El coronavirus terminó siendo el cisne negro que ninguna administración quiere encontrar en su camino. No solo altera la negociación por la deuda, también sus consecuencias impredecibles afectan la recaudación y hasta el cronograma de acciones previstas para el futuro. Se abre un panorama incierto en un contexto internacional inédito.
Por José Angel Di Mauro
Pocos gobiernos resisten la tentación de intentar ser fundacionales. El actual no es, por cierto, uno de ellos. Lo ha hecho permanentemente en estos más de tres meses que lleva gobernando y lo demuestra cuando no deja de enviar proyectos de ley al Congreso. Corrección: de anunciar el envío de proyectos de ley.
Pero en lo que es sin duda fundacional el gobierno de Alberto Fernández es -muy a su pesar- en ser el primer gobierno peronista al que le toca gobernar sin plata. Todo un desafío arrancar de esa manera. Y aunque culpe de ello -como de todo- a la anterior administración, habrá que decir que el Presidente lo tenía muy claro aun antes de hacerse cargo del poder.
Hay otro elemento que hace fundacional al actual gobierno y es el contexto internacional adverso. Una novedad para gobiernos peronistas, todos los cuales supieron atravesar crisis externas -efecto “Tequila” con Menem (1994), la quiebra de Lehman Brothers con Cristina (2008)-, pero nunca de entrada y tan crudamente. Parecía que toda la mala estrella la había acaparado el gobierno de Mauricio Macri, quien logró en el exterior un reconocimiento tal vez superior al del plano interno, pero al que el contexto internacional castigó una y otra vez. Nada parecía que pudiera ser peor que la crisis que precipitó las sucesivas devaluaciones a partir del 25 de abril de 2018. Cepo mediante, ahora la devaluación de la moneda no se está dando, pero eso terminará siendo un problema. Y lo que viene, impredecible como está el mundo, puede llegar a ser peor.
A la crisis del coronavirus nadie la vio venir, aunque ya desde principios de año venía ganando espacio en los medios. Entonces era ajena y lejana. Si eso se conjuga con la caída del precio del petróleo, consecuencia de la pandemia, estamos ante una tormenta perfecta.
El gobierno sabe que los efectos del plan verano, que consistió en ponerle plata en el bolsillo a los sectores más postergados, se han diluido con una crisis cuyo alcance definitivo nadie logra mensurar en su magnitud, luego de que esta última semana los mercados del mundo vivieran el peor crash desde 1987, y Wall Street definiera al Covid-19 entre las mayores crisis de la historia.
En ese contexto debe afrontar su etapa clave el gobierno de Alberto Fernández, que tenía como objetivo definir el tema de la deuda antes de fin de mes. Ya funcionarios del gobierno anticiparon postergaciones, pero lo peor es que la mayoría de los analistas coinciden en que en el actual contexto será muy difícil que los bonistas acepten la propuesta que vaya a hacerles Martín Guzmán. De hecho, se espera que la misma sea muy dura, e inaceptable para los acreedores. La posibilidad de entrar en default es cada vez más concreta y así lo traduce el riesgo país, que superó esta semana la psicológica línea de los 3 mil puntos. Una barbaridad.
Tampoco ayuda el contexto a la relación con el FMI, al que el gobierno se cansó de cuestionar por su flexibilidad con Cambiemos y que ahora está más preocupado por lo que pasa en el resto del mundo que por nuestra adversidad.
El reproche que se le hace al equipo económico es la ausencia de un programa. El plan, como hemos dicho, no puede ser simplemente no pagar la deuda por tres años y garantizar crecimiento en el mientras tanto. Porque no se dice de dónde vendrá ese crecimiento, y menos aún se sostiene ese objetivo cuando el contexto mundial augura recesión; 50 millones de empleos se perderán solo en el sector turístico. El crecimiento modesto que se preveía en la Argentina para este año ahora es calculado en cero.
Sin considerar el clima hostil revivido entre el gobierno y el campo, la soja cerró la semana pasada en el precio mínimo de los últimos seis meses. Alberto Fernández, que suele mirar su gestión en el espejo de la que compartió con Néstor Kirchner, debe tener en cuenta que ese commodity está hoy a la mitad de lo que era un buen precio en esos tiempos. Habrá entonces menos recaudación en uno de los únicos rubros que produce dólares para el país.
¿Y la gran esperanza de Vaca Muerta? Con el petróleo a 34 dólares el barril, la joya se opaca: el precio debe estar a más de 40 dólares para que el negocio funcione. A este precio, esa rueda se detiene.
En ese contexto la recaudación viene bajando aquí y será peor con el parate que preanuncia esta epidemia cuyo pico en nuestro país ni siquiera está aún cerca.
¿Y la gran esperanza de Vaca Muerta? Con el petróleo a 34 dólares el barril, la joya se opaca.
Para el exministro Roberto Lavagna, ha sido un error del gobierno “poner exclusivamente a la deuda en el centro” de la agenda, mientras que el economista Rodolfo Santángelo reconoce que la crisis internacional “no ayuda a renegociar la deuda”, pero en todo caso aclara que “evitar el default y renegociar no es el final del camino, sino apenas el comienzo”.
Tampoco ayuda que en el exterior se pregunten si el gobierno argentino tiene intenciones de arreglar el tema de la deuda, como declama el Presidente, o ve con buenos ojos el default, como le atribuyen al ala cristinista, omnipresente en esta administración.
Este es un gobierno muy atento a satisfacer el plano interno, que muestra diversos perfiles. El relato que va construyendo en este breve tiempo lo acerca a sectores que considera muy afines y se preocupa en extremo por atender. Así fue que el lunes pasado, cuando el mundo se puso patas para arriba con la caída generalizada de los mercados, encontró al ministro Martín Guzmán inaugurando la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Palacio de Hacienda…
Fue un acto por el Día de la Mujer, en una semana que el gobierno hubiera querido cerrar presentando el proyecto de ley para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo. Estaba previsto que el proyecto que el Presidente anunció ante la Asamblea Legislativa que mandaría en 10 días entrara a la Cámara baja el viernes pasado, pero la crisis por el Covid-19 desarmó agendas y cronogramas. Tratándose de un proyecto tan central para esta administración, poco sentido tenía mandarlo en días signados por la atención a la pandemia que modifica planes día a día.
Además, el Congreso prácticamente cerró momentáneamente sus puertas la última semana para ponerse a tono con las medidas oficiales. Y si bien el jueves se constituyeron las comisiones que debatirán la legalización del aborto en Diputados, lo cierto es que semejante debate exigirá de nuevo audiencias públicas como en 2018, que generarán concentraciones en inmediaciones del Parlamento acompañando ese debate. En tiempos de contagio, nada más desaconsejable.
Por eso muchos se preguntan de qué manera avanzará el proyecto en el debate parlamentario, ¿o es que acaso le espera un trámite exprés, con el argumento de que el tema ya se discutió largamente hace dos años? Nadie imagina que sea así, pero ya de por sí marca un cambio de actitud la conformación de las cuatro comisiones que debatirán el aborto, todas las cuales tienen presidentes a favor del proyecto. Un notorio cambio respecto de 2018, cuando las comisiones que conformaron el plenario correspondiente tenían dos presidentes “verdes” y dos “celestes”.
El eventual parate en el Congreso no ayuda, como dijimos, a afrontar una cuestión como la del aborto, pero tampoco a discutir otros temas en los que el gobierno ha puesto todas sus fichas, como la reforma judicial, o el pliego de Daniel Rafecas, propuesto para procurador general. Esto último, conviene decirlo, no le será sencillo al Poder Ejecutivo, habida cuenta de que si Juntos por el Cambio confirma su decisión de rechazar en conjunto al juez federal, el oficialismo no alcanzará los dos tercios necesarios en el Senado.
Dicho sea de paso, tampoco tiene allí -por ahora- los votos suficientes para revertir el resultado negativo que el aborto tuvo en la Cámara alta hace dos años.
Y la rueda vuelve hacia el monotema: el coronavirus. Las medidas adoptadas los últimos días contrastan con el desdén inicial, mas son bienvenidas. El ejemplo de Italia, tan parecida a nuestras costumbres, es el que quieren atender aquí las autoridades para evitar semejantes consecuencias. Por eso es que todos contemplan que la suspensión de las clases se dará, más temprano que tarde. Hay una razón que demora tal decisión y no tiene que ver con lo pedagógico, sino con la función que cumplen los colegios como comedores, en las zonas más postergadas. Pero lo cierto es que si hay algo que eriza la piel de las autoridades es que la epidemia se declare en el Conurbano.