto solo lograron dejar por el suelo todos los índices económicos del país, incrementar desorbitadamente la inflación, destruir el sistema monetario argentino, reducir al mínimo las posibilidades de recuperación y crecimiento de la nación, elevar la pobreza al 50%, someter a los jubilados, emparchar cada uno de los problemas nacionales y mentir hasta el hartazgo sobre cuestiones inherentes a la gestión administrativa del país.

El desorden generalizado tiene su origen en la inauguración del proyecto kirchnerista, del que participaron dirigentes montoneros que convencieron a Kirchner -carente de un plan propio hasta su asunción- para que enarbolara la bandera de los derechos humanos con el propósito de “reivindicar” a los perdidosos montoneros de los 70 -tan responsables de la violencia de la época como los dictadores militares- que tanto añoraron disputarle el poder a Juan Perón.

En la nueva etapa los “montos” sintieron que habían llegado al poder y sobre ese afán le hicieron sentir a la sociedad argentina que “la izquierda”, “los montos”, habían ganado la última batalla y al fin estaban gobernando el país con un proyecto propio. Allí estaban quienes habían combatido en los 70, los  presos que salvaron sus vidas y los exiliados que huyeron oportunamente. En realidad, con el tiempo se vio que solo se trató de un conjunto de farsantes e inescrupulosos, salvo contadas excepciones, con exageradas ambiciones de poder para beneficio personal.

Fue más relato que ideología para un enfrentamiento que los argentinos, pese a ser esmerilados por la grieta maldita, resistieron, aguantaron a más no poder las agresiones provenientes desde la cima del poder político, donde algunos cerebros fanatizados pergeñaban a cada instante un ilusorio cambio de la cultura nacional para que se pareciera más a lo peorcito de las naciones latinoamericanas dominadas por dictaduras populistas, espejadas en la decadente revolución cubana.

Hubo en los medios de comunicación, que supieron comprar con prepotencia, una impronta del relato K repetido sin desmayo en cada espacio tomado por los sucesivos gobiernos kirchneristas, desde la Biblioteca Nacional hasta el Inca. Aturdieron durante quince años a millones de argentinos que guardarán en su memoria la más horrible música de esos años, trasmitida por Carta Abierta y 6 7 8 de la televisión pública, entre otros difusores. Acusaron de “enemigos” a periodistas, intelectuales, empresarios, dirigentes de la oposición, productores industriales y agropecuarios; en sospechosos juicios públicos los persiguieron y los escracharon.

Esa fue la “lucha” del batallón kirchnerista, librada en el llano con exposición pública, mientras desde los más altos puestos del poder ministros y secretarios corruptos se llevaban miles de millones de pesos, dólares y euros, de cada una de las “cajas” asaltadas sin el menor pudor.

Los cuatro gobiernos kirchneristas no cambiaron absolutamente nada en favor de la sociedad argentina; por el contrario, desvitalizaron persistentemente al país, destruyeron en forma sistemática el Estado Nacional y varios provinciales, anularon leyes y normas elementales para la convivencia pacífica de los argentinos, y lo que es peor: malograron las expectativas de futuro de 47 millones de personas.

Está visto que el peor de los cuatro mandatos está en cabeza del muleto kirchnerista, Alberto Fernández, quien ya ha dado sobradas muestras de ineficiencias y desvaríos que no dejan de asombrar. A la mala gestión gubernamental, de la cual deberán dar cuentas en las próximas elecciones, hay que sumarle la incapacidad de ejercer las actividades políticas elementales, una cualidad que pareciera haber desaparecido entre la joven generación kirchnerista refugiada en La Cámpora, que ocupa puestos relevantes en el gobierno y en el Congreso, desde donde exhiben gestiones de enorme improvisación.

Llegan a su fin con problemas respecto del liderazgo. En el kirchnerismo el liderazgo pasó a ser una entelequia desde que CFK decidió llamarse a retroceso y refugiarse en el argumento de una proscripción que solo existe en su imaginación, aun cuando la menee discursivamente para su tropa. No tiene sucesores; es lo que les ocurre a todos los líderes que carecen del desapego lógico al que los obliga el tiempo terrenal. Con designar a dedo no alcanza a estas alturas del trayecto político. La señora está encerrada en su propio laberinto, y además está cansada, irritada, sin ideas nuevas ni energía para desplegar siquiera una salida elegante. Esto último, no es lo suyo.

La crisis argentina, profundizada hasta límites insoportables en los últimos tres años, es verdaderamente inédita en el país, no hay forma de compararla con otros momentos históricos porque los pésimos índices económicos superan todas las experiencias anteriores. La debacle económica de la que costará años salir se agudiza toda vez que el espacio partidario de gobierno quiere alumbrar una presunta estrategia para enfrentar el próximo choque electoral. Las tres patas sobre las que se asienta el Frente de Todos son la muestra palmaria de que esa mesa, así, no se sostiene, especialmente porque ninguna de las tres piensa de la misma manera pero coinciden en que no les importa nada el país.

En los ámbitos en que se despliega la política partidaria solía decirse que ciertos factores políticos y económicos presumiblemente generados por gobiernos de derecha permitían que surgieran opciones populistas de izquierda. Si se analizan esos factores surgirá sin duda una paradoja inexplicable. Veamos: hacen falta un malestar social por inequidad y altos índices de pobreza e indigencia, una crisis en el sistema democrático provocado por el fracaso y la corrupción de la clase política “tradicional” y una decadencia económica que perjudica más a los pobres. Se supone que estos tres factores generarían un gran descontento en las clases marginadas para que el campo se volviera propicio y surgiera un gobierno populista.

Paradójicamente, esos factores están presentes hoy en la Argentina, donde gobierna precisamente un populismo que ha profundizado aquellos desmadres en lugar de alcanzar la equidad, disminuir los índices de pobreza y evitar que el mal manejo de la economía perjudique a los más pobres. Ese sayo es imposible de sacar porque la desgracia del empobrecimiento general de la población está a la vista de todos, salvo para el presidente Fernández quien cree que Argentina crece más que China. Ese gobierno es el que se encamina al último tramo de una historia de terror sin dar signos de una reformulación de los trazados para evitar un choque frontal.

El fin de ciclo para el kirchnerismo se inició con el fracaso electoral del 2015. Ciertamente tuvo un sorprendente retorno al poder en 2019 pero la oportunidad fue desperdiciada por quien lideraba el espacio hasta hace unos meses, al tomar decisiones sumamente equivocadas que incrementaron la bifurcación de su propio gobierno y potenciaron la crisis hasta límites insostenibles.

A diez meses de la finalización del cuarto mandato kirchnerista, el electorado argentino asiste además azorado a las desavenencias internas que confirman la aceptación mayoritaria del pueblo argentino acerca de que esa fuerza política está francamente incapacitada para conducir los destinos del país.

El lánguido tránsito hacia el ostracismo es el mismo que han vivido otros partidos políticos, otros frentes y alianzas que cumplieron ciclos al cabo de determinados años, porque los recambios generacionales ejercen sobre el cuerpo partidario una presión inevitable cuando perciben el agotamiento de los liderazgos y la inviabilidad del conjunto de propósitos que les dio origen.

Los últimos meses de 2023 se constituirán en el momento oportuno para hacer “tronar el escarmiento”.

La democracia jaqueada por izquierda y por derecha 

Por Nancy Sosa, periodista. A propósito de lo ocurrido en el Congreso de Brasil, la autora analiza la situación política en la región.

¿Qué es lo que está fallando para que la democracia se vea jaqueada por las izquierdas -como era lo más habitual-, pero también por las derechas, un fenómeno del siglo XXI donde todo pareciera haberse corrido de lugar en busca de algo nuevo sin desentenderse de lo viejo? 

La tentación de redefinir las izquierdas y las derechas actuales es grande pero ya se sabe que ese es un tema para varios tomos, y por esa razón en esta nota se tocará someramente, lo suficiente como para tratar de entender en qué medida se han corrido los ejes ideológicos de un extremo y otro. 

La explosiva situación desatada en la República Federativa de Brasil cuando no había pasado siquiera una semana desde la asunción por tercera vez de Ignacio Lula Da Silva como presidente del país, se convirtió en un llamador regional imprescindible para que los gobernantes de los países limítrofes y los influyentes de sus políticas locales se volcaran en masa a defender el flamante gobierno del histórico obrero brasilero. 

Sin distinción de ideologías la reacción mayoritaria fue en contra de la violencia desatada por los seguidores de Jair Bolsonaro -recluido en un conveniente marco de silencio-, que avasallaron, violentaron y ultrajaron los edificios públicos que resguardan a las máximas instituciones democráticas en la capital del país, Brasilia. 

No hubo que hacer ningún esfuerzo para emparentar la reacción desmedida y antidemocrática con la provocada por Donald Trump en los Estados Unidos hace dos años, cuando también había perdido las elecciones y el poder, al igual que Bolsonaro. Los dos intentaron desconocer la voz de las urnas, los dos intentaron asociar la situación electoral con un “virtual” golpe de estado electoral. Ninguno de los dos bancó perder democráticamente, ambos reaccionaron desde sus poltronas de una derecha decadente que nada tiene que ver con las ideas liberales y sí con el autoritarismo más despótico. 

En la historia de la política universal, las revueltas contra el sistema democrático estuvieron siempre pergeñadas y urdidas por las izquierdas más radicalizadas, pero en este siglo XXI pareciera que la torta se dio vueltas y dejó las velas hacia abajo. Sin embargo, en el continente americano, de norte a sur, estas reacciones se están dando con nitidez en diferentes naciones, muchas de ellas caracterizadas como de izquierda, a las cuales quieren destronar otros grupos también de izquierda. 

Estos fenómenos carecen de un afán ideologizante porque nadie puede afirmar qué tendencia llevan en sí mismos, es difícil descubrir si los embates provienen de manejos externos impulsados por una claridad en las ideas o si se trata de pujas internas de poca monta. Ya no se le puede echar la culpa solo a Cuba de todas estas reacciones y la asunción de nuevos grupos de izquierda criados en la isla. Es mucho más grave que eso: la mayoría de los nuevos dueños de los poderes de izquierda en Latinoamérica ya no exhiben ideas siquiera progresistas, o destinadas a resolver los problemas urgentes de sus pueblos, como es la pobreza y la inflación que los abate. Estos nuevos representantes izquierdistas llevan como política de fuste la sumisión de sus pueblos en la máxima pobreza, sea por inhabilidad gestionaría o por el capricho de sostener las viejas categorías en que alojaban al capitalismo para dibujar al enemigo más palpable. 

La transformación se está dando en la política y el que sufre las consecuencias es el sistema democrático, a la sazón el único posible de existir mientras no aparezca otro superior que lo reemplace. 

En realidad, la puja es entre la autocracia y la democracia, sin importar el sello de derecha o izquierda que quieran ponerle. Y si hay que escuchar pésimas interpretaciones de la Revolución Francesa con la que se inició la democracia, habría que decir también que, así como la autocracia de aquel momento encarnada en la nobleza y el clero se ubicaban a la derecha de la Asamblea Constituyente, los partidarios de la soberanía popular junto con los capitalistas de la época lo hacían a la izquierda. 

Los capitalistas estaban entonces junto con la clase trabajadora a la izquierda, y los nobles y el clero a la derecha, con derecho al veto, nada más y nada menos. Los primeros eran progresistas y demócratas, los segundos, conservadores y autócratas. 

Todo cambia, todo cambia, y no siempre en el sentido en que cada político lo desea. La izquierda nació vinculada a la democracia, el progreso y la defensa de los intereses de la mayoría. Los de la derecha gozaban de los privilegios económicos y políticos de las élites, en detrimento de la mayoría social. Cuando surgió el liberalismo puro, se instaló una tercera vía intermedia, bien democrática, que lentamente fue desapareciendo por la voracidad de los extremos. 

Ese fue el esquema vigente de la polarización política en el mundo de la Guerra Fría. A comienzos del siglo XXI, bajo el paraguas del multilateralismo, se ensayaron cientos de fórmulas, todas hoy en franco declive. Ya no más las ideas políticas sublimes, ni las epopeyas para salvar al pueblo de las miserias, o ensalzar la movilidad social ascendente, el crecimiento a partir de la producción local, la sana competencia entre los mercados del mundo y el auxilio a los emergentes para emparejar los resultados. 

Hoy, todo se trata de la conquista del poder por el poder mismo. Y si en ese emblema hay que acudir a la violencia, no hay medida ni reglas que habiliten las negociaciones pacíficas. Por esa razón se instalan las dictaduras, embozadas en el militarismo o en el mismo sistema democrático; también los populismos y los totalitarismos de izquierda y de derecha. Las ideas de democracia, progreso y equidad pierden sentido, las clases tienden a desaparecer reduciéndose sólo a ricos y pobres, sea el gobierno sea. 

Paradójicamente, tampoco se habla de revolución, aquella que enarbolaba utopías para un mundo mejor, el hombre y la mujer nuevos. 

En este marco se vuelve urgente el rescate de la democracia como único sistema posible. Para ello hay que terminar definitivamente con la lógica de culpar al imperialismo -como si solo existiera uno- y a los enemigos internos como fórmula de atizar el fuego de la política en general. Es preciso dar el certificado de defunción a los viejos paradigmas de las derechas y las izquierdas, por vetustas e inútiles, además de cancelar lo antes posible la tendencia de la época de trasmutar la política en negocio. 

En Brasil, Bolsonaro no se opone a Lula porque perdió las elecciones. Quiere destruirlo porque el pueblo le ha sacado su garantía para seguir haciendo negocios con los de la derecha y los de la izquierda sin distinción. La pertenencia a los BRICS, donde hay más signos de izquierda que de derecha, le abre los brazos a su pragmatismo en el cual las sutilezas de la política y el mundo de las ideas no pueden entrar. 

Durante sus cuatro años de gobierno, el exmandatario hizo lo que se le dio la gana con Brasil, y logró que su economía creciera más allá de sus habituales locuras. Eso no se discute. Lo que está en cuestionamiento es el escaso grado de democracia que exhibe en cada uno de sus actos políticos. Ejerció más una dictadura con un centralismo exuberante que un gobierno democrático. Por eso el pueblo de Brasil le dio su favor al peor de sus enemigos. 

Ahora, como oposición en la república vecina, Bolsonaro debe cumplir con el rol que le imprime el juego de la democracia que, en principio obliga a reconocer al ganador de una contienda electoral, como mínimo. Luego, contener a sus seguidores para que dejen de embarrar la cancha y elijan el juego limpio en la arena política. Tiene herramientas y un 48% de adhesión electoral, una buena base para remontar la derrota, pero debe hacerlo dentro de las instituciones y sus niveles federal, estatal y municipal, sin generar conflictos adicionales ni revueltas desaforadas. 

Latinoamérica en general atraviesa por situaciones similares en varios países, ya no solo entre derecha e izquierda sin clasificar, sino entre izquierdas e izquierdas donde el objetivo es imponer la pobreza y que esta se convierta en un hilo de dependencia con el estado nacional. 

Así como durante muchas décadas se dijo que la izquierda en general no estaba calificada para gobernar, en algunas naciones como Colombia hoy la derecha se ha convertido en una mala palabra. 

Y así como siempre se asoció al capitalismo con la mafia de mercados, ahora los gobiernos populistas latinoamericanos como Venezuela y Nicaragua tienen sus respectivas mafias con aviones privados, élites riquísimas y poblaciones extra pobres. 

La construcción de los Estados mafiosos se hizo con mucho tiempo en el poder, mano dura, un aparente gobierno popular, convertido finalmente en totalitario, contrarios a la democracia y a la economía del libre mercado. Esos estados populistas no trajeron la panacea con la que soñaban sus militantes. 

Solo se apoderaron del poder, sometieron a un pueblo entero y establecieron su propio contrato social en el cual la obediencia es la norma número uno. 

Allí donde las izquierdas dominan, como en Bolivia o Perú, las internas no cejan. Prevalece la lucha entre los dominantes y los dominados, sin importar el signo ideológico, haciendo caso omiso al cumplimiento de los derechos humanos que ellos mismos pregonaron durante décadas. 

Lo cierto es que la democracia se ve jaqueada permanentemente por gobiernos de derecha y de izquierda, enfrenta retos nuevos, exige a la política verificar la calidad de sus contenidos y a los políticos repensar -como tantas veces se dijo- la forma de hacer política. 

Esta vez sería conveniente el restablecimiento del mayor presupuesto: la política no puede ser reemplazada por los negocios y el afán de enriquecimiento personal, debe estar al servicio del pueblo y no servirse de él para provecho personal. 

“Para hacer política hay que hacerse el boludo” 

Por Nancy Sosa, periodista. La autora recuerda la frase del dirigente y exgobernador bonaerense Felipe Solá para describir la actualidad política.

“Para hacer política hay que hacerse el boludo”, dijo un día el dirigente y ex gobernador bonaerense Felipe Solá, cuando le preguntaron cómo hacía para permanecer dentro de la actividad política, sin exiliarse como lo está en la actualidad. Efectivamente, ese concepto quedó para la posteridad y fue cierto hasta que el político se encontró con otros -amigos, incluso- que, haciéndose los boludos, le avisaron en pleno viaje a México como canciller de la Argentina que había dejado de serlo. 

Perón solía decir que “un boludo puede hacer más daño que un hdp”. Y en el caso de Solá, que ya aturde con su silencio y nadie sabe por dónde anda, él recibió la noticia de boca de quien lo iba a reemplazar. “¿Y quién viene como canciller?, preguntó ingenuamente. “Yo”, le contestó “el amigo”, Santiago Cafiero, quien acababa de ser desplazado como jefe de gabinete y nombrado ministro de Relaciones Exteriores. 

Es decir que, entre boludos y avivados, la política gira y gira con el convencimiento de que, hágase lo que se haga, los que miran de afuera son los más boludos de la historia argentina. 

Esa es la sensación que dejó el acto de la vicepresidenta de la nación, que tampoco quiere ser vicepresidenta, emulando el último libro de la periodista Silvia Mercado sobre Alberto Fernández: “El presidente que no quiso ser”. Cristina Fernández de Kirchner no se siente parte del gobierno que ella misma imaginó, planificó, organizó, nombró a dedo, puso y sacó a funcionarios; un gobierno en el que da órdenes fallidas sobre el rumbo económico porque no sabe de economía, y chilla porque “su gobierno” no está haciendo feliz al pueblo. 

Mientras tanto, el pueblo -que de boludo no tiene nada- observa estático el montaje escénico de una perversión donde la principal protagonista y promotora de todos los males se viste de hada madrina, toda de blanco para estimular la sensación de pureza, quejarse de las maldades a las que se siente expuesta y exhortar a recuperar “la esperanza” que ella misma hizo desaparecer con su varita mágica. 

El relato kirchnerista ya no da ni para la picaresca, se cae por la ignorancia de un reducido grupo de dirigentes incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos y hasta generan enemigos dentro del mismo espacio. La “imaginación” 

de Cristina deja bastante que desear pues ningún político con dos dedos de frente puede diseñar una estrategia en la que la economía -por ese rumbo errático que ella misma dicta- trae como consecuencia el aumento de la pobreza hasta un 46%, la parálisis en la creación de empleo privado, y el aplastamiento de los salarios y las jubilaciones tan solo porque ella persiste tenazmente en sostener un proyecto donde la inflación es irrefrenable y el consumismo ha dejado de ser una herramienta económica óptima. La “estratega” no puede pronunciar una palabra, la única que puede ayudar a encarar un camino de crecimiento: “inversión”. No puede hablar del tema porque presume que afecta sus convicciones ideológicas, sin darse cuenta siquiera de que el mundo cambió tanto que ya hay una infinidad de variables y formulaciones vetustas. 

La coalición del Frente de Todos vive su peor momento, pero como negacionista que es lo festeja como si fuese el mejor; se obnubila con un futuro incierto porque carece de posibilidades para admitir que el presente ofrece la cara más desagradable de un gobierno que ya fracasó. No lo aceptará ella ni ninguno de sus adláteres, dispuestos a hacer de “extras” en una película de terror, donde el ridículo ya es el primer actor. Por eso hacen de cuenta que el derrumbe no está ocurriendo, suponen que son “el cambio” y que les roban las palabras. En síntesis, hay por lo menos unos cincuenta mil boludos que se creen esta historia, y quieren recuperar la esperanza que ellos mismos perdieron apenas asumieron el poder en 2019. 

La vicepresidenta, que no quiso ser la presidenta en ejercicio durante el acto en La Plata pese a que correspondía porque Alberto Fernández estaba de viaje, ya no tiene la garra de otras épocas, aunque ponga cara de malvada y vocifere en contra de la Corte Suprema de Justicia y de otros enemigos declarados. No se animó a lanzar una candidatura porque se encuentra a merced de unos veredictos que no le darán precisamente una satisfacción. En el acto de La Plata solo juntó gente para que el clima interno no siga decayendo. La pérdida de adhesiones en la coalición es demasiado notoria y no fue desmentida por sus principales responsables. Por otra parte, la señora ya no asusta a nadie, ni siquiera a los propios; se ha vuelto obvia en sus discursos, adolece de ideas nuevas, sigue sumergida en los viejos principios del invento de su marido, por el que llora tal vez no solo porque lo extraña sino por el paquete de conflictos que le dejó como legado. 

El escritor Jorge Luis Borges solía decir que el peronismo siempre tiene todo el pasado por delante. El Kirchnerismo, la versión alterada de aquel partido que al menos tenía un adversario con ideas propias, reflotó el pasado 17 de noviembre ese aforismo borgiano al aferrarse con uñas y dientes al general Juan Perón, rememorando aquel retorno en 1972 que desconocían todos los integrantes de La Cámpora, simplemente porque entonces no existían. Los herederos forzados de los Montoneros no deberían haber recordado ese día porque el mayor protagonista del regreso fue José Ignacio Rucci, a quien mataron a mansalva los progenitores de la especie kirchnerista. 

Cristina Fernández no tiene ningún derecho a hablar sobre Perón, le faltan jinetas para emular al fundador del Peronismo, no le llega a los talones a “ese viejo de mierda”, como ella le dijo a Antonio Cafiero, negándose a poner un peso para un monumento en su memoria. “Todo en su medida y armoniosamente”, repitió como un loro cuando le pedían “Cristina presidente”. Eso no es así, la verdad es que no sabe qué hacer de su vida, de su futuro, y mucho menos de la Argentina, que en realidad le importa muy poco. Lo único que le importa es salvar sus papas en los veredictos judiciales listos para salir a la luz. 

Lo más grave, y tal vez lo único que importa es la situación en la que hoy vive la República Argentina, atenazada por los cuatro costados por una economía indomable, un problema cambiario gigantesco, una inflación que solo crece, y con un sistema prebendario desalentador respecto de la recuperación del trabajo como concepto de vida y supervivencia. El fracaso argentino es monumental, el gobierno kirchnerista se muestra fraccionado y debilitado como nunca, no puede gobernar sin plata, y no le encuentra la manija a la pelota por más que cambie de ministros en cualquier área. 

Tal vez, Ludovica Squirru, la astróloga especializada en el horóscopo chino, tenga razón al vaticinar para 2023 que las cosas se pondrán peores en Argentina, y quizás acierte dando vueltas, oportunamente, una vieja y conocida frase: “En Argentina, todo se pierde, nada se transforma”. 

Guarangadas políticas en una cultura decadente 

Por Nancy Sosa, periodista. Tras las elecciones presidenciales celebradas en Brasil, la autora analiza la coyuntura social y política del país y la región.

Se creyó, al menos en Argentina, que Cristina Fernández de Kirchner fue la única guaranga, capaz de no reconocer su derrota electoral en 2015, ni entregar los atributos residenciales al nuevo presidente Mauricio Macri. El pasado domingo 30 de octubre Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, repitió ese acto de mal gusto y no reconoció el triunfo de su contendiente Ignacio Lula Da Silva. Se fue a dormir. 

Como se ve, las guarangadas políticas no son exclusivas del país más austral del mundo, tampoco reconoce derechas ni izquierdas, simplemente emergen como actitud humana de pésima calidad que impide, a quienes no pueden controlar sus pasiones, manifestar respeto y buenas costumbres en situaciones de adversidad electoral. 

La mezquindad suele imponerse en esos casos esporádicos para revelar la verdadera estatura de un hombre o una mujer, habla del flojo talante de la persona y proyecta hacia el electorado las peores cualidades de alguien carente de conocimiento real del juego de la política dentro del sistema democrático. El egoísmo deja sobre la mesa sus ropajes de autoritarismo provenientes tanto del populismo de la derecha como el de la izquierda. 

Ese autoritarismo evidencia con ese simple gesto las características de una cultura política inconveniente para los países que quieren crecer, porque genera grieta, divisiones enormes en los pueblos, y lega herencias de pésimos hábitos en la vida cotidiana de cualquier nación. 

Desde el encumbramiento del kirchnerismo en Argentina, allá por 2003, y luego de 16 años de ejercer el poder, quedó establecido por ejemplo que hacer uso de las arcas del tesoro nacional para generar obras públicas de las cuales devienen coimas como si fuesen una religión, es lo común y natural durante el ejercicio del poder. No es que antes no hubiera existido esa costumbre, pero la impunidad hizo que la naturalizaran en extremo. Sellado a fuego quedan las pruebas palmarias que saldrán cuando emerja con fuerza la causa jurídica denominada “de los cuadernos”. 

¿Es acaso saludable para una sociedad tomar como un hecho aceptable la vigencia de la “coima” como mecanismo para conseguir adjudicaciones de obras públicas? ¿Está bien que funcionarios de un gobierno deambulen portando bolsas con billetes de dólares o euros entre las oscuras horas de las noches? ¿Es “lógico” que algunos miembros de la clase política terminen sus mandatos o funciones con su patrimonio enriquecido sin ninguna explicación? 

Esa cultura tuvo muchos años de construcción para impregnar de malos hábitos a parte de la sociedad argentina, por ejemplo, al admitir como “normal” encerrarse en la casa desde las seis de la tarde para evitar ser atacado en las calles por delincuentes sin frenos ni miramientos. La amenaza a la seguridad personal y social creada por esta cultura del “dejar hacer” desde el gobierno, mirando hacia otro lado, crea un manto de terror y miedo que paraliza a ese otro sector de la sociedad que eligió trabajar, estudiar, esforzarse para ser cada día un poco mejores. La inseguridad se convirtió en un aliado de los gobiernos desde el mismo momento en que el propósito de quienes detentan el poder fue adormecer al pueblo para seguir gobernando sin dar cuenta de sus actos. 

La Justicia será una de las grandes deudoras en esta herencia. Al cúmulo de causas pendientes, con prisiones preventivas por doquier sin que llegue a tiempo -jamás- un juicio para los hacinados en las cárceles se agrega la falta de control dentro de ellas, donde los capo mafias siguen mandando en el negocio del narco afuera de esas paredes. La justicia será responsable de dejar en libertad por orden de sus mandantes en el poder de turno a decenas de miles de delincuentes que vuelven a las calles para seguir delinquiendo, libres como pájaros, desparramando el terror en las calles de las zonas urbanas donde la policía ya tiene medo hasta de patrullar. Se ha perdido la autoridad de las fuerzas de seguridad y bien puede decirse que “por algo será”. Hacia el interior de esas fuerzas se despliega un mundo de corrupción y abuso nunca develado. 

Pero la cultura que inevitablemente se heredará tiene rasgos peores que el anteriormente descripto. Dejará in situ un escenario inmenso de pobreza en la Argentina, dentro del cual el padecimiento de los que trabajan, pero no les alcanza para comer, se juntará irremediablemente con los que no saben lo que es el trabajo y los que no conocieron desde sus abuelos lo que es la cultura del trabajo, que tuvo tanto valor en otros momentos de la historia. 

Esta cultura genera en los más jóvenes que no es importante cumplir con los horarios de ingresos a sus tareas, y por el contrario cualquier excusa viene bien para faltar porque el esfuerzo no es equivalente al salario. O porque la ganancia de un sueldo no supera lo que se gana con la suma de varios planes sociales que, a su vez, alimentan la vagancia, la dejadez y la ausencia de proyectos para crecer. 

El hambre ya no es un juego, es una realidad cotidiana. Y asombra porque en este país “siempre hubo un palo en donde rascarse”, siempre hubo un plato de comida para convidar al vecino atormentado y con vergüenza. Hoy las ollas populares, los comedores o comederos, se cuentan de a miles, no son la excepción, son la “normalidad” y no solamente en las villas de emergencia o villas miserias. Hasta eso quieren hacer: cambiarle el nombre a la miseria. En el medio siempre hay un negocio en algún comedor donde un amigo del poder hasta vende los productos destinados a darles una comida a los hambrientos. 

La herencia cultural va despuntando cada día más en la educación, donde ya no se trata de tener ocho hojas rayadas o cincuenta como lo fue en la década del 60, cuando, pese a todo, se estudiaba y con ahínco, dedicación y ganas de llegar a ser mejores, con sueños de ingresar a una universidad. Hoy, la costumbre es que, por “h” o por “b”, las clases no se dan, los maestros faltan, abundan los feriados, las currículas no se cumplen, los docentes no se actualizan, faltar a clase es “normal”, y las calificaciones permiten pasar a un estadio superior sin haber estudiado. La nueva cultura kirchnerista impuso que el alumno tiene más razón que el docente, que el respeto se diluye con los reclamos de padres exaltados, y que el peligro de agresión de los alumnos a los docentes avanza sin límites. 

En el ámbito de la salud el panorama se agrava día a día. Se ha vuelto una costumbre que en los hospitales atiendan a medias, o no atiendan. Los turnos en las obras sociales, las prepagas, el PAMI y los hospitales públicos se otorgan con meses de anticipación, sin importar la gravedad del enfermo. Los insumos escasean en todos los sectores para ricos y para pobres. Los médicos y los enfermeros trabajan con sueldos miserables, en pésimas condiciones de infraestructura, en instalaciones donde las refacciones se hacen esperar por años. Y eso ya se vuelve “natural”. 

La calle de las grandes urbes se ha convertido en un infierno con la instalación -quizás de por vida- del hábito de reclamar cortando el tránsito, alterando la circulación de la vida cotidiana, estableciendo una lucha de clases nunca deseada porque ese es un concepto del pasado. Nadie quiere que haya gente sin trabajo, sin comida y sin futuro. Pero hay unos miles que detestan a los que trabajan, a los que viven mejor que ellos, a los que se esfuerzan por tener una existencia digna y disfrutan de cierta tranquilidad económica. Ese conjunto de personas ideologizadas malamente por unos pocos ha generado la gran confusión, enfrentando a unos con otros argentinos. Y hasta es política de estado eso de ir contra la riqueza de unos pocos. Pero es una mentira, porque quienes lo promueven tienen muchísimo más que los que persiguen, y están en el poder utilizando herramientas de dominación que producen solamente inequidad para arriba y para abajo. Son los mismos que han creado la cultura del pobrismo. 

La cultura del pobrismo es el peor dato de la herencia que se recibirá el año que viene cuando las nuevas elecciones presidenciales le pongan coto a este desbande, en el que un sector de la sociedad adepta al ideologismo de un populismo berreta cree que las transformaciones y los cambios en una nación pasan por el uso del lenguaje inclusivo y la aceptación de la política de género. 

El paso del tiempo ha ido dejando estos mojones de una cultura quebrada que habrá de reconstruirse, no para retornar al pasado anterior a la destrucción cometida por el kirchnerismo, sino para generar una actualización en las normas que permitan abandonar el estado de anomia que está deflecando una sociedad por la falta de rumbo claro y concreto, positivo y creciente, adaptado a la época de la sociedad del conocimiento, de la información, de la revolución tecnológica y la convergencia digital. 

Esa cultura tamizada en conceptos de una vieja escuela nacida con la Guerra Fría, donde la obligatoriedad era transitar entre dos bandos bien marcados, hoy debe desaparecer para acomodarse a los nuevos tiempos en que la globalización multilateral, las sociedades del consenso y el anhelo por la paz se imponen y buscan erradicar precisamente las hilachas de una humanidad cansada de tanto tironeo superfluo e inútil. 

La nueva mirada sobre el mundo en que se aspira a vivir busca revisar conceptos vetustos y actualizar el sentido de metas mundiales, por ejemplo analizar si la igualdad no implica uniformidad, si la desigualdad en los pueblos se resuelve solo con la economía, si la sociedad del rendimiento nos está agotando, si la libertad individual debe ser absoluta en desmedro del conjunto, si la distribución de la riqueza es verdaderamente una solución para la equidad, si la confrontación entre los mercados y el estatismo rinde frutos, si se elige la creación de trabajo en vez de fomentar la asistencia social permanente con planes impagables, entre tantos otros temas. 

Lo único cierto, después de este breve análisis, es que las cosas así, como están, no van más. 

Hay que desmitificar la mascarada 

Por Nancy Sosa, periodista. La autora repasa los últimos acontecimientos políticos nacionales.

Qué difícil es bancarse la cantidad de mentiras, pifiadas, enmascaramientos y tergiversaciones de la realidad que rondan en las últimas semanas en un país llamado Argentina, del cual sólo se conocen en el resto del planeta sus peculiaridades, algunas de ellas inexplicables y hasta ridículas en extremo. 

No pasa un día en que sorprendentes reacciones, decisiones o brulotes no salten a la escena pública para oscurecer un acontecimiento anterior. El país vive en estado de eclipse permanente. 

Desde que el exministro de economía Martín Guzmán movió el avispero con su intempestiva renuncia al cargo -absolutamente entendible a pesar de las cosas que le dijeron por arriba y por abajo-, el teatro político no paró de destacarse en sucesivas presentaciones, una más enigmática y macarrónica que otras. El golazo de Guzmán fue al ángulo superior izquierdo en el momento exacto en que hablaba en un acto político la vicepresidenta, su principal detractora. El denigrado economista, harto de las ninguneadas, cometió un pseudo primer magnicidio, robándole la tapa de los diarios a la vicepresidenta de la nación. 

No se habían apagado los fuegos artificiales de semejante maniobra que el país, con la cola al aire y un interrogante interminable acerca de quien lo sucedería, cuando los entretelones denunciaron sórdidamente que “nadie quería agarrar la brasa caliente”. Le pegaron a Guzmán hasta matarlo, y el resultado fue: no hay nadie para reemplazarlo. Baja el telón. 

Se levanta el telón. Surge una especie de mujer mágica dispuesta a poner el cuerpo en una situación inédita: Silvina Batakis. Los varones, más duchos en estas cuestiones dijeron todos que no. Cinco dijeron que no hasta que Batakis, como buena representante del feminismo combativo, aceptó la pelea. Y la comenzó reconociéndose como proclive a hacer el ajuste fiscal requerido por el FMI. Bien, comenzó bien. Pero como en Argentina se instalan todos los días nuevas costumbres, Batakis cayó en la novedad de que había sido despedida mientras volaba desde Estados Unidos, donde había pisado las alfombras del FMI, presentándose como la sucesora del ex amado Guzmán. Escena de papelón teatral a nivel internacional que duró escasas dos semanas. 

La confusión es una de las máscaras del planeta Neptuno, experto en embrollar las cosas cuando está en malos aspectos. Sin embargo, tiene el arte de la magia de envolver las consciencias con tules de ensueños que, en general, perturban la mirada de la realidad. Y así fue como, en medio de la nebulosa, surgió el plan de un superhombre desde las entrañas más truculentas del Frente de Todos; bah, no tantos. Emergió con la promesa de un recontraequipazo económico para resolver el intríngulis en que los argentinos están con una inflación que supera el 60% interanual, pero con la amenaza de alcanzar este mismísimo año los tres dígitos. 

La idea no le cayó bien al presidente Alberto Fernández, tocado como el juego del submarino por una vicepresidenta jaqueadora por deporte de su elegido, dolorosamente mal elegido. Hubo un retroceso en la obra de teatro: se tuvieron que cambiar actores, modificar el libreto, eliminar escenas, agregar otras nuevas. Un incordio. En eso se fueron dos semanas más de las difíciles existencias argentinas, que actuaron como impávidos e incrédulos espectadores, sin sospechar que lo peor estaría por venir. 

Al final Sergio Masa, el entonces presidente de la Cámara de Diputados, en un enjuague traicionero junto a Máximo Kirchner y el apoyo del sobreprotegido Axel Kiciloff, consiguieron la carta blanca de “la señora” para avanzar con una nueva maniobra de asalto al Ministerio de Economía, con el propósito de generar un “superministro” con capa voladora y calzas ajustadas. 

Los subtextos de la obra definieron subrepticiamente que el título más oportuno era el de “Se viene la noche”, y había que cambiar los planes en forma drástica. Tan, pero tan drásticamente que hasta ahora los espectadores siguen con la boca abierta: pasamos de la izquierda cubana venezolana nicaraguense más pronunciada y con graves acentos rusos e ideogramas chinos, a una derecha pro yanqui más absoluta, a ser amigos del FMI cuyos miembros no pararon de recibir visitas argentinas dispuestas a acordar en todos sus términos las deudas con el organismo. 

Esta es la parte de la transformación que toda obra de teatro debe presentar para ser buena: los protagonistas cambian a medida que avanza la obra. Tienen que cambiar y mostrarse diferentes para generar la verosimilitud exigida por el arte más puro. 

Sin embargo, en toda obra que se precie de excelente no pueden faltar condimentos como por ejemplo el dramatismo, el humor, la sátira, los juegos de artificio, los cambios súbitos, los hechos inesperados que le otorguan una dinámica permanente para que lo espectadores no se duerman. Por ejemplo, hay un juicio en la obra que amenaza con condenar a una de las principales estrellas, una condena “injusta”, de acuerdo al punto de vista de la actriz principal. Y eso es un hecho que tiene cierto peso en la obra. 

Pero el dramatismo del juicio es insuficiente, pasa rápido porque otros hechos vienen a tensionar el entramado. Estaba cantado, alguien temió por la vida de la jefa de las multitudes, lo dijo con todas las letras unos días antes y nadie entendió por qué se alertaba de tamaña posibilidad. Todo quedó un tanto tapado por la convocatoria popular bajo la consigna “si la tocan a Cristina, qué quilombo se va armar”, y el armado de una movilización tipo 17 de octubre, apresurado por las necesidades del oscuro director de teatro. 

Las filas de seguridad, presentes en el penúltimo acto, tuvieron su protagonismo y dejaron en evidencia la fragilidad de las fuerzas y sobre todo de la “inteligenzzia”, algo que falta hace mucho tiempo en el país. Pero alcanzó para la escaramuza con la valoración de las “vallas de contención”, que tuvieron su minuto de fama dándole paso a la actuación leve del sector opositor. Mientras la discusión pasó de la Policía de la Ciudad no, la Policía Federal sí, la custodia personal de la actriz principal llegó a tener unos 100 extras que nunca se vieron por la exorbitancia del número en el escenario. 

En las obras de teatro siempre hay algún actor que falta, como en este caso el jefe de los custodios de la vice, ocupado como estaba con su kinesiólogo. No digan que no es dato teatral. Estuvo ausente justo en el momento en que un inesperado protagonista entró en escena con una pistola en la mano que, justo, justo, fue tomada por una cámara o un teléfono, mostrando lo cerca que estabao de la cabeza de la jefa. 

Este era el momento crucial, el momento en que podía producirse un magnicidio que dejaría sin respirar a media república. Se escucharon dos ruiditos pero los tiros no salieron. Suspenso y fuga teatral. ¡Los tiros no salieron! A Dió, gracia, como diría Minguito. No hubo magnicidio por la divina intervención de la mano de Néstor Kirchner desde el cielo, además de la Virgen María. Esto supera todo lo visto, y sobre todo al pajarito que suele escuchar silbar el venezolano Nicolás Maduro 

No ocurre en ninguna obra teatral, en ninguna película de suspenso, que la actriz atacada no se de cuenta de que la estaban por asesinar, ni que los custodios permitan que continúe en la escena firmando autógrafos, como si no hubiera pasado nada. No existe, se cayó el libreto. Y se volvió a caer al día siguiente, cuando la primera actriz salió con su pullover poncho rosa bebita para abalanzarse nuevamente sobre la multitud y romper el cordón que hacían los extras de Policía de la Ciudad, desbordados desde adentro y desde afuera. La actriz ya estaba al tanto de lo que había ocurrido, se lo contó la fiscal que la entrevistó en su casa la noche anterior después del atentado. Sin embargo, fue más fuerte su amor por el pueblo. Puso el pecho cual Mujer Maravilla. 

Obviamente que lo más desopilante, además de lo dramático, es el desempeño actoral de los nuevos protagonistas que coparon la escena por el simple hecho de haber “organizado” la trágica amenaza. Cuatro borders, miembros de una flamante Revolución Federal que desconocían los periodistas especializados en política más avezados. Los chats entre la Brenda, personaje femenino en ascenso que pasa de ofrecer favores sexuales por redes a ser la jefa del grupo terrorista “Los Copitos de azucar”, y su amiga Agustina, dedicada a zafar de las bondades de esa amistad, son innegablemente parte de un libreto escrito por el equipo de producción de Crónica TV, muy ducho en generar historias barriales intrascendentes que pasan sin respirar al salón de la fama. Oh, casualidad, los autores del casi magnicidio, fueron invitados a participar en varios programas bizarros del canal unos meses antes de pasar al estrellato consagrando su obra póstuma. 

Lejos de decaer, el drama político nacional siguió creciendo en los últimos días con apariciones inauditas, jamás esperadas en la ancha avenida de la izquierda nacional y popular. Mientras Massa pedía limosnas en los Estados Unidos, aquí, en la ostentosa y nunca bien ponderada ciudad de Buenos Aires -donde Dios sigue atendiendo mal que les pese a algunos- se daban a conocer dos fotografías que quedarán para la historia: las dos son con el embajador yanqui Stanley, una en la que está flanqueado por Baradel y Yasky, y la otra con un conjunto de sindicalistas liderados por Pablito Moyano. 

¡Cosas vedere, Sancho!, gritaría Don Quijote frente a tamaña demostración de alineamiento internacional. De repente, los Estados Unidos, vilipendiados hasta morir por el zurdaje, es hoy homenajeado amigablemente, con relaciones carnales que supieron tener una vena más cool en la década del 90. Debe ser porque fue el mismo Stanley quien, a diferencia de Braden en 1945, fue el proclamador de la necesidad de dialogar entre los sectores argentinos en pugna. Un conciliador, el hombre, un conciliador desnudo en medio de la selva más salvaje. 

La obra de teatro queda inconclusa porque se esperan nuevos aportes en breve. La parte del libreto que falta se encuentra oculta bajo el silencio misterioso de los miembros de La Cámpora, que tiran la idea de un diálogo como un hueso a un perro mientras hacen una misa discordante de la cual hasta el cura que la dio se arrepintió. Falta que hablen los duros del Frente, sobre todo acerca del giro ideológico dado con la anuencia de la primera actriz de esta ópera prima inacabable. 

La politica se autodestruye en busca de liderazgos  

Por Nancy Sosa, periodista. La autora advierte la falta de estadistas y liderazgos renovados “con capacidad para ejemplificar nuevas formas de construcción política”.

El actual escenario político de Argentina es el de la nada misma. Tan bajo ha caído el país que sus fuerzas naturales son insuficientes para ponerlo de pie. En ese enredo del cual no emergen ideas, acciones positivas, planteos esperanzadores, ni siquiera una tibia línea en el horizonte de la cual aferrarse para justificar la existencia de los argentinos, ya no como país sino como personas, recaen las responsabilidades en la extensa clase política nacional carente de proyectos, liderazgos serios y creíbles, y hasta de pudor como pátina para esconder sus miserabilidades.  

Sin restricciones, todos, absolutamente todos los políticos están siendo arrastrados al abismo como si una pandemia superior a la del Covid 19 se los estuviera tragando uno a uno, a cada paso, devorándose a varias generaciones incapaces de dar respuestas al cúmulo de incertidumbres que agobia al pueblo argentino. Hartos de estar hartos, los connacionales resignan sus reclamos y asisten azorados a espectáculos públicos donde la sinceridad se confunde con el sincericidio, las preocupaciones personales se anteponen sin vergüenza a los intereses colectivos, las sospechas de unos sobre otros se dispersan como mariposas negras en un oscuro tormento cotidiano.  

Se ha dicho desde esta columna en otras ocasiones que faltan estadistas y liderazgos renovados con capacidad para ejemplificar nuevas formas de construcción política. La ausencia de una proa es evidente en el oficialismo, donde se ha llegado hasta a configurar un autogolpe contra un presidente marmotizado para salvar las papas de un gobierno desgobernado. Tan abrumadores resultan los movimientos desesperados del Frente de Todos que al apresuramiento en los cambios se les ven las costuras de las intrigas y las hilachas de la inhabilidad.  

Ya no se trata de “funcionarios que no funcionan”. Lisa y llanamente quedó al descubierto que en realidad se trataba de un gobierno en el que nadie trabajaba, empezando por el presidente intervenido cuyas laxas jornadas laborales y las escasas firmas sobre expedientes oficiales revelaron una peligrosa inacción. No solo no usaba la lapicera, tampoco tomaba decisiones, ni presidía reuniones. No trabajaba. Desde la jefatura de Gabinete hasta los ministerios la inactividad se hizo evidente. Nada se sabe, no se vieron medidas que causaran alguna impresión sobre la realización efectiva de “actos de estado”. Brillan por su ausencia aquellas decisiones imprescindibles para frenar, por ejemplo, el desastre que está causando el narcotráfico en Rosario,  

la inseguridad galopante en el conurbano bonaerense y el descarado avance pseudo mapuche en el sur, solo por nombrar tres problemas acuciantes.  

Aparentemente, el Frente de Todos no tendría problemas de caudillismo porque esa figura la encarna Cristina Fernández de Kirchner, pero Sergio Massa sí busca ocupar el espacio con su propia impronta. Dentro de La Cámpora ninguno cumple con los requisitos de líder pues los embarga el sometimiento a CFK, y el hijo de ésta mide más que ella en materia de rechazo de la sociedad, de modo que no estaría en condiciones de aspirar al reemplazo de su madre aun presidiendo el Partido Justicialista bonaerense.  

El país vive en estado de inercia, simplemente va, como “la nave va”, sin derrotero, ni intenciones buenas o malas. Nada, la nave va y, contra lo dicho hasta el cansancio emulando el hundimiento de un transatlántico, no se avizora siquiera un iceberg que la detenga, sino un océano inmenso que la mece y donde todo puede naufragar. CFK ya dio instrucciones a Massa para que este viaje incierto llegue a puerto el 10 de diciembre de 2023, a como dé lugar.  

En la orilla opositora, donde se supone que deberían estar brotando las plantitas de la esperanza para 2023, el proscenio exhibe escenas incomprensibles, pujas internas renovadas por un simple afán: disputar el liderazgo extraordinario del que todos sus integrantes carecen.  

La bravuconada de la fundadora de la Coalición Cívica, y mentora de Cambiemos, pero también de otras experiencias de las que ella no quiere acordarse, tiene sentido si se pone el ojo en la definición acerca de quienes son los “únicos” líderes de lo que hoy se llama Juntos por el Cambio. La doctora Elisa Carrió puso el énfasis en esa cuestión, incluyéndose junto con Mauricio Macri y Gerardo Morales. Ese era el meollo del mensaje. Los demás son de palo.  

Dio vueltas con la provocación y habló de decencia, deslizando presuntos negociados de algunos integrantes de JXC con el actual ministro de Economía Sergio Massa. Todo en beneficio de “la unidad”, según Carrió. Massa “salvó a JXC”, agregó en forma inexplicable. Extraña forma de salvación. 

Queda a la vista que su intervención pública fue pactada de antemano. Pero ¿con qué propósito?: ¿desbandar a la tropa? ¿poner “en caja” a quienes asoman la cabeza para postularse como candidatos presidenciales? ¿realinear? La vieja usanza del verticalismo.  

Carrió dijo lo que Macri no se anima a decir. Ella no quiere competir porque se considera fuera del juego sucio, Macri no puede presentarse porque no mide, Morales tampoco, aunque este último se deslindó de la arremetida. Como lo ha hecho otras veces, Lilita se subió al púlpito para predicar desde las alturas y hacer sentir las culpas a los eventuales pecadores. Produjo en ese acto un revuelo que no conduce a nada. Fue gratuito, y ella ardió en el fuego sagrado que personalmente eligió.  

JXC, es verdad, no se separará aun cuando aparezcan otras sorpresas inoportunas. Pero las acciones siempre tienen consecuencias, y Carrió lo sabe. Movió el avispero y esta vez las abejas salieron en bandada a defenderse. ¿Quién gana con esta movida?  

Es evidente que la decadencia está instalada en todos los estamentos de la sociedad argentina, donde no hay enteramente sucios y repugnantes políticos, ni puros y bendecidos dirigentes. Perón solía decir que la política se cocinaba con lo que había, y en general eso era barro y bosta. Una mezcla de ambos. No es una justificación, pero se ha dicho demasiadas veces que la política corrompe. Quienes no se dejan corromper por convicciones, son una minoría. Y está bien que Carrió pida decencia a su propio espacio. Lo que está mal es exponer públicamente a figuras de la alianza con presunciones, en vez de lavar los trapos dentro de la casa.  

Como corolario, el conflicto de la ausencia de un liderazgo fuerte seguirá presente. No aparecerá fácilmente quien venga ungido por el óleo sagrado de Samuel; tampoco se espera que un Churchill, un De Gaulle, un Ghandi, resucite para levantar a la Argentina de las cenizas. Ya no se pretende un líder carismático que levante a las masas.  

Simplemente, la argentinidad estaría contenta con encontrar a alguien que exhiba solo el 10 por ciento de su egocentrismo, que se haga cargo de resolver los serios problemas que arrastra el país, aplique un poco de sentido común, se dedique a administrar como corresponde las magras arcas de la nación, haga funcionar en un cien por ciento a la actividad productiva, genere trabajo por doquier, revalorice la moneda nacional, garantice la educación, la salud y la seguridad de los ciudadanos. Y no robe durante su mandato. 

La antipolítica: causa del derrumbe 

Por Nancy Sosa, periodista. La autora denuncia las “maniobras autodestructivas” del partido de gobierno, y su “incapacidad para pensar en los demás”.

Desde la segunda mitad del siglo XX y hasta lo que va del 21, los argentinos nunca vieron un escenario político como el actual, en el que se conjugan factores de desestabilización provocados por los mismos mandantes del gobierno sin que se les mueva un pelo, frente a un pueblo atónito por los sucesivos delirios que le presentan acontecimientos de los cuales no sabe a ciencia cierta si son provocados ex profeso o son el resultado de una imbecilidad galopante. 

Un presidente que no supera el status de empleado público, cuyo fracaso como titular del Ejecutivo ya es flagrante, en el sentido de arder; una vicepresidenta que ansía estar en su lugar pero sabe que no le conviene caminar sobre esas brasas; un poder verdadero que se oculta en las sombras pero daña detrás de las cortinas; un partido gobernante incapaz de sostener a su propio gobierno por lidiar con sus internas; un horizonte sobre el que nadie dibuja una mísera imagen de credibilidad y confianza; y un túnel por el que transita un pueblo doblegado, soportando el escarnio en forma permanente, constituyen la trama de una película de terror donde ya no entra ni siquiera el típico humor argentino. 

Jamás, en todo el lapso señalado al iniciar estas líneas, se ha visto tamaña confusión ni peor desencanto, tanto que las ridículas idas y vueltas de quienes gobiernan solo provocan unas débiles muecas que no alcanzan a ser siquiera medias sonrisas. El pueblo argentino está solo y espera, espera desesperado a que alguien acierte con una medida que lo salve de la decrepitud en que fue sumido. El agotamiento físico y mental está haciendo estragos en las personas, las estructuras institucionales se deterioran por la inactividad de sus habitantes, el futuro no existe porque no existe el mañana, ni el día después. 

La población argentina siente que ha empobrecido en un porcentaje demasiado alto, cada día la franja de la pobreza se traga familias enteras, los salarios se han vuelto una miseria, nadie sabe cuánto costarán los alimentos al día siguiente, el mes se ha quedado en el día quince y el resto es solo para mendigar, pedir fiado, prestado, o lisa y llanamente no comer. Los planes sociales ya no rinden como antes, buscar trabajo es una entelequia, encontrarlo es refugiarse en un “hacer como que se trabaja” porque ningún puesto cubre los verdaderos sueños de los laburantes. Ya no es cuestión de esforzarse y trabajar para distinguirse de otros, todos están en la misma condición. La clase media flota con dificultad y ha visto cómo se perdió un porcentual enorme de sus componentes. 

El aparato productivo está en vilo, a la espera de medidas que no los ayudarán; el campo, sobre atacado, no se resigna y patalea; los servicios ya dan muestras de falta de inversiones; las industrias, en sus diversas versiones, manifiestan todo el tiempo que la única salida es “generar empleo” y nadie las escucha. 

No hay precios, el abastecimiento tambalea, la inflación va en una carrera desenfrenada hacia la hiperinflación, el peso no vale nada, las reservas nacionales no existen, los alquileres son impagables, hay carencia de combustibles, las góndolas tienden a vaciarse, la violencia está llegando a niveles insostenibles, el narcotráfico avanza a sus anchas, la delincuencia juvenil crece, los femicidios llegan a números incontables, los asesinatos callejeros son más que frecuentes, la falta de seguridad encierra a las personas a las seis de la tarde, los robos a comerciantes son cosa diaria y reiterada. La sociedad argentina está sumida en un estado de anomia feroz. 

¿Cuál era el objetivo de este plan siniestro? Someter a una sociedad. Igualar para abajo. Lo están logrando. Ya va quedando un sedimento de voluntades contrariadas y desalentadas, con los brazos caídos y sin una soga de la cual aferrarse, mirando con estupor cómo alguien pretende convencerlo de que “estamos creciendo”, de que la Argentina sufre una “crisis de crecimiento”. En el fondo los argentinos saben que el país se está hundiendo, como nunca antes. Se dan cuenta quienes verifican a diario la intención oficial de derrumbar la educación para que, junto con la pobreza galopante, y la falta de trabajo, se complete el triángulo necesario para ejercer la mayor dominación de todas, esa que suele usar el populismo berreta al que el pueblo no le importa nada. Porque el populismo zurdo los quiere así: analfabetos, brutos, pobres y desgraciados. Es su caldo de cultivo favorito donde todos flotan sacando apenas la cabeza para respirar. 

¿Adónde va la Argentina? ¿Quién lo sabe? Falta un año para que se realicen las PASO. ¿Alguien sabe qué ocurrirá en ese lapso con las cosas como están? No se oyen voces disonantes, y las que aparecen son más delirantes todavía. Hay murmullos de una oposición que no quiere torcer la Constitución Nacional. “Alberto tiene que terminar el mandato, como corresponde”. Okey. Mientras tanto, ¿a qué habrá que aferrarse? Tal vez a la fe, pero está tan gastada que ya nadie cree en nada. Salvo en sí mismo. 

¿Es esta una cuestión de ideologías? ¿O es solo la intención de permanecer en el poder por el poder mismo? ¿Es la política o la antipolítica? Hanna Arendt solía advertir acerca del terrible camino de la antipolítica porque -decía- erosiona la identidad humana y conduce al totalitarismo. 

Argentina ni siquiera está en la etapa en la que ella, en “La Condición Humana”, explicaba cómo la sociedad de masas, sustentada en la obsesión moderna con la producción y el crecimiento, reduce al hombre a un mero animal de trabajo y consumo, y destruye no solo lo público sino también lo privado, elimina su hogar y su lugar en el mundo para actuar y expresarse. La producción y el crecimiento son rasgos comunes del capitalismo y del socialismo, salvo que este último concentra todo en el Estado. 

El país está en el terrible camino de la antipolítica, que está llegando al límite de eliminar el hogar y el lugar de hombres y mujeres en el mundo para actuar y expresarse. El diagnóstico es grave y lacerante, requiere de acciones urgentes y abarcativas, de talento para la gestión y la política. Las maniobras autodestructivas del partido de gobierno ponen de manifiesto la incapacidad de salir de su metro cuadrado para pensar en los demás. El resto de la clase política tiene la obligación de abandonar la tendencia al “laissez faire, laissez passer”, y evitar la catástrofe final. 

¿Qué clase de Estado prefieren los argentinos?  

Por Nancy Sosa, periodista. La autora remarca la necesidad de contar con un Estado que cuente con las leyes necesarias para restablecer el equilibrio en las actividades de la sociedad.

En los últimos tiempos se ha puesto sobre el tapete la discusión acerca de qué debería hacer el Estado argentino, cuáles deberían ser sus injerencias y sus límites, y si de alguna manera debería inclinarse hacia modelos impregnados de ideologías o tendencias referidas a los modelos más exitosos para asumirlos como propios.  

¡Qué gran idea podría ser el llamado de una convocatoria para que en un referéndum la mayoría expresara cuál es el tipo de Estado de su preferencia! Si eso sucediera el debate se acortaría o, tal vez, entrarían en pugna las tendencias extremistas de manera desopilante. Obviamente, a mi entender, el referéndum debería ser, a todas luces, vinculante.  

Las opciones son numerosas porque, si se tratara de verificar los tipos de Estado que hubo en el país desde su independencia, entre ellos entrarían el liberal-conservador del siglo XIX, el Estado Social que supusieron los gobiernos de Hipólito Irigoyen y Juan Domingo Perón para beneficiar respectivamente a la clase media y a la baja, el estado neoliberal que encarnó la última dictadura militar y el gobierno de Carlos Menem, el Estado prebendario del kirchnerismo, y el Estado moderado de Mauricio Macri.  

La resurrección del Estado liberal anarcolibertario viene a abrir las puertas de este debate, más por las ocurrencias de un recién llegado a la política que por la claridad de pensamiento sobre las nuevas ideas para el siglo XXI, pues su actitud “antisistema” surge como consecuencia de la decadencia de todo lo anterior. Digamos, un verdadero salvavidas de plomo.  

El agotamiento de las recetas económicas aplicadas en Argentina no tiene parangón. Este es el momento exacto para que surjan nuevas ideas, nuevas formas de utilizar las herramientas de la economía y de la política, explorar nuevos métodos para eliminar el corrupto sistema de subsidios y favorecer con solvencia las necesidades de la asistencia social. Hace falta mayor valentía para poner en marcha el aparato productivo nacional sin distinciones idiotas de “clases sociales”, y adoptar una fuerte decisión de impulsar la industria, los servicios y las Pymes para crear millones de nuevos empleos de cara a la revolución tecnológica que está pasando por encima del alicaído país.  

Pero eso requiere con anterioridad determinar qué clase de Estado necesitan los argentinos; ya no el que quieren, sino el que necesitan. El Estado prebendario llegó a su fin por extralimitación de una banda de avivados que distribuyen riqueza “por izquierda”, pero viven como liberales “por derecha”. La exageración en materia de subsidios para cubrir los enormes agujeros de la  

pobreza ha llevado al país a otro agotamiento feroz: el de las arcas del gobierno. Y solo porque navegan las aguas de una interna imparable comienzan a darse cuenta que el prebendarismo populista es imposible de sostener cuando la plata se acaba, y por ende, tampoco se puede gobernar.  

“Si no llegamos al gobierno para transformar, es mejor quedarse en la casa”, dijo la vicepresidenta Cristina Fernández. Lo de la transformación siempre fue un simple eufemismo, pero lo de quedarse en casa alienta los agradecimientos de la mitad de la población.  

Una suposición: si el Estado prebendario cansó, ¿será factible que los argentinos elijan, como contrapartida, un Estado Liberal anarcolibertario? La diferencia entre ambos estados es que el primero es demasiado grande porque gran parte de la población tiene un trabajo en la administración pública, los impuestos aplastan a los pocos emprendimientos que quedan, y la injerencia sobre los bienes y la sociedad es demasiado apabullante. El segundo propone “la libertad”, como si los argentinos no supiesen lo que es. Los que la desconocen, pero igual la viven, son las jóvenes generaciones que han hecho un tránsito corto en la democracia. El Estado neoliberal se dio en Argentina dos veces, en la primera experiencia trajo orden forzado con autoritarismo, falta de libertades y muerte, avasallamientos a los derechos civiles y humanos con una dictadura que fue declarada la última. La segunda experiencia trajo la ventaja de salir de la hiperinflación, modernizar el país en cuanto a los servicios y a los avances tecnológicos que ya otros gozaban en el planeta, pero a cambio de malvender las empresas públicas a unos pocos amigos. Trajo la “plata dulce” con la formula del “uno a uno” entre el peso y el dólar durante seis años, pero el cuento terminó con la caída estrepitosa de un gobierno y los ahorros saqueados por los bancos.  

Hoy, no parece razonable plegarse a la idea de eliminar el Banco Central de la República Argentina porque ningún país del mundo prescinde del suyo, y por algo debe ser. La competencia libre “para hacer lo que se nos dé la gana” en materia de producción y trabajo tiene serias dificultades para ponerse en práctica en un país atado de pies y manos como lo está ahora: sin reservas, la mayor deuda interna y externa adquirida en la historia argentina, más de 150 impuestos que aprisionan a la gente, una inflación anual que va a superar el 80%, aumentos de precios imparables en todos los productos de primera, segunda y tercera necesidad, el valor adquisitivo de los salarios por el piso. Si a eso le sumamos la libre portación de armas y la libertad de poder vender una parte del cuerpo “porque soy libre de hacer con él lo que quiero”, ya estamos en el horno.  

Los argentinos viven en un Estado de Derecho desde que le fue otorgado el certificado de defunción al Estado de Bienestar. El Estado liberal puro, que calza muy bien en otras sociedades, aquí naufragaría de inmediato por la simple existencia de un sindicalismo atomizado, una barrera que entorpece cualquier transformación que se proponga un gobierno. Ese estado Liberal puro defiende por su propia naturaleza los derechos individuales, pero no para que cada uno haga lo que le dé la gana; defiende la libertad industrial pero no a los monopolios ni las maniobras fraudulentas de grupos poderosos. En este caso  

ese estado evita la intromisión por parte del gobierno y alienta la libertad del mercado. ¿Quién establecería entonces las reglas de juego en un país donde todas ellas son ignoradas y trastocadas a piaccere? Ese estado sostiene que todos son iguales ante la ley: ¿hay en Argentina esa igualdad ante la ley? ¿Existe la seguridad jurídica para que las reglas del mercado se cumplan con la voluntad de las partes? ¿Hay igualdad de oportunidades para quienes habitan este encantador suelo argentino? ¿Hay respeto irrestricto por la propiedad privada? ¿Garantizaría de verdad la libre expresión y la libertad de pensar políticamente distinto? Se siente, muy cerca, una enorme carcajada.  

Hay otros estados monárquicos en las formas, coloniales por conveniencia, comunistas natos, y comunistas-capitalistas, esta última una combinación inexplicable que aplica las reglas más duras a sus pueblos para poder ser competitivos en el orden mundial del comercio y el intercambio.  

El Estado argentino, por la Constitución Nacional y sus reformas, es representativo, republicano y federal. Es lo único que está claro. Aunque más de uno sostiene que sigue siendo unitario porque todo pasa por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Dios atiende en la Capital”, y todos quieren venir a vivir en la Capital Federal.  

No quedan más opciones. Tal vez sea hora de pensar que, en lugar de buscar modelos foráneos o fórmulas envejecidas, hay que construir un nuevo estado, desideologizado, eficiente, eficaz, firme en el reordenamiento de las reglas de juego entre el gobierno y la sociedad, entre el gobierno y los sectores productivos y del trabajo; un estado que recupere los niveles de educación que supo tener hasta la década del 60, que respete los tres poderes que lo integren y que cada uno de ellos se ciña a las funciones que le fueron otorgadas, que aplique la ley allí donde haga falta y sostenga con persistencia el beneficio de los premios y el cumplimiento de los castigos.  

Un Estado que libre de una buena vez la batalla contra la amenaza del narcotráfico y la delincuencia derivada, que por fin organice la ayuda social necesaria a los más desprotegidos con mecanismos que eludan el cacicaje, el punterismo, la corruptela en torno de los planes sociales y éstos se conviertan en trabajo genuino y digno. Un Estado que cuente con las leyes necesarias para restablecer el equilibrio en las actividades de la sociedad, pero también con un Poder Judicial robusto, independiente, justo y moderno para que actúe con celeridad.  

Tal vez solo sea necesario diseñar un Estado mediano y pedagógico, dotado de profesionales, científicos y expertos de verdad en cada una de las áreas, donde los intereses atraviesen los requerimientos de la sociedad antes que los personales o los partidarios. 

Una cumbre para defender la democracia 

Por Nancy Sosa, periodista. A colación de la novena Cumbre de las Américas que se llevará a cabo este mes, la autora considera que se perderá otra vez la oportunidad de dar una señal para que este lado del mundo “se encarrille hacia un propósito de vida, valedero y loable”.

La novena Cumbre de las Américas que se llevará a cabo este mes en el oeste de los Estados Unidos, Las Vegas, no tendrá ni un punto de comparación con la primera, realizada en Miami en 1994 donde se puso de manifiesto la absoluta unipolaridad norteamericana. Tanta agua ha pasado bajo el puente que hasta la elogiada multipolaridad construida durante tantos años en el lapso de veintiocho años también se pondrá en duda a la luz del crecimiento chino y su arma estratégica conocida como la nueva Ruta de la Seda. 

En aquella primera cumbre los problemas giraban en torno de la consolidación de las transiciones democráticas en las Américas luego de erradicar aparentemente en forma definitiva los regímenes militares y explorar las coordinaciones entre los países para combatir el terrorismo 

El mundo cambió demasiado en las últimas tres décadas, y lo hizo a una velocidad nunca vista, aunque los mismos problemas que se trataron en las ocho cumbres intermedias persistan sin miras de ninguna solución. Tan es así que en la agenda de este encuentro previsto para el 6 de junio no figura, inexplicablemente, el tratamiento del incremento de la pobreza en el continente, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. 

Tras recibir el castigo de la pandemia el escenario global se inscribe en un mar de incertidumbres. Y la agenda de la cumbre apenas si esboza como temas predominantes la defensa de la democracia, los infaltables derechos humanos en el hemisferio, la migración irregular, el cambio climático y los esfuerzos para garantizar un crecimiento equitativo. 

Con una frialdad superlativa en la agenda se desprenden subtemas como la lucha contra la corrupción, la integridad en la administración pública, las políticas de datos abiertos, el fomento de las tecnologías emergentes, la lucha contra el lavado de activos y los delitos tributarios. Como puede verse, han desaparecido cuestiones relevantes, a mi juicio, como es la lucha contra el narcotráfico, la reducción de la pobreza que avanza aceleradamente en todo el continente, el fenómeno de la inflación generalizada a causa de la guerra declarada por Rusia a Ucrania, y los desniveles educativos en las naciones con economías comprometidas. 

Es verdad que la Cumbre de las Américas es un ámbito privilegiado para alcanzar consensos, pero da la impresión de que este año la agenda viene lavada y en un contexto complejo, sobre todo para el sistema democrático que pretenderán defender y en cuyo escenario se libran batallas electorales donde 

las apariciones de figuras antisistema causan estupor, pero no llegan a conmover los cimientos de la única organización que mantiene la titularidad de la ciudadanía en su conjunto. 

En todo el planeta emergen nuevos políticos, algunos díscolos, otros osados, unos extremistas, tal vez una izquierda o una derecha que aspira a cosechar votos de los descontentos contra la típica franja política cuyo máximo pecado es repetir una y mil veces las mismas fórmulas que, al final, solo causan desencanto. 

Nadie sabe hoy adonde tiene que ponerse, en qué lugar están las ideas señeras que le marquen un camino menos fangoso que el que viven o vivieron por los fracasos de gestión que apenas si dejan margen para un mandato de cuatro años y ninguna reelección. Es así como surgen “figuras nuevas”, “antisistemas”, propagando ideas más locas que cuerdas. Podría aceptarse, sin prejuicio, las nuevas modalidades de candidatos calificados de audaces; sin embargo, con el correr de los días en campaña o en gestión, dejan al descubierto que tienen más ganas que experiencia en el arte de gobernar. 

Hay varios presidentes de naciones latinoamericanas denominados “nuevos” que, a poco de asumir, resienten sus apoyos y las manifestaciones callejeras los dejan como a Adán en el paraíso, y con la defraudación a flor de piel en la sociedad. No solamente la clase política debe aprender a refrescar sus ideas y sus propuestas, también las ciudadanías están expuestas a la reconsideración de sus elecciones, particularmente cuando eligen “todo lo contrario” porque están hartos de lo conocido. 

Si se trata de defender la democracia en la IX Cumbre de las Américas, sobre este tema tendrá que salir un “paper” acorde con el sugestivo quilombo que están armando estas figuras dedicadas a diferenciarse de las “castas” políticas, con ofrecimientos electorales que rayan con el delirio y se convierten en bumerang por su inexperiencia. 

Pero cabe aquí reflexionar sobre las causas de esos lucimientos que enardecen a las generaciones que comparten sus mismas cualidades, las del delirio y la inexperiencia. Las tradicionales expresiones partidarias recibieron, hace un buen rato, sus respectivos certificados de defunción y no se dieron por aludidas. No obstante, han tenido el buen tino de armar coaliciones en algunos países para sortear el atolladero. 

Sin darse cuenta -aunque por momentos les destellan las viejas mañas- se volcaron hacia lo que se conoce como el “poder horizontal”, en desmedro de la vieja verticalidad con la que se habían manejado durante siglos. Les cuesta asimilar el nuevo esquema, pero es la falta de poder de cada partido la encargada de decirles que solo de esa forma podrán llegar de nuevo a un gobierno. Ocurre en particular en Argentina, pero no es en la única. 

Para sostener esa transversalidad cuentan con una sola herramienta, tal vez la más sana: el consenso. Requiere aceptar la diversidad, enfrentar los debates 

internos, competir entre ellos sin ningún temor, llevar adelante un solo plan orgánico y gobernar entre todos los miembros de la coalición. 

Estados Unidos es quizás el que en peores condiciones se encuentra en este proceso de transformación de la política, a nivel mundial. Su exagerada bipolaridad interna, Demócratas vs. Republicanos, es el signo de un atraso insensato en un país donde alguna vez hubo un imperio. Las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua atrasan aún disfrazadas de populismo. Los populismos de derecha e izquierda están perdiendo el sentido democrático y exhiben por ambos flancos debilidades en la gobernabilidad. 

Las consecuencias esenciales de estas deformaciones son los enormes porcentajes de pobreza generados por políticas erráticas, caprichosas e ideologizadas al divino botón que obnubila a los gobernantes y los lleva a nivelar económicamente hacia abajo. Víctimas del flagelo de la inflación los pobres han perdido la esperanza de tener un proyecto personal, desesperan con la pérdida de su poder adquisitivo, se desangran en busca de un trabajo digno, se excluyen por obligación del sistema educativo, y se quedan sin metas. 

Y algo peor les sucede: quedan a merced de la manipulación de los narcotraficantes, de los delincuentes que circulan a la deriva para cazar a sus víctimas que, con suerte, a veces escapan de la muerte. La pobreza se ha vuelto un caldo de cultivo para la distribución de la droga por falta de trabajo y rumbo, barrios enteros quedan en manos de la runfla oculta en las zonas de emergencia por la complicidad manifiesta de las fuerzas de seguridad y de la política a la que financian. 

Con solo esos dos temas el sistema democrático ya tiembla porque se ha declarado incapaz de subsanar esos y otros males cotidianos. 

Nada de todo esto se verá en la novena Cumbre de las Américas, y se perderá otra vez la oportunidad de dar una señal para que este lado del mundo se encarrille hacia un propósito de vida, valedero y loable. 

Hace falta un estadista 

Por Nancy Sosa. La periodista advierte el problema de contar con un gobierno “sin autoridad ni poder”.

Tal como están las cosas en la política, la economía y en el oscuro panorama social, Argentina necesita un estratega. Un estratega de verdad, con capacidad de mirar el escenario completo, de redefinir el rumbo del país en todos los sentidos, hacia adentro y hacia afuera. A todas luces los habitantes de este hermoso territorio no saben para dónde van, carecen no solo de una visión de futuro sino también de esperanzas. 

Los enredos políticos de un gobierno sin autoridad ni poder, sin una mínima hoja de ruta, de rebote en rebote, y una oposición que tropieza todo el tiempo con sus propios obstáculos, más la ausencia notable de un liderazgo estratégico que ni siquiera se avizora en el horizonte, genera la misma incertidumbre de un náufrago en el mar en busca de una tabla salvadora y rogando que no se lo coman los tiburones. 

Esa es la sensación en “la calle”, una acepción dicha a la ligera pero que debería ser reemplazada por “el pueblo argentino”. Después de vivir tantas décadas de desasosiego, este pueblo ya no da más, está exhausto, harto como nunca. Sin embargo, todavía le quedan fuerzas para sostener el sistema democrático incólume hasta el fin del mandato del peor presidente de la historia. 

Ese pueblo no se levanta solamente porque quiere que se cumpla con la Constitución Nacional, lo hace por la necesidad de no agravar más la debacle de las instituciones que el kirchnerismo todavía no derribó. En el proceso de destrucción a que están sometidas, cada día se asemejan a los edificios ucranianos bombardeados por los rusos. Pero resiste. 

La chatura en la que viven los argentinos es tan significativa que duele, hay consciencia de ella en cada rinconcito del país donde cada mañana hay que levantarse para dar una batalla de la que no hay constancias que tenga un fin a corto plazo. La pelea es por la pérdida del nivel adquisitivo, por el bombardeo sin piedad del aumento de los precios de los alimentos y los remedios, por el terror a perder el trabajo, por la búsqueda infructuosa de un salario -ya ni siquiera digno-, por el ajuste económico doméstico permanente. 

Ya no se trata de una clase media dándose los gustitos minúsculos de otras épocas, ni de los informales que changuean todo el día los cartones que cada día son menos. No se trata de los que viven de los planes, los pobres que los necesitan o los gerentes de la pobreza que medran con ella. Se trata de una sociedad hecha añicos en solo dos años y medio de gobierno kirchnerista. 

La factura es para toda la clase política que va desinflándose como un bizcochuelo sacado del horno antes de tiempo. Y probablemente también para los medios de comunicación que no sienten la necesidad de emerger del barro de la política y poner la mirada en las ideas, en las eventuales soluciones que no sean paliativas para salir de esta crisis angustiante. Siempre los mismos invitados repitiendo una, diez, cien veces las mismas irónicas frases. Los políticos ya no se cruzan ni debaten en los medios. Ahora hablan solo con el entrevistador, una vieja modalidad reflotada para evitar los enfrentamientos en cámara. 

Esto sería una anécdota si existiera verdaderamente un liderazgo convocante. ¿Qué significaría un liderazgo convocante? No necesariamente debe ser una persona sola, bien puede ser un grupo de personas con voluntad política de levantar la cabeza y mirar el campo completo. Pero, todos están distraídos en la pequeñez de sus intereses personales, en las actuaciones de ocasión para construir un perfil de personaje teatral, negando cínicamente sus ambiciones de corto y mediano plazo para que no los consideren herejes de la pugna. Lo que está a la vista es pura simulación, en todos los espacios políticos. 

Hay hipocresía e ineficacia en los ocupantes del gobierno actual, hay sorna y venganza en la fuerza oficialista escindida y dedicada a destruir al Adán que creó la misma doctora Frankenstein, hay un silencio sospechoso en el sindicalismo argentino, hay cinismo en las fuerzas de izquierda y en los movimientos sociales batallando la demencia en las calles, hay fuerzas endebles en una oposición que ve una nueva oportunidad a unos metros de la llegada al puerto. 

Veamos que piensan algunos famosos sobre el liderazgo: “La tarea del líder es llevar a la gente desde donde están hasta donde no han estado”, dice Henry Kissinger, quien de liderazgo algo sabe. “El poder no es control. El poder es fuerza y es dar esa fuerza a otros. Un líder no es alguien que obliga a otros para hacerse más fuerte”, acota Beth Revis. “El buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo que se vende mejor”, añade Confucio. “Un buen líder lleva a las personas a donde quieren ir. Un gran líder las lleva a donde no necesariamente quieren ir, pero deben de estar”, dijo alguna vez la primera dama Rosalynn Carter. “Un buen líder no es un buscador de consensos, sino un moldeador de consensos”, sostenía Martin Luther King. “El desafío del liderazgo es ser fuerte pero no grosero, amable pero no débil, reflexivo, pero no perezoso, confiado, pero no arrogante, humilde pero no tímido, orgulloso, pero no arrogante, tener humor, pero no parecer necio”, pensaba Jim Rohn. 

Lo que necesita la Argentina no es solo un líder con determinadas características personales. El país necesita un líder con cabeza de estratega. Últimamente se le llama estratega a cualquiera, incluyendo a la vicepresidenta Cristina Fernández, quien ha revelado en su regreso que perdió todo el encanto con el que subyugó a millones de personas. CFK no es una estratega y las pruebas están a la vista. Si hubiera tenido visión estratégica no habría bendecido a Alberto Fernández como candidato a presidente. Una mujer 

estratega jamás hubiera elegido a Amado Boudou como vicepresidente. La visión estratégica de Cristina es miope en cuanto a la ubicación de la Argentina en el mundo. Ella no tiene ninguna atribución para encolumnar al país en la línea del zarismo ruso, la dictadura cubana, la venezolana o la nicaraguense, como aspira a hacerlo. Si la sonroja Vladimir Putín y la desarma con un regalito histórico, es una cuestión personal, no debería ser ideológica ni obligatoria para un alineamiento. No tiene visión estratégica porque las dos terceras partes de la Argentina no están de acuerdo con eso ni lo permitirían. CFK no tiene capacidad de estratega cuando quiere eliminar uno de los tres poderes del Estado. La desviada mirada de la historia no cancela un acuerdo universal de respetar el sistema democrático tal como está desde la Revolución Francesa, por más antigua que le parezca. 

La señora perdió la noción de la política a causa de un enojo que no se diluye dentro suyo, es esa hiel que la carcome día a día la que determina sus acciones, no es su visión “estratégica”. Tanto se nota que no la tiene que hasta se durmió en los laureles y no sacó otra ley -tampoco hubiera podido- para modificar la conformación del Consejo de la Magistratura, entretenida como estaba tratando de hacer que un juez de cuarta de Entre Ríos desconociera una decisión de la Corte Suprema de Justicia. Le falló la jugarreta y se volcó a una trampa trasnochada de separar su propio bloque para disputar el representante de la minoría que es del PRO. Su maniobra es infantil, pero causa conflicto, que es lo que mejor le sale. 

Perdió la muñeca. No es la misma que hasta 2015. Los fracasos dejan huellas y rencores, y cuando estos mandan la inteligencia se va, el sentido común fuga sin remedio, y quedan solo los manotazos de ahogado. De otro modo no hubiera hecho el papelón que hizo frente a los eurodiputados metiéndolos en un acto con fanáticos kirchneristas, ni hubiera puesto al descubierto la interna que hay en su fuerza política dentro del gobierno. Suenan los acordes de la Patética de Chopin. 

Un líder estratégico, como por ejemplo Perón, hubiera dado un giro de timón en la economía que se va a pique, pero no, ella incide desde el autoritarismo para que los muñecos que le temen sigan repartiendo dádivas para paliar el descalabro de la super inflación, 51%. Ha perdido hasta el carisma, el cual no necesariamente convierte a un líder en estratega. Sus pequeños actos de maldad están lejos de construir una mini estrategia. 

Esto es lo que hay. La responsabilidad de los políticos de la oposición es la de distinguirse -y no por los buenos modales- de esa fantasmagórica figura que ocupa el centro de la atención por su poder de daño. En favor de un país que anhela correr las nubes negras con sus manos, la oposición está obligada a levantar el nivel político en el país, con ideas renovadas, planificación para reconstruir el país, sentido de superación de la actual coyuntura para poder pensar, y sobre todo creer, que la República Argentina puede ser y estar mejor -aún con los sacrificios que deba hacer- a partir de 2023. 

Cualquier parecido con la actualidad, es real 

Nancy Sosa, periodista. La autora recuerda la crisis económica que atravesó el país durante la última dictadura militar.

¡Cuánto peor, mejor! La frase sirve para la izquierda, adepta a esas situaciones cuando piensa que esas circunstancias la favorecen. Hoy, el kirchnerismo gobernante usa la misma idea para satisfacer sus ansias de rivalidad interna y limar el poder de quien ocupa el Poder Ejecutivo. 

Pero la frase se puede aplicar también a otras situaciones y establecer paralelos de peligrosos desenlaces que parecen no importarle demasiado a quienes ya “detentan”, por estas horas, el poder en Argentina. “Detentar”, sí, porque el actual gobierno tiene una solvencia electoral de origen, pero su legitimidad en cuanto a la administración está desvariada. 

La actual vicepresidenta Cristina de Kirchner se equivoca al enlazar la idea del debilitamiento del gobierno de Raúl Alfonsín, enviándole a su delegado presidencial Alberto Fernández, un libro para “que aprenda” lo que sucedió en el final trunco del radicalismo en 1989. Hay un peligro más extremo que esa simple asociación y puede resultar odiosa la comparación, impensada para muchos. 

La debacle económica actual de Argentina, los desaciertos políticos y de comunicación a que tiene acostumbrados tanto el jefe de estado como su vice, que no cejan en su interna feroz, no se parece en nada al fin del mandato de Alfonsín. Se parece demasiado al tobogán en que desembocó la dictadura militar, antes y después de embarcarse en la guerra por Malvinas, empujada por el complejo cuadro económico y social creado por el inolvidable y nunca enjuiciado José Alfredo Martínez de Hoz. 

Y tanto se parece, que en 1981 comenzaron los primeros embates para “dar un golpe de estado” al teniente general Roberto Eduardo Viola por parte de Leopoldo Fortunato Galtieri. También entonces había una “fractura expuesta” -lugar común en el periodismo de hoy en día-, un desacuerdo en la forma de manejar el gobierno frente a la pérdida del poder. Viola enfermó luego y se tomó “una decisión de estado” para reemplazarlo en el Poder Ejecutivo por quien había limado hasta el hartazgo a su predecesor: Galtieri. 

Por ese entonces, la economía ocupó el escenario central: quiebra de bancos y empresas, un nivel inaudito de desempleo, una inflación galopante, el peso de la deuda externa, el descontento social de trabajadores y sindicatos, levantamientos populares y huelgas. Ni que hablar de los miles de desaparecidos, la lucha por los derechos humanos y el crecimiento de una pobreza extrema. 

La debilidad del Gobierno militar atravesaba simultáneamente conflictos entre sus armas y una creciente oposición social y política. La inestabilidad y la pérdida de terreno militar permitió formar la llamada Multipartidaria para exigir el llamado a elecciones. La desesperación militar apeló entonces a la lucha por la soberanía sobre las islas Malvinas para unificar y crear respaldo en la ciudadanía. Pero, era indudable que la política económica había fracasado, con un desplome del empleo, una caída del producto bruto interno (PBI) per cápita y una inflación que en 1982 fue casi del 165%: una de las peores crisis económicas que vivió el país. 

En menos de una semana, desde que entró en funciones el nuevo ministro de Economía Dagnino Pastore, el peso argentino se devaluó en un 267% con respecto al dólar. Hoy, en Argentina es casi del 100%. Argentina se mantenía a la cabeza en la depreciación de una moneda. Hoy sigue igual de devaluado. Estos dos datos, y otro sobre el endeudamiento exterior, que a fines de 1982 había alcanzado los 40.000 millones de dólares, un crecimiento cero del producto interior bruto, dos millones de desempleados para una población total de veintisiete millones de habitantes y el 60% de la capacidad industrial ociosa, confirmaban un panorama económico argentino que los economistas llamaron “la crisis como proyecto de país”. 

Esa crisis no tenía antecedentes, la actual la tiene a ella como tal. La hiperinflación de Alfonsín superaba muy ampliamente a la de los militares. No se supo, no se quiso, o no se pudo. Pero a la actual también puede comparársela con una “crisis como proyecto” de acuerdo al sostenimiento persistente de los indicadores inflacionarios, la devaluación monetaria, la deuda externa reestructurada que traerá más conflictos para el futuro argentino, la pobreza de más del 40% de la población y sigue creciendo, la falta recurrente de empleos, la subsistencia de otros de pésima calidad, la informalidad al palo, el aumento imparable de los precios. 

En síntesis, la interna salvaje desatada entre el presidente de la nación y sus limitados apoyos, y el sector comandado por la vicepresidenta, es decir el kirchnerismo y su brazo “armado” La Cámpora, pone en riesgo la gobernabilidad del siguiente año y medio que queda para terminar el mandato. Un riesgo que no está medido desde la razonabilidad por la “opo” interna, los detractores que no pierden oportunidad de desmerecer cuánto se hace desde el Ejecutivo, esté bien o mal. 

Las permanentes burlas al primer mandatario parecen establecer un juego discriminatorio del primer rango escolar. El gozo por las “vergüenzas” que lo hacen padecer -y que él devuelve infantilmente con “aplausos” para la dama-, contienen la misma letalidad que las maniobras militares para dejar fuera de la cancha a Viola, calificado en su momento como “un inepto”. 

Sin embargo, y con total impunidad frente a un pueblo que cada día sufre más por las carencias que la totalidad del gobierno le propinan, insisten en el desgaste como nunca se vio en ninguno de los gobiernos democráticos que tuvimos desde la caída del régimen militar. 

Para remediar el mal, (por el que de una manera generalizada se acusaba al ex ministro de Economía Martínez de Hoz, que implantó un monetarismo económico salvaje desde 1976, calcado del teorizado por la Escuela de Chicago y por su profeta Milton Friedman), el nuevo ministro Pastore decidió imprimir un giro pendular de 180 grados a la gestión económica. Su doctrina y proyecto se articuló en torno a unos cuantos principios básicos: reactivación de las exportaciones, limitación al máximo de las importaciones, excepto los insumos para las empresas industriales, reducción al 6% de las tasas de intereses bancarios que habían alcanzado el 52% mensual, disminución del gasto público que ha sido el problema número uno de todos los anteriores gobiernos argentinos ya que el país mantenía a una burocracia de dos millones de personas, y desdoblamiento del cambio en un dólar comercial fijado en 20.050 pesos y otro financiero libre que alcanzó los 40.000 pesos. 

Para intentar controlar la inflación que se temía que acarreara tales medidas el ministro de Economía decidió pactar con las empresas un control de precios y puso como condición bajar los intereses bancarios si aceptaban ese pacto de los precios. 

La única diferencia entre aquella dictadura y el gobierno populista de hoy era la apertura de las exportaciones. Hoy sigue la lucha sindical igual que entonces en el sentido de reclamar el aumento de salarios por la pérdida del 50% de su poder adquisitivo, la incapacidad de reflotar el consumo interno y reactivar la economía. 

Si la última medición de Analogía, encuestadora de La Cámpora, es cierta, el tobogán se vuelve más pronunciado. ¿Cómo sobrevive Alberto Fernández con una imagen negativa del 54,8%, una base de apoyo por debajo del 35%, el optimismo sobre la evolución de la economía se sigue deteriorando, el pesimismo sobre la baja de la inflación es creciente, el 82% de la gente consultada no cree que la economía se esté recuperando, el 78% cree que no se están tomando las medidas adecuadas para bajar la inflación, el 81% confiesa que se están deteriorando las condiciones de vida de los argentinos? 

A la última dictadura militar la guerra de las Malvinas y el deterioro general de la economía y la sociedad les valió una derrota de la que no se recuperarán más en la vida. Los argentinos tuvimos la dicha de que, con tanta alevosía a la vista, tanto atropello, tanta intriga en el poder, nos sacamos de encima un cáncer que venía persiguiéndonos desde hacía décadas. 

El descalabro del actual gobierno democrático dejó al descubierto varias premisas que siempre se tomaban como verdaderas: “el peronismo siempre saca a flote al país”, “roban, pero hacen”, “saben manejar el poder”, “están más cerca del pueblo que otros partidos”. Todo eso se desmitificó en menos de dos años, y no hay que eximirlos porque “padecimos una pandemia”, pues su manejo fue el peor de todos en el planeta. No supieron manejar la pandemia, como no supieron manejar bien la reestructuración de las deudas argentinas -la presente y las anteriores-, no saben cómo bajar la inflación, no entienden que deben dejar de emitir moneda sin valor, no comprenden que el déficit fiscal es un problema prioritario, no quieren reestructurar la política de subsidios, no tienen idea de cómo controlar los precios, solo mantienen la idea loca de que los ricos son los responsables de todo y no aceptan su propia incapacidad de gestión. 

En la actual “deformación del peronismo” llamado kirchnerismo se está a un paso del fracaso estrepitoso de un gobierno populista, sectario y excluyente, discriminatorio en los derechos humanos en todo sentido, falto de inteligencia y de capacidad para planificar un simple cumpleaños. 

Tal vez, quizás, esta sea la forma de que los argentinos se liberen de una buena vez de las falsedades ideológicas y los papelitos de colores que venden en cada elección. Tal vez esta vivencia de cuatro años sea lo suficientemente fuerte como para que la inmensa mayoría de los argentinos decidan, con absoluta sinceridad, cuál es el país que quieren de ahora en adelante. 

Las internas siempre son enemigas de la patria

Por Nancy Sosa. La periodista analiza la crisis en la que se encuentra la coalición de gobierno.

La historia argentina está plagada de internismos que nunca condujeron a pensar primero en la Patria, después en los movimientos o partidos, y por último en los hombres. El resquebrajamiento de la coalición de gobierno actual cruje desde ambos costados y es la primera vez que la causa es el pensamiento de dos proyectos contrapuestos. 

Esos dos proyectos no son producto del acuerdo suscripto con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Este organismo, el que da crédito a tasas bajas como ningún otro prestamista, solamente fue una excusa para exponer la división con la que nació esa coalición. Lo que sucede es que a la titiritera se le cortaron los hilos y ya no maneja al muñeco como ella quiere. 

Los cruces de documentos “intelectuales” entre ambas bandas confirman apenas que siempre pensaron distinto. Antes de que apareciera esa deformación llamada kirchnerismo, el Peronismo apelaba a la unidad porque en el fondo había una unidad de concepción. El Kirchnerismo carece de eso porque también ha modificado su concepto de la política. Ahora la política del kirchnerismo es más un negocio que una ideología. 

¿De qué unidad habla cada una de las bandas? La oficialista pretende recuperar una unidad que incluiría a algunos más que los propios, pero sin tener la autoridad legítima para aglutinar a nadie. Tampoco es peronista. Actúa en soledad, apoyado sobre la muleta de la oposición, sin la cual el país hubiera entrado en un default. La otra, la del rejunte de intelectuales que se identifican más con la izquierda marxista que con el peronismo, pretende convocar a la unidad de los propios, pero está quebrada. El punto de unión de este sector tiene solo en común el deseo de liquidar al presidente de la nación porque se pasó de la raya, y prefiere antes un default que abordar la crisis económica que nos está llevando a la ruina. 

Ninguna de las bandas es buena para el país. Es más, ambas carecen de un proyecto que aspire sacar a la Argentina de la inmensa crisis en la que la están sumiendo día a día, sin pensar en ningún futuro ni en ninguna transformación. Son ineficientes en ambas orillas: el presidente no solo no sabe qué hacer, sino que se desdice cada 24 horas, anuncia, pero no concreta, no ve más allá de sus propias narices porque carece de ideas. Los liderados por la vicepresidenta le reclaman una transformación que no es la misma que quieren los argentinos. Ellos sueñan con un populismo dictatorial, anhelan contar con todo el poder para ellos mismos, el poder por el poder mismo. El futuro de la nación no les importa. 

Y se chucean entre sí sin advertir la gravedad de la situación que arrastran, cuyo origen se encuentra en el fracaso que se llevaron como trofeo en las elecciones de medio término del 2021 para venderlo como si hubieran ganado. El festejo fue el de un conjunto de idiotas incapaces de comprender qué había pasado en realidad. 

La coalición de gobierno está rota por donde se la mire. Cuatro millones de personas decidieron no aceptarlos otra vez en las urnas. Cuatro millones no son los casi 30 sujetos que votaron en contra del acuerdo con el FMI. Cuatro millones menos de votos no se recuperan fácilmente, ni, aunque estilicen las plumas en los documentos a los cuales les falta acertividad. 

Han fracasado, como fracasan todos los planes cuando la especulación es exagerada. Está a la vista que, desde el punto de largada, la designación de Alberto Fernández como candidato presidencial, el plan estuvo condenado al fracaso. Todos los argentinos vieron cómo, paso a paso, lo fueron debilitando hasta convertirlo en un muñeco de trapo; todo el tiempo los habitantes de este generoso país fueron testigos de las humillaciones a que fue condenado sin el menor prurito. Millones de argentinos observaron como el títere volvía una y otra vez a la servidumbre voluntaria para que sigan cascoteándolo. Al hombre parece faltarle orgullo. 

Pero cuando por una vez una luz le iluminó el camino para evitar caer en el abismo, los mismos que lo venían empujando se enojaron porque no cayó hasta el fondo del precipicio. La caída, en este caso, no se produjo porque impuso cierta razonabilidad en un solo hecho, después de infinitos desaciertos, de idas y venidas por doquier. El hombre servil se mantuvo en sus cabales mientras el resto de la tropa enloquecía, incluyendo a la líder carismática que ya perdió la brújula del mando incluso en el territorio específico de su reinado: el Senado de la Nación. 

Sin embargo, los detractores internos del gobierno no se van a ningún lado. Hacen parodias para no largar las cajas de las cuales se abastecen para mantener el aparato político. Desconocen incluso que cuando se “rompe” internamente hay que tener motivos relevantes, por ejemplo, la conformación del Grupo de Trabajo compuesto por 29 diputados que se autoimpuso llevar adelante en 1975 el juicio político a José López Rega, un ser nefasto para el peronismo. O el Grupo de los 8 que se escindió del Partido Justicialista en la cámara baja en diciembre de 1989 por no compartir el sorpresivo proyecto neoliberal de Carlos Menem. 

¿Moderación o pueblo? ¿Cuál es la cuestión? Bananas o rabanitos, da igual. Si la moderación está dirigida a las actitudes del jefe de estado la idea se licúa en cuanto el hombre abre la boca para contradecirse. En cuanto al pueblo, hay que verificar a qué llaman pueblo los “sublevados” del kirchnerismo. El pueblo con el que piensan que cuentan está harto de las maniobras de los subsidios. Lo que antes parecía una dádiva hoy es una triste limosna que no alcanza para poner la mesa, una mesa por día. Es evidente que la masa de dinero no alcanza a satisfacer los ánimos ni a alimentar las lealtades. De eso no se dan cuenta quienes desde el púlpito pretenden ser la lámpara de Diógenes. Es archiconocido que Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza material extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres” honestos. En la actualidad la pobreza no tiene ninguna virtud y la búsqueda de hombres honestos es una entelequia. 

Ni Alberto Fernández y su omnipotente vice, ni los adláteres iluminados de la arquitecta egipcia tienen un proyecto de transformación real para la República Argentina. Hoy se pelean, y tendrán un año para seguir haciéndolo porque las copas de cristal se rompieron y no hay ningún material que una los pedazos. Unidos seguirán siendo una bolsa de gatos, separados verán cómo se aleja cada vez más la idea de continuar reinando en el país donde todas las fórmulas fracasan. 

Mientras tanto, la Patria llora. 

Dia de la Mujer: la deuda por la violación en manada

Por Nancy Sosa. La periodista sostiene que resulta imprescindible el reclamo de atención a temas que involucran los peores ataques de “violación en manada”.

En el día internacional de la Mujer resulta imprescindible el reclamo de atención a temas que involucran los peores ataques de violación en manada -sí, en manada- porque su repetición desde los últimos años se ha vuelto insostenible, no solo porque las víctimas reciben apenas el silencio de sus congéneres, sino por las actuaciones judiciales amañadas en ciertos casos y la demora en dictar justicia. 

De la protección desde el Estado para las mujeres que padecen esas agresiones ni hablar, porque prácticamente los organismos defensores, encabezados por otras mujeres, están distraídos en otros temas dirigidos más hacia cuestiones de género, transgénero y derechos de última generación. 

Pero las violaciones en manada son de vieja data, y tan solo por citar algunas, recordemos la gran resonancia de los ocurridos en Chubut (2012), Florencio Varela (2016), Tucumán (2021), Miramar (2019), Salta (2020), Los Polvorines-Buenos Aires (2020). 

Antes de mencionarlos en particular conviene poner el foco en la narrativa que se explayó en los últimos días para establecer unos parámetros que distraen, tergiversan o atenúan, el sentido de la violación en manada. La perspectiva feminista, tan de moda en estos tiempos, apunta a erradicar el concepto de “violación en manada”, con el argumento de que el hombre “no es un animal” y por lo tanto esa caracterización ignora la responsabilidad de pensar y discernir del ser humano varón. 

Es verdad, los hombres no son animales, y si en todo caso arrastran en sí mismos una cultura machista ello no quiere decir que ciertas tribus se muevan y actúen “en manada” como los animales. Los violadores que acuerdan traspasar los límites que le impone una sociedad y avasallan a la mujer, la vulneran sin pedirle ningún permiso, que se turnan hasta destrozar física, psicológica y mentalmente a una mujer indefensa, SON BESTIAS. No son hombres, son animales que salieron a cazar. 

Afortunadamente la mayoría de los hombres tienen conciencia del respeto debido a una mujer, sí, pero también a cualquier otro ser humano. Los “jóvenes socializados” no son “violadores en grupo” porque la sociedad los construyó como machistas. El machismo, revisado irregularmente por la tendencia feminista, funciona respecto de costumbres atávicas de las cuales nos venimos desprendiendo desde la década del 60. Tampoco el patriarcado sembró violadores por doquier, ni manadas. De ninguna manera se puede emparentar eso con las violaciones de una o más personas comportándose como 

verdaderos animales. Las violaciones de uno o más no se pueden generalizar a la ligera. 

En cuanto a la responsabilidad de los violadores en manada se encuentra en el acto agraviante y no consentido, a menos que se quiera comprometer esta situación con una cuestión meramente semántica que de modo indirecto justifica el hecho aberrante considerándolo solamente como una “violación en grupo”. Se trata de voluntades discriminatorias que actúan contra la voluntad y y la resistencia de una mujer en soledad. La ausencia de consentimiento en una violación en manada supone mucho más que un abuso. 

¿Qué ocurre? ¿Alarma la sobredimensión del juzgamiento verbal? El ataque sexual en manada no puede naturalizarse en la socialización femenina o masculina. La sociedad en su conjunto no genera automáticamente este comportamiento. Es excepcional, sin que ello exima de culpa y juzgamiento severo. 

No es normal. No son mandatos de la masculinidad, no son “jóvenes socializados”, son bestias que no merecen formar parte de la sociedad. Y la sociedad, siempre en transformación, no tiene que cambiar su “matriz”, no es la culpable del comportamiento de estos brutos ni de las atrocidades que pueden cometer los delincuentes, porque eso es lo que son. 

Sino ¿cómo se explica “el desahogo sexual” que el fiscal Rivalora exhibe en su acuerdo oculto para favorecer al grupo de seis animales que violaron a una joven de 16 años en Rawson, Chubut, el 17 de setiembre de 2012? Hasta el juez Marcelo Nieto Di Biase calificó la razón como “inadmisible y repugnante”. De los seis, tres son mayores acusados, dos menores fueron eximidos por ser hijos del dinero y el poder político, uno zafó porque colaboró con la delación. Aquí, por suerte, intervino el “colectivo feminista” de Las Magdalenas. Pero la criatura tuvo varios intentos de suicidio. 

¿Cómo se explica que Paula Martínez haya aparecido “suicidada”, ahorcada y con el cuello quebrado, después de recibir amenazas permanentes por parte de sus violadores”? Las mujeres de su barrio en Florencio Varela defendieron a los varones que la ultrajaron en 2016. Muerta, todavía espera el juicio por jurado. Será tarde. 

¿Es posible no entender que violaran en manada a una joven de 23 años en Burruyacu (Tucumán), en marzo de 2021, tres sujetos de entre 25 y 30 años, uno de ellos hijo de un ex intendente del pueblo, en una fiesta clandestina? Los machos cobardes que filmaron la violación y la subieron a las redes como un acto “heroico” quisieron huir a Rosario. 

¿Se puede aceptar que fueron “jóvenes socializados” los animales que violaron a una niña de 13 años en Miramar, el 19 de enero de 2019? Los tres imputados admitieron la violación y dijeron que había sido “consentida”. Ahora esperan ser enjuicidos. Y están sueltos. 

¿Es admisible la violación en manada en Salta, en octubre de 2020, contra un joven con retraso mental, a quien filmaron y subieron el video a las redes? Los seis detenidos habían ofrecido a la hermana del muchacho una suma de dinero para que no hiciera la denuncia. ¿Jóvenes socializados? 

¿Qué se puede pensar de la violación en manada de cuatro policías bonarenses contra una joven compañera de 21 años en Los Polvorines (Buenos Aires), mientras se realizaba el Operativo Sol? Los cuatro fueron detenidos y desafectados. 

Si lo antedicho es brutal, sin parangón, sin atenuantes de ninguna naturaleza, qué habrá que pensar de la ausencia de solidaridad y “sororidad” de las mujeres feministas que baten el parche en marchas multitudinarias, pero no están al lado de las víctimas. Muchas de ellas forman parte de agrupamientos políticos, incluso de La Cámpora, donde algún día se conocerán los códigos de aceptación para cargos y carrera política de chicas sujetas a “nuevas experiencias sexuales” como condición previa. 

¡Feliz día de la Mujer! 

Una guerra difícil: misiles vs. CBU

Por Nancy Sosa. La periodista analiza el avance militar de Rusia, que mantiene al mundo en vilo.

El despropósito bélico cometido por el líder ruso Vladimir Putin contra una nación democrática, Ucrania, convulsionó al mundo entero, básicamente por las imágenes de los espeluznantes lanzamientos de misiles sobre territorio ucraniano, el éxodo masivo de habitantes y la destrucción de la casi totalidad de sus aeropuertos, previsto todo en una estrategia de ataque que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. 

El concepto de guerra se había modificado durante la Guerra Fría durante la cual, no obstante, los conflictos armados no desaparecieron; fueron circunscriptos, focalizados, pero sin anexión de terrenos conquistados. Los pocos intentos de conquista resultaron fallidos y el retiro de tropas solo dejó en el abandono a los países atacados, ya fuesen por parte de Estados Unidos como de la URSS o la actual Federación Rusa. La dominación desde 1945 varió en sus formas y usó un abanico de opciones armamentísticas que nunca llegaron al extremo de suponer que se estaría frente a la tercera guerra mundial. De todos modos, no se pueden negar los estragos cometidos. 

En cambio, la incursión de fuerzas rusas esta semana en territorio ucraniano, y el nivel manifiesto de belicidad, exhibe un franco interés de apropiación de una nación independiente -antes incluida en lo que se denominó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- decidida ahora a sumarse al sistema democrático para dotar a los ciudadanos de derechos y mayores libertades, y construir una red de relaciones diplomáticas y comerciales con los países europeos. El modelo ucraniano, igual que el de Georgia, son un espejo en el que Putin no quiere mirarse porque prefiere la autocracia. 

El despliegue militar a tres bandas por parte del gobierno ruso revive los desmanes de la carrera armamentística y la cantidad de dinero que ella insume, e ignora las prioridades de sobrevivencia en el mundo entero, sacudido por los niveles de pobreza e indigencia que en la totalidad del planeta es de 1.300 millones de personas, carentes de alimentos suficientes para su supervivencia, acceso al agua potable, cloacas y electricidad, según las Naciones Unidas (ONU). 

Se trata de la cuarta parte de la población mundial en los 104 países estudiados para obtener el Primer índice de Pobreza Multidimensional global, de los cuales la mitad son niños. 

Pero la confrontación despareja entre Rusia y Ucrania puso además al descubierto un escenario insólito, convertido en un intríngulis de difícil dilucidación, en el sentido de las “armas” usadas en esta conflagración de la que el resto del mundo participa de alguna forma. Como en una parodia de la Segunda Guerra mundial ya se encuentra el bando de los “aliados”, que en realidad son los países occidentales, volcados con decisión a cercar al agresor principal por medio de restricciones de carácter económico, sin poner el cuerpo ni las armas de la OTAN. El panorama rumbea a trazar el nuevo mapa del reordenamiento mundial, donde los agrupamientos se identifican entre occidentales y orientales. Una vieja disputa que la Multilateralidad había desvanecido con el despliegue de un comercio internacional más basado en el pragmatismo que en la ideología, menos establecido entre hemisferios y más abierto a las conveniencias de los intercambios. 

Es aquí cuando aparecen las “nuevas armas” en el campo de batalla donde, la imposibilidad de ayudar a Ucrania con soldados y armamentos porque no pertenece a la OTAN, aparecen estrategias dañinas en lo económico como modo de frenar al enemigo. Suena a ridiculez frente a los misiles, los tanques y los anfibios rusos, que Occidente haya desenfundado la posibilidad de cancelarle los CBU -código de transferencias bancarias- a los banqueros y nuevos ricachones rusos diseminados por todo el mundo, y en particular al Banco de Rusia.  

Esta vez la política no se prolongó por medio de la guerra en exclusiva sino con la amenaza de cerrar el grifo de los gasoductos a toda Europa por parte de Rusia, la que a su vez tendrá que acopiar su extraordinaria producción de trigo hasta que pase el chubasco pues occidente no se lo comprará, a menos que la República de China lo haga, no solo con el trigo sino con el combustible, los agroquímicos, derivados de la minería y otros productos de uso mundial. 

El avance brutal de las tropas de Putin sobre Ucrania resultó por un momento un mal chiste después de escucharlo decir que es mejor que los propios pro rusos ucranianos deberían tomar el gobierno del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, para hacerle más fácil la incursión y anexar Ucrania a su imaginaria URSS. La declaración de Putin no le causó ninguna gracia al actor cómico que llegó a presidente de esa nación, quien por estas horas ha suspendido su sentido del humor, con razón: lo dejaron solo después de haber hecho todos los deberes para pertenecer a la Europa occidental.  

Vale comprender que “Occidente” no puede actuar desde la OTAN porque Rusia no invadió ningún país perteneciente al organismo. Ucrania lo intentó, pero no lo logró, y por su deseo no cumplido fue invadida sin piedad. 

Es verdad que la Federación Rusa tiene reservas por 650 mil millones de dólares. Putin está forrado, además de haber invertido fortunas en materia de Defensa. Pero la economía nacional no tiene parámetros favorables, y además hay descontentos internos y revueltas contra la guerra que lanzó de “motus proprio”. Para colmo, su famosa “primera vacuna” Sputnik quedó paralizada por la desautorización de la Organización Mundial de la Salud. 

Sin embargo, en los últimos ocho años Putin se fortaleció en armamento. Es el cuarto país del mundo que más aumentó su gasto en Defensa, detrás de Estados Unidos, China, y Arabia Saudita, según informa Embajada Abierta. No es para desdeñar que Putin tenga uno de los ejércitos más grandes del mundo.  

“Debemos comenzar a pensar en grande”

Por Nancy Sosa, periodista. La autora analiza la última carta publicada por Cristina Kirchner sobre la deuda con el FMI y el costo de la pandemia.

“He querido llegar hasta acá para sintetizar las ideas que surgen del conocimiento paulatino que vamos tomando de la situación nacional. Desgraciadamente, esa situación nacional no es nada alentadora. Es indudable que durante muchos años las instituciones han ido trastocando sus funciones y paulatinamente degenerando en una dirección que no es ni ha sido la más conveniente para la comunidad. En esto los argentinos tenemos que hablar sin reservas mentales, porque la situación se puede ir compulsando a medida que es posible ir penetrando en los distintos factores y circunstancias que juegan tanto en la situación política como en la social, la económica, la cultural, etcétera. Solo ahora, con base en los informes que he ido recibiendo, puedo decir con toda franqueza cuales son las ideas que nosotros debemos contemplar en estos momentos, para encarar una solución que, con todo, no es nada fácil. Creo yo, y así lo he trasmitido a muchos señores especialmente, dirigentes políticos con quienes he mantenido y mantengo un permanente contacto, que la situación de la República Argentina -y esto lo digo con la experiencia que presupone mi larga preocupación por la cosa pública durante los dos periodos constitucionales de gobierno que me tocó desempeñar en el pasado-, creo que la situación argentina es de tal naturaleza, que es imprescindible que todos los argentinos, deponiendo todas las pasiones que puedan habernos movido y todas las controversias en que podamos habernos vistos envueltos en el pasado, nos persuadamos de la necesidad de que todos, unidos y solidarios, nos pongamos a resolver una situación que, de otro modo, puede conducirnos a un desastre futuro”…, escribió Juan Domingo Perón y no importa en qué fecha. 

Hay cartas y cartas, textos con ideas y preocupaciones sinceras, angustias volcadas en el papel con el propósito de llamar a la reflexión y encarar los problemas para dar con las soluciones más apropiadas. La predisposición es lo que cuenta cuando un alto dirigente político aspira a darlo todo por su pueblo. 

Pero hay cartas de bajo calibre que quieren hacerse públicas como un grito de resentimiento. Son las que, generalmente, están escritas con la mira puesta en el ombligo y la necesidad de insultar o endilgar culpas propias sobre acciones rivales. En ellas se encuentra bajeza, espíritu mezquino y ningún aporte positivo a la desgracia. 

Las misivas, como género literario, deben guardar normas por más que se trasmitan mediante vehículos tecnológicos de uso diario. Cuando se escribe es porque se ha reflexionado sobre un problema y conviene ir a fondo en la cuestión para darle una solución. Pero cuando la mirada es corta, ciega, de poco alcance, la escritura resulta de baja calidad, seguramente basada en insultos y agravios que hablan muy mal de su autor o autora. 

La última “carta” de Cristina Kirchner -un género que no es apropiado a su carácter- fue titulada “Pandemia macrista vs. pandemia Covid-19″, bien diferente al título del mensaje de Perón “Debemos comenzar a pensar en grande”. 

Movida seguramente por sus tensiones coyunturales y sus urgencias para tapar con una denominación presuntamente “ingeniosa” el problema de fondo que, casualmente se refiere a la reestructuración de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la actual vicepresidenta se expresó después de un largo silencio. Un silencio que, al menos el líder fundador del peronismo sabía manejar con habilidad y suspicacia. En cambio, CFK se refugia en el silencio de los hielos patagónicos para vomitar la hiel que le causan las cuestiones políticas. 

Algún marketinero contratado debería decirle que ya no paga como corresponde echarle la culpa al expresidente de Cambiemos, y mucho menos adjudicarle el carácter pandémico para que el relato no se salga del eje que abruma a los argentinos. 

Es sugerente leer un párrafo de ese escrito que de carta no tiene nada, aunque los colegas se obsesionen por hacer pasar sus textos como de ese género, tal vez presumiendo que un pueblo entero estuvo esperando la palabra de la líder en las sombras: “De esta manera se puede advertir con mucha facilidad que, en el año 2021, la pandemia macrista fue para el Estado Nacional incluso más costosa que la pandemia Covid-19″, escribió Kirchner. Comparación superficial y errática si las hay. 

Y luego prosiguió: “Lo que nosotros sí sabemos es que en Argentina lo que nunca se va acabar es lo que nos pasó -y nos pasa- por la pandemia macrista, cuando en el año 2018 Macri trajo al FMI de vuelta a la Argentina”. Ni Joseph Guebel hubiera mentido tanto. Pero la intención de la guardiana de los intereses kirchneristas no es reconocer la verdad, la que señala que el préstamo solicitado por Mauricio Macri al FMI fue para pagar el desbarajuste de la deuda que ella dejó después de dos mandatos en 2015. 

El 9 de diciembre de 2015, un día antes de irse del gobierno sin entregar los atributos presidenciales a su sucesor, el periodista Daniel Sticco de Infobae publicó una nota en la que da cuenta que el mismo gobierno de CFK que terminaba actualizó ese día la deuda real que dejaba, y tiraba por la borda todo el relato del “desendeudamiento” que batalló durante ocho años para la gilada. 

“Cristina Kirchner se despidió con una deuda pública de más de USD 240.000 millones”, tituló esa nota de Sticco el portal Infobae. Y agregó: “Sorpresivamente la Secretaría de Finanzas informó que desde comienzos de 2015 el endeudamiento del gobierno nacional se incrementó en USD 18.300 millones. Representó el 45,6% del PBI”. Así dejó la entonces presidenta de la nación los números crudos. 

Pese a esa verdad reconocida por su propio gobierno, la actual titular del Senado de la Nación se horroriza ahora por la concesión de los 57.000 millones de dólares del FMI, prestados al 4%. No le satisface esa “prebenda” concedida a tan bajo interés porque ella estaba acostumbrada a adquirir deuda a un porcentaje mucho mayor. Todavía hoy se desconoce si se pagó y cómo la deuda tomada con el gobierno de Venezuela al 14% anual, durante uno de sus gobiernos y antes de que muriera Hugo Chávez. Pero ella se pregunta dónde están los dólares que le prestaron a Macri. “¿Alguien los vio?, En todo caso, por favor llamen al 911”. La expresión no da ni para una mueca de tan burda. 

Forzadamente equipara lo que se le pagó al FMI en 2021 y cuánto se pagó para paliar la pandemia del COVID 19. Larguera en la misiva que quiere ser misil, pero es apenas el corcho de una escopeta infantil, se asienta en números que nadie lee, ni interpreta, y aclara que unos son en dólares (los pagos por culpa de Macri) y en pesos los pagos de su delegado Alberto Fernández por la pandemia. 

Por suerte, esta vez la “carta” fue corta, y la tortura para leerla e interpretarla también. Si se habla seriamente, los 57 mil millones de dólares (de los cuales solo llegaron 44 mil millones) no alcanzan para pagar el endeudamiento que dejó el kirchnerismo en 2015, ni para pagar el endeudamiento del macrismo, pero muchísimo menos servirá para desendeudar al gobierno de Alberto Fernández que en dos años pidió 40.000 millones de dólares. 

Si al 30 de noviembre de 2019 la deuda pública nacional era de USD 313.299 millones, en 2021 se disparó a USD 353.514 millones, la mayor cifra histórica del país. ¿Será cierto que estamos creciendo como dice Alberto Fernández? 

En medio de esta debacle, que ya alarma hasta a quienes nunca leen un diario o no tienen tiempo de ver televisión para informarse, la propuesta implícita de la ex presidenta en su publicación folletinera es que “no quiere acordar con el Fondo Monetario Internacional” y boicotea cada paso que dan los funcionarios del gobierno en ese sentido. 

Dos preguntas para la reflexión políticos y economistas serios: 1) ¿Logrará el actual gobierno reestructurar la deuda con el FMI o iremos a un default nefasto? 2) ¿Existirá en el espacio gobernante alguna mente sagaz e inteligente que consiga elaborar un plan económico, político y social que sirva de proa para saber hacia dónde vamos? 

Lo último es sólo para gente que quiere empezar a pensar en grande, para estadistas: ¿Qué destino tienen los argentinos que están en manos de los muñecos que mueven los hilos del poder actual? 

Acuerdo con el FMI: ineficacia o el juego del TEG

Por Nancy Sosa. La periodista se refiere a la decisión de Argentina de aceptar la presidencia de la CELAC, y la situación actual de las negociaciones con el FMI.

Atar el acuerdo de reestructuración de la deuda argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a preferencias ideológicas populistas y de presunta inclinación hacia la izquierda supone que quien encabeza esta negociación -el gobierno argentino- desconoce el abc no sólo de la política y la economía, sino del sentido común en el mundo de las relaciones internacionales. 

Es de público conocimiento la inhabilidad presidencial, y desde allí hacia abajo en toda la línea gubernamental, para encarar los principales problemas del país. En dos años de pandemia no pegaron ni una, desde la cuarentena en adelante con las restricciones y la compra de vacunas, hasta finalmente darse cuenta de que el encierro destrozaba día a día la economía. 

En la tercera ola varió el criterio presidencial pero no la ineptitud porque cuando todo el mundo se dio cuenta de que había que establecer nuevos protocolos de prevención el grupo que dirige los destinos de la Argentina dejó todo liberado al azar confiando en que se diera lo que Dios quisiera. Sin embargo, no pudieron eludir el problema del FMI, devenido en una pared difícil de demoler con una simple mirada. 

Es casi obvio que no quieren arreglar con el Fondo, de otro modo el presidente Alberto Fernández no hubiera aceptado la presidencia de la CELAC, una provocación gratuita hacia el principal acreedor del FMI y el que tiene más peso a la hora de votar. A posteriori, el ¿primer? mandatario canchereó con declaraciones inoportunas respecto de la responsabilidad del Fondo al conceder el préstamo al país y reclamarle a los Estados Unidos que debe apoyar a Argentina. Solo alguien que carece de dos dedos de frente puede hacer eso. Pero, en Argentina todo es posible. 

En sueños de propios y no tan propios, el problema de la deuda podría resolverse con el apoyo semi multilateral de un puñado de países entre los que se cuenta a China, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia, Corea del Sur. Es decir, un abanico de naciones que instalaron dictaduras de carácter populista, se dice que están a la izquierda del liberalismo y la globalización, pero por el momento cada uno hace lo suyo y por su cuenta. No se advierte cohesión de bloque. 

Suponer que China auxiliará a la Argentina está entre esos sueños trasnochados pues, dentro del mismo FMI es uno de los más propensos a exigirle a Argentina la reestructuración y el pago de lo acordado para este año. 

Imaginar que los Estados Unidos van a respaldar a Argentina después de las desatinadas declaraciones presidenciales, es una quimera. 

Hay corrientes internas dentro del Frente de Todos empeñadas en encolumnar al país detrás de China. Tal vez hasta la vicepresidenta haya sucumbido a cantitos de sirena sobre el “futuro” poder internacional, más grande que el de los yanquis, y todos sus discípulos se han puesto a jugar al TEG (Plan Táctico y Estratégico de la guerra). 

Caben en un puño cerrado los que conocen a ciencia cierta “qué es lo que quiere China” para sí misma y para el mundo dentro de treinta años. Son muy pocos los que conocen cabalmente cuáles son las inversiones chinas en toda África y con qué objetivo avanzaron sobre ese continente, para luego proseguir sobre América Latina. 

Para que quede claro: los chinos no prestan plata, no eligen la timba financiera. Hacen negocios y piden a cambio coprestaciones de alto valor simbólico soberano. Si es por pedir no tienen problemas en querer una represa patagónica que tiene intereses geopolíticos para el futuro. Si es por pedir, por qué no una base nuclear, militar y energética china en Tierra del Fuego, otro lugar estratégico de envergadura. Ya no les alcanza con la pesca nocturna en el mar argentino desde el río de la Plata hasta Usuhaia y la Antártida Argentina, sin pagar un solo centavo porque Argentina no les cobra ni los multa. Queda para otra nota el listado de acuerdos. 

¿A qué estamos jugando? ¿A cambiar de dueño? No queremos, ni quisimos la colonización yanqui. Acaso, ¿alguien tiene la idea de hacer jugar al país por el comunismo chino, justo cuando la China despliega su estrategia de dominación capitalista en el planeta? ¿Qué papel tendría en ese mapa la Argentina? ¿Ha consultado Alberto Fernández al pueblo argentino si quiere formar parte de una alianza de esa naturaleza? ¿China, es confiable, de verdad? 

Veamos un ejemplo de confianza: una declaración divulgada a través de las redes por el profesor japonés de fisiología y medicina Tasuku Honjo, Premio Nobel, asegura: “Basado en todo mi conocimiento y en todas las investigaciones previas que se hicieron, puedo decir con cien por ciento de certeza que el virus Corona 19, no es un virus natural. No es un virus de murciélagos. China lo creó de manera intencional y premeditada. Si lo que digo hoy resulta ser incorrecto ahora, o incluso después de mi muerte, el gobierno de China puede retirar mi Premio Nobel. Pero China miente y todo su terrible gobierno comunista debe ser castigado severamente y con todo el peso de la ley penal internacional, porque esta terrible, imperdonable y nefasta gran verdad, algún día será revelada a todas las personas en todo el mundo entero”. 

Honjo estudió virus y animales durante más de 40 años y para él el actual causante de la pandemia que aqueja al planeta desde 2020 es “completamente artificial”. El científico premiado mundialmente dice que trabajó en el laboratorio de Wuhan en China durante 4 años y conoce muy bien a todo el personal del laboratorio. “Yo los llamé a todos después del accidente de la corona. Pero todos sus teléfonos han estado fuera de servicio durante meses, y ahora se sabe que todos estos técnicos de laboratorio están muertos”. 

Un gobierno en el que solo existe el pasado

Por Nancy Sosa. La periodista reflexiona sobre la marcha a plaza de Mayo convocada por el gobierno por el día de la democracia.

Eso es lo que se vio el 10 de diciembre en la Plaza de Mayo. El pasado estuvo presente todo el tiempo en ese acto inexplicable, o solo explicable por la necesidad de invisibilizar una derrota electoral. Hacen como si no hubiera pasado nada y creen que lo que aparece en la superficie es la realidad. Pero no lo es.  

Digo que solo estuvo presente el pasado en el palco, y en el llano de la Plaza, porque se emularon hechos que nada tienen que ver con el presente y mucho, pero mucho menos con el futuro. El pobre Pepe Mujica fue el único que no se incendió, pero lamentó internamente haber venido, solo por Lula. Fue breve, no dijo ninguna genialidad de las que suele exhibir, y le pasó rápido el micrófono a su amigo para que hiciera un relato de las cosas que vivió durante sus mandatos presidenciales en consonancia con la época en que “pareció” que iba a armarse la Patria Grande, pero Dios no lo permitió. Se llevó a dos de los pesados antes de que eso ocurriera.  

Lula no habló de su futuro ni el de Brasil, no puede mostrar las cartas antes de tiempo, que serán sorpresa para más de uno. Él aprende, otros repiten como loro los discursos y hasta repiten de grado. Fue un discurso contenido, sujeto a una realidad feliz pasada, de cuando la izquierda brillaba y marchaba por América Latina con pretensiones de reflotar una revolución. Pasado, pasado, pasado.  

Ella, la vice, arrancó eufórica y con más energía que todos los cansados que estaban cerca del palco, quería que saltaran como en otras épocas, que cantaran esos himnos pequeños de siempre, y los repitieran hasta el cansancio. Repetir, repetir, repetir. Lo pedía con sus manos como si fueran batutas dirigiendo una orquesta. Un papelón. La gente no reaccionó como ella quiso. Estaba molesta por la incursión violenta de La Cámpora para ubicarse en el medio de la plaza, después de desplazar a los del Movimiento Evita que -nadie lo dijo porque no lo vieron y yo sí- se fueron caminando por las laterales antes de que comenzara el acto. Iban a las puteadas.  

La Cámpora, con el estilo más notable de los antiguos montoneros, buscó “copar” la plaza porque llegaron tarde al acto anterior no solo para contrariar a AF, sino porque se durmieron con el rito. Había que recuperar el terreno perdido. El Movimiento Evita les había ganado la calle. Es decir, en 2021, los montoneritos de pacotilla pechearon a los Evita, y no al Movimiento Obrero “de derecha” como en 1974, porque esta vez no estuvo presente y no fue casualidad. “Antón, Antón, Antón pirulero” les hicieron.  

Aquel pasado fue un drama mayúsculo, lo de ayer apenas un paso ridículo de comedia. Por supuesto, a esa puesta la vio por TV el 70 por ciento del pueblo argentino, para aprender, y reaprender hasta el hartazgo que el pasado ya fue. Que de nada sirve que la vice haga raccontos atrasados sobre lo mal que la tratan la justicia y la política a ella, y trastoque la visión de la historia acomodándola para que le sirva personalmente; tampoco tuvieron sentido las inútiles palabras de un jefe de estado que tiene que tranquilizar a su vice, en realidad su presi, por la negociación de la deuda. Ella no es su hija, y tampoco lo considera un Padre superior para calmarle el berrinche.  

¿De qué Fondo Monetario se habló ayer en la plaza? ¿Del tradicional o el actual? No importa. La señora dijo hace menos de quince días que su marido siempre había sido partidario de honrar las deudas. Ahora no quiere que se haga de “cualquier forma”. Nunca fue de cualquier forma, ni cuando Néstor y Lula pagaron el mismo día sus deudas al FMI cuando eran presidentes. Se paga lo que hay que pagar, y de acuerdo a las capacidades de los líderes para negociar. Pero eso es tema de otra canción pues los liderazgos han huido de Argentina.  

En esa flaca Plaza de Mayo del viernes bailó el pasado, deshilachado e incomprendido, y Argentina volvió a atrasar más que nunca. A ella no fueron siquiera los que hicieron un acto propio entre comicio y comicio para denostar al jefe de Estado, e insultarlo como a cualquier vecino. No estuvo Hebe de Bonafini, no estuvo Amado Boudou, ni todo ese sector de disconformes que soplan las trompetas en las partituras feroces de CFK. Esos a los cuales manda a decir en público lo que ella piensa en privado, y se roban las piedras de los muertos por el Covid 19.  

Quedaron en ese triste palco jirones vetustos de tradiciones caducas, de mitos que perdieron su orgullo, de ilusiones argentinas pisoteadas por la ausencia de jerarquías políticas, de pensamientos e ideas que nos inspiren para salir de esta soberana crisis que parió el 50 por ciento de pobres y de la que se verá su peor versión durante 2022. 

Cuando los deseos conducen al derrumbe

Por Nancy Sosa. La periodista analiza el actual panorama político, a una semana de las elecciones legislativas.

Hay que tener cuidado con lo que se desea pues se puede cumplir, pero para mal. Cristina Fernández de Kirchner y su troupe de “camporeros” desteñidos, o grupo juvenil devenido en post montoneros sin la experiencia de los nenes “Montos” de los 70, creyeron que la derrota de 2015 había sido una injusticia. Por eso, la suerte de 2019 para ellos fue una revancha legítima: el poder les pertenecía. 

Sin embargo, como dice el viejo dicho: “nunca segundas partes fueron buenas”. Se está cumpliendo a rajatablas. No pegan una desde que asumieron, la alegría duró lo que un suspiro de tres meses y luego cayeron las siete plagas de Egipto, comenzando por una pandemia inimaginable. 

El trono del poder suele sentir bajo las ancas del nuevo gobernante el peso de su talento, o la pesadez de su gordura superflua; presiente si el miembro del hombre o la vagina de la mujer tienen lo suficiente para aguantar los huracanes que traen desgracias, los ventarrones que cambian de rumbo de repente, los saltos a los que exponen los pozos de aire cuando se cae en picada. 

Todos los que llegan a aposentar las nalgas en él creen de antemano que ese trono es el lugar de la más inmensa felicidad y que a partir de ese momento solo habrá loas y mieles, elogios y reconocimientos, subordinación extrema, poder de dominación sobre quienes osen desobedecer. El uso del poder tiene el don de hacer creer históricamente que el Estado es el gobernante, y que el gobierno es propiedad de una persona. 

Las experiencias gubernamentales en Argentina siempre fueron un aprendizaje frustrado porque, aún con muchos años de ejercer el poder, se puede caer en la debilidad de creer que se lo puede manejar de taquito, y no se dan cuenta de que para ocupar el trono hay que saber varias cosas, entre ellas que es el pueblo el único amo y señor que se yergue sobre los presuntos soberanos. 

Los sucesivos gobiernos de los Kirchner tuvieron diversa suerte, como también fue diversa y más corta la suerte de Carlos Menem. La suerte acompañó un tramo de la existencia de Néstor Kirchner, lo bendijo por cuatro años. Desde entonces, los dos mandatos siguientes de su mujer fueron de mala suerte por el declive notorio de la economía y los pésimos gobiernos que hizo montada sobre el fanatismo juvenil que alimentó con el manual fraguado y tergiversado de Juan Perón. 

El paréntesis de cuatro años con Mauricio Macri en la presidencia fueron un respiro insoportable para el kirchnerismo sin poder, con todos sus funcionarios desfilando desde los tribunales hasta las cárceles, y la amenaza creciente de lograr el encarcelamiento de la Reina Cristina. Pero ella rezó, imploró a ángeles y demonios, prometió al universo que si volvía al poder lo haría “siendo mejor”. El submundo cayó en la tentación de creerle y le concedió el gran deseo de volver, encubierta, embebida del poder real, tras una recuperación política casi milagrosa. 

Hábilmente instituyó a su peor enemigo, Alberto Fernández, como presidente de la nación, un premio que embelesó tanto al hombre que más críticas públicas había vertido en su contra, que fue incapaz de decir “no”. Y allí comenzó a soportar un castigo divino, sin imaginar hasta qué punto estaría sujeto a la humillación en venganza por sus dichos. El hombre elegido para pagar su impertinencia es un incapaz administrando el gobierno, y ella jamás lo sospechó. 

CFK nunca se había dado cuenta de lo mala que era eligiendo candidatos u hombres para actuar en la función pública. La vanidad tiene el arte de poner un velo y cegar a quien decide: se equivocó con Julio Cobos, que le jugó en contra; se equivocó con el bello Amado Boudou cuando lo designó vicepresidente de la nación; se equivocó con Axel Kicillof como ministro de economía y después como Gobernador de la provincia de Buenos Aires, se equivoca al creer que su hijo Máximo Kirchner va a ser presidente del Partido Justicialista y de la Nación. 

La arquitecta egipcia de otros tiempos ya no puede construir una pirámide que resista desde sus cimientos un proyecto personalista. Cuando se llega a ese extremo conviene pensar bien que hay que retirarse. Soberano modelo propone Marcelo Longobardi al irse cuando está en la cima del éxito. Esa actitud es solo para personas inteligentes, aunque no se compartan las ideas. Desapegarse del poder, cualquiera sea su rango, es para los grandes. 

Pero la actual vicepresidenta en ejercicio de la presidencia de la nación aquí -mientras su delegado presidencial oscila entre la estupidez y el afán de poder ser, aunque sea un ratito, en la reunión del G-20 y del Medioambiente-, no se dio cuenta de que su regreso al poder se hizo sin los únicos que sabían gobernar y cómo hacer platita para la política. Los despreció, no quiso mirarlos, ni hablarles, estando todos en cana. 

Ella creyó que, al cambiar el staff de los viejos políticos amigos de su marido muerto por un grupo de jóvenes inexpertos, alcanzaba para sostener el nuevo poder que el universo generoso le había dado por tercera vez. 

A horas de asistir a una derrota electoral de la cual no zafará ni con un software ruso de última generación, viene a la memoria la foto de los responsables del fracaso de las PASO, la de ella bajando la cabeza y mirándose los pies porque de todos era la única consciente de que ese desastre hacía retroceder sus planes por lo menos 30 casilleros. 

Hora de empezar el repliegue de las fuerzas propias si se quiere salvar la dignidad y la vida de millones de personas expuestas al hambre y a la decadencia por culpa del gobierno que ella armó. Ya no sirve la famosa frase: “Roban, pero hacen”, o aquella otra que ha perdido todo sentido: “El peronismo siempre vuelve para arreglar los entuertos que dejan otros gobiernos”. 

No hay vuelta atrás: el actual, que debe durar indefectiblemente hasta 2023 porque así lo manda la Constitución Nacional, es el peor gobierno que pudo tener la República Argentina en los últimos doscientos años. 

Sobre la vida breve de Dardo Cabo, revisitada en novela por Vicente Palermo

Por Nancy Sosa. El autor de este trabajo tuvo la idea de rescatar la figura del joven de quien la mayoría de sus congéneres recuerdan el nivel de audacia y su capacidad de emprender proyectos temerarios.

Hay en la memoria de los viejos militantes un leve recuerdo de quien fue Dardo Cabo. Tipo secote, de pocas palabras, más bien expresivo con los gestos y su acción política que fue variando con el paso del tiempo.

Fue un politólogo muy reconocido en el país, director durante cuatro años del Club Político Argentino, Vicente Palermo, quien tuvo la idea de rescatar la figura del joven de quien la mayoría de sus congéneres recuerdan el nivel de audacia y su capacidad de emprender proyectos temerarios, no todos lúcidos ni de largo alcance. Uno de ellos: secuestrar un avión para viajar a las Malvinas -algo prohibido- para plantar la bandera argentina como testimonio de que el archipiélago en litigio con el Reino Unido era argentino.

1966, fue el año de la osadía, de ese hecho que lo marcó para siempre. En verdad, Dardo Cabo no fue un protagonista de primer nivel en el cartel de la historia argentina porque el hecho que lo envalentonó fue un “toque y me voy”, una escarapela pegada al vuelo en la solapa del Atlántico Sur. Tres años de Palermo tomó la vida de este joven, hijo de un militante metalúrgico de enorme trascendencia en la historia del peronismo. Un dirigente importante, un apoyo sustancial de Eva Perón para tomar decisiones bravas.

No voy a hacer aquí una reseña literaria, no voy a caer en la actitud de críticos o historiadores, ceñidos a la espera productiva de Palermo para marcar que esta vez no se apegó al ensayo o al análisis politológico. Yo voy a aceptar que Palermo hizo una novela con la vida de Dardo Cabo, la breve vida de “Lito” que convocó su atención.

Los que escriben no tienen por qué adherirse a aquello que siempre hacen si se acepta la libertad de incursionar en otros géneros. Tampoco haré aquí un salvataje académico porque no me da el cuero. Creo, sinceramente -y no en joda- que la idea de hablar, discutir, discrepar, traerlo de vuelta al terreno material de la política para discutir con él protagonista ciertos tópicos que quedaron pendientes en la historia, es una buena idea para construir una novela. Coincido en que no es la típica novela que esperan los que se reconocen “buenos lectores”, pero es una novela.

El mecanismo novelístico consiste en este caso en hacer hablar a un muerto, o varios, sobre algo que pasó en la realidad argentina, del hilván de la propia vida que, concebida como herencia para ser superada, hizo de un muchacho muy joven con una idea clara del peronismo mamada desde pequeño, un personaje trashumante por lugares tal vez contradictorios, tal vez todos ligados a una reserva intrínseca de violencia reprimida.

La historia de Dardo Cabo da para una novela -probablemente una mucho más ligera que la lograda por Palermo-, porque sus condimentos esenciales lo justifican y solo lo temporal lleva y trae, en una ruta por momentos escabrosa, un remolino de acontecimientos.

No quedan dudas de que hay en esa bruma del tiempo la singularidad que arrastra el peronismo plebeyo, como lo llama el propio autor. Ya en esa disputa esotérica, Dardo mismo plantea: “la cuestión nunca fue si eras peronista o no, sino a qué clase de peronismo pertenecías”. Se lo planteaba el protagonista principal de la novela, que había pasado de Tacuara al nacionalismo peronista del Movimiento Nueva Argentina, después a Descamisados y finalmente a Montoneros. Leerlo en el tercer decenio del siglo XXI, no es mera casualidad.

En la novela no se destaca que Dardo Cabo haya sido un líder carismático, sí que fue un hombre de carne y hueso, con una infancia diferente a la de otros chicos, una trayectoria política intensa, con sueños y pasiones, sufrimientos y rebeldías como cualquiera de los jóvenes de la década del 60 pero con contactos heredados de su padre, inalcanzables por sus pares.

“La vida breve de Dardo Cabo – Pasión y tragedia del peronismo plebeyo” no es cualquier título, es símbolo epocal que ilumina una parte controvertida de la historia del peronismo, personajes que para los nacidos en las décadas del 40 y 50 se hicieron comunes en la militancia juvenil y la más adulta, rescata incluso buena parte del lenguaje de aquel momento y sobre todo una manera de pensar la política que hoy no existe.

Problemas de identidad de una tal Cristina

Por Nancy Sosa. La periodista analiza el panorama electoral tras la contundente derrota del Gobierno en los comicios, y los posteriores cambios de gabinete.

A esta altura de los acontecimientos, deseados o no queridos, queda claro que la actual vicepresidenta Cristina Fernández afronta un problema de identidad que va más allá de la propia persona y su línea de descendencia; abarca nada más y nada menos que a sus propias creencias y al juego perverso que ella hace del mal uso y abuso del peronismo, cuando le conviene. 

Desde el punto de vista de la identidad personal (circunstancia de ser una persona o cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras) está claro que su problema no es con el nombre de pila, Cristina Elisabet, aunque el segundo nombre le pesa por no completarse con la “h”, como todas las reinas. Papá y mamá solo se guiaron por el sonido. El problema está en los apellidos: con el Fernández nunca se llevó bien porque era el de su papá -o padrastro, no está claro-, con quien tampoco se llevó bien porque el pobre era colectivero. 

La historiadora Araceli Bellota nos recuerda que Cristina Fernández renegaba desde muy jovencita de la clase social a la cual la obligaba a adscribir no solo el tipo de trabajo de la figura paterna, sino también la de su madre, otra laburante, tablonera e hincha de fútbol como pocas de su edad. Cristina quería pertenecer al Jockey Club de La Plata cuando solo tenía quince años. Por su extracción social nunca la hubieran dejado entrar y se puso de novia con un rugbier que sí pertenecía a una clase más alta por familia, antes de conocer a Néstor Kirchner. Mejor no recordar esa experiencia. Quedó sangre en el ojo y por eso ahora se compra cuanta cartera Luis Vuitton encuentra en el camino. 

Quiere decir que desde su adolescencia ya padecía “crisis de identidad”, y también dentro de la política. Militar, como todos los jóvenes de la década del 70, era una obligación, pero ella siempre tuvo esa reticencia a someterse a un líder de verdad. Tal vez, en el fondo de su corazoncito, quería ser “la” líder. Alcanzó a sumarse a los seguidores de Abelardo Ramos, un intelectual que al final se alió con Juan Domingo Perón. O sea, cayó dentro del peronismo, de costado, como un friso egipcio, aunque no lo quisiera a Perón ya desde aquella época. 

El fracaso del romance con el rugbier la depositó en los brazos del Flaco Kirchner, un tipo feo pero vivo, con seducción, labia y mucha ambición, que le prometió el oro y el moro. Fue entonces que descubrió que para “pertenecer” a otra clase social antes había que tener plata, no escabullirse en los registros del Jockey Club. 

El plan estuvo bien pensado, pero debe haberse convertido en algo muy grande y atractivo cuando Néstor empezó a crecer políticamente: fue intendente de Río Gallegos, luego gobernador de Santa Cruz. La ya Cristina Fernández de Kirchner fue comiendo los cuartos que Néstor le iba dando de a puchos para que no tuviera que pelear por sí misma: primero diputada nacional, después senadora nacional. 

Néstor, el verdadero lúcido de la pareja, el hacedor, el acumulador de fondos más notable de la historia argentina, llegó a presidente de la Nación. Y ahí surgió el pacto real de la pareja: “El primer mandato es tuyo, el segundo es mío”. El segundo fue para ella después de una enorme discusión. Y Néstor tuvo que usar el dedo para designarla como candidata a presidenta en una elección que contó con todo el poder del Estado. Ella, ni siquiera tuvo que hacer campaña. Cristina Kirchner estaba puesta por su marido. 

El Fernández de su apellido nunca brilló. Tuvo alguna presencia cuando inventó la fórmula para el 2019: Fernández-Fernández. Común, pero también poco común. Hay tantos Fernández en la Argentina que hasta se pudo pensar desde el marketing que era un hallazgo empático en el electorado. Y ganaron, no tanto por la osadía ni la cantidad de Fernández en el padrón como por la caída de la economía en el gobierno de Macri. 

Pero, en los comienzos ella no percibió que su delegado como virrey en el Río de la Plata no tenía planes de gobierno y poco importaba esa carencia en el cúmulo de juicios por presunta corrupción que pretendió resolver en su favor. Porque para eso quería el poder, no para gobernar, de tal modo que hasta se conformó con ocupar el segundo lugar. ¿Dónde se ha visto que una reina se resigne a ocupar el segundo lugar? Muchos elogiaron la “estrategia genial” de mandar al frente a otro Fernández. ¿Pensó acaso que el émulo de su apellido iba a resolverlo todo? Como gran originalidad, el émulo dijo no creer en los planes. Claro, ¿cómo va a creer en los planes de gobierno si nunca supo cómo era uno? 

La decepción de la Cristina que de a poco no quiso ser más Fernández fue agravándose con el tiempo y se manifestó en el destrato, en papelones públicos, en subestimaciones permanentes, en órdenes directas de una segunda al primero, en un desplume de la primera magistratura como si fuese una gallina pelándose con agua caliente. 

El colmo de los colmos fue la derrota electoral del 12 de setiembre de este año, donde el Frente de Todos perdió por paliza en el país entero. La cara del fracaso, esa noche fatídica, mostró la vergüenza de la vicepresidenta, mirándose los zapatos, una pose que hasta el más magro asesor de marketing diría que no hay que tener en público. Ni el barbijo la ayudó a soportar el escarnio del derrumbe electoral. La discusión de esa noche dejó en claro que el único que tenía que hacerse cargo de la derrota, hablando, era el Fernández I, quien lo hizo como si acá no hubiera pasado nada y mañana comenzara todo el juego de nuevo. Sin lamentar nada, sin cara de compungido, habló como si se tratara de uno más de esos discursos en los que solo sobresalen sus altos y bajos sonidos guturales para romper la monotonía que, él sabe, está implícita en sus alocuciones. 

Fernández I, el único que sabe que su identidad vale poco, o casi nada, creyó que la debacle lo habilitaba a oxigenar con ciertas iniciativas de gobierno, pero ni sospechó que había quedado al borde del abismo, pendiendo de una cuerda, acicateado por un nuevo gabinete designado íntegramente por la nueva Cristina Kirchner. 

La composición del nombre Cristina Kirchner tiene otro peso y un poder reconocible que une el de ella con el de su difunto esposo. Por eso abandonó el Fernández que la emparentaba con su pareja presidencial, pero solo da para conducir un colectivo de tan común que es, sin desmedro de los millones de Fernández que hay en el país. 

Ella hizo cirugía mayor, hizo cortes en el nombre y el gabinete, puso a dos de los más peligrosos piratas de la política argentina a demostrarle a Fernández I cómo se gobierna, con qué carácter, y con qué iniciativas, a qué hora se empieza a trabajar y para qué sirven las reuniones de los miembros del gabinete. A Alferdez le quedó la quinta de Olivos como símbolo de que aún retiene la investidura presidencial. El vaciamiento fue tan feroz que hasta La Cámpora desapareció del escenario porque unos cuantos quedaron tendidos sobre el asfalto de las urnas. 

La identidad es todo y puede identificarse con un ropaje distintivo. Cristina Kirchner no reforzó solamente su nombre, ahora volvió a los orígenes del peronismo, como suele hacer cada vez que se ve perdida. Va a hablar de Perón como una figurita repetida, pero con la salvedad de que ahora, el recurso suena remanido, antiguo, sin consistencia. Atrasa más que el kirchnerismo, atrasa más que el camporismo, atrasan todos en el gobierno. El retroceso es tan feroz que ahora ni siquiera se ponen de acuerdo sobre si el ministro de economía Martín Guzmán hizo o no un ajuste económico durante su gestión. ¿No saben, o no se acuerdan? Con mirar una boleta de consumo de la electricidad se pueden dar cuenta. 

Finalmente, CFK no es la única en tener problemas de identidad. La ministra de las Mujeres en el orden nacional también los tiene: después de acusar a Juan Manzur por impedir, como gobernador, que se le practique un aborto producto de una violación a una niña de 11 años, tuvo que saludar y hacer nuevas migas con el flamante jefe de gabinete. Este es un problema de identidad de género, ése que insiste en la nueva modalidad del lenguaje inclusivo -es decir, pone el acento en la forma del lenguaje y no en el fondo-, obviando la profundidad de la desviación de gobernador de Tucumán sobre una ley de carácter nacional que debió poner a consideración de su provincia. Y toca también una fibra íntima de la identidad de la vicepresidenta que tiene, aparentemente, contradicciones no resueltas desde el punto de vista personal con la cuestión del aborto. 

Hay finales que son inevitables

Por Nancy Sosa. La periodista analiza las consecuencias de los sorprendentes resultados de los comicios del domingo pasado.

Las consecuencias del resultado electoral del domingo pasado tocaron varias aristas, a saber: a) generó la implosión del Frente de Todos; b) dejó estupefacta a la oposición; c) fue, con claridad, un voto castigo al oficialismo gobernante; d) promete que la elección del 14 de noviembre será mucho peor que la de hace cinco días; e) la coalición de gobierno repartió esquirlas a diestra y siniestra; f) la sociedad política entre el presidente puesto y la vicepresidenta que lo puso se disolvió como una lágrima en el curso de un río. 

Era imposible hacer esta nota en las primeras horas del triunfo de la oposición porque el oficialismo desencadenó tal serie de hechos insólitos y una batalla campal tan degradante de la política, que hasta le privó a los triunfadores festejar el logro electoral. En estas cosas siguen siendo los mismos expertos aguafiestas de siempre. Si ellos no ganan, nadie festeja. Joder. 

La magnitud de la ruptura al interior del Frente de Todos, que ya no es de todos por supuesto, las maniobras pergeñadas por la vicepresidenta para prolongar el sometimiento del presidente de la nación a sus estrategias y argucias, y la sorprendente reacción de un jefe de estado que “se cansó” del maltrato propinado por la “estrella” de la política argentina hizo temblar al país. 

El amague de Alberto Fernández de hacer cómo que “¡aquí no pasó nada!” al día siguiente de la derrota y todavía el posterior, se truncó de repente para dejar perplejo al país entero. La pelea comenzó en Olivos por el cambio de gabinete, se prolongó en una carta de Ella, y un twiter de Él, y varios audios filtrados de una voz femenina. 

Hay que confirmar: CFK debe dedicarse a las tablas. Ese era su destino de vida, pero se dejó llevar por las mieles del poder porque son más ricas que la rápida fama conquistada en los escenarios. Juntó todo, hizo un bollo y se dedicó a vapulear a unos 45 millones de argentinos, pendientes de si va a romper su muñeco o le va a suturar las heridas recibidas por ella y sus fieles seguidores. 

El “batallón” de Cristina Fernández ha perdido calidad desde que fue derrotada en 2015. Antes contaba con personajes que daban para una obra teatral de cierto nivel porque al menos supieron guardar por 12 años los secretos de la corrupción que solo salieron a la luz cuando ella abandonó el poder. Entonces, y recién entonces, fueron en cana junto con los empresarios coimeros. Los actores secundarios tenían nivel, habían sido vicepresidente, ministro de Obras y Servicios Públicos, secretarios de Estado de diferentes áreas, secretarios rivados diligentísimos, gente inteligente como para pasar de ser cajero a tener una empresa austral tan poderosa como no llegó a ser Techint. Sabían cómo hacerse de los dineros del estado, tenían experiencia, y tanta que hasta se compraron inmuebles en Miami y Nueva York con la guita de los Kirchner. O sea, personajes de peso, conocedores de cómo mover el dinero en el mundo. También tuvo peronistas de Perón que le hacían recordar cada tanto la doctrina del General que siempre despreció, como Guillermo Moreno, tal vez el único que puede hablar sin pudor. 

Hoy, la vicepresidenta tiene a su lado a sus dos hijos, con los cuales no sabe qué hacer, Gente de poca monta a la que le suma la ordinariez de una diputada que sólo sabe expresarse por medio de insultos, descalificaciones y distorsiones de la realidad para montar un discurso que de tan perverso termina parándose en la otra vereda -en la de la oposición- a la que le da la razón en todos sus reclamos de los dos últimos años contra Alferdez. Los audios de la diputada Alejandra Vallejos no son aptos para niños ni para mayores con oídos sensibles, pero sorprenden porque de ellos se desprende un odio recalcitrante contra quien reviste la máxima magistratura del país. Lo trata como a un infeliz de un barrio carente sin que se le mueva una pestaña. Obviamente, a nadie escapa que a la merodeadora del poder político solamente una persona, una, le autorizó la catarata de insultos que Ella no puede lanzar. Aquí la diputada juega el rol de chirolita y le sale bien, pero lamentablemente tiene que pedir un perdón que nadie cree y hacer pasar el plancito en línea con la carta de la vice como un exabrupto no querido. ¡Come on! un gobernador pequeño en Buenos Aires cuya inhabilidad incluso se legitima delante del más chiquito de los intendentes, con quienes no quiere hablar. Tiene a Sergio Massa, dispuesto siempre a dar el gran salto de la traición y dejar a Alberto Fernández, “su amigo”, en la delicada vereda de enfrente para no estropear su propio futuro pactado con Máximo Kirchner. 

Esta irritable y prosaica maniobra menoscaba el valor de la política, pudre el poder, inhabilita los elementales acuerdos que podrían reencausar el vaciamiento del que fue objeto el gobierno argentino por estas dos voces, incapaces de actuar con racionalidad, dignidad e inteligencia durante una crisis institucional en que está en juego un país entero. Se jugaron a hacer renunciar a los propios para dejarle el poder vacío (la cosa no da para hablar de vacío de poder). No les importa nada, como siempre, en un tablero donde hay que ubicar sin duda a Hebe de Bonafini, dueña de una letrina que se limpia pocas veces. Hasta Luis D´Elía estuvo más sensato, y otros próceres del gobierno, que no entrarán así nomás a la historia, comenzaron a pensar que del otro lado hay algunos tornillos que fallan y ya no merecen aprobación ni respeto. 

Hay miedo de aventurarse a decir que “éste es el principio del fin del kirchnerismo” porque todavía sobrevuela el mito de que son un ave fénix que siempre se levanta de sus cenizas. Sucede que esta vez ardió la hoguera y un viento fuerte desparramó las cenizas por el aire y fueron a caer en medio del Río de la Plata. Ese viento provino de una avalancha de votos impensados hasta por la propia oposición, todavía temblando por lo que le había pasado dos años atrás. 

No quiere esto decir que en la Argentina se diluya la grieta porque eso es otra cosa: partes más, partes menos, están quienes quieren un país, y quienes quieren otro. Eso se zanjará siempre en democracia, en cada elección, y según soplen los cambios y los humores que en vaivén siguen la ruta de la puta economía. 

A menos que, por arte de una magia realista, un grupo importante de personas decidan sentarse a conversar, acordar algunos aspectos de los puntos que los separan, cedan un porcentaje de deseos cada uno, y se animen a construir tantos consensos como sean posibles para formar una alianza generosa que permita diseñar políticas consistentes, de largo plazo en todas las áreas sensibles del Estado y con interés genuino para la sociedad, de modo que los futuros gobiernos respeten la continuidad cuyo objetivo final sea recrear la Nación y la república que la gran mayoría quiere, sin violencia y sin trampas. 

Donde hay internas, hay democracia

Por Nancy Sosa. La periodista sostiene que aceptar la horizontalidad del poder “supone crecer en el pensamiento político, perder el miedo a la competencia y aprender a dialogar”.

Contrariamente a quienes analizan como signo de conflictividad las internas planteadas por Juntos por el Cambio -o Juntos-, esa confrontación dentro de las PASO, por primera vez desde que el kirchnerismo creó ese mecanismo, le dará sentido a esa elección previa a la definitiva de noviembre, este año. 

Conviene recordar a algunas mentes olvidadizas y siempre dispuestas a la manipulación pública, que el peronismo -peronismo, y no kirchnerismo- hizo ese intento de incorporar partidariamente el concepto democrático y la sana competencia para elegir candidatos presidenciales, el 9 de julio de 1988. Antonio Cafiero, el verdadero renovador peronista, versus el renovador disfrazado Carlos Menem aceptaron jugar esa partida en la que perdió, nada menos, que quien propuso la contienda. 

Eso es historia, y estamos de acuerdo en eso, pero fue un hecho en el que se confiaba que podría cambiar la forma de ejercer la política dentro de un partido tradicional donde más de un dirigente se creyó Perón y usó el dedo a su antojo. 

Es por esta razón que el peronismo -y no el kirchnerismo- está en deuda con la democracia explícita, y por no cancelarla se ha quedado estancado en el tiempo. Ante su ausencia, el bullicio kirchnerista y sus máscaras lo emulan sin acertar en lo esencial. Es decir, en vez de progresar, evolucionar y convertirse en una expresión moderna, repite las mismas argucias arraigándose a lo único que le conviene: el verticalismo autoritario. 

Hablar de poder político hoy, en el siglo XXI, es hablar de cómo se concibe ese poder en la mesa de arena de las estrategias, donde las viejas fórmulas piramidales que mantienen la potencia del poder en su punta han caducado, pero en su retirada tampoco dejan espacio para que crezca el pasto de la horizontalidad. 

Concebir el poder político como horizontal presupone que éste contiene esencialmente a la democracia, acepta que el poder es la suma de criterios de equipos conformados para perseguir un mismo objetivo en beneficio de la sociedad y no de una persona en particular. 

El poder horizontal se puede dar el gusto de contar con infinidad de líderes compitiendo entre sí, honestamente, para crecer en el plano de las sanas ambiciones políticas y donde el espacio, los lugares y las responsabilidades se disputan para poner en juego la eficacia de los matices dentro del abanico de objetivos comunes. 

En cambio, el poder vertical -el verticalismo-, responde a una antiquísima concepción cuyas características básicas son el autoritarismo de una sola persona hacia distintas líneas de subordinados y obsecuentes que sólo saben decir sí con la cabeza gacha. Es lo que rigió por siglos, es lo que creó la costumbre del sometimiento, de la obediencia, de la servidumbre voluntaria, de la compra de voluntades por conveniencia, de la distribución de puestos legislativos a cambio de algo, y, sobre todo, a adherir a un pensamiento único que bloquea el pensamiento propio. 

Por eso, en estas elecciones del próximo domingo 12 de setiembre, la particularidad de blanquear los deseos electorales de cada sector es una contribución inestimable al ejercicio democrático que exigen las elecciones cada dos o cuatro años. Que gane el mejor, y que el sistema D’hont, haga el reparto correspondiente e intercale a quienes alcancen el 15% de los votos del conjunto del partido en cada distrito. 

¿Parece que no hay unidad interna? El típico concepto de los verticalistas se asienta desde el principio de los tiempos en la hipocresía de la “unidad”. Se llenan la boca de “unidad, unidad”, pero una vez que pasa la elección vuelven a matarse como siempre porque la impiedad no es sólo para los “enemigos” de afuera, sino también para los de adentro. No es cierto, y nunca lo fue que: “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”. Falacia, si las hay en un conjunto de lugares comunes que ya deberían jubilarse del lenguaje político. 

El verticalismo únicamente justifica la prepotencia del poder, apenas le concede algunos derechos a un líder de turno que no tarda en tomar las riendas y usar “todo” el poder en beneficio propio. No es verdad que quienes practican el verticalismo “piensen en el pueblo”: les importa un bledo el pueblo, quieren solamente que los voten y luego se callen la boca y acepten las tropelías que están dispuestos a cometer de antemano. 

Entre las peores cualidades del verticalismo se encuentra la construcción de castas, de grupos de privilegio de los cuales la solidaridad ha fugado hace rato y fue reemplazada por el negocio político, la explotación de la pobreza con la excusa de la concesión de favores que no alcanzan ni para poner la mesa del mediodía. No es la piedad el mejor sentimiento de estos grupos, sino la indiferencia oculta, esa que no se proclama porque es antipolítico confesar semejante insensibilidad. 

En cambio, el poder horizontal es, literalmente, un círculo en el que la mayoría analiza, comparte, discute, acuerda, consensua y arriba a las conclusiones más favorables para el conjunto. El líder siempre aparece en ese conjunto con la legitimidad que le da el reconocimiento de su mérito para representar, de la responsabilidad manifiesta para llevar a cabo los objetivos comunes a los intereses de todos. 

Claro está que no es fácil establecer esta modalidad diferente en el manejo del poder, sobre todo en un país como Argentina, donde el inflador de los egos tiene kioscos cada media cuadra por si se desinflan como las ruedas de las bicicletas. 

Aceptar la horizontalidad del poder supone crecer en el pensamiento político, perder el miedo a la competencia, aprender a dialogar, a escuchar, a deponer los caprichos personales, a manifestar habilidad para hallar puntos de encuentro y acordar bajo el método de ganar-ganar, donde no todos ganan todo, pero tampoco pierden todo. La base es el equilibrio, y básicamente la equidad. 

Y esto es lo que sucederá el domingo. Algunos ganarán, pero otros tendrán la posibilidad de no perder todo, y los primeros tendrán que compartir la lista, según los números. ¿Quién define esto?: la gente que irá a votar. Los dedos quedarán en suspenso, salvo en aquellos espacios donde ya dirigieron las listas, pusieron los nombres que -por ejemplo, en el Frente de Todos- la vicepresidenta de la nación aprobó. Sin embargo, en Santa Fe o en Tucumán, tal vez, el dedo haya chocado con los anhelos libertarios de algunos “díscolos” dispuestos a defender sus derechos de participar más allá de la voluntad del soberano partidario. 

Se insiste con el título: “donde hay internas, hay democracia”. La autora estuvo siempre en contra de las PASO porque no cumplían con la misión original. Este año parece que, gracias a la pandemia, se verá cuan saludable es repartir el juego y sacarle el corset a la política tradicional. 

Aunque insistan: el kirchnerismo no es peronista

Por Nancy Sosa. La periodista señala las diferencias entre las gestiones kirchneristas y la primera década de gobierno peronista.

“Si alguien no se hizo peronista en esos 12 años de nuestros gobiernos… tal vez se hicieron kirchneristas, porque no vivieron el peronismo”. Frase errática de la vicepresidenta de la nación. Como diría la señora Mirta Legrand, con su dedito pasando de un hoyuelo a otro: “lo digo, o no lo digo”. Otros se preguntan: ¿qué quiso decir Cristina Fernández de Kirchner? 

Sin dar demasiadas vueltas el inconsciente se hace presente en la incertidumbre de la afirmación. ¿Cree, verdaderamente, que el kirchnerismo es igual que el peronismo? La respuesta es clara y sencilla: el peronismo no tiene nada que ver con el kirchnerismo, aunque quiera emparentarlo solamente en tiempos de campañas. Esa vaca no da más leche y es conveniente ir a ordeñar a otro parte donde se abrevan ideas perdidas de la izquierda. 

Para empezar, el peronismo no dejó ni en sueños el nivel de pobreza que el kirchnerismo fue acumulando durante sus primeros 12 años de gobierno, y ahora con la pandemia ya tiene que aceptar -sin chistar sobre Mauricio Macri- que el gobierno de Alberto Fernández es el promotor del 45% de pobres que hoy se exhiben. Por el contrario, el primer peronismo generó que el sistema productivo y laboral se agrandara y entrara gente que nunca había tenido un empleo en blanco, con salarios dignos, jubilación y hasta vacaciones. El kirchnerismo lo achico y expulsó a dos millones de personas más a la informalidad y la pobreza. 

Hoy se dice, muy suelto de cuerpo: “el Estado te cuida”. Sí, te cuida y hace desastres como la ampliación de la plantilla previsional especulativamente ampliada en el gobierno de “la señora”. El primer peronismo afilió al Instituto Nacional de Previsión Social a 3.245.000 personas en un quinquenio porque los conservadores y los radicales de la época no los contemplaban, pero al mismo tiempo aumentó la capacidad de ahorro popular, los depósitos en los bancos se triplicaron entre 1943 y 1948 y fomentó la idea de la austeridad y el ahorro. 

El ahorro era una conducta que se fomentaba en la infancia desde el hogar y la escuela pública; los niños argentinos tenían su libreta de ahorro desde sus primeros años y aportaban a ella para tener un pequeño capital en el futuro. En aquella Argentina se afianzaba el bienestar y la previsión social, el consumo se reducía y la producción crecía. Entre 2003 y 2015, y luego a partir de 2019 se impuso el consumismo. Claro, si la primera dama y luego presidenta y vicepresidenta del país no va ni a la esquina sin una cartera de Luis Vuitton, y guarda sus dinerillos en las bellas islas del lado oriental sudafricano, ¿de qué ahorro podemos hablar? 

El Kirchnerismo degradó al máximo extremo la herramienta de los subsidios, que ya debería desaparecer tanto para los planes a desocupados como a las grandes empresas que se han acostumbrado a hacer negocios bajo la sombra del Estado subsidiante. Predomina en la economía más la caja de subsidios que la herramienta de los convenios colectivos de trabajo instaurados en el primer gobierno peronista. Nada es perfecto, todo es perfectible, y en el sindicalismo de hoy hay unas docenas de dirigentes que debieran hacerse cargo de la caída estrepitosa del nivel salarial y el poder adquisitivo, por su genuflexión ante el poder kirchnerista. 

En el primer peronismo ya se sabía que cuando la emisión monetaria y el respaldo financiero dejan de tener correspondencia, el único resultado es que se dispara la inflación. Y Perón la domó en dos años cuando en 1951 tuvo que aplicar la “racionalización económica”. ¿Alguien percibe que este gobierno utilice estos términos o reaccione frente a las anomalías económicas por ellos provocadas? 

Perón aconsejó en esa instancia dramática, cuando por la suba de precios apareció el pan negro en las mesas de las familias, que la salida era “producir más y consumir menos”. Nunca fue un consumista. Todos recuerdan cada saco y sobretodo que “el Viejo” usó durante toda su vida. Y Eva Perón solo hizo alarde del lujo cuando viajó a Europa porque la convencieron de que tenía que parecer una reina, o cuando iba al Teatro Colón a desafiar la estética de las señoras de clase alta. Siempre usó sus trajes sastres, sus vestidos sencillos y blusitas como la mayoría de las mujeres de su época. 

Según Perón el antídoto para contrarrestar los males de la pobreza es la “justicia social”, que el Estado debe concretar asegurando el trabajo, la salud pública, la educación y la previsión y asistencia social. Esos parámetros, junto con la justicia social han desaparecido, hoy el panorama es lastimero en las calles de la ciudad de Buenos Aires por los miles de seguidores de los movimientos sociales que anhelan desbancar a los sindicatos para, justamente, profundizar la informalidad y la pobreza. La perversidad de la izquierda no tiene límites y a ella adhieren los dos Fernández como si estuviesen liderando una “revolución”. Sí, una revolución para hundir a la Argentina. 

De acuerdo al kirchnerismo, se preguntan los trabajadores argentinos: ¿cuáles son los medios propuestos para superar la pobreza? Porque en el primer peronismo lo más importante era “la elevación del nivel de vida hasta el standard compatible con la dignidad del hombre y el mejoramiento económico general”. También la propulsión de organizaciones mutualistas y cooperativas, el incremento de la formación técnica y capacitación profesional, los préstamos para la construcción y renovación del hogar obrero y de la clase media, de los pequeños propietarios, rentistas y jubilados modestos, el estímulo, fomento y desarrollo del vasto plan de seguridad social y el mejoramiento de las condiciones generales de trabajo. Nada de eso se ve en los gestos -porque de planes ni hablar- de la dirigencia kirchnerista. 

La pobreza se asociaba en aquel entonces siempre con la clase trabajadora, con “el pueblo humilde”, al que el propio Perón consideraba “lo único permanente en el país”, “la única base de sustentación para la unidad nacional”, porque era en su doctrina la esencia de lo que denominaba la “comunidad organizada”. Hoy prevalece la desorganización dentro de la comunidad por conveniencia de un grupo de piratas que creen convencer políticamente desparramando dinero, a todas luces insuficiente para resolver los problemas diarios de quienes lo reciben. 

El Peronismo del 45 al 55 produjo un ascenso social reflejado en el aumento del nivel ocupacional de los obreros, que fue de 846.111 en 1943 a 1.151.309 en 1947, mientras el aumento en los salarios, tomando como base 100 para 1943, alcanza un índice de 271,9 para 1948, es decir un aumento de un 99,8 % entre 1943 y 1947 para el salario medio de un obrero. 

Antes de fijarse tanto en el macrismo, la sucesora en el orden presidencial debería tomar en cuenta el nivel de odio y venganza que anida dentro de las filas que ella comanda porque, si se trata de pensar y aceptar al otro, no es el kirchnerismo precisamente el más apropiado para hablar de eso y está a la vista con los últimos sucesos. 

A riesgo de ser demasiado explícita, la sugerencia sería que abandone los ataques contra el enemigo viejo porque ya no da rédito, ni siquiera en la campaña electoral que se transita. Es un error no forzado en contra de la propia tropa, dentro de la cual figuran unos cuántos hombres y mujeres que sirven a los propósitos ideológicos bajo el disfraz del periodismo. 

En todos los gobiernos se producen fallas, equivocaciones no queridas, pero las transgresiones a las leyes que el mismo gobierno dicta deben ser marcadas por la oposición, justamente porque cumple con ese deber democrático. Para eso está. Quien siente humillación tiene un problema psicológico personal, toma todo en forma personal, y está lejos de considerarse que practica el arte de hacer política. Cuando el kirchnerismo es oposición sus reacciones son verdaderamente agresivas y violentas, y nadie se queja de nada a menos que se excedan en la falta de respeto y avasallen los derechos de los demás. 

Pero se hablaba desde el principio de esta nota que el kirchnerismo no es el peronismo. Sin embargo, se empeñan en emparentarlo. A falta de un Ginés González García, sanitarista, o un Gollán venido a menos como candidato a diputado nacional con el mayor nivel de rechazo popular bonaerense, el Canal 7 del gobierno ahora trasmite historietas animadas sobre salud y enseñanza de ese tema por parte de un personaje llamado Ramón Carrillo, un verdadero médico y sanitarista del que todo el peronismo guarda memoria por su sapiencia y capacidad de trabajo en la primera década de gobierno de Juan Perón. 

¡No vamo a trabajar, no vamo a trabajar!

Por Nancy Sosa. La periodista reflexiona sobre la propuesta impulsada por ciertos sindicalistas de reducir la carga laboral semanal.

Está cantado que los representantes legislativos en Argentina, provengan o no del sindicalismo, están de acuerdo en que, mientras el país se va a la lona por la falta de trabajo y la inexistencia de producción activa, los pocos laburantes que quedan deberían “gozar” de la reducción de la jornada laboral a 6 horas, o trabajar solo 4 días de la semana.

O sea, este es el momento en que aparece el estribillo de la vieja canción: “no vamo´a trabajar, no vamo´a trabajar”. Pareciera insuficiente el desastre económico causado por las directivas de una administración con escasa habilidad gestionaria y política durante la pandemia, y por esa razón los dipusindicales o afines a esas organizaciones que ya no exhiben ni el 10% de lo que eran, buscan que en el país cada día se trabaje menos. 

Las propuestas laborales eran una genialidad en la década del 60 cuando se presumía que la población mundial tendría tanto trabajo que habría que acortar las jornadas o los días laborables de la semana para fomentar “el ocio” o el entretenimiento de la gente porque, al fin y al cabo, la vida se trata de eso: de gozar. Ahora, el parche quiere aplicarse a la peor de las situaciones: como la pandemia dio de baja sin aviso a unos millones de empleos, es mejor que algunos trabajen menos para que otros accedan a un cacho de trabajo. No se les ocurre que existen proyectos y fórmulas capaces de generar nuevos puestos de trabajo, empleos en áreas todavía no inventadas pero que se insinúan, y sobre todo producir, producir y producir en todos los sectores 

Al revés de lo que indica el sentido común, por el cual los argentinos desearíamos laburar si fuese necesario doce horas por día para levantar al país, los exlaburantes ahora convertidos en riquísimos dirigentes, casi empresariales, proponen -es un decir- trabajar menos, lo menos posible, y que el salario sea el mismo. Quien escribe estas líneas no quisiera tener en su casa ni uno solo de esos tipos administrando el hogar, jura por Dios. 

Resulta a todas luces increíble que ese puñado pequeño de sindicalistas que alcanzaron a ocupar una banca en la cámara baja gracias al dedo de Cristina Fernández, interprete que esa sería la forma de “no favorecer la precariedad” (los muy brutos dicen precaridad) laboral. También niegan que las modificaciones a la jornada laboral se consideren fuente de informalidad, pero la relativa legalización del teletrabajo, nacido de un proyecto vago y poco conducente, coloca al borde del abismo a esos trabajadores con jornada reducida. 

La ausencia de controles con esta modalidad se hará notar en cuanto se implementen las leyes presentadas por Claudia Ormachea (Asociación Bancaria) y Hugo Yasky (CTA), la primera autora de la idea que reduciría la jornada laboral a seis horas, como si Argentina fuese Japón. Yasky, exsecretario de Ctera está chocho con que se labure nada más que cuatro días a la semana. Imaginemos que los niños acuden a estudiar a las escuelas solo cuatro días en lugar de cinco pues los maestros no les enseñarán ese día después del atraso educativo provocado por la pandemia, que finalmente resulta una fatalidad para el porvenir argentino. 

Lo menos que necesita el país después de la catástrofe económica dejada por el kirchnerismo en solo un año y medio de gestión, es no trabajar. Un gobierno sensato, con ánimo de levantar a un país desde los escombros que deja una inflación que se aproxima al 50%, un nivel de pobreza que a mediados de 2021 ya es del 45%, una pérdida adquisitiva del salario como no se ve desde 1989, la destrucción de 2.500.000 de puestos de trabajo en todo el país, el cierre de 45.000 Pymes, y la salida del país de una veintena de multinacionales, solamente necesita que al menos 30 millones de argentinos pongan manos a la obra de reconstrucción de la Nación, hecha añicos desde hace más de 12 años, y por enésima vez. Esto incluye también a los que gozan de los planes y no trabajan. 

Las responsabilidades de este desastre son indelegables y recaen en el actual gobierno, y el compromiso de reconstruir el país como si fuese el punto Cero de Nueva York después del atentado a las Torres Gemelas, está en las manos de cada uno de los argentinos. Los legisladores nacionales que representan a todos los argentinos tienen la obligación de señalar la locura de un conjunto de vagos y malintencionados pseudos dirigentes, y evitar que esos proyectos sean aprobados en la cámara baja. 

Vergüenza nacional se siente al ver cómo “estos cosos”, como dice mi amigo y periodista Lalo Molar, acusen al destartalado empresariado argentino de “economicistas” que solo ven el costo laboral y la productividad. ¿Qué otra cosa pretenden que no se vea? El cinismo llega al tupé de hablar del “esparcimiento” que derivará de la reducción de la jornada laboral y cómo eso repercutirá en el mercado interno y el consumo. Sólo un delirante puede hacer semejantes afirmaciones en un país destruido al que no quieren reconocer como tal, y además seguir creyendo como lo dice insistentemente la actual vicepresidenta de la nación, que el consumo es el remedio para una economía decadente. Sin embargo, ella promueve el consumismo, un concepto que siempre estuvo en las antípodas del pensamiento peronista. 

La contribución de ciertos científicos refugiados dentro del Conicet tampoco aporta positivamente. Consideran que el cambio no sería “informalidad”, sino que -por el contrario-, supondría una “mejora en la calidad de vida, que favorece la formación y el aprendizaje permanente a lo largo de la vida, que dinamiza el ejercicio de la ciudadanía, las prácticas de consumo sustentable y comunitarias”. Eso piensa la investigadora de Universidad Nacional de General Sarmiento. Instituto de Desarrollo Económico (UNGS-IDES) Cecilia Anigstein, quien además sostiene que la nueva modalidad “es una herramienta para promover una redistribución equitativa entre géneros de la carga reproductiva, no remunerada, en los hogares y comunidades”. ¿What? 

Para eso llegarán al Congreso como refuerzos sindicales el dirigente bancario y radical Sergio Palazzo, en el cuarto lugar de la nómina del Frente de Todos bonaerense y con firme chance de ocupar una banca. Yasky aspira a renovar la suya en las elecciones de este año. Hasta 2023 continuarán en Diputados: Facundo Moyano (Peajes), Claudia Ormaechea (AB), Carlos Cisneros (AB), María Rosa Martínez (CFT), Carlos Ponce (Plásticos) y Estela Hernández (Ex Comercio de Chubut). Sin posibilidad de renovación de bancas quedaron Pablo Ansaloni (Uatre), Carlos Ortega (Secasfpi), Patricia Mounier (Sadop) y Pablo Carro (CTA Córdoba). 

Del romanticismo revolucionario a la esclavización totalitaria

Por Nancy Sosa. La periodista analiza la historia de la revolución cubana, a la luz de las últimas protestas contra el régimen castrista.

La humanidad es propensa a los cambios y transformaciones, los generan hombres y mujeres de diferentes épocas con mayor o menor grado de éxito. Esos cambios son como una montaña rusa que sube y baja, a veces abruptamente. Esas transformaciones surgen de momentos llamados revolucionarios, de revoluciones que en su raíz prometen románticamente modificaciones tendientes a alcanzar la felicidad de los pueblos. 

Sin embargo, la historia se ocupa de reflejar impiadosamente que los romanticismos revolucionarios conducen sin remedio a la expansión de las ambiciones personales y de poder, y los pueblos padecen sin excepción las consecuencias de las expansiones desmedidas y del poder dictatorial que se instala para conservar lo presuntamente logrado. 

En ese proceso, almas de todo tipo, personas buenas y malas, ricos y pobres, ignorantes o ilustrados se involucran tras una ilusión que apenas se esboza en sus cerebros porque en su mayoría nadie sabe hacia donde se va y cuáles son los objetivos de semejante movimiento energético llamado política. 

Hacer historia es perder el tiempo, aquí. Solo valen algunos ejemplos como la Revolución Francesa, de la que quedaron al menos principios básicos y un Estado nuevo del que reniegan líderes del siglo XXI con escasa formación política e histórica. Libertad, Igualdad y Fraternidad, la caída de la monarquía clásica, un cambio transversal en la cultura y los modos de vida fueron sus resultados, necesarios y celebrados. Pero esa Revolución, en la que hubo muertos en cantidad derivó luego en el imperio Napoleónico que reinstaló un poder cuasi monárquico, dominante por dentro y exageradamente expansivo por fuera de Francia. El romanticismo creado por la Revolución Francesa derivó en un totalitarismo que esclavizó pueblos y naciones. La humanidad creció a costa del padecimiento de los pueblos. 

Con la Revolución Industrial pasó más a o menos lo mismo, con la diferencia de que la esclavización se encapsuló en la estructura de la producción y del trabajo, dando lugar luego a la fatídica “división internacional del trabajo”. En esa fase se inscribió la denominada revolución bolchevique que se planteó las etapas del socialismo y el comunismo, sin éxito en ninguno de los dos. Esa revolución, que se extendió en el tiempo como su hubiera triunfado se cayó definitivamente en 1989 junto con el muro de Berlín, pero dejó en el intento millones de muertos, sometimientos militaristas rígidos, seguimientos persecutorios a propios y extraños, y un imperio que brilló más en la Guerra Fría, pero se descongeló en un santiamén a manos de las mafias rusas que dieron lugar a la ahora denominada Federación Rusa. El único perjudicado de las estrategias sofisticadas, incluyendo la Perestroika fue el pueblo ruso, hoy envuelto en una serie de reacciones que, como en otros lugares, son los últimos estertores de una revolución caduca y el fracaso de un poder omnímodo. 

No entran en esta descripción los golpes de Estado, solo las irrupciones políticas consideradas “revolucionarias”, y entre ellas, las que tuvieron cierta duración en el tiempo y son próximas a nosotros. 

Es el caso de las “revoluciones” cubana, venezolana y nicaragüense. De esta última la permanencia en el tiempo no es una razón para otorgarle la valía de un triunfo sino todo lo contrario. Daniel Ortega es el típico izquierdista que, con la excusa de instalar un socialismo justo, terminó apropiándose de un país para hacer lo que se le diera la gana, cargarse miles de muertos sin que nadie ose condenarlo y someter a un pueblo que ya está exiguo. Venezuela es el caso más palpable de una “revolución” cuasi justificada en los inicios de Hugo Chávez por la desigualdad y la pobreza dentro de un país rico gracias a su petróleo. ¿Adónde fue a parar esa buena intención militarista de “salvar al pueblo” de la injusticia? A la dictadura de Chávez, y de Nicolás Maduro después de la muerte del líder. Maduro logró que emigraran de ese país cinco millones de venezolanos, mientras él cometía todo tipo de atropellos, asesinatos de adversarios, duros castigos, torturas y aberraciones contra los derechos humanos. Y encima no tiene más petróleo ni alimento para los que quedaron. 

En Argentina se celebraba a Chávez como si fuera Juan Domingo Perón. Pretendió serlo, más no pudo. En Argentina, los imberbes de la década del 70 encontraron en la figura de Néstor y Cristina Kirchner a los líderes de una revolución trunca a causa de la dictadura militar en 1976. El devenir de los hechos parecía darles una oportunidad de saldar aquella “deuda” del destino, pero solo consiguieron permanecer tres mandatos para cometer el peor asalto a las arcas del Estado que se haya visto jamás. Hubo un parate de cuatro años y retornaron para “profundizar” la revolución iniciada pero solo consagran hasta ahora un grado superlativo de ineficiencia en la gestión administrativa, política y diplomática, como nunca antes. 

La Revolución Cubana fue desde 1960 una llama señera de todas las izquierdas de la mitad del mundo. Su máximo líder, Fidel Castro, creó verdaderamente una idea de revolución con aspiraciones a crecer desde una modesta isla con ningún territorio aledaño para anexar, ninguna plataforma marina capaz de aumentar su geografía. Solo Sierra Maestra, y luego la toma del gobierno de un perverso Fulgencio Batista, adicto a las farras, la prostitución, las fiestas y las amistades norteamericanas que viajaban por mar unas pocas horas para vivir la vida loca. Y el pueblo cubano, muerto de hambre. ¿Cómo no aplaudir a Fidel? El hombre fuerte, carismático, con un discurso seguro y promesas como ramilletes en cada mano. Con solo 34 años y un conjunto de soldados amateur pero bien entrenados en Estados Unidos, “bajaron un día de Sierra Maestra” para recuperar a Cuba e instalar la revolución comunista. 

Desde ese entonces fue maestro y formador de cuanto niño rebelde caía a sus pies honrándolo hasta la emulación. Y cuando se le sumó el Ché Guevara, se llevó la mitad de las simpatías juveniles argentinas. Perón dio cuenta de cómo hasta los mejores cuadros del peronismo hacían “entrismo” al estilo cubano. Y soportó las bravuconadas de las orgas armadas donde caló hasta los huesos la idea de que todo se lograba a punta de rifles y pistolas. 

Claro que era atractivo. Hasta los periodistas más inquietos en el primer tramo del retorno de la democracia nos emocionamos hasta las lágrimas cuando nos invitaron a visitar Cuba, participar de diversos “Congresos”, rigurosamente desmitificados por el gran García Márquez como una gran ironía y para que los concurrentes se diesen cuenta de que “eso no era lo importante”. 

Todos los que fuimos hablamos con los cubanos y nos trajimos una idea diferente a la proclamada por el régimen. Con los pocos que se animaron a hablar rescatamos unas verdades no difundidas por los medios locales, pero era solo adentrarse a algunos barrios marginales para darse cuenta de que el nivel de vida del pueblo no era el mismo que veíamos en el Hotel Havanna y otros de esa categoría. Las guaguas (micros) argentinas eran las mismas que le había enviado Perón a Fidel en 1973. Desde entonces y hasta 1986 el transporte seguía siendo el mismo. Y los “arbolitos” funcionaban a full en la plaza central de la Habanna cambiando dólares. 

En los últimos días de este mes de julio de 2021 vimos cómo aquél viejo romanticismo revolucionario se convertía en farsa, como en todos los intentos previos. Acostumbrarse a pensar que la transformación del mundo pasa por la consigna “patria o muerte” es quedarse dormido en las tierras ciegas del olvido. 

El mundo nunca va para atrás, mal o bien siempre marcha hacia adelante. Y aunque lo que viene no siempre es mejor que lo que había, es para avanzar, nunca para retroceder. 

La revolución tecnológica, ésta que estamos viviendo ahora, está descabezando todos los resabios revolucionarios con un simple “like”, que convoca multitudes desde la “primavera árabe” hasta la fecha. No hay más líderes, no hay más masa, no hay quien te lleve de las narices para hacer lo que se le da la gana. Tampoco sabemos qué consecuencias traerá esta nueva revolución, pero hay algo muy cierto: las revoluciones pedestres están muertas y las armas que prevalecen son la información, las herramientas digitales, esas que en un abrir y cerrar de ojos hacen que el mundo entero sepa qué está pasando en determinado lugar, cuántos atropellos se están cometiendo, cuantos pobres existen en el globo terráqueo, y cuánta gente se muere por minuto a causa de un virus. 

Lo que más se lamenta no es la pérdida de la ocasión de participar de una revolución creyendo que de esa forma se cambiará al mundo. Se lamenta que tanto romanticismo, tanta inocencia bajo el dominio de una bota civil o militar, se pierda sin dejar una simple gota que sirva para hacer una buena poesía. 

Entre vivos y muertos: una paradoja

Por Nancy Sosa. La periodista analiza los entretelones de los siempre tumultuosos cierres de listas electorales.

Es alucinante ver cómo, mientras enterramos a más de 100 mil muertos por Covid 19, las caras de los dirigentes políticos se iluminan frente a un futuro cercano pero incierto. Por suerte es una elección de medio término y se juegan solo, pero no tan solo, las butacas legislativas de recambio en todos los niveles. 

Hay una cuestión que hermana a todo el arco político: la pandemia, que no cesa y amenaza con seguir su camino de atrocidades. Pero también los sigue hermanando la costumbre de las roscas. ¡Cómo les gusta! De ésas no pueden prescindir. Sufren como desgraciados, pero las siguen a morir. Se pasan de sectores, arreglan con unos y a la semana se volatiliza la alianza con la velocidad de un rayo. Se amigan, se separan, se juntan un rato y luego vuelven a distanciarse. Es que no hay nada más inestable que un vínculo político. 

Para peor ahora escasean las caras presentables en las listas, la competencia es tan feroz que por primera vez se ve, en muchísimos años, que se bajen de sus posiciones varios primeros candidatos de renombre con la excusa de que hay que dejarle el lugar a otros copartidarios, aunque en realidad estén pensando en presentarse como candidatos a presidente en 2023. 

Lo que no reconocen es que desde fines de 2019 la “clase” política se derrumbó por el Covid 19 y esta vez, sin la alaraca del 2001, la mayoría de los argentinos hizo algo distinto: se calló la boca. No dice nada. En las encuestas los números son bien relativos porque en cada cerebro nacional ronronean estrategias de castigo para diestra y siniestra. “Dejá que armen, y después van a ver lo que les pasa”, dijo un desilusionado de aquellos que en lugar de resignarse elabora técnicas perversas de venganza política en las urnas. 

¿Cuál es el escenario de las fuerzas políticas, hoy, aquí y ahora? Ya no es más Braden o Perón, peronistas o radicales, kirchneristas vs. antikirchneristas, emblema del odio de ambos lados, y no se haga nadie el distraído. Tampoco es Cristina o Mauricio. Esos dos liderazgos están en fuga. El kirchnerismo es hoy la fuerza más desintegrada y sus alianzas son tan pequeñas, con núcleos casi unipersonales, que eso del Frente de Todos resulta poco verosímil. Son La Cámpora y sus desmadres, nada más que eso, pero no son pocos. Los de Juntos por el Cambio están en sintonía con el nombre, porque sus cambios internos son muchos y variados. La ventaja de JxC es que logró acumular una cantidad de dirigentes con cara y lengua más potentes que las de los radicales cuando estaban solos, y ahora los lugares en la repartija son pocos y va a ser difícil conformar a todos. Entonces, los radicales menos desanimados porque se los tragó el Pro dijeron que querían internas y pusieron a Facundo Manes, desesperado por pertenecer a algo, pero siempre en el primer lugar. 

Los neurocientíficos son así, conocen tanto como funciona la mente que terminan dominando a los radicales que ahora mandarán a la cola a todos los aliados que consigan. O sea, vale más la cara nueva de Manes que todo el trabajo político y la experiencia de Margarita Stolbizer, así como el conocimiento del territorio bonaerense de Emilio Monzó y de Joaquín de la Torre. Se la fuman porque ellos quieren ser gobernadores en 2023, los dos juntos. 

Los libertarios comenzaron con el pie derecho y hubo un momento en que parecía que hacían pie. Reconocidos cacheteadores de la derecha a la izquierda de cualquier pelo, tuvieron un resbalón temprano y patético. Le tocó, nada más y nada menos que al hombre que porta cara de soberbio: José Luis Espert. Criticón como ninguno, no supo sin embargo comprender con quien debía juntarse para hacer política -no hay alusión a Milei ni a Rosales-, y fue a dar con un amigo que se le presentó “ocasionalmente” en el verano de 2020, podría decirse que en algún lugar de veraneo y no nos equivocaríamos. Tal vez. Hasta Romero Feris huyó de allí y se llevó el sello con el que iban a presentarse en las PASO de Setiembre. 

Que la guita de los narcotraficantes se esconde en el lugar más oscuro de las campañas electorales no es algo raro, solo hay que meter los dedos en los números y los registros cuando termina la confrontación electoral. Pero que te pesquen antes de empezar la campaña, es una burla. A Milei no le dieron los pies para huir del terreno pantanoso por más que Espert se empeñara en explicar el desconocimiento de un anfitrión tan generoso. Por eso emprendió camino para protegerse bajo el ala de López Murphy que, después de incursiones furtivas para ver cuánto le reconocían en JxC, decidió ir a internas en ese espacio con otro sector capitalino, y un equipo que incorpora científicos, empresarios como el marido de Pampita, y otro periodista y analista: Gustavo Segré. Es la derecha digerible de JxC. 

Muchos economistas asomaron la cabeza en la contienda que está a punto de comenzar. Roberto Cachanovsky quiere, pero no sabe dónde, Martín Redrado está siempre disponible, Martín Tetaz apostó a los cinco primeros y va como segundo de María Eugenia Vidal. Les ha surgido una nueva ambición a los hombres de los números, que no siempre sirven para hacer política, ni tienen experiencia en el chapaleo del barro político. También parece que saldrán a la luz los infaltables “tapados”, como si en Argentina fuera difícil que alguien duerma con frazada corta y sea reconocido por sus pies. Las figuras “populares” provienen de cualquier lado, por eso da lo mismo un cantante, un corredor de autos, un competidor de lanchas, periodistas que, sin calibrar como el intendente de Tres de Febrero que es una joya, o emular a Norma Morandini o Miguel Bonasso, se tiran a la pileta porque -dicen- “me llamaron” y agarraron en el aire un pedazo de pan envenenado. Amalia Granata arrancó desde el peor lugar: periodista de espectáculo por vanidad, pero se vio el cambio de esta mujer joven, quien se reveló con vocación política sin tanto egocentrismo como el que se hubiera esperado. 

El egocentrismo político en Argentina es muy superior a la vocación de servicio a través de la política. Y por egocentrismo y ambición de poder fracasan hasta los partidos aparentemente más utópicos. Vemos aquí como la izquierda en sus múltiples facetas no pueden ponerse de acuerdo en ninguna elección. En sus comportamientos legislativos de orden nacional, provincial o municipal sus voces son pocas, pero generalmente estruendosas. Ese afán de indignidad permanente, esa alteración emocional para cuestionar cualquier cosa, es apenas una mascarilla -no carnavalesca, sería mucho decir- que intenta disipar las arrugas de esos nucleamientos pequeños nacidos para el ruido y el estruendo, carentes de una verdadera ambición de poder político porque piensan de antemano que jamás serán gobierno. No se animan, y se aferran a la vieja consigna de que “el gobierno debe ser del pueblo”. ¿Qué pueblo entero va a gobernar? Sin embargo, en los sindicatos, y después de ulcerar la memoria del dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel, acusándolo de apoltronarse en el sillón -aunque en el medio se haya comido siete años de cana por la dictadura- los dirigentes sindicales de izquierda cubano-nicaraguense, como el de prensa, se han plantado como almácigos desde fines de la década del 80 hasta este 2021, destruyendo la institución y ganándose el rechazo de la mayoría de los trabajadores de prensa. Pero siguen sentados en el mismo sillón en una entidad vacía de contenido y de gente. Véase también como la izquierda sindical es destructiva con la educación de los menores a través de dirigentes como Baradel con Suteba, Yasky y Michelli en ATE. Por supuesto, el tradicional cupo que tenía el sindicalismo hoy no existe en las listas electorales. El único que se muestra es Facundo Moyano, porque fue a la universidad. 

Los pases de distritos son un poroto al lado de las deformidades de la política. El gallinero está alborotado y es preferible que así sea porque significa que los animales están vivos. Nos resta tener una encuesta acerca de cuántos políticos resultaron muertos a causa de la pandemia. 

Alertas bonaerenses: Kicillof no sabe negociar

Por Nancy Sosa. La periodista advierte sobre las dificultades de la administración de Axel Kicillof para renegociar las deudas.

La única forma de comprender que el gobernador Axel Kiciloff haya pospuesto 19 veces un acuerdo para pagar la deuda externa de la provincia de Buenos Aires es remitirse a la concepción del conflicto según las versiones marxistas y neomarxistas donde el dinero en sí no es lo principal sino a qué sector capitalista no hay que pagarle porque es contrario a la ideología. 

En algunas opiniones de los últimos días se duda acerca de las capacidades de Kiciloff para negociar, actitud que ya se ha comprobado, porque la repite, con el Club de París en 2015, con la estatización de Aerolíneas Argentinas, con el pago a los españoles sin revisar la deuda. No es posible que un funcionario de primer nivel se niegue en 19 oportunidades a acordar, incluso ahora mismo cuando un acuerdo queda sin cerrarse por solo 2 dólares de diferencia. 

Releyendo las teorías sobre el conflicto liberal y marxista, dos visiones contrapuestas, surge la conclusión de que la corriente a la que adhiere el mandatario bonaerense no le da herramientas para ponerse ducho en materia de negociación en la que el dinero es la parte sustancial. Para ser sincera, tampoco sabe negociar muy bien, y se ve, a favor de los distintos grupos vulnerables, los más necesitados, los que menos recursos tienen, como ordena el marxismo. 

Esa falta de aptitud para ver las deudas a saldar lo llevó a ser ultrageneroso con el Club de Paris, donde tuvieron que decirle hace seis años que ya está, que es suficiente lo pagado, para ese momento. Los hispanos callaron, como siempre que ven que el otro le está dando un billete de mil pesos actuales en lugar de uno de 10 recién salido del horno. Pero ahora, en 2021, cuando no cumple la función de ministro de economía sino de gobernador, el “pequeño Kici”, como lo llama cariñosamente el periodista Jorge Lanata, amarroca, no larga la guita para cancelar sus deudas con los prestamistas. Guarda esa plata para la campaña electoral que se le viene encima de mala forma, tanto como amontona vacunas en heladeras para usarlas unos días antes de las elecciones y “provocar un shock” de dinero y vacunas salvadoras, de modo que los bonaerenses tengan fresca en su memoria la “generosidad” del Estado presente con llegada tarde. Parece que tampoco confía en la memoria de sus gobernados. 

El gobierno bonaerense está cerca de un acuerdo con los bonistas para reestructurar US$7.148 millones, “un manguito” importante como se dice en la jerga periodística. Pero no quiere arreglar porque sus vísceras y sus emociones empoderadas le ponen anteojeras para que solo piense en las elecciones del último cuatrimestre del año. Esas, las de medio tiempo, donde se dice que si no hay 2021 no hay 2023. 

Kici tiene que sacar a flote a la provincia más afectada por la pandemia por culpa de la conducción política local y nacional, para darle una satisfacción a su jefa espiritual, tan carente como está de buenas noticias judiciales. Y abonarle el terreno al hijo de la vicepresidenta de la nación –a la que no le importan ni los muertos que fueron homenajeados por Alberto Fernández-, con el propósito de que pueda justificar su llegada con cierto y escaso honor a ocupar el sillón del Partido Justicialista provincial, aunque en su fuero íntimo eso sea una simple maniobra para el 2023. 

La teoría del conflicto de Karl Marx, ídolo de Kiciloff, aborda las acciones que realiza cada persona o grupo, organización o sociedad, en sentido amplio, para lograr el máximo beneficio, algo que a su vez genera cambio social, político y revoluciones. Estuvo escrito para un sistema imaginado por Marx, que luego Lenín intentó aplicarlo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Marx marcó la etapa inicial del socialismo, donde esta idea quedó instalado en un puñado de estados, pero nunca llegó a consagrar el comunismo que es el gobierno del proletariado. Quienes lo siguieron se dieron cuenta de que, en realidad, es más atractivo pelear por un cargo de funcionario o legislador que promover la transformación socialista que elevaría al proletariado al nivel de gobierno del pueblo. Es decir, el sistema optativo del capitalismo tiene sus atractivos, y son bastante más personales desde el momento en que privilegian al individuo. 

Ni aún en la mezcla libidinosa de la República China entre socialismo y capitalismo el pueblo se beneficia si carece de dirigentes con negada habilidad para negociar. En Argentina misma se ve con claridad el avance chino con bases satelitales, el intento de contar con una nuclear, la hidrovía del Paraná, y asentamientos estratégicos en Tierra del Fuego. A los chinos no les tiembla el pulso para negociar: te mando la Sinopharm y vos me das la Hidrovía. No piden un glaciar ni las islas Malvinas, piden la pesca libre de camarones y langostinos sin autorización ni control. 

Pero Kiciloff no negocia la deuda de su provincia porque no sabe, y además está embretado en la chiquitez electoral suya y de su jefa con el hijo, es decir por partida doble. Con gente como ésta la Argentina nunca llegará a ser una potencia y su historia pasará por la pelea de si le damos manija a la soja, o despreciamos el yuyo 

Divorcio ideológico entre el pueblo y el gobierno argentino

Por Nancy Sosa. La periodista analiza el posicionamiento internacional del gobierno argentino, y sostiene que persigue intereses “que el pueblo argentino no quiere”.

El gobierno nacional argentino pretendió en los últimos días definir un alineamiento internacional detrás de un multilateralismo amorfo, debilitado y parcial, y otorgarle el certificado de defunción por adelantado al capitalismo global, como si todo se tratara de soplar y hacer botellas.  

Ni el presidente Alberto Fernández sabe de las reformulaciones que está generando hacia adentro el capitalismo, ni Cristina Fernández de Kirchner tampoco es muy ducha en delinear el alineamiento internacional detrás de un multilateralismo que también se encuentra en plena reestructuración. Todo indica que estas son las razones de los sucesivos errores cometidos por la cancillería argentina, absolutamente ajena a una eventual política de relaciones exteriores, si la hubiere.  

¿Cómo debe interpretarse eso de que “es hora de entender que el capitalismo no ha dado buenos resultados”? ¿En dónde?, debería aclarar Fernández 1° para luego explicar por qué la mayoría de los países del mundo, incluyendo a China, tramitan sus negocios dentro del sistema capitalista. ¿Debería creerse acaso que Fernández 1° es el promotor de un nuevo sistema político internacional, simplemente porque acaba de “descubrir” una debilidad que es bien discutible porque el Capitalismo se está repensando todo el tiempo?  

Pero no son esos los interrogantes que más importan en este punto. La pregunta de los mil millones es: ¿la mayoría del pueblo argentino está convencida de que el país tiene que ir a la cola, presuntamente multilateral, que encabezan China, Rusia, Venezuela y Cuba como quiere la vicepresidenta y así lo repite el presidente como un loro?  

Quienes lo conocen desde la década del 80 no pueden creer que Alberto Fernández se sienta tan cómodo en esa orilla política, a menos que recuerden ciertas actitudes de oportunismo en la década del 90.  

La Argentina nunca pudo exhibir una vocación definitivamente “zurda”, más bien todo lo contrario. Ni el Peronismo original adhirió a las izquierdas ni a las derechas radicalizadas. Los únicos que se animaron a torcer un grado el timón fueron los kirchneristas que arrastraron durante décadas el rencor del fracaso setentista. Bastante tiempo tuvieron para armar una UNASUR que fue más un rejunte de revolucionarios con ideas pretéritas, sin un proyecto de transformación política hacia el bienestar de las naciones. Sus objetivos siempre estuvieron puestos en la necesidad de sostener el poder en manos de cuatro personas por países y, desde allí, dominar, enriquecerse, expulsar, empobrecer a los otros y eliminar de sus mapas el futuro de medio y largo plazo del continente latinoamericano. Tuvieron mala suerte: Fidel Castro estaba viejo, Hugo Chávez y Néstor Kirchner murieron jóvenes. Todos sus seguidores quedaron cristalizados esperando órdenes de un pajarito.  

Puesta ante un plebiscito la sociedad argentina definirá que está acostumbrada y quiere funcionar dentro del sistema capitalista, y que no es proclive a las mezclas orientales que amalgaman comunismo con capitalismo, ni ve como un buen aliado a Vladimir Putin con su Federación Rusa donde las revueltas internas son peores que los piquetes de los movimientos sociales en Argentina. Venezuela no es precisamente un ejemplo a seguir y lo dicen los más de 300 mil venezolanos exiliados aquí. Cuba sigue jugando al secretismo, pero entre playa y sol continúa formando cuadros políticos a su vieja escuela. Nadie va a curarse a Cuba, todos van a aprender política de la fuerte.  

Alberto Fernández, un hombre que está en las antípodas del conocimiento de la política internacional y de los protocolos que rigen en esas relaciones, exageró el agradecimiento a Putin por las vacunas que todavía no llegaron y tuvo la idea de matar per se al Capitalismo para demostrarle: “estamos con vos, Vladimir”. Los gestos faciales de Putin al escuchar la traducción fueron una muestra de su cabal entendimiento. No hacía falta tanto elogio de Fernández, a quien eso le pasa también cuando quiere ser más simpático de lo que necesita al estrechar la mano de otro mandatario y aferrarse al brazo con la otra de modo confianzudo. En política, ese gesto se usa en ocasiones muy, pero muy, particulares, como muestra de consolidar una reconciliación o confirmar un acuerdo, delicadamente. Alberto lo hace como un hincha de Argentinos Juniors que saluda a otro hincha. Falta que le diga “te quiero, cumpa”. No es “nesario”, diría el único jeque árabe argentino que ocupó el sillón de Rivadavia porque aquí no hay trono, aunque muchos crean que sí.  

Capitalismo y comunismo 

Fernández descubrió que el capitalismo “ha generado desigualdad e injusticia”, al hablar en el Foro Económico de San Petersburgo. Y, de paso habló de la existencia de países de “renta baja” y “renta media”, incluyendo a la Argentina entre estos últimos. Fernández etiqueta por costumbre. Los países son ricos, medio ricos, medianamente acomodados, mal acomodados, pobres o indigentes, según los gobernantes que les han tocado. A juicio del presidente los de “renta media” como Argentina “son tratados como países desarrollados pero cada vez más se parecen a países pobres”. Esto último fue para llorar en público y dar a entender que su país no puede pagar las deudas, ni arreglar, ni reestructurar, ni prorratear, ni prolongar los pagos. Un discurso lastimero de bajo nivel en el que, en realidad, había que decir que la ausencia de crecimiento y desarrollo social de nuestras comunidades se debe a los malos gobiernos que no saben cómo generar un mínimo plan de productividad, trabajo, crecimiento y planificación hacia el futuro. En esto el capitalismo nada tiene que ver con la ineficiencia del funcionariado.  

Si se quiere hablar de capitalismo es bueno aceptar que se encuentra en una nueva fase de mutación, como lo hace cada tanto desde 1770, y por eso se mantiene acomodándose a los cambios de época. En eso, pasa lo mismo con el polo opuesto. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) desapareció, se cayó con la misma intensidad de la tapa de un piano en 1989 junto con el Muro de Berlín. Para ellos fue peor porque su oponente mantuvo un liderazgo por varias décadas más, pero estaba cantado que no tardaría en modificarse también al compás de las transformaciones mundiales.  

El mundo cambia permanentemente y la irrupción de las nuevas herramientas informáticas a partir de la revolución tecnológica plantea nuevos desafíos que se leen de diferente manera según el lugar en el que uno quiera pararse. Si desagrada el avance que han hecho ya las grandes potencias se pensará que todo ello conducirá a una desigualdad en el desarrollo mundial y que todo estará bajo el dominio de la “potencia” de Estados Unidos, incluyendo en ese panorama a la Federación Rusa y el sueño socialista.  

Si la visión surge de otro punto de vista se aceptará que el nuevo capitalismo integrará competitivamente al mercado mundial a todos los países del mundo, de los cuales no todos lo harán en las mismas condiciones. La forma de integrarse a ese nuevo mundo definirá el surgimiento de Estados fuertes o débiles, y poblaciones con bienestar económico y social o empobrecidas. Todo dependerá de la forma que elija cada nación para integrarse, y si es activa por impulso de un Estado con visión de desarrollo y producción fuertes, aceptación del necesario aprendizaje de las nuevas tecnologías, aprovechamiento de los bajos costos  

laborales, seguramente ascenderán en forma competitiva a la corriente de crecimiento económico e inclusión social como lo han hecho países pequeños como Corea del Sur, Singapur, Taiwan y Hong Kong, y hasta la República China. De más está nombrar a los países de la Unión Europea. 

La clave de la transformación en ciernes es la “cooperación internacional” 

¿A quién le conviene centrarse en un escenario de confrontación en este momento del siglo XXI? La pandemia del coronavirus ha demostrado en todos los países que las epidemias pueden ser un arma mucho más letal y más dañina que las armas nucleares. Desde hace varias décadas han perdido vigencia las conquistas militares, salvo focos específicos como los que se sostienen en Medio Oriente. Las batallas financieras internacionales dejaron en el mundo su último eslabón en el desastre de 2008 a raíz de la eclosión de las hipotecas bancarias. Hoy, ni siquiera quedan rastros de la vieja división internacional del trabajo.  

Todo cambia, también la Multilateralidad está en pleno proceso de reformularse a sí misma y ello no significa que incluya una nueva división por bloques, como cree la vicepresidenta Fernández de Kirchner.  

El verdadero poder político se afianzará en un futuro cercano en la competencia del talento, la creatividad y la producción masiva de dominios que aún ni siquiera están bajo reglas internacionales, como la inteligencia artificial, la biotecnología y el ciberespacio. Y la confrontación será entre los países que más adelantados estén en esos rubros.  

El presidente y la vicepresidenta buscan pertenecer, en forma personal, a un bloque oriental que ni siquiera está organizado porque la competencia será entre dos países, Estados Unidos y China. Rusia está detenida en los viejos métodos de guerra focalizada y de dominio de territorios, pero su progreso científico incluso en la vacuna Sputnik V está en pañales.  

La particularidad inédita en este escenario es un dato que saltó a la luz durante la campaña de Donald Trump por la reelección a la presidencia de Estados Unidos: nadie, ni hombre ni país, quiere liderar el mundo.  

Una conclusión: hay divorcio entre lo que quiere el pueblo argentino y lo que quieren hacer internacionalmente el presidente y la vicepresidenta de la Nación.  

El interrogante final es inevitable: ¿qué lugar quiere el pueblo que ocupe la Argentina en ese nuevo mundo? 

Para unos mucho, para otros nada

Por Nancy Sosa. La periodista advierte la creciente desigualdad que se vive en el país, productor de las decisiones tomadas en pandemia, y la distribución de los dineros públicos por la coparticipación provincial.

La desigualdad parece un signo del actual gobierno, verificada primero en el aumento de pobres por las malas decisiones económicas tomadas en pandemia, y luego en la distribución de los dineros públicos por la coparticipación provincial, cuyos porcentajes son estáticos para algunos estados, caprichoso el correspondiente a la provincia de Buenos Aires, mayor este año para unas cinco provincias privilegiadas y mezquino por envidia para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.  

La noticia no es nueva, ya le choreraron 31.000 millones de mangos que correspondían a las fuerzas de seguridad por su traspaso del ámbito federal al distrital y debía hacerse con la partida correspondiente. El avasallamiento de la Nación sobre el 1% de Coparticipación, los 65 millones reclamados, fue descarado y ahora está en manos de la Corte Suprema de Justicia. Pero, no será lo único porque en Casa Rosada ya despliegan su imaginación (¿?) para pensar en un próximo manoteo.  

Toda la plata de los porteños tuvo un destinatario indisimulado: Axel Kicillof. Él se regodea con su dadivosidad desparramando 70.000 millones de pesos en el Conurbano Bonaerense en limosnas que no resuelven más que el bocado de cada día, mientras la ciudad de Buenos Aires pierde 400 millones de pesos en cada uno de esos mismos días. Esa suerte no la tuvo María Eugenia Vidal.  

Las doce medidas anunciadas por el gobernador pasaron casi desapercibidas por la velocidad de los acontecimientos, pero Kicillof hizo un festival ampliando programas del Ministerio de Desarrollo de la Comunidad, con aumentos del 50% y el 20% de los cupos para sectores juveniles e infantiles, que no tuvieron clases durante todo el año 2020 y lo que va del 2021, porque el “gobierno los cuida”. En realidad, quiere lavar sus culpas con plata por el atraso educativo y el daño a las capacidades de desarrollo personal que le produjo el año pasado y el 2021 que corre a esa inmensa franja etaria.  

La palabra preferida del gobernador, que añora hablar de economía, es “ampliar”. Kicillof amplía todos los programas vigentes de los cuales muy pocas personas saben que existen y son incontables: UDIS, Más Vida, Centros Juveniles, Becas de Niñez, Envión, cupos del servicio alimentario escolar, la jubilación mínima, las pensiones no contributivas, la compra de alimentos, el Fondo de Cultura y Turismo (¿), entre otros. Detrás de cada rubro hay cifras redondas y números que hablan de millones de personas, pero de la implementación, nada. Se da el lujo de otorgar a los jubilados y pensionados bonaerenses que ganan la mínima un aumento del 35% que, obviamente, deberán agradecer en setiembre y en noviembre de este año.  

En ningún momento Kicillof habló de la creación de nuevas fuentes de trabajo, de recuperación de las que cerraron por la pandemia, ni de puestos de trabajo. Se limitó a anunciar que “se ampliará el presupuesto del programa ‘preservar trabajo’ del Ministerio de Trabajo, sin decir en qué medida ni cómo. Sólo habla de dos leyes impulsadas para el “fortalecimiento productivo” pero una de ellas es sólo una moratoria general para impuestos patrimoniales por deudas impositivas del 2020. Esa moratoria alcanzaría a unos tres millones de contribuyentes y a más de 3.800 Pymes. Si comparamos con los 41.000 comercios cerrados por quiebra solo en la Capital Federal, aquella oferta es una nimiedad por la extensión territorial y la cantidad de habitantes de la PBA y denota desconfianza por los datos. Apenas si atenúa o dilata el pago de las deudas, y encima dice que creará el régimen de monotributo unificado para “beneficiar a un millón de monotributistas bonaerenses”. ¿De qué modo?  

Kicillof anunció que la plata para todo esto la pondrá su gobierno y el Banco de la Provincia de Buenos Aires, institución que, como “novedad”, lanzará una línea de crédito, “Provincia Renueva”, destinada a la gente que está empobreciendo en la provincia para que compre materiales y mejore sus viviendas. No habla de grandes obras, no, sino de filtraciones, goteras, terminaciones de núcleo húmedo, pisos, carpinterías, instalaciones de gas, sanitarias o eléctrica y pintura. Será una línea de 5.000 millones para otorgar créditos de 100 mil pesos a tasa baja. No es difícil pensar adonde irá a parar ese dinero y cuánto durará en los bolsillos del 52% de pobres que ya tiene el conurbano, siempre que puedan acceder según las condiciones requeridas.  

También se “ampliará” el programa REPYME de inversión productiva con un cupo de 35.500 millones y habrá “una reducción de tasas para descuento de cheques desde 25%, y capital de trabajo desde el 28,5%”. Un gesto de la usura. El Banco Provincia se dedicará a refinanciar deudas de consumo y comerciales, con períodos de gracia, extensión de plazo y subsidio de tasas, y apoyará a los comercios de “cercanía” con un descuento del 15% con decisiones que se definirán mes a mes. Como se ve, los beneficios son relativos para semejante monto y nada indica que se invertirá para reimpulsar la actividad industrial y productiva.  

Sin duda, Kicillof cree en lo que dice: “Un compromiso de un Estado presente y un gobierno que cuida”. Sin embargo, sus paliativos no mitigan el ruido de lo que la gente pide a gritos: trabajo. El economista, de quien se espera sepa cómo generar un plan de producción y crecimiento, sólo repite los mismos parches que el gobierno nacional. Y pone el foco en los contagios y la saturación de los hospitales sin atinar a levantar la cabeza, ver el campo de juego completo, y saber adónde tiene que tirar la pelota. Pero, paradójicamente, aplica su tiempo a pensar cuanta maldad pueda perjudicar a la ciudad de Buenos Aires, a encerrar a los porteños, a obligarlos a ponerse de rodillas frente a las restricciones que como buen militante marxista sabe desplegar contra cualquiera que gane un manguito de más. No vaya a ser cosa que se convierta en rico, justo aquí, en Argentina.  

De este modo la Argentina va así, a la ruina. Lo dicen todos los economistas argentinos y del exterior. El camino es directo a una hiperinflación que estallará, por supuesto, después que terminen las elecciones de este año. El default ya está cantado en tiempo de ópera y de chamamé. La economía carece de timón, y el único timonel disponible está a punto de naufragar en medio del océano porque La Cámpora, el Instituto Patria, los Movimientos Sociales encastrados en el gobierno, no lo quieren por el desafecto trasmitido por osmosis desde la vicepresidencia.  

No será la ciudad de Buenos Aires la única que padecerá los efectos del ultraje económico. Toda la ciudadanía argentina tiene la certeza de que el rumbo político, económico y social está teñido de incertidumbre. El futuro, COVID 19 mediante, se avizora tenebroso, como nunca antes.  

Hoy, el miedo es lo de menos, no sirve ni para amedrentar a los argentinos para que se queden adentro de su casa. No será con miedo que se frenarán los contagios del virus, ni las muertes de argentinos, tampoco servirá para crecer y producir o crear puestos de trabajo, bajar los precios y equilibrar la economía. La única solución viable eran las vacunas e hicieron todo lo posible para el mundo capitalista no las envíe antes que Rusia. Los argentinos están en manos de personas que piensan en clave ideológica obsoleta, cuyas acciones tienden solamente al fracaso.  

Si existiera algún grado de racionalidad se coincidiría en que no queda otra más que pensar y ponerse a trabajar, en vez de insistir obsesivamente en cómo ganar más poder. De paso, muchos argentinos se preguntan: ¿para qué quieren tanto poder si no saben qué hacer con él, más que adueñarse de las cajas que dejan dividendos suculentos? ¿No alcanzan los juicios que supieron conseguir tras los primeros doce años de gobierno que ahora vienen por más? Porque torta no hay, se acabó.  

En la próxima salida nuevos juicios se sumarán a los que permanezcan abiertos y los acusados serán los jóvenes de hoy, contaminados por el credo tradicional kirchnerista: “no se puede hacer política sin plata”. Esa es la razón de la apropiación de las cajas por parte de miembros de La Cámpora. Esta flamante camada de funcionarios deficientes para la gestión, únicamente tienen en claro ese objetivo y no recuerdan qué les pasó a sus antecesores después del segundo mandato de la Jefa. La lista es larga.  

Pero, cuando se decide cambiar la política por los negocios, cuando se elige la autocracia y el egoísmo antidemocrático, y además no se ha leído jamás a Nicolás Machiavello, termina equivocándose.  

“El mejor régimen es una República bien organizada, aquella que logre dar participación a los dos partidos de la comunidad para de esta manera contener el conflicto político dentro de la esfera pública”, decía el diplomático y filósofo italiano. Da la impresión de que los soldaditos kirchneristas no tienen idea de este concepto primordial del arte de hacer política. Leyeron lo que la Jefa: es preferible que te teman a que te amen.  

Se olvidaron de la última parte de esa frase: “Pero no genere el príncipe odio en su pueblo sobre sí mismo”. Excelente recomendación. 

La omnipotencia argentina puede matar

Por Nancy Sosa. La periodista pone en relieve el cuestionado proceso de compra de vacunas por parte del Gobierno nacional, y los mecanismos de toma de decisiones.

“Pero, no, está todo bien. Ya tenemos contratados un montón de laboratorios; hicimos los pedidos, tenemos millones de dosis a nuestra disposición que vendrán en forma escalonada, habrá para todos”, podría haber dicho -sin dudar de su personalidad, tan conocida en el peronismo- el exministro de Salud Ginés González García, cuando aún estaba en funciones.  

Las personas que trabajan en la Universidad ISalud son conocedoras de esa actitud personal que siempre tiende a minimizarlo todo, a subestimar los efectos, las advertencias, las hipótesis previas, las planificaciones estrictas, porque lo aprendieron de él. Mauricio Monsalvo, titular de la materia Formulación y Evaluación de Proyectos Socio-Sanitarios de la Maestría en Economía y Gestión de la Salud en el Instituto Universitario ISalud, actúa igual que su maestro.  

Por eso, cuando surgió la posibilidad de recibir el lote de dosis de vacunas correspondientes a Argentina que el COVAX (Fondo Global de Acceso a las Vacunas contra la Covid-19), Monsalvo -que siguió como subsecretario de Gestión Administrativa del Ministerio de Salud -consideró “inteligente” firmar un contrato por solo 1.900.000 de dosis en lugar de las 9 millones que le ofrecían a Argentina por la primera parte del programa que otorgaba las partidas en base al 10% de la población. El mismo programa COVAX ahora estima que puede enviar dosis en base al 50% de la población.  

“Optar por el piso mínimo fue una elección inteligente”, dijo con aires de grandeza frente a la Comisión de Salud de la cámara de diputados el pasado 3 de febrero porque “suponía” que los otros cinco contratos firmados con otros tantos laboratorios serían cumplidos en tiempo y forma. Habían dicho que en febrero llegarían 22 millones de vacunas. Eso no pasó. 

Esos son los criterios que utilizan los funcionarios del Gobierno en materia de salud para enfrentar la pandemia. A esos niveles de irracionalidad están expuestas las vidas de los argentinos que claman por una vacuna. Por esa mentalidad de “argento berreta, y omnipotente al cuete” perdimos la posibilidad de contar en febrero con por lo menos 9 millones de dosis más. Ahora se entiende la confusión de los mensajes presidenciales y la modalidad usada para la toma de decisiones.  

Este fin de semana, un envío de urgencia de la “compra mínima” por parte de COVAX, depositó este domingo en suelo argentino 864 mil vacunas Covishield, y salvaron al país de cortar la cadena de vacunación. El primer envío de 218 mil vacunas había llegado a fines de marzo. Las vacunas arribaron a las 6:22 de ayer al aeropuerto internacional de Ezeiza en el vuelo regular de pasajeros KL701, de la compañía de los Países Bajos, KLM, proveniente de Ámsterdam.  

Sobre esto último, hay que agregar un datito de color: la organización internacional rechazó el traslado por Aerolíneas Argentinas como el gobierno argentino quería imponerles. Es joda la puesta en escena de ir a recibir las vacunas embaladas al pie del avión de AA, como si Superman lo hubiera trasladado con una mano para que llegue más rápido. ¡Somos tan infantiles!  

Queda claro: mientras en el resto del mundo los cerebros funcionan a full en forma científica, aquí nos entretenemos con el garroneo, la chicana, la mirada corta y especuladora, el jueguito, el engaño. Todos defectos que esta pandemia debería ayudar a darnos cuenta de que así no podemos seguir.  

La decisión de hacer una compra mínima fue trasmitida a los diputados nacionales el 3 de febrero, a través de un zoom, y el dato pasó inadvertido por quienes ocupan sillones de cuero en el Congreso de la Nación. ¿No se dieron cuenta de lo que estaba diciendo Monsalvo? Quiere decir que, a estos representantes del pueblo, les importa muy poco el mecanismo de compra de las vacunas, porque están más preocupados por su reelección de este año, o porque no reelegirán y se irán.  

Luciano Laspina, presidente de la Comisión de Presupuesto y Haciendo de la Cámara baja, se dio cuenta al escuchar por Youtube el video de aquella reunión y lo trasmitió por las redes, pero recién hace pocos días.  

Otra pinturita para este boletín: Monsalvo, con 40 años de edad, el 5 de febrero ya tenía en su cuerpo las dos dosis de vacuna, seguramente obtenidas en el Vacunatorio Vip que funcionó en ese momento dentro del Ministerio de Salud de la Nación.  

Del cumplimiento del resto de los laboratorios, ni noticias. Todavía resuenan las palabras de González García diciendo: Argentina no necesita 30 millones de vacunas, vertidas en la misma reunión del 3 de febrero cuando aún mantenía el cargo y confiaba más en las vacunas chinas y rusas.  

(Parte de los datos que contiene esta nota de opinión fueron tomados del informe en Clarín, publicado el 19 de abril por el colega Pablo Sigal). 

La Sonámbula: símbolo emblemático de la Justicia argentina

Por Nancy Sosa. La periodista señala la persistencia en el tiempo de las modalidades judiciales para no dar solución a los conflictos en los plazos adecuados.

La Justicia argentina no es ciega, tampoco independiente; no es justa, ni siquiera equitativa. Es simplemente sonámbula, tal como lo define en el hall principal del Palacio de Justicia la estatua del gran escultor Rogelio Yrurtia, que pretendió cubrirla necesidad de un caro símbolo, faltante hasta 1959. 

La enorme estatua bautizada “La Sonámbula” por los habitantes de Palacio, se erige como una explicación acerca de la notoria dependencia del Poder Judicial de los poderes políticos de turno, la alarmante debilidad del sentido de justicia y la notoria ausencia de ésta en la vida de los ciudadanos que afecta, por cierto, el respeto a los derechos civiles, humanos, democráticos y republicanos. 

Nada es casual en la existencia humana, todo tiene un porqué. La socióloga Catalina Pantuso lo describe minuciosamente en la nota que acompaña en paralelo a la presente, refiriéndose a la simbolización de la Justicia en otros países y en Argentina misma. Ella relata esa historia: rica, extensa y compleja. 

Pero la presencia de La Sonámbula en el Palacio de Justicia argentino admite, además de los detalles históricos, otros supuestos: 1) que, aun llamándola la Dama de la Justicia, no puede decirse que fue creada para liderar la aplicación de las leyes sino para decorar el sepulcro de un diputado en 1938. 2) La estatua consiste en una mujer que camina con los ojos cerrados y lleva los brazos extendidos para no chocar, como los sonámbulos. 3) Sus ojos no están vendados y sus brazos no sostienen una espada ni una balanza. 4) Es decir, como la Justicia argentina, no tiene consciencia, le faltan los atributos esenciales, deambula dormida sin expresión facial alguna, y trata de no chocar con algo que la saque del sueño. 5) Si La Sonámbula despertara abruptamente se sentiría confundida y desorientada, tal vez agresiva, como todos los sonámbulos. 

La persistencia en el tiempo de las modalidades judiciales para no dar solución a los conflictos en los plazos adecuados, fue siempre obvia. La lógica indicaba que una sentencia, cualquiera que involucrara a un político, no se conocería sino hasta después que se agotara la existencia vital del reo. Nunca, nadie vinculado al poder, pagó sus deudas con la sociedad, ni por corrupción ni por abuso de autoridad. La lista puede ser larguísima: desde 1930 hasta 1984 ningún militar que derrocó un gobierno democrático fue preso (con excepción de los de la última dictadura); ningún ministro de economía que fundió al país fue preso; ningún político que mandó a matar a alguien fue preso; la mayoría de los funcionarios que fueron juzgados por mal desempeño y apropiación de fondos públicos no fueron presos en serio (salvo María Julia Alsogaray). Los funcionarios del gobierno de la expresidenta Cristina de Kirchner junto con los empresarios que reconocieron haber pagado coimas, sí fueron presos, se arrepintieron, fueron dejados en libertad y serán juzgados vaya a saberse cuándo. 

Carlos Menem y la actual vicepresidenta fueron procesados, juzgados, pero ninguno tuvo sentencias firmes ni fueron encarcelados, hasta ahora. Menem murió, y zafó, dejando el tendal de muertos en Río Tercero sin el reconocimiento merecido. 

La justicia argentina siempre fue sonámbula, pero en el último tiempo la ansiedad de CFK por cerrar las causas judiciales que la incomodan y le incautan los bienes la llevó a encarar una guerra contra los miembros de todos los niveles judiciales. Zamarreó a la sonámbula, y a varios jueces por considerarse agraviada; los chuceó malamente buscando que reaccionen para recusarlos, obtuvo unos pocos triunfos, pero a medias. Apenas le alcanzó para que le levanten las intervenciones en sus hoteles propiedades intervenidos con artes judiciales de dudosas maniobras. La sonámbula no despierta del todo. 

La amenaza de una reforma judicial no es real, por eso dijo que no es de su interés ni su autoría. La verdad es que a nadie le conviene hacer la reforma judicial, todos prefieren que los expedientes sigan durmiendo en las cunas del olvido. 

En el curso del actual gobierno se conformarán con destrabar los conflictos vinculados con el patrimonio de la señora, los demás son políticos y pueden continuar dando vueltas como un hámster en la rueda de la justicia sonámbula. Tal vez los ánimos se calmen cuando ella respire la seguridad de la libertad para sí misma y sus dos hijos. La honestidad intelectual obliga a señalar que el origen de todos esos males, las ideas de jugar con el dinero y apropiarse del ajeno, no eran de ella, eran del difunto. A ella solo le interesan los oropeles, el uso y abuso del poder, algunas cosas lujosas que puede lucir de vez en cuando porque no sale, maltratar cada tanto a alguien para dar la impresión de portar un carácter fuerte, y nunca usar barbijo porque se mancha con el labial y el elástico la despeina. Pequeñas cosas. 

Sin embargo, la reforma judicial debería ser prioritaria pero no al estilo kirchnerista, más inclinado a darle trabajo de abogados a toda la facultad de derecho de la UBA dentro de sus filas. Es imprescindible que la Justicia deje de dormir porque el último ranking de Rule of Law Index tiene a la Argentina en el puesto 132 en cuanto a falta de independencia de la justicia. Dos puestos más atrás figuran Venezuela. En América Latina, Argentina ocupa el lugar número 15, e ídem con Venezuela. 

El incremento desmedido de la inseguridad reclama la activación de mecanismos jurídicos que preserven la integridad de mujeres expuestas a los femicidios, den respuesta a los ciudadanos comunes por los feroces ataques en la vía pública por parte de manadas desatadas para robar y matar sin que ningún funcionario haga nada, para que se restablezca por lo menos un porcentaje de la convivencia armónica en la sociedad, se atiendan con celeridad los juicios por reclamos cotidianos y se encarcelen a los delincuentes que hicieron de la calle un circo romano donde el que no mata, muere. 

Mientras eso ocurre a diario, la vicepresidenta hostiga al gobierno anterior por sus sinsabores judiciales y acusa a los miembros de la Corte Suprema porque los considera enemigos, a jueces de distintas cámaras que fallan en contra de sus criterios, y al procurador que no quiere irse por propia voluntad, de actuar en connivencia con el poder del gobierno anterior. Nada dice cuando alguno de los jueces que actualmente responden al poder político que ella personifica falla a su favor, como en la denuncia de Fernando Grey, intendente de Esteban Echeverría y presidente del Partido Justicialista bonaerense, a quien el flamante juez electoral Alejo Ramos Padilla le rechazó el pedido de suspensión de las elecciones internas para cumplir con su mandato hasta diciembre de este año. En mayo, Máximo Kirchner, afiliado al PJ en enero del corriente año, por primera vez en su vida, será electo presidente a dedo, sin elecciones, en el partido bonaerense. La reina coloca a su principito. 

¿Eso no es lawfare? Veamos el significado de la acepción que tanto le gusta a la titular del Senado de la Nación, abogada sin ejercicio alguno en los fueros judiciales. Lawfare: guerra jurídica, traducción de la palabra inglesa “lawfare”, creada para referirse al ataque contra oponentes utilizando indebidamente los procedimientos legales, para dar apariencia de legalidad”. Es decir que la teoría zaffaroniana, para nada una novedad, pero instalada en estas lejanas tierras de la civilización occidental, sirve para unos, pero no para otros. ¿Está claro?, como le gusta decir al presidente Alberto Fernández. 

La justicia argentina es sonámbula, sin ninguna duda, y por momentos entreabre los ojos para ver si puede favorecer por izquierda cuando otros están desprevenidos. Ni siquiera tiene que mover uno de los brazos para correrse la venda porque no la tiene, no se le caerá la espada pues carece de ella, y la balanza… la balanza es fija y no balancea sus platillos. 

La educación argentina bajo el respirador

Por Nancy Sosa. La periodista repasa las enormes dificultades que atraviesa el sistema educativo nacional, jaqueado por el imparable rebrote de coronavirus.

“Si toda tu información viene de la televisión, ya entiendo por qué pensás así. Si yo fuese la directora universal de las escuelas diría que el trabajo por año es que cada alumno tenga una idea propia, nada más, que se le ocurra algo. Pero no, tenés que saber cosas que después no te sirven, no saben pensar”. El pensamiento es de la filósofa de la vida Juana Molina, que reflota lo esencial de una educación que tiende a desaparecer en el país. Juana Molina, la versátil, la que no se queda mucho tiempo haciendo lo mismo, la que agota los procesos de creación y pasa a otro estadio sin ninguna dificultad, da en el clavo de una necesidad esencial, ésta última palabra usada hasta el desgaste en la pandemia que acosa al mundo. Pero su reclamo acerca de que los chicos se animen a tener “una idea” no es factible porque los maestros sindicalizados mañerean la vuelta a la escuela con excusas que no podrían ser esgrimidas siquiera por los infantes. La ciudad de Buenos Aires se propuso, y lo logró, ese ansiado retorno a los establecimientos educativos después de pelear duramente contra un ministerio nacional con escasos gestos de reacción, que responde más a las presiones sindicales y al afán de mantener a la gente encerrada. La urgencia de recuperar la pérdida de conocimientos en todos los niveles educativos durante siete meses, no parece una prioridad para la cartera. Este es un lujo que ningún país debería darse porque supone sacrificar tres generaciones argentinas. 

Los chicos no contagian, lo dicen hasta el cansancio los especialistas. En Europa los niños no dejaron de concurrir a la escuela en todo el año. Pero aquí, en Argentina, puede más el miedo y la vagancia de quienes promocionan el peligro entre los maestros por esta pandemia. Todo el mundo está en riesgo, y muchos trabajadores esenciales se someten para cumplir con su misión y su vocación. En el primer mundo, al que los argentinos quieren pertenecer, las escuelas dejaron de funcionar solo un mes durante 2020, y volvieron a clases en las primarias con las previsiones sanitarias necesarias. 

En Argentina, no. En Argentina hay un gremio, CTERA, y un dirigente simbólico Roberto Baradel, que con descaro alerta sobre la “responsabilidad” que tienen que blandirlos maestros frente al virus, ya no ahora mismo, sino “en marzo del año que viene”. El tipo no quiere trabajar, se le nota, quiere incrementar su sobrepeso sentado en la única vocación que posee: no trabajar. 

El ministro Nicolás Trotta mintió descaradamente al decir en un programa televisivo semanal que “las clases volvieron hace rato en el interior del país”, y puso como ejemplo a Formosa (¿) y a San Juan. Trotta no enfrenta a los gremios docentes, y delega (es un decir) en los gobiernos provinciales la decisión del retorno presencial. En realidad, la educación depende de los gobernadores desde que la última dictadura militar decretó la descentralización del sistema educativo. La paritaria nacional vigente es un invento del kirchnerismo en su primera etapa cuando se abrieron las discusiones por las convenciones laborales. Al margen de esa cuestión, el titular de la cartera, además, es indolente, y descarta el adelanto de las clases del año que viene porque, a su juicio “el verano tiene que ser un momento de respiro”. 

Trotta tiene pocos amigos, y enemigos perversos. Se notó cuando Adriana Puigróss renunció a su cargo de viceministra. Los verdaderos motivos de la renuncia los diseminó por radio el periodista Horacio Verbitsky al trazar una radiografía de las dos “tribus” que enfrentaban a Puigróss y Trotta. La primera es una pedagoga e investigadora proveniente del peronismo, y Trotta -para el exdirector de Página 12- viene de una familia “en la que las únicas que no son militares son las mujeres”. En el programa emitido por radio El Destape, dio detalles de los ataques recibidos por tres militares de la familia Trotta en la década del 70, porque conoce bien del tema. Más allá de las memorias desechables por una cuestión de salud mental, la pretensión de hallar voluntad institucional en ámbitos que incidan para la recuperación de los conocimientos perdidos, no se encontrará. Cuando el gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof considera que el retorno a las escuelas “es un despelote”, y por eso patea la pelota para adelante, es que ya no hay salida. 

Es crudo, pero hay que aceptarlo: el actual gobierno está empecinado en hacer de la Argentina un país de ignorantes, sin ambiciones ni metas, una nación improductiva, dominada por el capricho de cuatro personas codiciosas de poder sin saber qué hacer con él. Para transformar la Argentina seguramente no es. 

Al 9 de noviembre se cumplieron 238 días sin clases, y si los chicos vuelven a la escuela, a esta altura del año, es para saludar a los compañeritos y volver al hogar. No obstante, esa breve revinculación de educadores con educandos, y educandos entre sí, se celebra en homenaje a la persistencia del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para eludir el corset kirchnerista de la ignorancia. La actitud oficialista se pliega al evidente programa de empobrecimiento de la sociedad argentina, se suma al propósito de podarle las alas a la clase media, achatar la pirámide del crecimiento, fomentar el analfabetismo y hacer de Argentina un país miserable. 

A raíz del Covid 19 la CTERA se tomó el trabajo de elaborar un “informe sobre la salud laboral”, reflejo de una preocupación excluyente: la salud de los docentes y no docentes. En ese informe no figuran los chicos ni la importancia del aprendizaje, sólo las formas, todas las imaginables, para esquivar la vuelta al cole. 

Los seres humanos, frente a las contingencias de la vida, siempre tienen dos opciones: enfrentar el miedo y buscar soluciones para resolver la amenaza saliendo al ruedo, o acovacharse esperando que el riesgo pase. Ambos son mecanismos de defensa. Pero hay trances que demoran en transcurrir, y vuelven a generar dos opciones: la parálisis para siempre y el encarcelamiento, o asomarla nariz con todas las prevenciones para recuperar algún grado de supervivencia. No es esto último lo que piensan los maestros afiliados a CTERA, gremio que dirigen Sonia Aleso y Roberto Baradel –a éste se lo ve poco desde que es secretario adjunto-, especialmente en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, donde el sindicato desde hace décadas se esfuerza en sumir a los alumnos en la anulación de sus capacidades. Lo hacen sin pudor. 

Hace mucho tiempo que la vocación de maestro se perdió en el camino de las conveniencias o las necesidades económicas, de las licencias pagas, la ausencia de reconocimiento profesional, las faltas continuas al trabajo, el hábito de dejar el lugar a una suplente que nunca alcanza la titularidad. ¿Cómo van a llegar los chicos al aula con “una idea propia” si no se abren las aulas? La propuesta de Juana Molina es para los chicos, presuntamente porque no hay fe en los maestros ni en los programas educativos, atrasados de tal modo que la escuela argentina está fuera de todo ranking internacional. 

CTERA considera que “un apresuramiento injustificado e indebido en la toma de decisiones para el regreso a las aulas puede traer graves consecuencias para la población en general, y un rebrote podría traer más inconvenientes pedagógicos y administrativos, más riesgos sanitarios y más demoras a futuro en los procesos de enseñanza y aprendizaje”. 

Dicho así sólo cabe pensar que el gremio está calculando que el retorno de los maestros a la escuela no se producirá hasta fines del año 2021 porque el “rebrote”, que todavía no ocurre aquí, puede ser fatal. Y los argentinos terminan de convencerse: “no quieren trabajar”. 

El tono del informe carece de todo gesto colaborativo; por el contrario, exige garantías del sistema de salud dentro de las escuelas como si los docentes estuvieran excluidos de participar de esa red de cuidado y prevención frente a eventuales contagios. Se ponen exigentes: quieren “capacitación” para los trabajadores en la sanitización de aulas y enseres, y la provisión de elementos de limpieza –hipoclorito, jabón y otros para desinfectar-como si cada uno de los que forman parte de ese circuito no hubiera adquirido experiencia en nueve meses de cuarentena en sus hogares. Reclaman incluso una campaña mediática para capacitara los docentes en la contención psicológica de los alumnos. Los maestros no tienen capacidades limitadas, fueron formados en el magisterio precisamente para eso, para enseñar y contener a los alumnos en sus conflictos personales. No es necesario que cursen Psicología. Si no se hace todo lo anterior no habrá inicio de clases, y si se hace, tampoco. Además, se curan en salud respecto de la “responsabilidad”: El punto 15 del informe de CTERA dice: “Establecer niveles de responsabilidad para definir la suspensión de clases o cierre de los establecimientos ante cambios de situaciones sanitarias, por la presencia de afectados/afectadas en instituciones educativas”. O sea, no se van a hacer cargo de nada de lo que ocurra. La responsabilidad siempre va a ser de otros. Y ellos estarán atentos para pedir que se suspendan inmediatamente las clases ante el más mínimo resfrío de un alumno, un docente, un no docente, un sanitizador, o un portero. 

Se rifa el Partido Justicialista

Por Nancy Sosa. La periodista sostiene que, con la asunción de Alberto Fernández como titular, el partido se ha vuelto “una cáscara vacía”.

El Partido Justicialista ha dejado de ser, hace mucho tiempo, el instrumento político para el que fue creado por Juan Domingo Perón. A partir de 1955 fue una herramienta electoral que funcionó cada seis o cuatro años para las presidenciales; y cada dos para las renovaciones legislativas y municipales en todo el país. El lunes 22 de marzo cambió sus autoridades sin hacer elecciones, porque –dijeron- había “lista única”. Al finalizar el acto Perón les auguró la oscuridad cortándoles la luz. 

Con la asunción de Alberto Fernández como titular de una cáscara vacía, el PJ termina de morir a manos de un conjunto de tipos que ni siquiera se molestan en amagar con hacer una convocatoria interna. Lisa y llanamente, esos tipos dicen: “va fulano”, es decir uno con alguna pátina de poder que no le pertenece por mérito propio, señalado otra vez a dedo. Los afiliados no existen, son una entelequia dentro de un padrón que si se revisa no queda ni el 20 por ciento. 

Lo peor de todo es que Alberto Fernández no es justicialista, no es peronista, aunque al final cante la marchita cuya letra no conoce en forma completa. Apuesto y gano. Cualquiera que haya comenzado una carrera política con Alberto Asseff, como presidente del ala juvenil del Partido Nacionalista Constitucional, es porque nació confundido y jamás hubiera sido justicialista. Pero él sostuvo el ánimo e insistió y logró junto al neoliberal Domingo Cavallo llegar as er legislador porteño en representación de un desconocido Encuentro por la Ciudad, hacer una gestión que pasó sin pena ni gloria, pero sirvió para ratificar que no era peronista. 

No puede negarse que AF es un hombre de suerte, tanto que llegó a ser presidente de la nación por la “gran equivocación” de su mandante, quien acaba de arrepentirse y reconocer ese error entre sus más cercanos, tragando hiel como delata su rostro. 

En este juego perverso de la banda dislocada, la presidencia del PJ no se la ofrecieron a la vicepresidenta de la nación porque ella, sinceramente, detesta al Peronismo y al Partido Justicialista. Ni siquiera hace el más mínimo esfuerzo por disimularlo, y últimamente no solo no le interesa ese sector sino el pueblo entero. A las pruebas: ¿le escuchan declaraciones o sentidos pésames por las mujeres que mueren por violencia de género? ¿oyen acaso solamente por la desaparición de menores? ¿la ven repudiarlos ataques vandálicos en la vía pública por parte de delincuentes que arrastran a sus víctimas llevándolas a los golpes hasta la muerte?¿Llora por el casi 50% de pobreza que padece el país? No, no se le escucha decir nada, porque no le importa nada ni nadie más que ella. Hay que decir aquí lo que recitan las víctimas de los robos: “por lo menos salvamos la vida”. En el caso de la vice hay que decir: “por lo menos no pide que le den el PJ”. 

“Se rifa el Partido Justicialista, señores”. Se rifa al peor postor. Después de Fernández vendrá el hijo pródigo de la vice adueñándose del PJ bonaerense. Se rifa el sello que sirve para las elecciones y Máximo comprará por unos centavos el boleto ganador, asumiendo un partido que en sus padrones contiene un cacho de peronismo para disimular la nomenclatura comunista: “el kirchnerismo es la etapa superior del peronismo”. Buen trabajo el de Heller y Sabatella. Pero el actual diputado nacional, acostumbrado a ser ubicado en lugares cómodos por su generosa madre, tampoco es justicialista, no es peronista. Apenas dirige una agrupación que creó su padre usando el nombre de un tío postizo y mediocre para que el nene tenga donde hacer sus primeros pininos políticos cuando él vivía. 

La denominación partidaria ahora loteada hubiera formado parte del legado de Juan Perón para aquellos peronistas que no se dejaron influir por las estériles asonadas cubanas o soviéticas, ni tampoco por el neoliberalismo. Hay en la provincia de Buenos Aires gran descontento con ese asalto al PJ provincial, cuyo propósito es usar los dividendos que recibe el partido por los votos cosechados en la última elección e impulsar a los candidatos kirchneristas a jefes municipales y concejales. 

La política de la “toma”, típica del kirchnerismo y de sus aliados movimientos sociales, aplica no solo a las tierras privadas o fiscales, a los bosques de la Patagonia, a algunas empresas, sino también a las estructuras partidarias. Se “toma” un partido, se “apropian” de un partido, ignorando la voluntad de los afiliados. Han perdido hasta la delicadeza de disimular el atraco, confiados en que “volvieron por todo” y “todo lo que hay en el poder es mío, mío”. Psicológicamente podría deducirse que tanta voracidad por hacerse de las cajas económicas -y los partidos las tienen-ya es codicia, ambición desmedida. 

No está de más afirmar que estos atropellos no pueden cometerse sin la complicidad de algunos adláteres, hombres subordinados, de convicciones ultraflexibles que a esta altura de los acontecimientos tampoco pueden enarbolar medallas de peronismo. Las perdieron en el camino porque la verdadera ambición no radicaba en la necesidad de transformar un país en beneficio de todos sus habitantes sino hacerse del sillón de Rivadavia a como dé lugar. Por eso, Sergio Masa no peleará jamás la presidencia del PJ bonaerense. El acuerdo con el chico de la playstation bordea, incluso, la traición a su amigo Alberto. Ninguno de ellos es tan confiable como para comprarle un auto usado. 

Peronistas con historia, trayectoria, compromiso y respetuosos del ideario sufren en silencio estos palazos, impotentes frente al avasallamiento, pero sin energía suficiente para plantarse. Son quienes comprendieron que el Peronismo 1945 a1955 nada tiene que ver con las máscaras carnavalescas de la izquierda trasnochada y pendenciera que hizo todo lo posible para borrarlo del mapa. El peronismo original tuvo un proyecto político claro a favor del pueblo, la producción, el trabajo y el crecimiento. El kirchnerismo sólo es capaz de convertir a la política en un simple negocio familiar, gracias al sometimiento voluntario de un grupo de hombres y mujeres sin grandes ideales que quieren pertenecer a la elite berreta, ocupar un ratito el poder político y sacar una tajada. En fin, hombres pequeños. 

Seguidilla de conflictos que abonan el caos

Por Nancy Sosa. Para la periodista los acontecimientos de las dos últimas semanas “pintaron un cuadro casi perfecto de la decadencia argentina en sus múltiples aristas”.

Los acontecimientos de las dos últimas semanas pintaron un cuadro casi perfecto de la decadencia argentina en sus múltiples aristas. Fenómenos diversos, vistos cada uno por separado, componen un horror sin que surja de los análisis una lógica que explique qué está ocurriendo estratégicamente en el país, conducido a un destino incierto por impericia y perversión, pero con características típicas de autocracia.  

No hay dirigentes inocentes en todo lo que está pasando, hay ingenuidad solo en las víctimas de un abanico de malintenciones desplegadas de norte a sur en el territorio nacional, con un nivel de violencia y transgresiones legales como no se ha visto jamás. El desmadre no se condensa en la suma de hechos aislados, tampoco éstos parecieran responder a una planificación ordenada: simplemente es un caos indetenible que lleva a preguntarse quién se beneficia con la confusión, quien zafa en ese maremágnum, quien gana tiempo, o qué se tapa con semejantes conflictos.  

El kirchnerismo, por elección propia, es la fuerza política por excelencia que elige a conciencia cabalgar los conflictos, hacerlos estallar, taparlos con otro creado inmediatamente después y que también estalla, provocando estruendos sucesivos que enmascaran los errores de gobierno, la ansiedad por sumar todo el poder en una sola persona, ajustar los poderes públicos a sus propios intereses y ocupar los principales lugares de circulación del dinero, necesario para bancar las próximas elecciones.  

No hay otro partido político que tenga este sesgo tan marcado. Y esto no significa un cuestionamiento al estilo sino a las consecuencias que va dejando en su camino el carruaje de la conquista sobre la población argentina.  

El punto de inicio del último desbande ancló en el “vacunagate”, una conspiración oficial para beneficiar a los amigos del poder en todo el país que salió mal. La idea tuvo un costo: pagó con la cabeza de un ministro, pero se propaga y no cesa quince días después de conocerse el manejo indebido de las dosis rusas. Por culpa del “brillante” plancito quedaron manchados dirigentes con alguna posibilidad de competir en las próximas elecciones. El tema -como otros- podría haber desaparecido con la pueblada en Formosa, pero no lo hizo y, por el contrario, creció más de la cuenta hasta enchastrar por sus errores al mismísimo gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof y su pareja. ¿Alguien puede creer que este barullo no dejará impreso su sello en la consideración de la opinión pública, con miras a las próximas elecciones?  

El panorama se agravó con las elocuentes imágenes de Todo Noticias sobre los encierros, maltratos, persecuciones y torturas en la provincia de Formosa. Pese a la crudeza de los hechos no se trató de novedades ofrecidas por el único medio periodístico que pudo entrar al reino del paraguayo Gildo Insfrán, luego de presentar un recurso de amparo. Desde 1995 Insfrán viene haciendo eso y mucho más, con el poder de la gobernación autocrática que maneja. Formosa es un feudo más en el país, como lo son las provincias de Santiago del Estero, San Luis, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Chaco, Misiones, Santa Cruz y Neuquén, donde las administraciones se turnan dentro de una familia o alianzas entre amigos que se prestan el poder, con condiciones.  

La noticia en Formosa no fue el cierre de la frontera a los propios provincianos que salieron y no pudieron volver a entrar; no fue la “internación” por la fuerza de formoseños con test negativos sobre la Covid 19; no fue el encarcelamiento de la población de Clorinda con el uso de la fuerza local y nacional; no fue la represión a los manifestantes. La verdadera noticia en Formosa fue el levantamiento de los comerciantes, de la clase media escuálida y de los jóvenes que, con nuevas energías, están diciéndole basta al régimen feudal de Gildo Insfrán. Sí fue una noticia contundente descubrir a las mujeres ocultas en medio del monte para que no les quiten los hijos y los vendan. La venta de bebés en las provincias del centro y norte del país es de vieja data, se pagaban 60 mil dólares y los trasladaban en avión a cualquier lugar del mundo.  

Finalmente, el pueblo de esa provincia seca, árida, calurosa hasta el extremo, con una pobreza que excede el 50%, un sistema de salud insuficiente e ineficiente, donde el 60 por ciento de los habitantes vive de los sueldos del Estado, y solo un 30% conforma el sector privado, perdió el miedo y se levantó. Sin embargo, al día siguiente de la más grande manifestación en contra de su gobierno Insfrán fue recibido con honores en la Casa Rosada, para hacer evidente la ofensa.  

En Santiago del Estero ya comenzaron las protestas a raíz del superlujoso y faraónico estadio de fútbol, una verdadera ofensa a los niveles de pobreza e indigencia que padece el pueblo santiagueño. Pero los Zamora, marido y mujer, no tienen problemas con esas cosas porque ambos están atados a las sillas del poder provincial y nacional. ¿Qué más quieren los santiagueños? Deberían sentirse orgullosos de sus mandantes.  

Bastan estos dos ejemplos para anunciar que el “viejo régimen” del feudalismo tambalea. Eso ocurrirá en otras provincias porque si hay algo que agradecerle a la pandemia es haber puesto al descubierto, en toda su magnitud, los abusos de poder en las provincias feudales donde se eternizan los gobernantes.  

Mientras esto ocurría en el norte, al sur del Río Colorado y sobre la ruta 40 el fuego que en otros años fue adjudicado a los efectos del sol en el verano, a la vegetación reseca, y a la complejidad territorial para tener un control efectivo del fuego, provocó el peor de los desastres naturales en una de las zonas más bellas del país. Casi 300 casas quemadas hasta los cimientos, pérdidas de animales domésticos y de crianza, más de 20 personas muertas o desaparecidas, destrucción económica total para el turismo, quema inevitable de bosques fue, en pocas líneas, la consecuencia fatal de esos incendios que, se supo, fueron intencionales.  

Desde la ciudad de Buenos Aires la lectura del desastre es siempre la misma: ¡Cómo pueden ser tan insensatos de hacer fuego para un asadito y no apagarlo bien antes de irse! ¡Qué falta de consideración de la gente, no respetan la naturaleza! Y con eso nos quedamos tranquilos. No. No fue un fueguito, ni otro, u otro. Fue un plan pergeñado por personas con autoridad chubutense, en complicidad con los pseudos mapuches que siempre están jodiéndole la vida a la gente del lugar.  

El objetivo final es: que se vayan los pobladores del lugar. Los seudomapuches, que hacen de extras en esta película, se quedan con algunas tierras, mientras los empresarios de la megaminería recibirán una amplia zona donde la riqueza en minerales es la mayor de todo el país. Necesitan quemar el lugar para que los minerales brillen en la oscuridad y se sepa a ciencia cierta donde hay que explotar. El plan no puede ser más maquiavélico ni perverso.  

El presidente Alberto Fernández tuvo que huir del Lago Puelo no tanto porque los chubutenses indignados le arrojaron piedras a la camioneta. El problema empezó antes, entre los gremios de Camioneros y de la Uocra, porque ambos quieren una tajada de la megaminería. ¿Sorprendió que los de la construcción trataran de proteger la figura presidencial y su esposa, que soportó hasta escupitajos? No hay que sorprenderse, hay que convencerse de que lo que pasa en el país no es casual, ni es culpa de “todos los argentinos”. Es culpa de grupos politizados que actúan al amparo del gobierno nacional y las provincias para saciar su codicia. El gobernador de Chubut no es un señor feudal porque le falta antigüedad, pero le sobra vergüenza, y los chubutenses lo dicen a los gritos en los audios que circulan por las redes, pero no se replican en los medios nacionales.  

En Chubut pasa ahora lo que en 2003 pasaba con Formosa, cuando los medios nacionales solo se ocupaban de las noticias nacionales. Y lo que ocurre en esa zona tampoco es nuevo, viene desde hace mucho tiempo atrás como en toda la Patagonia. No es nueva la mentira de la ex presidente de la nación Cristina Fernández de Kirchner cuando aseguró haber comprado 26 aviones hidrantes “para que nunca más a los bosques de la Patagonia les falte el respaldo de la Nación”. Juan Cabandié tiene muy poca idea de lo ambiental y se le nota, al chico le queda grande el ministerio y “si no se va a ocupar de lo que viene se tiene que ir”, como dijo su jefa. Gabriel Fuks, actual secretario de Articulación Federal de la Seguridad del Ministerio de Seguridad de la Nación, fue enviado a “negociar” con los falsos mapuches por la Ministra de Seguridad Sabrina Frederick, después que ella misma lo hiciera. Nadie sabe qué pasó con los intentos; no saben, no contestan. Pero hay denuncias sobre tres miembros de esos grupos terroristas que actúan en la frontera con Chile y estuvieron ligados al tema de la “desaparición” de Santiago Maldonado. ¿Hay connivencia entre el oficialismo y los aborígenes para generar el caos ígneo?  

¿Los actuales funcionarios de gobierno están capacitados para la defensa de la soberanía nacional, o son entreguistas con fines no confesos? 

Ha muerto un hombre

Por Nancy Sosa. Un análisis descarnado de quien conoce detalles de los pliegues del poder, y la gestión de alguien que considera que no encabezó un gobierno peronista, como tampoco podría definirse así al kirchnerismo.

Los archivos televisivos rescatados para recordar los dos gobiernos de Carlos Saúl Menem, fueron suficientes para refrescar la memoria nacional sobre los acontecimientos ocurridos entre 1989 y 1999 y su repercusión en la vida de los argentinos. Las imágenes hablaron por sí mismas sobre la idea de Nación que tuvo ese gobernante, y cómo el manejo del poder político y de la economía construyeron una falacia de vida feliz cuando en realidad millones de argentinos eran conducidos alegremente hacia el abismo.

¡Revolución Productiva y Salariazo! “Si hubiera dicho la verdad no me hubieran votado”, dijo el mismo Menem cuando le recordaron sus promesas de campañas. Algo así como la “unión de los argentinos” o “gobernaré para todos los argentinos” de Alberto Fernández.

“Un peso vale un dólar”, reemplazó a aquellas consignas en la década del 90, extraordinariamente confusa en todo el planeta porque a la declamada muerte de las ideologías se le contrapuso el despliegue de un neoliberalismo batiente, es decir la tendencia a privilegiar las leyes del mercado, los estados pequeños y las privatizaciones a mansalva. La fórmula del $1=U$S1 fue la carpa de oxígeno para sacar al país de la pandemia de hiperinflación y la caída del 34% de los salarios en 1989, para deshacerse después de empresas estatales mal administradas y obsoletas y encarar negocios de diverso orden y dudosa tramitación.

Después de sus dos primeros años de gobierno comenzó el jolgorio que hizo realidad la privatización de un gran número de empresas estatales como Entel, la fusión y disolución de diversos entes públicos como YPF, Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas, las empresas de agua, luz y gas.

La famosa frase “Siganmé, no los voy a defraudar”, lanzada con fuerte retórica a los seguidores peronistas, duró lo que una campaña electoral porque a los 14 días de ganar las elecciones ya estaba buscando fuera del peronismo a sus futuros ministros y asesores, entre los cuales brillaban como gran novedad las figuras rutilantes de la derecha como Alvaro Alsogaray y su hija María Julia, máximos dirigentes de Unión del Centro Democrático (UCeDé).

La misma María Julia Alsogaray dijo a la autora de esta nota, casi en secreto en el salón del Hotel Hermitage de Mar del Plata -en la trasnoche del mismo día en que ocurrió la desgraciada toma de La Tablada-, que iba a llevarse una sorpresa con las futuras elecciones presidenciales previstas para el 14 de mayo del 89. La consulta fue inevitable: “¿Por qué sorpresa?”. La funcionaria que liquidó luego a Entel confesó, entre varias copas de champagne, que ella y su padre visitaban “todos los meses, durante el último año” a Carlos Menem en La Rioja. Esa información no develaba, aparentemente, nada. Pero prosiguió: “Nosotros le decimos lo que tiene que hacer con la economía, y su gobierno no va a ser peronista, como vos creés”.

La traición fue anticipada cuatro meses antes de las elecciones. Tal vez con rencor, quien escribe estas líneas quiso devolver esa advertencia con otra: “Vos tené cuidado, todos los que se acercan al peronismo terminan quemados en la hoguera o desaparecen”. La historia reveló que en realidad fue una premonición para María Julia, única condenada y encarcelada por cuestiones de dinero de todo el menemismo. Nadie salió en su defensa, nadie la visitó en la cárcel, ni siquiera el propio Menem. La UCeDé desapareció.

En octubre de 1989 Menem dictó una medida audaz y francamente cuestionable por gran parte de la sociedad: indultó a más de 200 militares y a 60 civiles, éstos últimos pertenecientes a los grupos armados guerrilleros que agitaron y consolidaron la decisión del golpe de estado militar en 1976. Entre los indultos figuraban los de los jefes de la Junta Militar y el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.

El argumento del expresidente fallecido sobre que el pragmatismo hubiera llevado a Perón, como a él, a privatizar todas las empresas del Estado -monumento sagrado de las ideologías de izquierda-, es por lo menos incomprobable. Perón era pragmático pero no incoherente. En la década de 1945-1955 estatizó los servicios públicos para ponerlos en marcha, funcionaron mucho mejor que antes de llegar al gobierno y favorecieron al pueblo. Menem hizo negocios engorrosos con las privatizaciones, aunque se acepta -con debida honestidad- que la política des-estatizadora otorgó un buen margen para que las fusiones contribuyeran a la modernización de los servicios públicos, realmente en estado de obsolescencia.

Muchos periodistas y entrevistados reconocieron como un valor el famoso Pacto de Olivos que Menem selló con el expresidente Raúl Alfonsín para habilitar la reforma de la Constitución. No hay objeción a la reforma constitucional porque hacía falta, pero el Pacto con Alfonsín no es para vender como un trofeo, fue un simple trueque que consistió en garantizar la reelección como presidente del riojano, a cambio de incorporar tres senadores por provincia, uno de ellos por la oposición; esto es, el radicalismo de aquel entonces.

Hubo durante los dos gobiernos menemistas una enorme degradación institucional, dejando al Congreso de la Nación sin una razón de ser, abusando en las decisiones por Decretos de Necesidad y Urgencia, fomentando el rechazo al sistema de partidos políticos y buscando hasta lograrlo una Corte Suprema de Justicia que pasó de cinco a nueve miembros. El axioma en los diez años fue: “Dentro de la carpa todo, fuera de la carpa nada”.

El gobierno de Carlos Saúl Menem fue pernicioso para el sindicalismo y la clase trabajadora que no vio una paritaria, del mismo modo que no la veía desde 1975. Cuando Menem asumió el gobierno, Saúl Ubaldini lo vio venir y con cierta resignación dijo en una entrevista en off: “Voy a tener que dejar la CGT, el turco no me quiere”. Eran momentos en que “Los Gordos” desplegaban como pavos reales sus cualidades negociadoras. Tuvo que irse, con la promesa de que en un turno próximo sería diputado nacional. Le cumplieron.

Se ha replicado hasta el cansancio el “carisma” de Menem frente a hombres, mujeres y masas electorales. Visto a la distancia, el discurso menemista respondía a viejas prácticas de mediados del siglo XX, pero ya anticuadas a fines del siglo. Sus argumentos distaban de ser una pieza oratoria de Perón, estuvieron lejos de ser convincentes y apenas cobraron relevancia por la efervescencia de un público revanchista que ansiaba ganarle al radicalismo. Tal vez se pueda reemplazar el carisma por la seducción y resultaría más creíble, particularmente con las féminas adeptas al poder político de turno que veían en él, como alguna vez se esbozó, a un hombre rubio, alto y de ojos celestes.

Las paredes de la quinta de Olivos guardan enormes secretos pero no todos porque las niñas que accedieron por turno a los interiores del poder en momentos de descanso, no callaron sus bocas como tampoco lo hicieron los varones más próximos al presidente de origen árabe. Trascendió por ellos la costumbre ancestral del probador. En cambio, la competencia femenina hacía resbalar el chimento del “cabello mojado” como prueba de la pertenencia ocasional.

Para los detractores del peronismo en el siglo XXI es conveniente aclarar que el gobierno de Menem no fue peronista, fue apenas una “mueca” del peronismo, como lo es el kirchnerismo. La figura surge de una apreciación del filósofo peronista (de verdad) Alberto Buela, quien suele encuadrar a estas dos expresiones también en la categoría de “accidentes” del peronismo.

Menem partió hacia otros planos menos materiales en la mañana de un domingo. Se fue sin rendir algunas cuentas pendientes con la justicia. En su primer juicio por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador fue absuelto en 2011. El caso de la AMIA en el que fue condenado, absuelto y condenado, está en el limbo. Por una cuenta en Suiza no declarada, donde depositó la indemnización del Estado por haber estado preso de la dictadura militar, fue absuelto. En 2015 fue condenado a 4 años y seis meses por el pago de sobresueldos (causa de María Julia Alsogaray), pero está a revisión, cajoneada en la Corte Suprema de Justicia. También lo condenaron por la venta del predio La Rural por 100 millones de dólares menos de su valor real. En ninguna condena cumplió detención ni prisión preventiva por sus fueros en el Senado.

Desde el más allá mirará cómo se archivan las actuaciones del juicio por la explosión de Río Tercero, donde murieron siete personas.

Indulto o amnistía: tomala vos, dámela a mi

Por Nancy Sosa. La periodista sostiene que interrumpir procesos judiciales ley de esas características “deja, inevitablemente, una inmensa sospecha de encubrimiento, de un brutal auto-encubrimiento”.

La vicepresidenta Cristina Fernández quiere que la perdonen. Por eso le pidió al presidente Alberto Fernández que tome cartas en el asunto y declare un indulto generalizado para todos los exfuncionarios de su anterior gobierno, comprometidos en causas de corrupción, incluyéndola, por supuesto.  

Pero el presidente, que en nada se parece al protagonista de la serie de Netflix “Sobreviviente designado”, aunque pareciera estar a punto de serlo por otras causas, esquivó la responsabilidad de imitar al expresidente Carlos Menem, quien indultó sin pestañear a militares complicados judicialmente de la dictadura militar, junto a excuadros de Montoneros y otras organizaciones guerrilleras.  

Menem les perdonó la pena a 1.200 procesados: militares, exmontos sin siquiera ser procesados, al exministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz que destruyó al país, colocando a todos en la misma línea, porque en verdad son lo mismo. A los guerrilleros que provocaron el golpe militar en 1976 les concedió además suculentas indemnizaciones con las que se hicieron de enormes casas y hasta de bares porteños.  

Fernández 1º pateó y tiró la pelota siguiendo la línea recta que une la Casa Rosada con el Congreso de la Nación para que el Poder Legislativo haga una ley de amnistía. O ¿autoamnistía? La amnistía es más generosa que el indulto, perdona el delito además de rehabilitar a los amnistiados en derechos ya perdidos si cumplieron la pena impuesta.  

La pelota está en el aire, la señora vicepresidenta coloca su índice un poquito en cada mejilla, al estilo Mirta Legrand, pensando si le conviene avanzar sobre tamaño despropósito: autoamnistiarse, para recuperar la libertad perdida.  

CFK se siente entre rejas cuando ve que sus causas no avanzan -en este caso no debería quejarse-, recibe cada tanto un fallo en contra que aún la deja libre, y presiente que los lobbys judiciales no encuentran una hendija por donde colar el tráfico de influencia para obtener absoluciones. En algunas causas hay serios problemas: Claudio Bonadio murió, pero dejó la causa de los cuadernos en un grado de avance muy difícil de retrotraer. Y la Corte Suprema de Justicia, ofendida con razón, maneja los tiempos como el Dios Cronos. Cronos significa «momento adecuado u oportuno», y en la teología cristiana se lo asocia con el «tiempo de Dios». Poder divino y terrenal a la vez.  

En la historia argentina muy pocos osaron “autoamnistiarse”. Uno de ellos fue Reynaldo Bignone, el último presidente militar que disfrazó una ley de amnistía con el manto de la “pacificación nacional” para cubrir la larga lista de pecados cometidos durante seis años de violencia, desaparición y hundimiento de la República Argentina.  

¿A quién quería pacificar Bignone? La respuesta es una paradoja, de la misma forma que lo será si el Congreso de la Nación, con los votos del kirchnerismo puro, los aliados oportunistas que pronto pagarán el impuesto a la riqueza que ellos mismos votaron, más la alianza de algunos miembros del lavagnismo desperdigado, logran sacar esa ley para perdonar los delitos de corrupción en estado de proceso dentro del sistema judicial. Se convertirán sin duda en cómplices, por más que la ley obtenga mayoría.  

Eso ocurrirá si la ansiedad vicepresidencial desborda por impaciencia y retoma la actitud enojosa con el presidente de su dependencia que no quiere firmar un indulto generalizado. Ninguno puede quedar afuera y eso hace que el mecanismo no pueda ponerse en funcionamiento.  

La historia nacional suele ser más justa que la misma justicia. ¿Cómo hace un partido político que dio por tierra con las leyes de Punto Final, Obediencia Debida, y los indultos de Menem para reabrir las causas y proseguir con los procesos contra los militares, y ahora dar vuelta la torta en favor de los funcionarios sospechados de corrupción, algunos juzgados, con sentencias firmes y penas confirmadas, mediante una ley de Amnistía?  

La voz griega amnistía determina un “olvido general de todo lo pasado”. ¿Cómo harán los argentinos para olvidarse de José López revoleando bolsos por las paredes de un convento con 9 millones de dólares, o a Leandro Báez tapiando agujeros de cajas fuertes, a Daniel Muñoz llevando semanalmente, según testigos presenciales, bolsos repletos de dinero en el avión presidencial a Santa Cruz, o comprando 22 departamentos en Miami y dos en Nueva York? ¿Cómo se olvidan los argentinos del sospechoso desembarco de la actual vicepresidenta en las Islas Seychelles de cuyo trámite nunca dio explicaciones? ¿Cómo se olvidan las decenas de muertes sin explicación producidas en torno de la sustracción de un Producto Bruto Interno completo durante una docena de años?  

Los Derechos Humanos que tanto proclamaron desde el kirchnerismo dicen textualmente: “Ni olvido, ni perdón”.  

Dirán que no tiene que ver con los Derechos Humanos ni las desapariciones. Sin embargo, hubo desaparición, no de personas, pero sí de inmensas cantidades de dinero pertenecientes a todos los argentinos. Los Derechos Humanos son válidos para todas las víctimas de avasallamiento del Estado. Y el atropello provino de un Estado conducido por doce años por la familia Kirchner. Interrumpir los procesos judiciales con una ley de esas características deja, inevitablemente, una inmensa sospecha de encubrimiento, de un brutal auto-encubrimiento.  

Un mandatario en posesión del cargo o con mandato cumplido tiene la obligación de exhibir honestidad, entregarse a la Justicia para que ésta haga su trabajo íntegramente, y al mismo tiempo hacer uso del derecho a su propia defensa para consolidar su inocencia. No se trata solamente de que la Justicia encuentre las causas de culpabilidad, corresponde al político enfrentar los cargos y facilitar la conclusión de los procesos para limpiar su nombre. 

Radiografía del envilecimiento de la política

Por Nancy Sosa. La periodista denuncia al Gobierno por “reiteradas transgresiones” a las de la institucionalidad, mediante el abuso y la pésima aplicación de las herramientas indispensables de la buena política.

Ya no son necesarios los golpes de Estado militares para sojuzgar a un pueblo. La autocratización dentro del sistema democrático, impulsada por los mismos líderes surgidos de elecciones libres, es suficiente para instalarse por tiempo indeterminado en el poder político. El proceso incluye el envilecimiento de la política, la destrucción de las instituciones y el despliegue de la perfidia como arma letal.  

La actual crisis de la democracia en muchos países del mundo es otra ola más en el marco del retroceso del sistema, donde los líderes políticos provocan los quiebres para concentrar el poder y deteriorar las instituciones con más potencia que los tradicionales golpes de Estado. La especialista Melis Gülboy Laebens los denomina “tomas graduales del poder”.  

En Argentina ese proceso se refleja en un contexto de pandemia con daños que no cesan en los ámbitos de la salud, la producción y la economía, y en el desmantelamiento institucional y político.  

Puede diseñarse una radiografía de este envilecimiento de la política. No sería capcioso ni caprichoso. Respondería a la gravedad institucional que amenaza al país donde son flagrantes los atentados contra los pilares que sostuvieron durante siglos el sistema republicano y democrático.  

Las reiteradas transgresiones a las normas, la manipulación de las reglas en favor de quien tiene el poder transitorio, el abandono de las formas y los protocolos, vienen erosionando persistentemente la institucionalidad mediante el abuso y la pésima aplicación de las herramientas indispensables de la buena política.  

Por ejemplo, cabe preguntarse: ¿cuánto hace que gobiernos nacionales, provinciales y municipales, no se rigen por planes de gobierno previstos para el corto, el mediano y el largo plazo? Una obviedad dentro de cualquier planificación o estrategia. De tanto aludir al pasado para justificar las barrabasadas del presente, los funcionarios se quedan ciegos frente al futuro. En el territorio argentino son escasos quienes pueden proponerse etapas en el tiempo al participar de una sociedad enfrentada al recurrente cambio de las reglas de juego.  

Se oye hasta el hartazgo reclamar diálogo y consenso como metodología lógica del entendimiento entre las partes para avanzar hacia un fin común.  

Ese deseo trasmuta en entelequia al estrellarse contra la negativa de los poderosos que no quieren compartir el poder cuando son incapaces de manejar la cosa pública.  

El mundo progresista de verdad adoptó esas dos herramientas para resolver conflictos interpartidarios y gubernamentales, pero aquí en Argentina la decisión es inversa: el conflicto es convertido en instrumento que evita los acuerdos e ignora el diálogo. Como un rezo pagano se apela a la “unidad” y nadie sabe muy bien de qué unidad se trata, para qué se la busca ni con quien. Los detiene la incapacidad de establecer, mínimamente, cinco desacuerdos para un debate civilizado. En un momento en que predominan la labilidad en los lazos, el compromiso es débil y la palabra está devaluada, más debería apelarse a la cooperación y a la integración.  

No obstante, la voluntad de acordar ha fugado de la Argentina, y a cambio se privilegia la perfidia, una maldad tan extrema como la de Aspasia, la mujer de Pericles que con su perfidia llenó de sangre las calles de Samos y Megara.  

Esa perfidia logró hasta ahora el sometimiento de los más pobres, la eliminación del movimiento obrero y los sectores medios, despojados de a poco de lo poco que tienen. La sangre de los jubilados corre por los pasillos de la Anses y el Pami, mientras el Poder Ejecutivo, por mandato del Poder Legislativo, manotea las arcas de quienes aportaron toda su vida aspirando a una vida tranquila y feliz en la tercera edad.  

Esa perfidia es la causante del goteo económico para presuntamente asistir a quienes se quedaron sin trabajo durante la pandemia o nunca trabajaron. No es derrame, es un simple y lento goteo de la distribución “de la riqueza” que se declama, porque no la hay. El goteo es injusto para los laboriosos, y gratificante para quienes consideran más oneroso trabajar que no hacerlo. Pero a su vez constituye una trampa para engordar la “servidumbre voluntaria”, designada como pobreza estructural que llegó este fin de año a la mitad de la población argentina (50%).  

En el catecismo político argentino la ley no es igual para todos, y hasta cuando es justa con los corruptos es condenada por considerársela “injusta”. Una paradoja. La Justicia en todos sus niveles es rehén de la política y de quienes gobiernan. Los políticos juzgados reinterpretan a su modo la letra fría de la ley, la vuelven opinable y caprichosa, la verdad no es única como debería serlo sino según los distintos ángulos desde donde se la vea. La bautizaron postverdad, pero no es la verdad.  

Los mencionados son apenas un puñado de signos que revelan el avance artero hacia al autocratismo más tóxico, especialmente cuando viene precedido de la tendencia de leer la realidad circundante desde un estado  

psicótico, paranoico, y de desesperación. Esto no tiene ningún punto de contacto con la política sino con la frustración de anhelos personales, pero está ligado a la responsabilidad de los dirigentes.  

La des-institucionalidad se ha convertido en el único objetivo claro de los actuales gobernantes argentinos y es evidente que todo lo que encaran tiende a derribar a las instituciones para erigir en su lugar monumentos a falsos profetas. Las armas son diversas y se cuentan entre ellas 14 toneladas de piedras, pintura verde sobre los centros religiosos, el ninguneo a las jerarquías judiciales, las misivas como torpedos con dirección solapada, el uso de la mentira como verdad, el engaño al adversario que en realidad es un enemigo, la violencia en las calles, el cierre de las escuelas, la devaluación de la historia, el castigo al crecimiento personal y al mérito, entre tantas otras.  

Sobreviven objetivos de “no Nación”, “no República”, “no oposición”, “no a la propiedad privada”, “no a la posesión de la tierra”, “no al bienestar económico”; “sí a la pobreza extrema”, “sí a las ideologías muertas”, “sí a la nostalgia de la revolución fracasada”, “sí al sometimiento de las clases medias y bajas”, “sí al FMI”; y “sí” a todas las ambiciones personales de quienes recapturaron el poder político.  

La gravedad de los hechos radica en que, ante tal panorama, Argentina se hunde sin remedio en una crisis económica de gran envergadura, pierde a tres generaciones sin educar durante un año entero, deja que desaparezcan más de 50 mil Pymes y se vayan del país -o estén por partir- enormes empresas como Falabella, Latam, Walmart, Brighstar, Danone, Glovo, Uber Eats, Curtiembre CBR, Air New Zealand, Emirates, Qatar Airways, Norwegian, Basf, Axalta, Nike, entre otras decenas. Más de 1.400.000 personas perdieron su empleo este año y sube cada día el desempleo.  

La Cuarta Revolución tecnológica partió sin los argentinos dentro de la nave. El atraso económico y cultural es y será agobiante, y las soluciones sanitarias para el Covid 19 parecen de dudoso alcance por el tratamiento de las autoridades a los laboratorios más serios del planeta.  

No hay otra explicación: dieron otro ataque a la institucionalidad, esta vez a los organismos científicos del mundo. 

Jubilaciones: no es una cuestión de fórmulas

Por Nancy Sosa. La periodista advierte que resolver el conflicto del régimen previsional requiere aquello que ningún Gobierno se propuso hasta ahora: reestructurar todo el sistema de producción y de trabajo en el país.

Resolver definitivamente el conflicto de las jubilaciones en Argentina implica mucho más que establecer una mera fórmula que contemple precios, salarios recaudación o inflación. Esa meta requiere de aquello que ningún gobierno se propuso hasta ahora: reestructurar todo el sistema de producción y de trabajo en el país, y reformular íntegramente el Sistema Previsional. 

Todos los gobiernos nacionales han hecho hincapié en la formulita de la movilidad social, desvalorizada en extremo e imposible de alcanzar robustez por vía de las herramientas económicas. Las resoluciones que se toman responden al cortoplacismo de los mandatos presidenciales, chocan ideológicamente con la realidad, prometen políticas perversas que nunca se cumplen. Los malabarismos de los especialistas en cada turno electoral sólo dejan soluciones aparentes, cada vez más complejas y mucho menos eficientes que las anteriores. 

El perjuicio es exclusivo de los jubilados, siempre. Pierden el valor de sus haberes con cada gobierno. Nada va a cambiar hasta que le estructura productiva y laboral se modifique y el número de trabajadores en blanco sea muy superior a los informales, que es donde está el meollo de la cuestión de la cual no quieren hacerse cargo los gobiernos ni los sindicatos. Le esquivan al bulto y distraen con los numeros que, irremediablemente, dan resultados negativos para los jubilados. Los usan en cada campaña electoral como caballito de batalla para traicionarlos después como a la costurerita que dio el mal paso.  

La población argentina en 2020 es de 45.376.763 personas, diseminadas en 2,78 millones de km², donde pueden vivir un poquito más de 16 personas por kilómetro cuadrado. Un país amplio y generoso con gobernantes mezquinos. Tenemos baja densidad poblacional, muy concentrada en el aglomerado Gran Buenos Aires (38,9%), con un 92% de urbanizados (al año 2011). Una gran potencia mira cariñosamente el territorio donde crece de todo sin que se haga casi nada. 

La población activa argentina (que produce y tiene sueldos en blanco) es de tan solo 12.079.103 de trabajadores que hacen aportes jubilatorios. Los trabajadores informales son 8.500.000 (al 17 de abril de 2020). De estos, 3.500.000 son cuentapropistas que no aportan a las cajas jubilatorias y son, o no, monotributistas; los restantes 5.078.000 son asalariados “en negro” que tampoco aportan para su futura jubilación. Ningún sistema previsional en el mundo puede sobrevivir con esta ecuación. Hay que cambiarla. 

Los trabajadores informales generalmente tienen empleos de mala calidad, salarios bajos, largas jornadas de trabajo, falta de acceso a oportunidades de capacitación, dificultades para acceder al sistema judicial y al sistema de protección social, incluyendo la seguridad y la salud en el trabajo. Los sindicatos nunca quisieron asociarlos a sus obras sociales con la excusa de que ellos mismos, los laburantes “en negro”, deberían ser los que “denuncien la ilegalidad en la que trabajan”. Los dirigentes sindicales ya no salen de sus escritorios para verificar el cumplimiento de las normas laborales, a menos que en una empresa aparezca algún rebelde. En las décadas del 60 y el 70 se metían en todas las fábricas y comercios para crear el cuerpo de delegados. Se olvidaron de lo que era ser dirigentes sindicales. 

Los gobiernos nacionales, por comodidad o ineficacia en sus funciones, dejaron crecer la enorme masa informal que ahora se encuentra librada a la suerte de las empresas, casi todas Pymes no registradas para no pagar impuestos laborales y sociales que les desmadran el sostenimiento de la fuente de trabajo. Los trabajadores, sin otra alternativa, aceptan las condiciones pues creen que en el futuro no habrá sistema jubilatorio cuando cumplan 60 o 65 años y se retiren. Los jóvenes, mayoritariamente, se niegan a hacer los aportes. Consideran que es una pérdida de dinero.  

La tasa de desocupación fue en 2020 del 13,1%, el registro más alto desde 2004 y refleja el impacto de la cuarentena sobre el mercado laboral. La falta de un empleo afecta a 2.300.000 argentinos, al 23 de setiembre de 2020. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) reveló que en el segundo trimestre del año la tasa de actividad fue de apenas 38,4%, y la tasa de empleo 33,4%. No hay país que aguante con estos números.  

La Argentina tiene una población avejentada, como tantos otros países del mundo. Son 3.800.000 quienes tienen entre 60 y 69 años, y 3.500.000 ya superan los 70. Son más de 7.000.000 los adultos mayores, es decir el 20% de la población total. En las dos últimas décadas esta franja etaria decidió seguir trabajando porque con la jubilación no les alcanzaba. Ese acto de desesperación humana construyó un contrapeso: los jóvenes no pueden ocupar esos lugares. Pero, existe una alternativa peor: a los más viejos no se les permite trabajar aunque puedan porque se prioriza a los más jóvenes que son los que no aportan a las cajas previsionales.  

El Sistema Previsional argentino debe aspirar a ser autosustentable, las leyes deberían defender esa independencia económica de las cajas de jubilaciones, y los fondos recaudados deberían destinarse solo a mejorar los haberes jubilatorios, no a cubrir otras necesidades sociales ni a servir a la especulación financiera del Estado con representantes en empresas privadas donde con plata de los jubilados compran acciones sin informarles de las maniobras. Los aportes jubilatorios deben ser para bancar las jubilaciones, nada más. 

Los fracasos económicos y las pésimas administraciones estatales hicieron que los argentinos se quedaran sin fuentes de trabajo, sin puestos laborales, sin futuro. No hay inversiones, se gasta más de lo que entra a las arcas del Estado, la corrupción de la clase política ayuda notablemente a esa debacle. Y el populismo agrega más problemas a los ya existentes generando decisiones demagógicas que atentan contra los sistemas previsionales: conceden falsas “moratorias” para que quienes nunca aportaron puedan cobrar una jubilación mínima. Una miseria de 19 mil pesos que en el próximo diciembre tendrá un aumento de 900 pesos. La titular de ANSES Fernanda Raverta dijo sonriente: “tenemos una buena noticia para los jubilados: el 5% de aumento”. Para llorar. 

La estructura de más de 160 cajas previsionales voló por los aires alrededor del 2010 gracias a la dadivosidad de la entonces presidenta Cristina Fernández que quedó muy bien con más de tres millones de personas manoteando plata ajena. La estrategia apuntaba a estimular el consumismo, como regla de recuperación económica fomentada por las potencias capitalistas. La diferencia está en que Argentina no tiene status de potencia ni el gobierno que adhirió al consumismo adora al capitalismo. 

El uso del poder político, lo sabemos, exige generosidad para con los menos provistos de oportunidades y respaldos económicos, pero también inteligencia y responsabilidad en quien adopta medidas sin tomar en cuenta las consecuencias. La política existe para transformar la realidad, siempre y cuando se favorezca a todos por igual, con métodos y soluciones novedosos que signifiquen progreso y acumulación de recursos para repartir. Especular con el favoritismo es propio de mentes estrechas. Utilizar los dólares de los fondos del ANSES para disimular el fracaso monetario de un gobierno, como ocurrió hace semanas atrás, es por lo menos un asalto a los bolsillos de los jubilados.  

Quedó desde el primer y segundo gobierno de Juan Perón, cuando se generalizaron las jubilaciones para todos los sectores de la producción y los servicios, la idea de que los trabajadores debían formar parte de la pirámide de la Movilidad Social Ascendente, concepto referido a un premio al esfuerzo realizado en el cumplimiento del trabajo y el deber. Caracterizaba al anhelo de crecer económicamente, permitir que los hijos se educaran y tuvieran la posibilidad de concurrir a una universidad, ser profesionales. Finalmente, acceder a un puesto de trabajo desde el cual mejorar cada día, contar con capacidad de ahorro e invertir en el crecimiento del clan familiar, para poder jubilarse y ver hacia atrás con satisfacción un camino de realización. 

Actualmente la razón de existir de la movilidad es la inflación, y lo seguirá siendo si continúa la tendencia kirchnerista a ignorarla, como lo hizo en los tres mandatos anteriores. Cuando los índices comiencen a molestar el INDEC dejará de darlos para evitar “estigmatizaciones”. La cuestión de la inflación está en el corazón de las reestructuraciones señaladas para resolver la problemática de las jubilaciones. 

La educación argentina bajo el respirador

Por Nancy Sosa. La periodista critica duramente el rol de CTERA y del gobierno en la administración de la educación durante la pandemia.

“Si toda tu información viene de la televisión, ya entiendo por qué pensás así. Si yo fuese la directora universal de las escuelas diría que el trabajo por año es que cada alumno tenga una idea propia, nada más, que se le ocurra algo. Pero no, tenés que saber cosas que después no te sirven, no saben pensar”. El pensamiento es de la filósofa de la vida Juana Molina, que reflota lo esencial de una educación que tiende a desaparecer en el país. 

Juana Molina, la versátil, la que no se queda mucho tiempo haciendo lo mismo, la que agota los procesos de creación y pasa a otro estadio sin ninguna dificultad, da en el clavo de una necesidad esencial, ésta última palabra usada hasta el desgaste en la pandemia que acosa al mundo. Pero su reclamo acerca de que los chicos se animen a tener “una idea” no es factible porque los maestros sindicalizados mañerean la vuelta a la escuela con excusas que no podrían ser esgrimidas siquiera por los infantes. La ciudad de Buenos Aires se propuso, y lo logró, ese ansiado retorno a los establecimientos educativos después de pelear duramente contra un ministerio nacional con escasos gestos de reacción, que responde más a las presiones sindicales y al afán de mantener a la gente encerrada. La urgencia de recuperar la pérdida de conocimientos en todos los niveles educativos durante siete meses, no parece una prioridad para la cartera. Este es un lujo que ningún país debería darse porque supone sacrificar tres generaciones argentinas. 

Los chicos no contagian, lo dicen hasta el cansancio los especialistas. En Europa los niños no dejaron de concurrir a la escuela en todo el año. Pero aquí, en Argentina, puede más el miedo y la vagancia de quienes promocionan el peligro entre los maestros por esta pandemia. Todo el mundo está en riesgo, y muchos trabajadores esenciales se someten para cumplir con su misión y su vocación. En el primer mundo, al que los argentinos quieren pertenecer, las escuelas dejaron de funcionar solo un mes durante 2020, y volvieron a clases en las primarias con las previsiones sanitarias necesarias. 

En Argentina, no. En Argentina hay un gremio, CTERA, y un dirigente simbólico Roberto Baradel, que con descaro alerta sobre la “responsabilidad” que tienen que blandir los maestros frente al virus, ya no ahora mismo, sino “en marzo del año que viene”. El tipo no quiere trabajar, se le nota, quiere incrementar su sobrepeso sentado en la única vocación que posee: no trabajar. 

El ministro Nicolás Trotta mintió descaradamente al decir en un programa televisivo semanal que “las clases volvieron hace rato en el interior del país”, y puso como ejemplo a Formosa (¿) y a San Juan. Trotta no enfrenta a los gremios docentes, y delega (es un decir) en los gobiernos provinciales la decisión del retorno presencial. En realidad, la educación depende de los gobernadores desde que la última dictadura militar decretó la descentralización del sistema educativo. La paritaria nacional vigente es un invento del kirchnerismo en su primera etapa cuando se abrieron las discusiones por las convenciones laborales. Al margen de esa cuestión, el titular de la cartera, además, es indolente, y descarta el adelanto de las clases del año que viene porque, a su juicio “el verano tiene que ser un momento de respiro”. 

Trotta tiene pocos amigos, y enemigos perversos. Se notó cuando Adriana Puigróss renunció a su cargo de viceministra. Los verdaderos motivos de la renuncia los diseminó por radio el periodista Horacio Verbitsky al trazar una radiografía de las dos “tribus” que enfrentaban a Puigróss y Trotta. La primera es una pedagoga e investigadora proveniente del peronismo, y Trotta -para el ex director de Página 12- viene de una familia “en la que las únicas que no son militares son las mujeres”. En el programa emitido por radio El Destape, dio detalles de los ataques recibidos por tres militares de la familia Trotta en la década del 70, porque conoce bien del tema. Más allá de las memorias desechables por una cuestión de salud mental, la pretensión de hallar voluntad institucional en ámbitos que incidan para la recuperación de los conocimientos perdidos, no se encontrará. Cuando el gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof considera que el retorno a las escuelas “es un despelote”, y por eso patea la pelota para adelante, es que ya no hay salida. 

Es crudo, pero hay que aceptarlo: el actual gobierno está empecinado en hacer de la Argentina un país de ignorantes, sin ambiciones ni metas, una nación improductiva, dominada por el capricho de cuatro personas codiciosas de poder sin saber qué hacer con él. Para transformar la Argentina seguramente no es. 

Al 9 de noviembre se cumplieron 238 días sin clases, y si los chicos vuelven a la escuela, a esta altura del año, es para saludar a los compañeritos y volver al hogar. No obstante, esa breve revinculación de educadores con educandos, y educandos entre sí, se celebra en homenaje a la persistencia del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para eludir el corset kirchnerista de la ignorancia. La actitud oficialista se pliega al evidente programa de empobrecimiento de la sociedad argentina, se suma al propósito de podarle las alas a la clase media, achatar la pirámide del crecimiento, fomentar el analfabetismo y hacer de Argentina un país miserable. 

A raíz del Covid 19 la CTERA se tomó el trabajo de elaborar un “informe sobre la salud laboral”, reflejo de una preocupación excluyente: la salud de los docentes y no docentes. En ese informe no figuran los chicos ni la importancia del aprendizaje, sólo las formas, todas las imaginables, para esquivar la vuelta al cole. 

Los seres humanos, frente a las contingencias de la vida, siempre tienen dos opciones: enfrentar el miedo y buscar soluciones para resolver la amenaza saliendo al ruedo, o acovacharse esperando que el riesgo pase. Ambos son mecanismos de defensa. Pero hay trances que demoran en transcurrir, y vuelven a generar dos opciones: la parálisis para siempre y el encarcelamiento, o asomar la nariz con todas las prevenciones para recuperar algún grado de supervivencia. 

No es esto último lo que piensan los maestros afiliados a CTERA, gremio que dirigen Sonia Aleso y Roberto Baradel -a éste se lo ve poco desde que es secretario adjunto-, especialmente en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, donde el sindicato desde hace décadas se esfuerza en sumir a los alumnos en la anulación de sus capacidades. Lo hacen sin pudor. Hace mucho tiempo que la vocación de maestro se perdió en el camino de las conveniencias o las necesidades económicas, de las licencias pagas, la ausencia de reconocimiento profesional, las faltas continuas al trabajo, el hábito de dejar el lugar a una suplente que nunca alcanza la titularidad. ¿Cómo van a llegar los chicos al aula con “una idea propia” si no se abren las aulas? La propuesta de Juana Molina es para los chicos, presuntamente porque no hay fe en los maestros ni en los programas educativos, atrasados de tal modo que la escuela argentina está fuera de todo ranking internacional. 

CTERA considera que “un apresuramiento injustificado e indebido en la toma de decisiones para el regreso a las aulas puede traer graves consecuencias para la población en general, y un rebrote podría traer más inconvenientes pedagógicos y administrativos, más riesgos sanitarios y más demoras a futuro en los procesos de enseñanza y aprendizaje”. 

Dicho así sólo cabe pensar que el gremio está calculando que el retorno de los maestros a la escuela no se producirá hasta fines del año 2021 porque el “rebrote”, que todavía no ocurre aquí, puede ser fatal. Y los argentinos terminan de convencerse: “no quieren trabajar”. 

El tono del informe carece de todo gesto colaborativo; por el contrario, exige garantías del sistema de salud dentro de las escuelas como si los docentes estuvieran excluidos de participar de esa red de cuidado y prevención frente a eventuales contagios. Se ponen exigentes: quieren “capacitación” para los trabajadores en la sanitización de aulas y enseres, y la provisión de elementos de limpieza –hipoclorito, jabón y otros para desinfectar- como si cada uno de los que forman parte de ese circuito no hubiera adquirido experiencia en nueve meses de cuarentena en sus hogares. Reclaman incluso una campaña mediática para capacitar a los docentes en la contención psicológica de los alumnos. Los maestros no tienen capacidades limitadas, fueron formados en el magisterio precisamente para eso, para enseñar y contener a los alumnos en sus conflictos personales. No es necesario que cursen Psicología. Si no se hace todo lo anterior no habrá inicio de clases, y si se hace, tampoco. Además, se curan en salud respecto de la “responsabilidad”: El punto 15 del informe de CTERA dice: “Establecer niveles de responsabilidad para definir la suspensión de clases o cierre de los establecimientos ante cambios de situaciones sanitarias, por la presencia de afectados/afectadas en instituciones educativas”. O sea, no se van a hacer cargo de nada de lo que ocurra. La responsabilidad siempre va a ser de otros. Y ellos estarán atentos para pedir que se suspendan inmediatamente las clases ante el más mínimo resfrío de un alumno, un docente, un no docente, un sanitizador, o un portero. 

La educación argentina bajo el respirador

Por Nancy Sosa. La periodista sostiene que no hay voluntad institucional en el Gobierno de la Nación para un pronto retorno a las clases presenciales.

“Si toda tu información viene de la televisión, ya entiendo por qué pensás así. Si yo fuese la directora universal de las escuelas diría que el trabajo por año es que cada alumno tenga una idea propia, nada más, que se le ocurra algo. Pero no, tenés que saber cosas que después no te sirven, no saben pensar”. El pensamiento es de la filósofa de la vida Juana Molina, que reflota lo esencial de una educación que tiende a desaparecer en el país.  

Juana Molina, la versátil, la que no se queda mucho tiempo haciendo lo mismo, la que agota los procesos de creación y pasa a otro estadio sin ninguna dificultad, da en el clavo de una necesidad esencial, ésta última palabra usada hasta el desgaste en la pandemia que acosa al mundo. Pero su reclamo acerca de que los chicos se animen a tener “una idea” no es factible porque los maestros sindicalizados mañerean la vuelta a la escuela con excusas que no podrían ser esgrimidas siquiera por los infantes.  

La ciudad de Buenos Aires se propuso, y lo logró, ese ansiado retorno a los establecimientos educativos después de pelear duramente contra un ministerio nacional con escasos gestos de reacción, que responde más a las presiones sindicales y al afán de mantener a la gente encerrada. La urgencia de recuperar la pérdida de conocimientos en todos los niveles educativos durante siete meses, no parece una prioridad para la cartera. Este es un lujo que ningún país debería darse porque supone sacrificar tres generaciones argentinas.  

Los chicos no contagian, lo dicen hasta el cansancio los especialistas. En Europa los niños no dejaron de concurrir a la escuela en todo el año. Pero aquí, en Argentina, puede más el miedo y la vagancia de quienes promocionan el peligro entre los maestros por esta pandemia. Todo el mundo está en riesgo, y muchos trabajadores esenciales se someten para cumplir con su misión y su vocación. En el primer mundo, al que los argentinos quieren pertenecer, las escuelas dejaron de funcionar solo un mes durante 2020, y volvieron a clases en las primarias con las previsiones sanitarias necesarias.  

En Argentina, no. En Argentina hay un gremio, CTERA, y un dirigente simbólico Roberto Baradel, que con descaro alerta sobre la “responsabilidad” que tienen que blandir los maestros frente al virus, ya no ahora mismo, sino “en marzo del año que viene”. El tipo no quiere trabajar, se le nota, quiere incrementar su sobrepeso sentado en la única vocación que posee: no trabajar.  

El ministro Nicolás Trotta mintió descaradamente al decir en un programa televisivo semanal que “las clases volvieron hace rato en el interior del país”, y puso como ejemplo a Formosa (¿) y a San Juan. Trotta no enfrenta a los gremios docentes, y delega (es un decir) en los gobiernos provinciales la decisión del retorno presencial. En realidad, la educación depende de los gobernadores desde que la última dictadura militar decretó la descentralización del sistema educativo. La paritaria nacional vigente es un invento del kirchnerismo en su primera etapa cuando se abrieron las discusiones por las convenciones laborales. Al margen de esa cuestión, el titular de la cartera, además, es indolente, y descarta el adelanto de las clases del año que viene porque, a su juicio “el verano tiene que ser un momento de respiro”.  

Trotta tiene pocos amigos, y enemigos perversos. Se notó cuando Adriana Puigróss renunció a su cargo de viceministra. Los verdaderos motivos de la renuncia los diseminó por radio el periodista Horacio Verbitsky al trazar unas radiografías de las dos “tribus” que enfrentaban a Puigróss y Trotta. La primera es una pedagoga e investigadora proveniente del peronismo, y Trotta -para el ex director de Página 12- viene de una familia “en la que las únicas que no son militares son las mujeres”. En el programa emitido por radio El Destape, dio detalles de los ataques recibidos por tres militares de la familia Trotta en la década del 70, porque conoce bien del tema.  

Más allá de las memorias desechables por una cuestión de salud mental, la pretensión de hallar voluntad institucional en ámbitos que incidan para la recuperación de los conocimientos perdidos, no se encontrará. Cuando el gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof considera que el retorno a las escuelas “es un despelote”, y por eso patea la pelota para adelante, es que ya no hay salida.  

Es crudo, pero hay que aceptarlo: el actual gobierno está empecinado en hacer de la Argentina un país de ignorantes, sin ambiciones ni metas, una nación improductiva, dominada por el capricho de cuatro personas codiciosas de poder sin saber qué hacer con él. Para transformar la Argentina seguramente no es.  

Al 9 de noviembre se cumplieron 238 días sin clases, y si los chicos vuelven a la escuela, a esta altura del año, es para saludar a los compañeritos y volver al hogar. No obstante, esa breve revinculación de educadores con educandos, y educandos entre sí, se celebra en homenaje a la persistencia del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para eludir el corset kirchnerista de la ignorancia. La actitud oficialista se pliega al evidente programa de empobrecimiento de la sociedad argentina, se suma al propósito de podarle las alas a la clase media, achatar la pirámide del crecimiento, fomentar el analfabetismo y hacer de Argentina un país miserable.  

A raíz del Covid 19 la CTERA se tomó el trabajo de elaborar un “informe sobre la salud laboral”, reflejo de una preocupación excluyente: la salud de los docentes y no docentes. En ese informe no figuran los chicos ni la importancia del aprendizaje, sólo las formas, todas las imaginables, para esquivar la vuelta al cole.  

Los seres humanos, frente a las contingencias de la vida, siempre tienen dos opciones: enfrentar el miedo y buscar soluciones para resolver la amenaza saliendo al ruedo, o acovacharse esperando que el riesgo pase. Ambos son mecanismos de defensa. Pero hay trances que demoran en transcurrir, y vuelven a generar dos opciones: la paralisis para siempre y el encarcelamiento, o asomar la nariz con todas las prevenciones para recuperar algún grado de supervivencia.  

No es esto último lo que piensan los maestros afiliados a CTERA, gremio que dirigen Sonia Aleso y Roberto Baradel -a éste se lo ve poco desde que es secretario adjunto-, especialmente en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, donde el sindicato desde hace décadas se esfuerza en sumir a los alumnos en la anulación de sus capacidades. Lo hacen sin pudor. Hace mucho tiempo que la vocación de maestro se perdió en el camino de las conveniencias o las necesidades económicas, de las licencias pagas, la ausencia de reconocimiento profesional, las faltas continuas al trabajo, el hábito de dejar el lugar a una suplente que nunca alcanza la titularidad.  

¿Cómo van a llegar los chicos al aula con “una idea propia” si no se abren las aulas? La propuesta de Juana Molina es para los chicos, presuntamente porque no hay fe en los maestros ni en los programas educativos, atrasados de tal modo que la escuela argentina está fuera de todo ranking internacional.  

CTERA considera que “un apresuramiento injustificado e indebido en la toma de decisiones para el regreso a las aulas puede traer graves consecuencias para la población en general, y un rebrote podría traer más inconvenientes pedagógicos y administrativos, más riesgos sanitarios y más demoras a futuro en los procesos de enseñanza y aprendizaje”.  

Dicho así sólo cabe pensar que el gremio está calculando que el retorno de los maestros a la escuela no se producirá hasta fines del año 2021 porque el “rebrote”, que todavía no ocurre aquí, puede ser fatal. Y los argentinos terminan de convencerse: “no quieren trabajar”.  

El tono del informe carece de todo gesto colaborativo; por el contrario, exige garantías del sistema de salud dentro de las escuelas como si los docentes estuvieran excluidos de participar de esa red de cuidado y prevención frente a eventuales contagios. Se ponen exigentes: quieren “capacitación” para los trabajadores en la sanitización de aulas y enseres, y la provisión de elementos de limpieza –hipoclorito, jabón y otros para desinfectar- como si cada uno de los que forman parte de ese circuito no hubiera adquirido experiencia en nueve meses de cuarentena en sus hogares. Reclaman incluso una campaña mediática para capacitar a los docentes en la contención psicológica de los alumnos. Los maestros no tienen capacidades limitadas, fueron formados en el magisterio precisamente para eso, para enseñar y contener a los alumnos en sus conflictos personales. No es necesario que cursen Psicología.  

Si no se hace todo lo anterior no habrá inicio de clases, y si se hace, tampoco. Además, se curan en salud respecto de la “responsabilidad”: El punto 15 del informe de CTERA dice: “Establecer niveles de responsabilidad para definir la suspensión de clases o cierre de los establecimientos ante cambios de situaciones sanitarias, por la presencia de afectados/afectadas en instituciones educativas”. O sea, no se van a hacer cargo de nada de lo que ocurra. La responsabilidad siempre va a ser de otros. Y ellos estarán atentos para pedir que se suspendan inmediatamente las clases ante el más mínimo resfrío de un alumno, un docente, un no docente, un sanitizador, o un portero. 

Argentina, misión imposible: esta cinta se destruirá en cinco segundos

Por Nancy Sosa. La periodista repasa la compleja situación que atraviesa el país.

Quien no tenga conciencia del estado de gravedad en que se encuentra la República Argentina, vive en otro planeta, tiene malas intenciones políticas, o le importa un rábano que el país derrape mal, mucho peor que en todas las ocasiones anteriores.  

Consecuencias inminentes: exilio de las jóvenes generaciones hacia lugares donde puedan trabajar y sostener un proyecto; sociedad en estado de anomia generalizada; presente invivible por falta de certezas económicas y laborales, seguridad en la vía pública y posibilidades de planificar una salida nacional al caos instalado; futuro inexistente.  

La Argentina atraviesa un estado de demolición interna por impericia de sus gobernantes. El ministro de Economía Martín Guzmán es una muestra cabal de que esa área está manejada por alguien que no conoce las costumbres, las mañas y las maniobras financieras, enraizadas en una sociedad que fue llevada por sucesivos gobiernos a confiar en otra moneda que no es la propia. Si Guzmán dice -porque así lo cree- que el “blue” no incide en los precios, echemos los fideos y bajemos las persianas. La “dolarización” no es culpa de los pequeños ahorristas, sino de los que manejan la economía del país. Los cepos no sirven, hay que trabajar sobre la cultura y generar una moneda confiable, ya no para el exterior, sino para nosotros mismos.  

Hace décadas que arrastramos males sin darles una solución: la deuda externa es el eterno problema del endeudamiento de un gobierno para que el siguiente la pague. El que tiene que pagarla no lo hace y se la pasa al que le sigue. Se odia al Fondo Monetario Internacional, pero en los interregnos la amistad se renueva, se le sacan unos mangos y después se negocia para no pagar. No tiene importancia si Néstor Kirchner le pagó todo porque se endeudó por otro lado, no tiene importancia que Axel Kicillof le pagó de más al Club de París. En 2015, Argentina ya no tenía un mango y había “distribuido la riqueza”, un decir, por medio de subsidios que ahora no se pueden eliminar para que la gente no se muera de hambre en las calles.  

La inflación es una podredumbre que resiste todos los antibióticos y hasta ahora no apareció el mago que la baje. En varios reportajes que hice para la revista Movimiento en 2009 y 2010 me contestaban “¿y qué importancia tiene la inflación?”. Tiene tanta importancia que con los años sufrió tantos maquillajes que hasta escondió la pobreza debajo de la corteza terrestre. ¿Quién sabe cómo bajar la inflación, carajo? ¿Por qué no se escucha a los que saben y se aplican las medidas por más duras que sean?  

Si quieren pueden echarle la culpa a la pandemia, pero el desempleo no empezó el 20 de marzo de este año, es antiguo, empezó en la década del 70, se profundizó con las deplorables políticas militares de entrega del país, y en la democracia nadie pudo suturar esa herida que cada día se abre más, está llena de gusanos e infecta a todo el cuerpo social. Van siete gobiernos de distinto signo y ninguno baja la informalidad que ahora ya supera largamente el 40 por ciento, cientos de miles de familias y sus descendientes no conocen el trabajo formal, viven de las changas o terminan escapándose bajo los efectos de los narcóticos berretas que los matan. El medio pelo para abajo hace colas interminables para conseguir un puestito de mozo o lavaplatos. Los que estudian y se preparan para una profesión no encuentran el puesto, o encuentran uno mal pago con ningún reconocimiento al mérito. Y se van, claro que se van a ir porque aquí solo encuentran desazón, fracaso, exclusión, ninguna escalera que subir hacia el triunfo de la vida.  

Como si esto fuera poco estamos padeciendo una enfermedad que bien puede curarse rápidamente, pero los gobernantes ni algunos jueces no quieren hacerlo, por conveniencia. El dicho es siempre el mismo: “mientras peor, mejor”. Esta vez el concepto dejó de anidar los ánimos militantes de los partidos de izquierda para recluirse en cenáculos del poder donde se tejen las estrategias más perversas, de las que tendrán que arrepentirse cuando se vuelvan en contra.  

La inseguridad callejera se convirtió en una amenaza contra los habitantes que siguen las reglas, y un desafío para quienes hartos de ser asaltados y golpeados por los delincuentes liberados por el actual gobierno en abril pasado, deciden hacer justicia por mano propia. Y la justicia sin aparecer, los jueces garantistas liberando a diestra y siniestra, favoreciendo a los delincuentes e ignorando a las víctimas. Recién empezamos a ver esta situación, en tanto el capitán médico que recorre la provincia de Buenos Aires en moto quiere comerse crudos a los delincuentes, pero al final termina echándole tierra al asado.  

En ese cuadro fatal, asistimos, sin exagerar, a una virtual guerra de guerrillas, esparcida por todo el territorio nacional. La excusa es la toma de tierras a la que se plegaron, incluso, algunos que solo ven en esas operaciones un negocio a costa de los pobres. No faltan las anécdotas ridículas de algún resentimiento aristocrático buscando venganza familiar y escudándose en el amor a la ecología, como lo de Dolores Etchevehere en Entre Ríos, decidida a habilitar a Juan Grabois en su sueño del lotecito propio.  

La guerra de guerrillas es menos pueril y más dramática en el sur del país donde el escudo pseudomapuche está cometiendo desmanes con tierras fiscales y privadas, intrusando viviendas, impidiendo el ingreso de sus dueños, bajo el increíble argumento de la herencia ancestral, que no existe legalmente, pero los jueces la dejan correr para molestar a los “ricos” que habitan la belleza argentina. El gobierno nacional brilla por su ausencia, tiene una mirada antropóloga.  

Y como si todo eso fuera poco, el gobierno nacional también mira para otro lado cuando los gobernadores –que le han cortado el teléfono a todos sus gobernados- cierran las fronteras caprichosamente, no dejan entrar a familias enteras apostadas en las fronteras y a la intemperie, con la excusa del contagio del Covid 19. Meses de cuarentena hace la gente al borde de una ruta por la estupidez de esos gobernadores que no saben siquiera hacer un protocolo para que entren sin contagiar. ¿Es posible que el presidente no tome cartas en esos asuntos hablando con los gobernadores para que depongan actitudes de semejante injusticia? Esa gente no puede volver a su hogar, no puede volver a su trabajo, están sin dinero, sin alimentos, sin abrigo, sin techo que los cobije, y muchos están enfermándose. La semana que pasó murió uno de ellos por querer cruzar el río a nado.  

Es imposible vivir de este modo, encima con la amenaza de pescar el virus, caer enfermo, no encontrar cama ni respirador artificial disponible. Es un infierno en el más ajustado término de la palabra. La Argentina de la cuarentena elogiada por su premura llegará en poco tiempo al primer lugar del ranking de contagios y muerte, y seremos de una vez por todas la “number one” del mundo que siempre ansiamos y ni siquiera con el fútbol conseguimos.  

En contrapartida, en vez de convocar a una “unidad nacional”, aunque fuere provisoria y transitoria, la estrategia oficial se remite a ver cómo se eliminan los jueces que juzgan a la actual vicepresidenta por sus complicadas causas judiciales iniciadas durante su mandato de 2012 a 2015, y también posteriormente. Una preocupación personal que entierra los necesarios objetivos de un país.  

La última noticia da cuenta de que eliminarán las PASO del año próximo. Si bien es cierto que coincidimos en que nunca sirvieron para nada, sí lo hicieron en favor del kirchnerismo que las impuso. Ahora, para 2021 no les conviene; entonces, las levantan. Ese alarde de justicia es apabullante. No les conviene porque quieren que en la elección general la centroderecha y sus diferentes manifestaciones dividan al electorado y les permita mantener el número de diputados y senadores que tienen ahora. Los banderazos van diciendo que no los avalarán, son los “malditos” de la clase media que siempre deciden quién gana. Con ellos la actual coalición llegó al gobierno, con ellos –heridos como están por la economía y los agravios permanentes- puede sufrir una debacle en octubre del año venidero.