Al rescate de la política

La periodista señaló que “la dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina”.

Por Nancy Sosa

El fenómeno ha sido recurrente a lo largo de la historia, y en cada ocasión de cambios las víctimas siempre son la política y una de sus herramientas imprescindibles: la comunicación política.

En Argentina especialmente, pero no solo en ella, las experiencias previas desaparecen, dejan de ser memoria e invalidan así el mandato esencial: el de aprender de los errores. Aquí puede aplicarse una frase común: “todo empieza cuando uno llega”. Es una frase de resignación, usada cuando un novato en la política o en la administración de gobierno cree haber descubierto la pólvora, tira todo lo que el anterior hizo e impone sus propias reglas sin evaluar qué sirve o no de lo que había quedado. En realidad, creo que la frase, más admonitoria, era: “no todo empieza cuando uno llega”, una advertencia para evitar que el recién asumido tire todo por la borda y en vez de crear algo nuevo distinga en qué se equivocaron los anteriores para no caer en las mismas equivocaciones.

Con gran pesar hay que reconocer que el arte de la política agoniza frente a una realidad que, por los fracasos de demasiados gobiernos, es ahora una pampa seca y resquebrajada. Quedan a la vista apenas las mañas del ejercicio de la política con pocas ideas nuevas, aun cuando se agiten banderas de libertad, que no vienen mal porque la esclavitud y la servidumbre derramadas desde el poder se volvieron insufribles. La dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina, el populismo estatista cavó la fosa del desarrollo aspiracional de las personas, sean trabajadores, excluidos del sistema, empresarios prebendarios, educadores, sindicalistas o profesionales de distintos ámbitos.

En tiempos remotos y nunca olvidables, Sócrates sostenía que la política era una cuestión fundamental para la vida humana. Confiaba firmemente en la necesidad de una sociedad justa y virtuosa, en la que los ciudadanos fueran capaces de desarrollar su potencial y vivir de acuerdo con su naturaleza racional, dándole importancia al conocimiento y la sabiduría. Para él, los gobernantes debían ser personas sabias y justas, capaces de tomar decisiones que beneficiaran al conjunto de la sociedad, no a un sector. Y también creía que la política no debía ser un asunto exclusivo de los gobernantes, sino que todos los ciudadanos debían participar activamente en ella.

Platón definía a la política como una actividad esencial para el bienestar de la sociedad y su objetivo principal era la búsqueda del bien común. El filósofo le daba una gran importancia a la educación en la política. Consideraba fundamental formar a los ciudadanos y prepararlos para la vida política, educarlos en las virtudes cívicas y morales para que pudieran cumplir con sus responsabilidades como miembros de la sociedad.

Aristóteles también entendía que la educación era crucial para formar a los líderes políticos, y creía que los jóvenes debían ser formados en la virtud, la justicia y la razón, y que solo aquellos que habían desarrollado estas cualidades podían ser considerados aptos para gobernar.

En el país más austral del mundo la política “ha fuga´o de mí”, como diría Serrat, de nosotros. El marasmo, la apatía caracterizada por la falta de motivación, sentimiento o emoción, generado por las últimas elecciones presidenciales, ha dejado en ese estado a la sociedad argentina, desnuda y a la espera de un par de gratificaciones. Tan mal ha quedado que se conforma con haber sacado al kirchnerismo del poder, una necesidad insoslayable para imaginar otro camino, cualquiera, pero no el mismo.

La desilusión por las derrotas de otras opciones previas abrió entonces las puertas del fracaso de la política y de la fragmentación en todas las expresiones partidarias. La política, como la pampa seca, se quedó sin agua, temblando a la luz de una amenaza capaz de carcomer los intestinos de toda la clase política: ser de la “casta”. Perdieron el linaje, fueron descubiertos, sin que ello implique que, quien les enrostrara esa “culpa”, luego los utilizara porque no tenía más remedio.

Hoy, unos pocos pueden pasar los muros del castillo, desde donde distintos emisarios inexpertos y sin autoridad, llegan en caballos resoplantes, con las órdenes giradas en salvoconductos para negociar. El príncipe no sale de su fortaleza, no habla más que con su séquito, no acepta reuniones con otros hombres de poder, y cada tanto saca un X (qué signo estúpido para reemplazar a Twiter) para pelearse con periodistas mujeres. No despide, lo hacen sus súbditos; para eso están. Se sabe que trabaja porque es lo único que hace, pero nadie sabe en qué. Su agenda no está a disposición de los “Journalistes”, tiene un mensajero que cada día despliega un bando y da mas o menos a entender qué tiene el gobierno para decir.

Murmuran que en la sede subsidiaria de color rosado los funcionarios viven con miedo, tienen temor a equivocarse y que los murmullos lleguen a oídos del príncipe pues pueden ser decapitados. A Machiavello ya lo encerraron en la torre del viejo Cabildo para que no moleste con sus críticas. Lo hicieron antes de que el príncipe haga sus viajes religiosos a Israel y al Vaticano. Como los Médicis en el Renacimiento, pero sin plata. “No hay plata”, pragmático hasta los tuétanos. La política hubiera usado otras expresiones.

Todo tiene que ver con todo, la política y la comunicación política. Hay un vaciamiento de ambas cosas. Algunos testigos sospechan que se respira el mismo clima que cuando estaban en el gobierno Mauricio Macri y Marcos Peña, otros lo niegan. El secretismo no tiene exclusividad.

El relato viene a cuento porque nadie aprende de las experiencias ajenas. La segunda víctima es la comunicación política, una bolsa donde entra todo lo que tenga que ver con la información, la oficial y la privada. El periodismo argentino tiene una profusa historia de destratos, desde el poder y de antes de llegar al poder. A los periodistas argentinos se los ha llegado a enjuiciar públicamente, durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner, con la señora Hebe de Bonafini a la cabeza y La Cámpora como escolta fidelizada. Se los vilipendió, fueron escrachados con carteles en todo el país, los amenazaron, los criticaron, los insultaron, los escupieron.

Con los medios de comunicación se metieron también bajo la excusa de que eran un monopolio, en lugar de reconocer que en ellos se hizo siempre periodismo y no militancia partidaria como en el “monopolio” organizado por los K durante los 16 años de permanencia en el poder.

¡Y ahora, qué, príncipe! La comunicación política del nuevo gobierno adolece de las mismas fallas que en los gobiernos kirchneristas. Manuel Adorni no es Gabriela Cerrutti, pero tiene atados los dientes. La intercomunicación entre gobierno y legisladores nacionales existe a través de intermediarios que dicen “sí” o “no” a lo que les plantean quienes tienen la deferencia de soportarle sus berrinches e insisten en que “por ese lado no sale la Ley Ómnibus”. Muchos de ellos sí saben de política, y de alto nivel.

Durante la campaña electoral el príncipe había dicho que estaba “listo para asumir”, sin embargo, quedó al descubierto que su “gabinete en las sombras” contaba apenas con unos pocos amigos, de los cuales se fueron al menos tres muy valiosos antes de hacerse cargo de la presidencia, sonriéndole a Cristina Fernández, de quien nunca dijo nada, absolutamente nada, en su contra.

Sin extender esta nota a otras cuestiones iguales de relevantes que las señaladas, cabe preguntarse: ¿esto es hacer política? ¿O es francamente, antipolítica? Tal vez pueda denominarse “la no política”.

El huevo de la serpiente

El analista político sostuvo que “nuestra amada nación enfrenta una disyuntiva muchísimo más profunda y que solo se disiparán en un proceso de diálogo político”.

Por Jaime Selser

El huevo de la serpiente (título original: Das Schlangenei/ Ormens ägg) es una película dirigida por Ingmar Bergman en 1977 y ambientada en el Berlín de los años 20. Y describe de forma subliminal la Génesis del fenómeno del nazismo que sacudiría al mundo 20 años después.

La transparencia de la cáscara del huevo de la serpiente revela la formación y anticipa el nacimiento de un ser “detestable”.  Hay un paralelismo, entre aquello y nuestra realidad. Veamos…

A 50 días del gobierno de Javier Milei, vale aclarar, el único gobierno argentino en los últimos 80 años que no es ni radical ni peronista (el de Macri fue una coalición en la que participó la UCR), ya recibió el primer paro nacional. Y debió retroceder abruptamente en el congreso al retirar el capítulo fiscal (recaudatorio) de la periodísticamente denominada ley ómnibus.

Así el huevo de la serpiente, serían (salvando las distancias, lógicamente) los poderes latentes embrionarios y presentes en la Argentina. Poderes que no se disipan a pesar de que el presidente de la nación hace menos de tres meses obtuvo el 56% de los votos del pueblo.

“La casta”, tal como le gusta al Presidente denostar y descalificar a los políticos, de los cuales, ahora él mismo forma parte, le bajó el pulgar y la falta de consenso entre los gobernadores que son quienes realmente manejan a los diputados nacionales y los senadores, lo obligaron a esa medida para evitar el papelón de que se de una votación negativa de su proyecto.

La pregunta que queda por hacerse y está abierta es si ese mismo huevo de la serpiente le permitirá al presidente tener y contar con la delegación de facultades o lo que se denomina como “superpoderes”, porque de otorgárselos, el capítulo fiscal se cumpliría a decretazo limpio.  Vale preguntarse, la bravuconada de los opositores veganos… ¿llegó a su fin?

Analizándolo desde la lógica pura de la política, está más que claro que al presidente con el 56% de los votos de una elección precisamente presidencial y no legislativa, no le alcanza para llevar adelante sus ideas y su modelo de país. Así las cosas, tenemos un presidente que pretende el déficit cero y la eficacia administrativa y la austeridad fiscal. Pero tenemos un país que gobernado principalmente por el peronismo, tiene un sistema económico y político opuesto al 100% respecto de las ideas del mandatario.

Es una situación incomprensible, son realidades irreconciliables.

El presidente desprecia y quiere cerrar el Banco Central, mientras que ese mismo Banco Central que él quiere cerrar, es el que hoy por hoy ordena la política monetaria y disciplina a los bancos y a toda la economía.

Actualmente, la estructura institucional de la nación Argentina, y muchos de los funcionarios que aún no han sido removidos de la gestión kirchnerista, representan la idea de un estado regulador, interventor, empresario, intervencionista, paternalista. Fruto de una visión de que por cada necesidad hay un derecho. Todo ello, conviviendo con un gobierno flamante que pretende un rol totalmente diferente para el estado y un desarrollo distinto para la sociedad.

Así las cosas, la Argentina no enfrenta simplemente el desafío de un cambio político. En este tiempo nuestra amada nación enfrenta una disyuntiva muchísimo más profunda y que solo se disiparán en un proceso de diálogo político, de expresión política del pueblo a través de su voto, y de una profunda vocación de cambiar para recuperar a la Argentina como un faro señero para América latina y el mundo.

No hay dudas de que lo mejor está por venir y que los argentinos ya hemos tocado fondo. Nuestro presente, nuestro futuro, el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos, se juegan en la suerte de la gran Nación Argentina. ¡Al Gran Pueblo Argentino SALUD!

Jaime Selser es licenciado en Ciencias de la Comunicación UBA. Consultor y analista político

La transformación es la llave

No habrá transformación si la corrupción sigue vigente y la justicia continúa ciega. No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos a la producción nacional, al campo y a la industria.

Por Nancy Sosa

¿Queda alguna duda acerca de que Argentina tiene que transformarse en múltiples sentidos para convertirse en un país acorde con los avances mundiales? La transformación no es lo mismo que el cambio, pues un cambio es aquello que generalmente se hace por alguna necesidad externa para adaptarnos a un entorno o situación, mientras que la transformación es un proceso interno que tiene un propósito profundo destinado a afectar los cimientos, las estructuras, las instituciones y la sociedad en su conjunto.

Es conocido que lo que se denomina “reformismo” es un tipo de ideología social o política que generalmente apunta a realizar cambios graduales a fin de mejorar un sistema, proyecto o sociedad. Por ejemplo, se ha dicho que Juan Perón fue un “reformista” y no un “revolucionario”, en términos de nominar una característica política con la intención de desmerecer la osadía de un cambio estructural y cultural cuyos efectos persistieron casi ocho décadas hasta el presente.

Lo que antecede es apenas un plumazo de un análisis mucho más vasto que llenaría volúmenes. Pero es necesario para ubicarnos en la época actual y explorar las posibilidades de construir hacia el futuro un escenario nacional muy diferente al actual, que incluya la adecuación de la sociedad a un mundo nuevo, ése que creció enormemente en cuanto a descubrimientos científicos y tecnológicos, el que dejó atrás pensamientos obsoletos y formas de comportamiento productivos y sociales ultra tradicionales.

Esta nota no pretende que los argentinos renuncien a su propia esencia, si es que alguien puede describir exactamente en qué consiste ella. Solo aspira a aprovechar los quiebres que se vienen produciendo en los devenires políticos, culturales y sociales, sacudidas electorales impensadas, conflictos emergentes inéditos, cambios radicales en los vínculos, y otra manera de pensar y enfrentar la realidad.

El año 2023 quizás se recuerde como el de un tránsito tormentoso, pleno de incertidumbres y debates sobre lo que parecía mejor o peor, un lapso de sensaciones encontradas, discutibles, cambiantes al extremo de identificar las opciones de vida como irremediables. Sin embargo, en medio del revoltijo hubo ciertas coincidencias provechosas, una unidad colectiva de pensamiento ciertamente arriesgada por su determinación: NO PODEMOS SEGUIR MAS COMO ESTAMOS.

En esos momentos de enorme angustia los pueblos suelen tirar el agua del balde con el bebé adentro. Sin darse cuenta, quizás, provocan el giro de la historia que los políticos no se animaron a dar por el simple hecho de defender un “statu quo” en el que se apoltronaron, acunándose en una comodidad construida exclusivamente para hibernar por décadas, sin reformular nada, ni actualizar el estado de las cosas. En suma, sin progresar en lo más mínimo.

El giro no pidió un cambio, tampoco reformas, mucho menos un cambio de ideologías. El pueblo quiere una transformación, aspira a poner la torta con las velitas para abajo, y en ese anhelo persistirá sin importarle quien esté en el poder. Lo único que no perdonará es que no haya transformación.

¿Que el Estado sea grande o chico?, se discute. Los argentinos quieren que funcione de verdad y deje de ser un elefante blanco en medio de un bazar. ¿Qué baje la inflación? Sólo ruegan que baje porque sus bolsillos están exhaustos. ¿Qué bajen los precios, por favor? No importa de qué modo, pero que bajen. ¿Qué suban los salarios?, obviamente. ¿Qué haya más puestos de trabajo para salir de la informalidad?, por supuesto. ¿Qué el problema de los alquileres de vivienda se resuelva?, sí, con ley o sin ley, pero que puedan pagarlos. ¿Qué suban las jubilaciones de los que aportaron treinta o cuarenta años?, ya mismo. ¿Qué los productores del campo dejen de pagar altas retenciones?, es evidente. ¿Qué los boletos de colectivo suban un poco pero no demasiado?, claro está. ¿Y las tarifas de gas y luz?, gradualismo por favor.

Estas son medidas, no transformaciones, reclaman urgencia porque atañe a lo cotidiano, lo mismo que la seguridad en las calles y la lucha contra el narcotráfico. Pero siguen siendo medidas, no transformaciones.

La transformación tiene una envergadura enorme, atraviesa en principio a la educación, hoy revolcada al punto de sacar a la Argentina de los principales rankings mundiales. Transformar la educación no es garantizar el cumplimiento de los días de clase en el año, eso es el primer escalón, no el más alto.

Recuperar la educación que fue envidia hasta la década del 60 sería como en el truco, salir del menos diez y llegar a Cero. Educar al soberano (pueblo) supone cancelar la enorme deuda contraída por una docena de gobiernos (militares y democráticos) empeñados en imponer su propia ideología a por lo menos seis generaciones, y eliminar los abusos sindicales respecto del derecho de huelga que no defienden salarios sino intereses dirigenciales.

¿Educación gratuita o paga?: es para un análisis no solo mercantilista. La transformación educativa será aquella que genere los máximos conocimientos y contenidos para alumnos que en su adultez resulten ser los responsables del crecimiento del país, la que dote de los recursos tecnológicos más adelantados -de última generación- para competir con otros países en las mismas condiciones, y preparar a los alumnos para un ingreso universitario exigente que los lleve a un nivel de excelencia y los coloque en una plataforma de lanzamiento creativo e inteligente que compita en un mundo extremadamente cambiante y presuroso.

No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos y se incentiva generosamente a la producción nacional, al campo y a la industria, a la energía en general y la nuclear en particular, a la minería, a las Pymes y a las grandes empresas nacionales y extranjeras. No habrá transformación si los agentes comerciales no abandonan los viejos trucos que malogran el abastecimiento de la sociedad y el consumo en justos términos.

No habrá transformación si no se multiplican por tres los puestos de trabajo registrado. No habrá transformación si no se resguarda y explota la riqueza pesquera en el Atlántico Sur. No habrá transformación si el comercio exterior solo encuentra vallas en la exportación y la importación. No habrá transformación sin una moneda nacional lo suficientemente fuerte para competir internacionalmente. No habrá transformación si no se reduce a Cero la pobreza estructural. No habrá transformación si no se sale del circuito tóxico de la ideologización nacionalista. Los nacionalismos han perdido su sentido y son cosas del pasado.

No habrá transformación si la corrupción sigue vigente y la justicia continúa ciega. No habrá transformación si los ciudadanos argentinos no se constituyen en la pata imprescindible del mercado para marcarle la cancha a los precios con una sola decisión: si es caro no se compra. El poder ciudadano ha estado ausente frente a los caprichos de quienes manipularon los valores económicos. Es hora de que ese factor sustancial de la sociedad se levante para defender sus intereses y diga NO a los abusos.

La cultura implícita de los gobiernos paternalistas ejerció un proteccionismo exagerado sobre los argentinos, que han llegado hasta aquí con la carencia de dos hábitos imprescindibles: no saben competir ni negociar. Imprevistamente, las ideas liberales reaparecieron en la escena política después de un siglo, con la aspiración de hacer, incluso, un cambio cultural en el país y establecer reglas de competencia en base a la libertad de todos los actores del mercado.

Tal vez llegó el momento de ampliar las cualidades personales e incorporar esas virtudes que fortalecen el poder de compra y de venta en su vida de consumidor. Tal vez se entienda ahora que el consumismo declamado por el populismo, como receta para justificar la inflación y el sostenimiento de la economía, no se compadezca con aquella máxima que dijo alguien a quien le echaron la culpa de todo lo que pasó en Argentina: “el hombre debe ser capaz de producir por lo menos lo que consume”. Era la época en que todos entendían que se debía ir “de la casa al trabajo, y del trabajo a casa”. Un pensamiento que caló hondo y reordenó una sociedad en la cual el 70% de la población estaba excluida. Allí nació el concepto de Justicia Social, para enaltecer el valor del trabajo y el esfuerzo; fue una consigna que venía a corregir las desigualdades existentes.

Que el liberalismo le adjudique a la Justicia Social un significado contrario a la libertad de ser y de elegir, es al menos injusto por su falta de comprensión acerca de que a cada etapa de la historia le corresponden ciertas luchas. Si posteriormente hubo quienes usaron esa bandera para beneficio propio, ello no invalida la potencia de la consigna novedosa de hace 80 años.

Para intentar hacer una transformación de 180 grados hay que tener la inteligencia suficiente para contemplar y apreciar los esfuerzos prolongados de una sociedad, los logros grandes y pequeños, los sueños cumplidos y los perdidos, los pasos dados en un largo trayecto de aciertos y errores, los padecimientos generados por los golpes de estado militares y los malos gobiernos que se sucedieron. Todo sirvió en el aprendizaje eterno del pueblo argentino.

Las transformaciones mundiales duraderas nunca se alcanzaron por el mérito de la soberbia, sino por la humildad de los líderes de turno. Una humildad sabia, no débil. Una humildad que entiende la fuerza de las transiciones porque muchas veces los argentinos han visto que no se llega fácilmente al puerto deseado. Y ya saben que los mejores resultados se conquistan “paso a paso”, sin grandes estridencias, con negociaciones permanentes y consensos sólidos alcanzados mediante el arte de persuadir.

¡Que tengan un buen año 2024!

Cristina desangelada

Por Nancy Sosa. El acto, bajo la lluvia, de la líder kirchnerista dejó muchas reflexiones respecto a las bajas posibilidades del oficialismo en el 2023.

A veces, hasta la meteorología se ocupa de acompañar el signo de los tiempos, de enviar lluvias inoportunas cuando en realidad la historia siempre consignó la presencia de un sol radiante en fechas argentinas memorables, cuando ocurrían hechos convocantes de multitudes más o menos apreciables.

La virtual despedida de la líder política del espacio que encumbró la fórmula presidencial responsable de la actual situación caótica del país contó con un mar de lágrimas arrojado desde el cielo y baldazos de tristeza, esta última una palabra que tiñe la mayoría de las encuestas cuando consultan a los electores qué sienten ante tanta pobreza, la caída de los salarios, los precios que suben por el ascensor y la inseguridad a diario amenazante.

Esa despedida, que pretendió coincidir con un recuerdo de hace veinte años, no se sintió explícita, pero cada uno de los asistentes a la Plaza de Mayo el pasado 25, se fue pensando que allí la histórica “jefa” no les había dicho nada. Absolutamente nada.

Es que el tiempo transcurrido -sí, otra vez el tiempo- indicó más palmariamente que el discurso de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que el ciclo de su fuerza política exhibe sus últimos estertores. Ella, la gran oradora, ¡se olvidó de tantas cosas que había que decir!

Se olvidó de la fecha patria que involucra a todos los argentinos, se olvidó de señalar el camino que sus fanáticos esperaban para seguir en medio de tanto desconcierto, se olvidó de arengar a la militancia propia para que recobrara la esperanza en un año en que se juega el futuro político, se olvidó de marcar a su heredero político, se olvidó del 50% de los pobres que hoy existen en el país, se olvido de hacer política como lo hacía antes.

¿Se olvidó?, pensarán muchos. Es probable que se haya olvidado, enfrascada como estuvo durante la primera media hora de perorata tratando de explicar las “bondades” del gobierno de Néstor Kirchner, explicando mal lo inexplicable, con errores inadmisibles en cifras que soltaba, una tras otra, como palomas que salían de su boca. La gente que acudió a verla, con lágrimas en los ojos por el nivel de admiración que los obnubila, no entendió nada de lo que dijo. Había que verlos irse de esa plaza histórica sin nada en las manos ni en la cabeza.

No dijo nada, salvo sus reiteradísimas acusaciones contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia, salvo que se oponía como siempre a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, salvo el “techito” que la cobijaba a ella de la lluvia y a unos doscientos privilegiados más.

La pobre concurrencia que estuvo girando en torno a la plaza desde la mañana esperando a que se hiciera la hora del acto, quería otra cosa: quería que ella dijese que iba a ser candidata a la presidencia de la Argentina, o en su defecto que nombrara a quien iba a mandar al frente para bancar la derrota ineludible que ella ve venir con claridad. La gente de su palo quería que los entusiasmara, que les tirara algunas consignas poderosas para seguir luchando, que los exaltara frente a un compromiso partidario por el cual “dar la vida”, que les marcara un rumbo para emprender al menos una tarea que les permita decir en un futuro cercano: “lo intentamos, lo hicimos todo, morimos con las botas puestas”. Algo.

Pero, Cristina no es Juan Domingo Perón ni Eva Perón. Los dos pensaban “primero en la Patria, después en el movimiento, y por último en los hombres (y mujeres)”. Cristina piensa solamente en sí misma. La Patria no existió en el último 25 de Mayo, ni se le ocurrió hablar de los revolucionarios de aquel 1810. Eso no encajaba en su discurso, había que dejar espacio para el marido difunto, al que pretendió ensalzar, pero no logró darle el énfasis necesario por el temor a autoopacarse.

La “Jefa” ya no brilla, desilusiona. No puede sacar más ni un conejo de la galera. Tiene temor de errar por enésima vez al designar un sucesor o un acompañante. No se anima a dejar al “heredero”, piensa confusamente cómo nombrar al que resista un fracaso, a quien designar para el trago amargo.

Cristina se ha equivocado con Julio Cobos, Amado Boudou, Daniel Scioli, Alberto Fernández, Sergio Massa. Por eso piensa en los hijos de la “generación diezmada”, de la que ella y su marido no formaron parte como militantes activos y arrojados. Jamás presentaron un miserable habeas corpus para defender a ningún perseguido y atrapado por la dictadura militar.

Ahora, por obra de su debilidad política y la ausencia de una estrategia acaso de corto plazo, se alzan desobedientes que quieren competir y eludir la designación a dedo. El peronismo, y su extensión defectuosa como lo es el kirchnerismo, se enfrentan a la posibilidad de transitar la horizontalidad del poder, algo impensado hasta las pasadas elecciones. La crisis partidaria ha dejado crecer brotes de ambiciones personales, ajenas a su voluntad.

En esos menesteres se enrolaron ya figuras como Wado de Pedro (alentado entre bambalinas y con dudosa posibilidad de alcanzar un triunfo), Sergio Massa (alterado por la dispersión de precandidatos), Daniel Scioli (hambriento de venganza), Antonio Rossi (envalentonado por Alberto Fernández), Guillermo Moreno (desbocado contra Cristina y Alberto por igual), Juan Grabois (extremando su ánimo izquierdista y antiimperialista), Santiago Cúneo (exacerbado de nacionalismo como siempre). Demasiados desobedientes. En fin, en la actual situación cualquiera puede presentarse como precandidato a algo.

Cristina está desangelada, ha perdido la gracia (¿divina?). Como diría Moreno: “no quiere más, no quiere más”. Y se nota. Los únicos que desoyen ese grito son quienes afirman cuando se les consulta en la calle: –¿A quien va a votar?, y responden: –A Cristina. Pero Cristina no es candidata, se les aclara. Entonces, dicen: –No sé. Son ellos los remanentes de los estertores, los que esperan que Cristina les diga por qué no quiere ser candidata.

Cristina desangelada no puede abrir la boca para reconocer que no puede presentarse porque tiene más del 70% de imagen negativa en el país.

Che, ¿cómo viene la cosa?

Por Nancy Sosa. La periodista analizó las cuatro gestiones kirchneristas y a la de Cambiemos. Además, habló sobre la economía del país, la deuda externa y la inflación.

Se ha vuelto una costumbre preguntar en Argentina: “Che, ¿cómo viene la cosa?”, frase generalmente acompañada de una juntura de dedos con las puntas hacia arriba. Tal es la incertidumbre, la ausencia de horizonte y obviamente la falta de dirección de la economía política, que el nativo y los millones de extranjeros que viven en este suelo lo resumen gestualmente y con tan pocas palabras.

Nadie espera una respuesta demasiado larga, ni una cátedra que le permita entender qué es esto que viene pergeñando el gobierno del Frente de Todos desde 2019 y que conduce a una nada transformada en un ovillo intrincado del cual poco puede elucidarse.

El ovillo es la realidad diaria comprimida, enredada en hilos sin principio ni final, una maraña de desaciertos producto de la ineficiencia de un grupo de perversos capaces de empobrecer a un país, de debilitar la producción y el crecimiento del país, incentivar un Estado elefantiásico, inhibir las voluntades de una población entera y deglutirse el futuro, como si respondieran a un plan preconcebido y macabro de destrucción masiva.

Semejante drama, generador de las penurias más inverosímiles, tiene una contrapartida más asombrosa todavía: quienes lo ponen en práctica lanzan discursos psicóticos al aire desde distintos lugares tratando de convencer a 47 millones de argentinos de que “las cosas van bien”, que “estamos creciendo”, y paralelamente que ellos no forman parte de ese gobierno que ha generado la hecatombe. Mucho peor aún: preparan una campaña para “volver”, con el objetivo de hacer “la Argentina que queremos”.

Como se ve el drama ya tiene contornos de esquizofrenia: ellos no están, pero se sienten perseguidos por otros que no gobiernan y son, a su modo de ver, los causantes del desbarajuste en que está envuelto el país conducido por ellos mismos. En resumen: en diciembre dirán que los cuatro años del gobierno del Frente de Todos en Argentina, entre el 2019 y el 2023, no existió. Se abrirá entonces una brecha -o mejor, una grieta- en el tiempo universal, y ese espacio temporal tampoco tendrá su reflejo en los libros de historia porque ellos “nunca estuvieron aquí”.

Por eso todos preguntan: “ché, ¿cómo viene la cosa?”, refiriéndose a lo que les importa, que es -nada más y nada menos- una inquietud para saber si mañana van a poder comer y pagar el tren o el colectivo, no solo porque los salarios ni el remanente de las changas no alcanzan para llegar al día quince, sino también porque los billetes de mil mangos no sirven para comprar nada, la inflación los aplasta irremediablemente, los precios se desorbitan, los servicios no se pueden pagar, los chicos carecen de lo elemental para ir a la escuela, no tienen atención en la salud, y no hay trabajo posible de conseguir.

Tal vez a muchos no les alcanza el entendimiento para comprender qué “catso” pasa con la economía, a la que los gobernantes fantasmas no le encuentran la vuelta para frenar una inflación de 104% anual, pero sienten que eso les jode y mucho. Tampoco entienden por qué sube el dólar a las nubes y ellos no ven ni un billete de un dólar; mucho menos están dispuestos a encontrar una razón para saber por qué el peso argentino está devaluado al punto de que mil pesos significan apenas 2,5 de dólares.

Escapan del raciocinio de la mayoría de los argentinos las abrumadoras gestiones ante el Fondo Monetario Internacional y los escuálidos mangazos a los organismos de crédito internacional que entran al Banco Central de la República Argentina y se esfuman a las 48 horas.

Pero hay una franja bastante informada que, con el estómago lleno y la movilidad resuelta, pueden tener apreciaciones sensibles sobre “cómo viene la cosa”, después del cimbronazo de las peleas de palacio entre el ministro de economía Sergio Massa y el “autobajado” presidente Alberto Fernández que tuvo repercusiones en los mercados.

Los que saben tienen en claro que, a partir del último viaje de Massa a los Estados Unidos, no habrá más plata para Argentina porque los yanquis están hartos de que los argentinos administren mal, usen políticas que no llevan a ningún buen puerto y los desembolsos pateados por el gobierno fantasma del kirchnerismo para 2024, 2025 y 2026, resulten imposibles de cobrar. Por eso le exigen al actual gobierno fantasma que, si quiere dinero, antes lo acuerden con la oposición que, seguramente, tendrá que hacerse cargo del desaguisado urdido y construido entre 2019 y 2023. Si no hay acuerdo político no hay más guita.

De entrecasa, Argentina seguirá lidiando con el tipo de cambio, atrasado en un 20%, con el crédito privado que cayó en un año casi dos puntos del Producto Bruto Interno. Los jubilados perderán cada vez más con la fórmula nefasta del kirchnerismo, y los asalariados tendrán conciencia de la “indexación” mensual sus haberes, como en la década del 60 con gobiernos militares.

Del dólar, ni hablar. Seguirá subiendo sin límites a la vista, gracias a la diversificación y el cepo que tanto les gusta a los K. Pero lo más lamentable es que tampoco habrá dólares fáciles; sin dólares la suerte de cualquier gobierno está echada. No será la primera vez.

Las políticas del actual gobierno, pese a que sostengan su inexistencia, seguirá emitiendo billetes a lo pavote. Parece mentira que ese sector partidario no entienda que emitir billetes sin control produce inflación. Si el jefe de gabinete Antonio Rossi cree que esa herramienta de la economía es inocua es porque no entiende cuándo se puede usar y cuando no.

Hasta el momento ningún miembro del “inexistente” gobierno reconoció públicamente la depreciación de la moneda argentina. Hoy no vale nada, y esa experiencia ya la tuvo Argentina, pero nadie aprendió. Como ejemplo: el peso argentino cumplió 31 años de vida, pero si se hace una comparación con el año 2001 la canasta básica entonces valía 61 pesos, hoy cuesta 10.267 pesos.

Semejante desfasaje señala que la moneda argentina no sirve como medio de pago, ni como unidad de cuenta, ni tampoco como reserva de valor. Está roto por donde se lo mire. Hay que recuperar el valor del peso argentino, y evitar la dolarización para no crear mayor desigualdad. Los cantos de sirena de Javier Milei son una falacia reconocida por los mejores economistas.

Argentina, después de esta cuarta experiencia kirchnerista y una gestión de Cambiemos, tiene enormes problemas estructurales que arrastran a la economía. Está amenazada por la expectativa de una devaluación, tiene destrozado el sistema monetario, la deuda externa creció al final del cuarto trimestre de 2022 hasta los 276.694 millones de dólares. ¿Se entendió? ¡¡¡276.694 millones de dólares de deuda externa!!!

Con 104% de inflación el país se encuentra en una situación crítica, según un economista que rozó en algún momento al kirchnerismo, Emmanuel Álvarez Agis. “Enfrentar la suba de precios exige dejar de lado los prejuicios y diseñar un plan integral que combine políticas ortodoxas (devaluación, aumento de tarifas, tasas de interés positivas) con otras heterodoxas (retenciones, aumentos salariales). Es el único camino”, expresa en su nota de Le Monde Diplomatique. ¿Se animaría el gobierno fantasma a aplicar este plan? ¿O seguirá aferrado a los preceptos ideológicos de una izquierda berreta que no quiere ver la realidad?

La autora de esta nota seguirá negando que el kirchnerismo sea lo mismo que el peronismo, pero no puede negar de donde nació este engendro que ni siquiera puede emular aquella caracterización de enfrentador de crisis que producia mejoras, especialmente en el consumo. Hasta el consumismo fue tergiversado por la líder de ese espacio y actual vicepresidenta del gobierno que detesta, Cristina Fernández Viuda de Kirchner. Juan Perón nunca alentó el consumismo, pero ella cree que es la fuente principal de la economía y por eso alienta los planes sociales sin que supongan formar parte de una política de estado. “Platita en el bolsillo”, pensaba ella cuando las papas quemaban durante sus gobiernos. No es así, estuvo siempre equivocada con ese concepto y ningún obsecuente se lo explicó.

En la inminente campaña presidencial se verán los slogans más desopilantes para seguir engañando a su electorado, sin la suerte que los acompañó en 2019. Afortunadamente habrá otros espacios más dispuestos a exponer planes reales y racionales para el futuro tortuoso que se avecina.

Quedan solo siete meses para comenzar otra etapa, dura, durísima, porque nada cambiará de un día para otro, mucho menos con el zafarrancho que quedará prendido como una escarapela a la banda presidencial de quien deba asumir los destinos del país. Entonces, volverá la pregunta: “ché, ¿cómo viene la cosa”? Y se le responderá: “será otra cosa”, a secas, pues lo de la sangre, sudor y lágrimas quedará corto como expresión del sacrificio requerido para salir del atolladero.

Arroyo: “La gente tiene la sensación de que la política discute cosas que no forman parte de su vida cotidiana”

Por otro lado, sostuvo que “los políticos tenemos que lograr que la plata rinda, que la escuela sirva como una referencia y que el Estado te cuide en materia de seguridad”.

daniel arroyo

El diputado nacional y ex ministro de Desarrollo Social Daniel Arroyo (Frente de Todos), se refirió a la situación actual del país en relación a la educación, el vínculo del ciudadano con la política y la cultura del trabajo. En ese marco, afirmó que “la gente tiene la sensación de que la política discute cosas que no forman parte de su vida cotidiana”.

En declaraciones por la AM 990, Arroyo diagnosticó: “En la Argentina funciona la asistencia, hay una red muy fuerte. Lo que no hay es un cambio profundo y estructural; en los últimos tiempos se ven muchas familias en la calle”.

“Algo que me impacta cuando ando caminando es que mucha gente se lleva los muebles que tiene y reproduce su habitación en la calle”, expresó. Con respecto a las agendas divergentes entre los diversos sectores de la política y la ciudadanía, el diputado señaló: “Hoy estamos en una crisis de representación; la relación con la ciudadanía está quebrada y la gente tiene la sensación de que la política discute cosas que no forman parte de su vida cotidiana”.

También remarcó que existe “un enojo del pueblo con la política” y que “se quebraron otros vínculos como la escuela o un esquema de espiritualidad ligado a lo religioso que antes estaba y que con la pandemia se resintió fuertemente”.

Por otro lado, el legislador oficialista remarcó la importancia de los vínculos con la escuela, los lugares de espiritualidad o el sistema productivo: “Si logramos que todos los chicos asistan a salas de 3, 4 y 5 años, en primer grado estarán parejos. Si no hay jardines, la gente los inventa. En Argentina, lo que no hay la sociedad lo construye y lo sostiene como puede”.

 “Con todas las dificultades que tenemos, en Argentina hay un sistema educativo inclusivo, hay postas y centros de salud en todos lados, algo que no ocurre en otros países. Tenemos la necesidad de un cambio profundo y hay muchas condiciones para hacerlo”, dijo.

Consultado por el equipo sobre el debate en torno a los planes sociales, el funcionario explicó: “Hoy los planes sociales significan 1, 2 millones de beneficiarios. Las personas mismas se anotan; los movimientos sociales entran como unidades de gestión, que en la actualidad se enfocan fundamentalmente al sector textil y la producción de alimentos”.

Además, detalló: “En el 2001 mucha gente no tenía ninguna base; hoy sí existe esa base de ingresos gracias a planes sociales como el Potenciar Trabajo, que brindan una seguridad frente a las crisis recurrentes en el país”.

“En Argentina no se ha perdido la cultura del trabajo: mucha gente se levanta temprano, toma el colectivo, labura y le encuentra la vuelta como sea. Acá los más pobres trabajan más cantidad de horas que en otros países”, declaró Arroyo frente a la pregunta por las críticas de la oposición, que enarbola argumentos sobre la pérdida de la cultura del trabajo.

Y señaló: “Los políticos tenemos que lograr que la plata rinda, que la escuela sirva como una referencia y que el Estado te cuide en materia de seguridad”.

Una consultora midió la imagen de los nuevos ministros

Según los datos que aportó la encuesta realizada por la consultora Zuban/Córdoba la sociedad esta de acuerdo con los cambios en el Gabinete, pero los funcionarios políticos presentan un alto porcentaje de imagen negativa.

La consultora “Zuban Córdoba y Asociados” elaboró un informe nacional de opinión pública correspondiente al mes de septiembre el cual reveló que las medidas que el Gobierno Nacional tomó tras las PASO al cambiar su Gabinete son consideradas como “muy importantes”. Sin embargo, aportó que la imagen que se tiene de los principales referentes es negativa. También informó sobre cuestiones relacionadas a la economía y a las elecciones.

Tras la derrota en las elecciones primarias, el Gobierno llevó a cabo una serie de medidas que implicó, entre otras cuestiones, la renovación de su Gabinete, lo cual según los datos que arrojó el informe de la consultora la población en un 56, 9 por ciento consideró dicha iniciativa como “muy importante”, y manifestaron en un 34,4 por ciento su conformidad sobre las PASO como manera de elegir candidatos a participar en los comicios generales.

En ese sentido, la imagen que tienen los nuevos funcionarios está por el piso: el exjefe de Gabinete, Santiago Cafiero, es el que peor parado sale. En efecto, el actual canciller tiene nada menos que un 66,5 por ciento de imagen negativa y apenas un 24,5 de positiva. A los otros no les va mejor: el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández presenta 66,3 por ciento de imagen negativa y solo un 26,2 de positiva.

A su vez, el jefe de Gabinete, Juan Manzur, presenta un 64,4 de imagen negativa contra un bajo 16,8 de positividad. Por último, se ubica Julián Domínguez, ministro de Agricultura y Ganadería, con un 35,6 por ciento de imagen negativa y 24 porciento de imagen positiva.

Por otro lado, en relación a referentes políticos la encuesta reveló que el jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, tiene un 48 por ciento de imagen positiva contra un 44, 6 de negativa. Por su parte, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, presenta un 53,8 por ciento de imagen negativa contra un 38,6 de positividad.

También, el candidato a diputado nacional Javier Milei tiene mayor imagen negativa que positiva, un 47,8 porciento contra un 37,6. Por último, del candidato a senador Agustín Rossi el informe reveló que un 46,6 por ciento se lo ve con imagen negativa y un 34,3 por ciento con imagen positiva.

Otra parte del informe, aportó que el presidente de la Nación, Alberto Fernández, tiene una imagen negativa de un 65,2 por ciento contra un 33, 9 porciento de imagen positiva. Asimismo, la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, también presenta un alto índice de imagen negativa con un 65,7 por ciento a diferencia de la positiva con tan solo 33,2, mientras que, Mauricio Macri tiene un 64 por ciento de imagen negativa y un 33,9 de positivo y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, fue el de mayor imagen negativa con un 68,8 por ciento.

Sobre la cercanía que debería mantener el Gobierno Nacional con diferentes sectores para la recuperación económica del país, el informe reveló que un 75,2 por ciento expresa que debe estar muy cercano con las PyMes, un 73 por ciento con la industria y la industria del conocimiento, un 64,6 porciento el turismo, en un 62 por ciento consideraron al campo y por último se ubicó con el 34,5 por ciento a las cooperativas y movimientos sociales.

Profesionalizar la política sólo podría traer buenos resultados

Por Edgardo N. De Vincenzi. Para el autor, los políticos deben ser los “guardianes” del valor primordial de una sociedad, del bien común de los ciudadanos.

La pandemia del nuevo coronavirus sacudió los cimientos de muchas de las verdades que dominaban el mundo antes del 2020. Somos protagonistas de cambios impensados en diversas aristas de la vida social, muchas de ellas, indispensables para una sociedad. Me centraré en dos: la educación y la política.

En estas líneas dejaré claro que, además de apuntar a la creatividad y la resiliencia de las futuras generaciones para salir de la crisis, será necesario pelear contra la falta de preparación científica en la ciencia más importante por su valor epistémico: la Política.

Los políticos deben ser los “guardianes” del valor primordial de una sociedad, del bien común de los ciudadanos, a fin de lograr asegurar una adecuada alimentación, calidad en los sistemas de salud y educación, y en garantizar trabajo y hábitat dignos.

Con la crisis que golpea al mundo desde hace casi un año, se puso de manifiesto que si no sabemos hacia dónde vamos, si no nos capacitamos, es probable que fracasemos. Debemos ser capaces de ver y enfrentar el futuro con profesionales cualificados en la actividad que convocan.

Para citar solamente un ejemplo reciente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en un informe elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se afirmó que hay que reconsiderar la economía y la visión que se tiene del mundo para hacer frente a la emergencia climática y medioambiental. Necesitaremos líderes que miren hacia allá y no se queden en el “barro” local.

Es para ello que hace falta la profesionalización de la política, que es el motor que las naciones necesitan para salir del subdesarrollo. La política es la ciencia más importante, desde la epistemología, por ser la encargada de calificar el destino de las sociedades democráticas y a los ciudadanos, hacia el éxito o el fracaso.

Esta realidad compleja que vivimos nos obliga a pensar en la urgencia, pero sin descuidar el largo plazo. Esta situación atraviesa múltiples factores, incidencias, diversos sectores y necesidades. Las soluciones también deben ser pensadas en este enfoque. Son muchos los países que históricamente han podido luchar contra sus crisis, y no debemos dejar de pensar que la Argentina también puede y podrá hacerlo.

En las crisis no existen las casualidades, sino las “causalidades”. Debemos capacitar a las futuras generaciones para que estén preparadas para superar la incertidumbre de la nueva normalidad post-pandemia. Colocar a la política como vértice de la superación y realización de nuestros ciudadanos y de nuestra nación.

Me gusta decir que en las crisis los capaces crecen y los mediocres fenecen, y que no existen las casualidades, sino las “causalidades”. Debemos preparar a las futuras generaciones para que estén preparadas para la incertidumbre de la nueva normalidad post-pandemia. Ser capaces de cimentar un soporte fenomenal: colocar a la política como vértice de la superación y realización de nuestros ciudadanos y de nuestra nación.

El Prof. Dr. Edgardo N. De Vincenzi es presidente de la Confederación Mundial de Educación (COMED).