Permitamos que desembarque San Martín en la Argentina 

Por Carlos Achetoni, presidente de Federación Agraria Argentina. A días del 172° aniversario del fallecimiento del prócer, el autor advierte la necesidad de dejar las diferencias de lado, para construir un país mejor.

“Un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene en la felicidad de los que obedecen”, Gral. José de San Martín 

En los próximos días se cumplirán 172 años del paso a la inmortalidad del general José de San Martín. Como argentino y como mendocino, siento un profundo y especial respeto y valoración por su vida y por su obra, no sólo por sus logros, sino también (y especialmente, diría) por su persona y los principios que lo guiaron.  

Y destaco no sólo en su labor libertadora, sino también en su grandeza, que no sólo se constató en sus acciones. Y pienso en sus renunciamientos, por ejemplo, cuando decidió no aceptar la presidencia que le ofreció Lavalle, por lo que no regresó a nuestro país, dolido por la continuación de las peleas entre hermanos.  

Y a la luz de ese accionar, resulta más triste aún ver las sombras que hoy nos rodean en una gran mayoría de los políticos.  

Constatar que no sólo no buscan zanjar las diferencias entre los compatriotas, sino, por el contrario, las agitan y profundizan para preservar, agrandar o perpetuar el poder que detentan o al que aspiran. Mientras tanto, el país se va a pique, con una pobreza que avergüenza, al sentenciar a tantos compatriotas a la indignidad y el abandono. Los vemos a ellos jugando sus juegos, pensando en sus prioridades, moviendo sus fichas para mantener sus privilegios, haciendo sus fiestas, dándonos la espalda, sin importarles el sufrimiento de tantos, ni el deterioro de nuestro país. 

Pienso en el esfuerzo en la lucha por la libertad que tuvieron nuestros próceres y quienes los acompañaron. En las vidas que se perdieron y en la sangre que se derramó. ¿Para qué? Si siempre nos peleamos acá adentro, buscando las diferencias sin pensar en el bien común. Creo que esa libertad no la supimos o no la quisimos usar de manera adecuada. Se ganó, pero luego se usó para someter al ‘otro’: a un grupo, a una clase, a una minoría… al distinto. Y así, nos vivimos peleando, mientras Argentina se hunde.  

Ojalá la crisis en la que estamos sumidos como país sea la última. Que todos podamos abrir los ojos, encontrarnos y salir adelante. Que los políticos dejen de vivir en su salsa, y piensen en el pueblo. Pero en el pueblo en serio, en el colectivo, en todos los que habitamos este bendito país. Y no en “su pueblo”, es decir en sus seguidores o aduladores. Que gobiernen para todos. Que no haya enemigos a vencer, ni otros a quienes doblegar. Que termine el relato que demoniza al otro, para unir a los propios. Que se termine la interna, para dar lugar a las políticas que todos necesitamos. Que haya lugar para el encuentro, para el disenso respetuoso, para la construcción colectiva y el desarrollo armonioso. Que se termine la violencia contra el que piensa distinto y con ella la lógica binaria de amigos y enemigos. La Argentina somos todos, y sólo la podremos sacar adelante entre todos. No se pueden seguir salvando unos pocos, mientras millones caen en la miseria o no pueden siquiera pensar en un futuro mejor.  

Espero que pensar en la figura de este prócer, ante este nuevo aniversario de su muerte, nos permita reflexionar, para que permitamos (metafóricamente hablando) el desembarco de San Martín en una nueva Argentina. Que podamos entre todos hacer un país sin fracturas, unido y próspero. Ruego que nos escuchemos, nos respetemos y nos pensemos uno, para poder, finalmente, lograr las condiciones con las que soñó San Martín y otros padres de la Patria, y pensar en un país mejor, en que todos queramos vivir, y no del que nuestros hijos quieran escapar, ante la falta de perspectivas. Estoy convencido de que están dadas las condiciones para que, si todos trabajamos juntos, esto pueda ser realidad. 

Soy dueño de mis palabras, no quiero ser esclavo de mis silencios

Por Carlos Achetoni. El presidente de Federación Agraria Argentina advierte que el productor primario es el otro gran perdedor de los aumentos inexplicables de los alimentos.

Hoy, se ven precios de alimentos que suben inexplicablemente y en forma abusiva, volviendo a las mismas prácticas tantas veces denunciadas por nuestra entidad, que toman de rehén y —como dijo el presidente de la Nación— de “bobo” al consumidor. Tal como expresamos cuando dijo eso en el inicio de sesiones del Congreso, el consumidor no es el único bobo o rehén de la cadena, porque el productor primario es el otro gran perdedor, ya que percibe por sus productos precios deprimidos, muchas veces por debajo de los costos de producción, mientras que el consumidor debe pagar abultados valores por esos mismos alimentos. Es evidente, entonces, que hay dos perdedores en la cadena alimenticia: el productor y el consumidor. 

Al mismo tiempo, surgen hechos que adquieren tanta relevancia mediática como han sido las compras públicas llevadas a cabo por funcionarios del Estado, con evidentes y sospechosos signos de distorsión de precios.  

Así las cosas, en este momento no deseo estar en un silencio connivente oficialista ni ser un activo denunciante opositor. 

Quiero en este caso, siendo parte del primer grupo de perjudicados de la cadena, los productores de alimentos, y también siendo consumidor y parte del pueblo argentino, repudiar de manera contundente este tipo de actos de torpeza o de corrupción (habrá que ver lo que la Justicia determine), que de un modo u otro avalan y afianzan la cadena parasitaria de comercialización. En este sentido, espero que de confirmarse estas sospechas que derivaron en despidos y pedidos de renuncias, que tengan una ejemplar sanción todos los implicados en este accionar, especialmente en la difícil situación que atraviesa nuestro país y el mundo.  

Cuando asistí a la Mesa en contra del hambre, dije con mucha claridad que representaba a productores agrícolas y ganaderos de la Agricultura Familiar, pequeños y medianos productores agropecuarios que, paradójicamente, producían alimentos y, por los ingresos que percibían, en muchos casos se ubicaban por debajo de la línea de la pobreza. También expresé en ese ámbito que, para crear un país mejor, debíamos poder sentarnos a pensar, debatir y consensuar entre quienes somos distintos. Como estábamos haciendo ese día, porque de eso precisamente se trata la creación de una Nación fuerte, libre y soberana; porque creo que es mentira que se debe separar y dividir a los que son diferentes para atenderlos de manera adecuada. 

Dije, además, que el aporte que podía hacer nuestro sector para enfrentar los problemas del país es fundamental. Porque, más allá de los impuestos que siempre hemos pagado, se puede hacer un gran aporte a la economía real si se hacen cambios urgentes y necesarios. Estoy convencido de que el camino debe ser corregir los desequilibrios en las cadenas, para terminar con el sometimiento y empobrecimiento de los productores, que muchas veces ven cómo se pierden sus producciones sin valor en sus fincas o chacras, mientras que a los consumidores de menor poder adquisitivo se los priva del acceso a los alimentos básicos. Este desequilibrio se puede corregir con circuitos cortos de comercialización y compras públicas del Estado. Estas acciones dignificarían los ingresos de los productores y asegurarían el acceso de los consumidores a los productos alimenticios con precios más justos y razonables. Además, permitirían preservar e impulsar el empleo en el interior del país, descomprimiendo el hacinamiento en los conos urbanos de las principales ciudades del país.  

Por todo eso, creo que debemos ser implacables al rechazar estas prácticas indebidas en la compra pública. Y dejar claro que debe existir una interacción virtuosa entre lo público y lo privado, desestimando tanto al libre mercado como a la regulación del Estado como términos absolutos.  

Dije con mucho énfasis que de la pobreza y el hambre se sale generando trabajo y devolviéndole la dignidad a las personas. Que se deben encontrar mecanismos para que no deban ser asistidas indefinidamente, porque eso se transforma en asistencialismo y se les anula la posibilidad de ser libres y valerse por sí mismos. 

Por último, pero no menos importante, dije que, en estos años de democracia, la mayor deuda con el pueblo era la del arco político en su conjunto. Considero que como sociedad aún esperamos un compromiso y esfuerzo que, todavía hoy no está en la mayoría de los políticos. De hecho, lamentablemente seguimos viendo hoy nuevos intentos obstinados y férreos en los que buscan aportantes que eviten los lógicos esfuerzos que debería hacer el sector político. Si ellos se dignaran a hacerlos, estarían haciendo un gesto que los reivindicaría. Por el contrario, seguimos viendo cómo cada día inspiran más al desaliento del esfuerzo y del sacrificio para obtener las cosas. Y eso apena.  

Por todo esto, y con este escenario a la vista, estoy convencido de que, hoy más que nunca, debemos reivindicar a los agricultores familiares y a los pequeños y medianos productores, que luchan día a día contra diferentes atropellos, desde precios desleales pagados a sus producciones, impuestos injustos y distorsivos, la falta de políticas específicas para el sector y hasta despojos de sus tierras. Y en el marco de la crisis sanitaria desatada por el Covid 19, en el que el cierre de las fronteras en el país y en el mundo demuestran que debemos poder ser autosuficientes como país, creo que tenemos una gran oportunidad como Nación para desarrollar políticas públicas a corto, mediano y largo plazo que nos permitan lograrlo, generando desarrollo sustentable, justo y sostenible, para asegurar los alimentos y la soberanía alimentaria para nosotros, para nuestros hijos, y para las generaciones futuras.