Pueblada libertaria

Por Federico González. El titular de Federico González & Asociados exhibe a través de una síntesis de trabajos realizados a lo largo de la campaña la manera como Javier Milei llegó a convertirse en presidente.

Lo que hasta hace poco parecía ser una utopía, finalmente se ha convertido en abrumadora realidad: Javier Milei es el nuevo Presidente argentino.

Finalmente, la libertad avanzó al ritmo de una formidable pueblada.

La historia determinará si el grito de libertad fue motivado por la bronca, la angustia o la decepción. Pero no es necesario esperar ese veredicto para saber que la libertad fue uno de los modos posibles de la esperanza.

Aunque toda comparación puede esconder un error, puede afirmarse —en modo hiperbólico— que mientras en aquel mítico mayo francés los jóvenes clamaban por otorgarle poder a la imaginación, por estas pampas nuestros jóvenes han optado por el camino de la libertad.

Sorprendentemente, los adultos han marchado junto a ellos en esta elección.

Ya lo sabemos, muchos fenómenos son pluricausales. Pero la necesidad de comprensión obliga a simplificar. Digamos entonces que el triunfo del presidente electo se apoya en siete razones concurrentes:

1. El valor de la libertad

Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (i.e. “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”)

En un bosquejo de narrativa propia, alguna vez Milei refirió que hubo un profesor de economía que enseñaba su ciencia de modo rutinario. Hasta que leyó a unos autores (Ludwid Von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard y Milton Friedman) que lo hicieron tomar consciencia de que había estado equivocado, en una especie de “sueño dogmático” (al estilo de Immanuel Kant con David Hume). Entonces le ocurrió lo que a tantos líderes históricos: una profunda vocación de propósito. Una clara misión de transmitir ese nuevo testamento económico. Las puertas de la libertad se abrieron de par en par, lo cual lo condujo a una amalgama sinérgica entre liberalismo, libertarismo, anarco capitalismo y minarquismo.

Como una especie de Voltaire contemporáneo, en su pasional narrativa, Javier Milei se presentaba como alguien dispuesto a libertar a la Argentina de la superstición del populismo y del culto al Estado, para instaurar el reino de la libertad capaz de sacarla de la decadencia de tantos años para retrotraerla al momento liberal en que el país fue primera potencia mundial. O a la consumación del sueño preclaro del prócer liberal Juan Bautista Alberdi.

Es probable que el electo presidente se sienta orgulloso de uno de sus grandes logros culturales: haber legitimado a un liberalismo que se avergonzada de su condición porque había sido etiquetado con el epíteto descalificador de “derecha neoliberal”. Porque lo cool era ser “progre”. Y porque ser “progre” equivalía a ser moderno, open mind y buena persona. En cambio, ser de derecha connotaba ser arcaico y malvado. Un troglodita. Un individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces muchos de quienes se auto percibían liberales y/o de derecha se ocultaban para no padecer el oprobio de aparecer como malas personas o, simplemente, como un conjunto de tontos a quienes, una cofradía de malvados, les habrían lavado el cerebro.

El “peluca Milei” le devolvió entonces el orgullo a quienes se sentían liberales. O de derecha. Aunque más no fuera porque se sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado aspiracional egoísta” parecía consistir en “desear ser propietarios antes que proletarios” (Adelina Dalessio de Viola dixit.). O simplemente porque eran comerciantes o querían ser empresarios. O porque, como decía un personaje de la célebre película española “Solos en la madrugada”: “Nueve de cada diez personas que Ud. admira son de derecha”

2. La libertad como dimensión casi existencial

Desde otra perspectiva, el impacto de Milei adquiere una dimensión casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, posiblemente sin pretenderlo, el presidente electo instó a aquellos dispuestos a escucharlo a liberarse de las ataduras impuestas por la obligación de ser progresista, o para decirlo sin rodeos, de una suerte de ‘progredictadura Esa “entelequia opresiva” que pretende prescribir cómo se debe hablar (i.e. el lenguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e. “las 20 verdades peronistas” o “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas, etc.

O que revela, para pulverizarlo, el listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”, “debes ser solidario”, “no debes ser exitoso”, “no debes perseguir tu mérito”, “no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero” etc.

O que advierte sobre “la aberración socialista que prescribe que “donde hay una necesidad hay un derecho”, desconociendo que las necesidades son infinitas, pero los recursos escasos.

Como contrapartida, la narrativa de Milei parecía, implícitamente, ofrecer algo análogo a una “tabla de libertamientos”. Por ejemplo: “Busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará por añadidura”; “Intenta ser propietario, antes que proletario”; “No es pecado ser exitoso”; “Ganar dinero brindando servicios al prójimo no es solo bueno para uno, sino para la sociedad”; “Nunca debe sucumbirse a las trampas del “zurdaje esclavizante”; “No dejes que la casta robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios; etc.

3. La épica anticasta

La sentencia resonó de modo recurrente para explicar el advenimiento de Milei: “la gente está harta de la política y de los políticos”. Milei representaba a la anti política y a la anticasta y, por ende, era la mejor opción más allá de la política convencional. Si el cambio supone terminar con el statu quo, la implicancia resultaba obvia: el presidente electo expresaba el cambio.

Javier Milei consiguió mostrar la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde —y con el “yeite” de proclamar la justicia social del campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos argentinos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes, marginales y/o zombis sociales.

El corolario se impuso entonces con claridad meridiana: los políticos son una casta abominable que se roba la riqueza de los ciudadanos nobles ahogándolo con insaciables impuestos. En consecuencia, la revolución necesaria que traerá la felicidad debería comenzar con el cierre del Banco Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, es la principal causante de la inflación que destruye la economía y degrada el cuerpo social.

Así, apelando al discurso anticasta Javier Milei invitaba a salir de esa enfermiza zona de confort de la resignación y la impotencia. A despojarse de la pesada mochila de la degradación por goteo. A romper los moldes de las cárceles imaginarias.

Porque, como decía Hermann Hesse en su clásico “Demian”: “El pájaro rompe cascarón. El huevo es el mundo. Todo el que quiere nacer, tiene que romper un mundo”. Una sociedad tan oprimida por lo cierto, prefirió entonces volar hacia lo incierto.

4. El saber económico

Javier Milei es un economista que sabe de economía y dice con seguridad lo que debería hacerse.

Por ende, iba a ser capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía, donde sus predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.

Teorizando sobre la función del psicoanalista, Jacques Lacan introdujo la noción de un “sujeto supuesto saber”, para referirse al hecho simple de que las personas tienden a atribuir capacidades particulares a otras personas, aunque esto a veces resulte desmedido. En tal sentido, parte de los votantes de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber. “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base monetaria, el circulante, la emisión, la Escuela Austríaca, etc.; pero sí estoy seguro de que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la vida. Y le creo a él y no otros, porque, en materia económica, o ya fracasaron o no parece que sepan como parece saber Milei.

5. La Mileimanía como experiencia casi religiosa

En ocasión del triunfo de Milei en las PASO orillando los 30%, un periodista me inquirió sobre lo básico: “Entonces: ¿Por qué ganó a Milei?”. Mi mente febril evocó, casi involuntariamente: “Porque es una experiencia casi religiosa”, en referencia al título de aquella canción de Enrique Iglesias donde se compara al amor con el sentimiento religioso. Inmediatamente mi mente descarriada transmutó aquello del asesor de Bill Clinton “Es la economía, estúpido, por “Es la religión, estúpido” Entonces esbocé una micro tesis:

A modo de provocación operativa, “Milei ganó porque una parte importante de ese 30% de sus votantes estableció con él un vínculo cuasi religioso”.

En términos de liderazgo podría decirse que Milei es un líder carismático. Según el ChatGPT se trata de lo siguiente: “El liderazgo carismático es un estilo de liderazgo en el cual un líder ejerce una influencia significativa sobre sus seguidores debido a su carisma personal, carácter magnético y habilidades de comunicación convincentes. Los líderes carismáticos tienen la capacidad de inspirar y motivar a las personas a través de su presencia, discursos apasionados y visión inspiradora. Su atractivo y habilidades de persuasión les permiten generar seguidores leales y comprometidos que se sienten emocionalmente conectados con la causa o visión del líder. Este tipo de liderazgo se basa en gran medida en la personalidad y las características individuales del líder, más que en estructuras formales de poder. Los líderes carismáticos a menudo son percibidos como visionarios y agentes de cambio que pueden desafiar el statu quo y movilizar a las personas hacia metas comunes”.

La cita es más que elocuente: parece que estuviera definiendo a Milei. Pero, podría objetarse: ¿Qué es lo que torna cuasi religioso a un líder carismático? La respuesta es sencilla: la devoción, la idolatría, los rituales y la liturgia celebratoria.

Pero, entonces, quien escribe este trabajo, agregaba: “acaso se preguntará el lector: perdón, ¿está hablando sobre Milei o sobre Cristina?”.

El hilo invisible que unía a un Javier Milei con Cristina Kirchner era que ambos eran líderes carismáticos capaces de propiciar experiencias cuasi religiosas en el vínculo con sus seguidores.

Desde que el anti kirchnerismo se hartó de Cristina, siempre estuvo buscando el mejor vehículo para ganarle y deshacer lo que supone un hechizo perverso pergeñado por ella y que pesa sobre una parte de la sociedad. Primero probó con Sergio Massa en 2013. Luego, en 2015, entendió que Mauricio Macri era más efectivo. Pero eso anduvo cierto tiempo hasta que dejó de funcionar. Y,

entonces, ahora, apareció Milei.

Cuando Jaime Durán Barba le recomendó a Mauricio Macri en 2011 que desistiera de presentarse como candidato, su argumento fue lapidario: “Es imposible ganarle a una viuda”

Aggiornada a estos tiempos una sentencia análoga a la del consultor ecuatoriano podría haber sido: “Es imposible ganarle a una religión, sin oponerle otra”.

En consecuencia, decíamos, “¡La única forma de erradicar de cuajo una religión es creando otra!”. No era la economía, no siquiera la Libertad (¡Viva la Libertad, carajo!). Era la religión. Porque la religión es aquel encuentro mágico que ocurre en las sutiles esferas de la idealización.

Por eso el amor resulta su análogo porque es único, místico, extasiante y pasional. Y porque, como dice la sabiduría popular, es irremediablemente ciego. Es loco y es ciego. Una folie à deux. Una locura compartida. Acaso un profundo mal entendido que solo se revelará cuando el hechizo finalice y caen las máscaras. Y se transmute entonces en sentimiento calmo o decepción.

Desde otra perspectiva, la sentencia fácil y acrítica sostenía una simplificación: el voto de Milei tenía la cara del enojo o de la bronca. Pero eso es apenas uno de los ingredientes de un cóctel mayor.

Una persona que ha perdido su rumbo existencial transita solitaria por una plaza de barrio. Y de pronto algún pastor de turno narra la retahíla de siempre: “Yo estaba perdido, desesperanzado, angustiado, deprimido, hasta que el Señor se me reveló. Y lo dejé entrar en mi corazón. Y, entonces, conocí su gloria”. La persona perdida no puede dejar de sucumbir al relato. Porque está herida, porque se siente vencida.

En magníficos párrafos Ernesto Sábato reflexionaba: “Los desesperanzados se reclutan entre los exesperanzados. Porque para ser un desesperanzado es necesario haber tenido antes alguna esperanza y, luego, haberla perdido”. Curiosamente, agregaba Sábato, “los desesperanzados, de tanto en tanto, necesitan volver a renovar su esperanza. Tal vez por aquello de que (¡menos mal!) la ilusión es lo que ultimo que se pierde.

Mi profesor de marketing supo explicarlo en una síntesis magistral: el marketing es el arte de propiciar el encuentro entre la oferta y la demanda. En términos psicológicos, la oferta equivalía a la promesa. Y la demanda a la ilusión. Y agregaba que, en esencia, no hay una diferencia estructural entre vender, seducir y hacer política: todas son variantes de propiciar ese encuentro entre promesa e ilusión. Entre alguien que quiere querer y alguien que ofrece lo que aquel quiere.

En mis cursos de liderazgo político lo tomo como punto de partida: “Sin promesa, no hay campaña”. Porque si el candidato no es capaz de tocar en el votante algo del orden de la ilusión, entonces no habrá voto. Las ilusiones pueden ser muchas y variadas. Pero todas derivan de una fundamental: el deseo legítimo de aspirar a una vida mejor. Lo demás son detalles. En marketing, por ejemplo, también se consideran las “razones para creer”. Porque sin razones para creer, sin argumentos de verosimilitud, las promesas se tornan esotéricas. En cambio, con el ropaje argumental del qué, el cómo, el cuándo, el para qué y el con qué, las promesas se transforman en propuestas. Y Milei supo formular propuestas que marcaron el pulso y la agenda de la campaña.

6. La Mileimanía, o de la política en clave de rockstar

Hace un tiempo solía decirse que Milei es como un rockstar: la gente se le acerca, se aglomera para verlo, tocarlo, pedirle una selfie. No era causal que Milei anduviera con guardaespaldas.

Como los rockstars. Porque la pasión fanática puede desbordarse.

Reconsiderando el punto anterior, quizás resulte abusivo decir que la idolatría es una experiencia religiosa. Cambiemos entonces la proposición operativa: “Javier Milei es un personaje. Como un rockstar. Como un ídolo deportivo”.

Sus seguidores entonces se comportaban con “pasión tribunera”. Con el entusiasmo envolvente de ser uno con la cofradía. Sea la de los fans, sea la de la hinchada, lo cierto es que la idolatría se alimenta de puestas en escena, de rituales, de emblemas, de lemas. ¡Viva la libertad carajo! Y los aprendices de leones rugían.

7. El apoyo de Patricia Bullrich

Luego de las elecciones generales Sergio Massa se perfilaba como el gran favorito. Con el 37% de los votos y superando por siete puntos a Javier Milei, el ministro de economía parecía tener un corredor libre. Pero, pronta e inesperadamente, apareció Patricia Bullrich (y Mauricio Macri) Patricia se definía como una luchadora. Y se jactaba de esa faceta que define su ser. Se mostraba aguerrida, decidida, terminante, segura. Su goce declarado era el de dar la pelea franca. Se auto percibía corajuda. Decía “tener espalda” para enfrentar a las mafias, a los narcos, a los barras bravas y a los sindicalistas corruptos, a quienes parecía decirles: “Acá estoy yo y los voy a enfrentar” Como en aquella frase del barrio: “No pregunto cuántos son, sino que vayan pasando”.

Durante la fallida campaña, Patricia solía decir que, si le tocaba ser presidente, nadie la iba a doblegar. Nadie le iba a hacer torcer el camino de sus convicciones. “Conmigo no van a poder”, se adelantaba a decirles a los “tira piedras” de siempre dispuestos a desconocer un mandato popular.

Bullrich se definía también como una persona de principios. Una ética de las convicciones donde hay valores que nunca se negocian.

Porque los valores de Patricia semejan a los denominados valores prusianos: orden, disciplina, trabajo, sacrificio, deber, honradez, rectitud, austeridad, patriotismo.

Luego de la derrota del 22 de octubre, cualquier político se habría retirado a su casa y llamado a silencio para comenzar su proceso de duelo. Pero Patricia no era cualquier política. Apenas le bastó un intersticio de posibilidad para volver a la lucha.

Patricia debe haber pensado que en las situaciones límites es mejor actuar sin elucubrar demasiado. Sin negociaciones estériles y dilatorias. Si esperar permisos de nadie. Acaso creyendo que los auténticos líderes no piden permiso; simplemente pasan a la acción.

Porque para Patricia se trataba de una cuestión de principios y valores. Si la Patria estaba en peligro entonces no cabía la duda. Porque, como alguien alguna vez dijera, la duda es una jactancia de los intelectuales, no de una mujer de acción.

Por eso, quizás sin pensarlo demasiado, pateó el tablero de la corrección política y se dispuso a sellar su apoyo a Javier Milei. Acaso en su narrativa resonó aquella frase que nos regaló Borges en “Milonga de Jacinto Chiclana”: “De lo único que nadie se arrepiente es de haber sido valiente”.

El refrán popular sentencia que “soldado que huye sirve para otra batalla”. Pero Patricia tal vez prefirió pensar algo igualmente minimalista, pero de mayor intensidad: “Soldado que sigue peleando es capaz de ganar la guerra, aunque haya perdido una batalla”.

Porque la narrativa central de Patricia semejaba a la de la heroína inclaudicable, cuyo arquetipo podría ser una Juana de Arco.

O aquella narrativa expresada magistralmente en los versos memorables de Almafuerte: “No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido”.

Entonces Patricia Bullrich pateó el tablero partidario. Para cambiar el tablero electoral. Y así catalizó lo que parecía improbable: El triunfo de Milei.

La pueblada por la libertad.

Nota final.

El presente texto es una síntesis que integra una serie de otros trabajos del autor desarrollados en diferentes momentos de la campaña. Su impronta orienta a explicar por qué Javier Milei terminó siendo el presidente electo.

Salieri y Mozart. Patricia y Horacio. O de la política en clave de drama existencial

Por Federico González. El autor traza una alegoría entre los precandidatos del Pro y los músicos, tratando de interpretar las actitudes del jefe de Gobierno porteño.

A modo de Introducción

En “El knack y cómo lograrlo”, film de 1965, el knack es un clave. La llave de algo. ¿Pero cómo conseguirlo cuando no se la tiene? “Sueños de seductor”, pero sin el humor de Woody Allen. En “Leyendas de pasión”, Alfred ha cumplido con todas las reglas. Pero será insuficiente: Susannah ya está destinada a Tristan. En Amadeus, Dios ha elegido a Mozart, para la infinita desgracia de Salieri. Y en la política, ocurren hechos similares a los que pueblan la vida. A veces, a modo de fieles reflejos.

Salieri y Mozart. Patricia y Horacio

En una reciente entrevista a Patricia Bullrich, Luis Novaresio (ese maestro exquisito de la conversación intimista) le preguntó a su invitada. ¿Cómo te llevás con Horacio?

La respuesta de Patricia Bullrich podría sintetizarse en esta sentencia lacónica: “Me llevaba bien hasta que decidí ser candidata; entonces Horacio cambió conmigo”.

La tentación del valorar prematuramente todo precipita la sentencia básica: “¡Qué mal que estuvo Horacio!”. Sin embargo, más que el sentimiento de la condena, en mí se disparó el de la pena.

Veamos.

Uno se prepara toda la vida para un destino. Y lucha para alcanzarlo. Y cuando el día se aproxima, ¡zas! Ocurre lo inesperado. Abundan miles de historias con esa estructura narrativa. A los arbitrios de mi memoria acuden dos:

Un chico soñaba con ser futbolista y ganar un mundial. Se entrenaba con los pies. Pero también con la cabeza. Pasaba sus días ensayando los firuletes de la gambeta. Y sus noches febriles imaginando ser el autor de goles maradonianos. Entonces el día llegó. Debutó en la cuarta división del club de sus amores. Era su bautismo de fuego. Y lo sabía. Luego de lograr unas gambetas enrevesadas, el arco del triunfo se le reveló pleno. Y pateó. La colgó a 5 metros del travesaño.

Además, perdieron 1 a 0. Entonces se terminó la carrera que aún no había empezado. Su sueño no pudo ser.

En un capítulo de la mítica serie “Dimensión desconocida” de los 60, un señor gris, ya entrado en años, ama leer. Pero una esposa opresiva no se lo permite. A veces, lo arbitrario no es la memoria de los recordantes, sino el sello de tantas vidas tronchadas por sin  sentidos. Pero de pronto hubo una especie de cataclismo nuclear. La ciudad quedó reducida a escombros y todos los habitantes murieron. Excepto Mr. Green y la gran biblioteca de la ciudad. La escena final duele. Mr. Green está en esa biblioteca ante una montaña de libros. Se percibe su éxtasis. Pero cuando se dispone a leer la primera hoja del primer volumen, la mueca del destino llama a su puerta. Sus anteojos caen inexorablemente hasta hacerse trizas. Está la sed de leer. Está el manantial de las letras. Pero no habrá instrumento. Todo era posible en aquella extraña dimensión desconocida.

Entonces, horas después, emergió a mi mente lo que probablemente veía incubando: “Amadeus. Salieri. Mozart

Conviene ser prudente con las analogías. Y recordar lo obvio: acentúan las similitudes, pero oscurecen las diferencias. Lo que sigue es apenas un balbuceo analógico. Pero creo que trasmite alguna esencia de los infortunios de los destinos. Y de la política.

A continuación, transcribo un fragmento de “La sed de Salieri”, un texto que he escrito en 2013.

En la famosa obra Amadeus se presenta a un Salieri carcomido por la envida hacia el genio musical de un Mozart que contrasta con sus dudosas cualidades morales y existenciales. No interesa aquí discurrir sobre la verosimilitud histórica de ambos personajes. Sí, sobre algunos matices del drama que, según la obra, vive Salieri. Recordamos la trama básica del argumento: Salieri es un músico prestigioso y pertenece al privilegiado mundo de la corte imperial. Es además un ferviente creyente de la sabiduría y justicia de Dios. Su vida transcurre feliz hasta que aparece Mozart que es mostrado como un genio musical extraordinario, pero, también, como un individuo moralmente cuestionable. Cuando Salieri capta la dimensión cuasi-divina del talento musical de Mozart se sume en la desesperación. Lo cual lo lleva a increpar en oración al mismísimo Dios. En su alocución ante el altísimo, hay dos momentos de alto tono dramático: el primero es cuando le reprocha su deslealtad por haber elegido como su instrumento al inmerecido Mozart; el segundo, cuando, indignado y perplejo, lo inquiere: “¿Para qué me diste esta inmensa sed si, a la vez, me privaste del instrumento para servirte?”. Acaso existe una inmensa sed sobre la que, alguna vez, sospechamos y, ahora, ya sabemos que resultará insaciable. Entonces podemos recordar a Salieri para preguntarnos por qué existe tanta sed y, al mismo tiempo, tanto desierto. FFG, 2013.

Podría imaginar atendibles objeciones del lector: “Horacio Rodríguez Larreta, ¡no es músico!”; “Patricia Bullrich no es Mozart”; “en “Amadeus”, Mozart es a la vez un genio, pero también un libertino un poco tonto, acaso ingenuo, ciertamente frívolo”. Imagino entonces el interrogante:

¿Cuál es entonces la similitud que justifica la analogía?

La sed de Salieri. Su sueño de gloria. Su talento fríamente cultivado (porque, dicen los historiadores, Salieri, aunque careciera del genio de Mozart, era también un músico brillante).

En la vida de Salieri todo iba bien. Era el preferido. Era el reconocido. Era el talentoso. Pero, de pronto “lo impensado puede ocurrir” (tomo prestada la magistral sentencia entrecomillada que le escuché decir hoy al querible conductor Eduardo Battaglia).

Digámoslo sin eufemismos: La existencia de Mozart es la desgracia de Salieri. Íbamos bien hasta que apareció Mozart. Íbamos bien, pero ¡apareció Patricia! Horacio Rodríguez Larreta se preparó toda su vida para ser presidente. Como el chico que soñaba ser goleador. Y se entrenó para eso. Acaso como nadie. El gran gestor. El gran hacedor. El gran dialoguista. Y la gloria ya estaba cerca. Esperando a la vuelta de la esquina. Se acercaba el día en que, simplemente, había que hacer el gol. Como el mítico zapatazo del “Chango” Cárdenas en el Centenario, en 1967. Para gloria de La Academia. ¿Habrá alguna vez soñado Horacio, hincha de Racing, ser el “Chango Cárdenas? El Celtic de Glasgow parecía invencible. Como Mauricio. Para emular aquel batacazo del Centenario había que doblegar a una muralla casi invencible. “Matar al Padre Mauricio”, como le dicen. Sí, simbólicamente. Claro. Pero también en las urnas. No hay poder inexpugnable cuando se pone la energía para doblegarlo. Quizás Horacio se dijera eso, mientras se aprestaba a enfrentar a Mauricio Macri.

Pero, cambiemos el tono: “Apareciste tú, Patricia” Y nada fue como la idílica canción de “Cacho (Castaña) de Buenos Aires”. O, sigamos cambiando el tono: “No contaba con Patricia” (parafraseando al “Chapulín Colorado”, con un giro de sentido)

¿Se dirá Horacio aquello de Mario Benedetti?: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas”. Es decir: “Justo cuando terminé de doblegar el poder de Mauricio, me apareció el de Patricia”.

Volvamos entonces a la analogía de referencia. Un momento de paroxismo de Amadeus es cuando Salieri descubre que Mozart no corrige las partituras. Al respecto, en la sinopsis de la película se dice: “Ni una sola corrección. En esta escena de la película puede observarse cómo Salieri, como cualquier músico profesional, es capaz, mirando las partituras, de escuchar en su interior la música que está escrita. La idea dramática o trama de la película muestra el contraste entre Salieri, cuya vida entera está dedicada a la música y sólo parece que alcanza la mediocridad leyendo partituras; y Mozart, un jovenzuelo un tanto arrogante, alocado y desvergonzado, y, sin embargo “amado por Dios”. Es decir, según Salieri, Mozart es capaz de componer sin aparentemente el menor esfuerzo, una música incomparable, grandiosa, “divina” (…) Y en cambio, él, que dedica todo su tiempo a la música y reza para pedir a Dios que le ayude en su arte, no consigue más que una música mediocre. A Salieri esto le parece muy injusto. Y le llena de envidia”.

Quizás, en el marco de la analogía, sea innecesario llegar tan lejos con las adjetivaciones.

Seguramente sería más justo no hablar de envidias sino de reconocimiento hacia el otro. Como en esa fascinante metáfora sobre el poder expresada por Hegel en “La dialéctica del amo y del esclavo”. Existe un momento mítico en que las miradas se encuentran y cada uno se sabe quién es quién.

¿Patricia Bullrich “ataca” a Horacio Rodríguez Larreta? Ciertamente, sí. Al fin y al cabo, ellos compiten por ganar el poder y Bullrich se define como una luchadora. ¿No sería lógico que lo confrontara?

Pero ese no es el problema para Horacio. El verdadero drama para Horacio tal vez subsista como algo inadvertido. Es que Patricia Bullrich ejerce un “liderazgo taoísta”: actúa sin intervenir.

Porque el poder que irradia Patricia Bullrich no deviene de gritos, estridencias o chicanas.

Simplemente, sucede. Su parecer surge de su ser. Como la melodía majestuosa brotaba del alma de Mozart. Y eso era lo que exasperaba a Salieri. Porque, ¿cómo luchar contra algo cuyos efectos se nos aparecen como reales, pero su origen se nos revela inasible?

Últimamente se lo ve a al jefe de Gobierno porteño acentuando su autoridad. Está bien que lo haga. Si quiere ser presidente no está mal que intente mostrarse como decidido. Pero se nota que está inflando el pecho. Acaso el mismo lo confesó sin quererlo: “Lo mío es trabajo, trabajo y trabajo”.

En cambio, en Patricia la autoridad fluye. Emana desde el interior. Como la música de Mozart. Para desgracia de Salieri. Aunque (aclarémoslo una vez más, para que no se malinterprete el alcance de la analogía): Patricia no es Mozart. Aunque Horacio tampoco es Salieri. Aunque Salieri tampoco era un mediocre, sino un talento sin brillo (como sí era el talento de Mozart). Aunque a Horacio también lo asista el talento de la inteligencia práctica, del buen hacer, de la gestión excelente. Del trabajo focalizado. De la eficiencia transformadora. Aunque tanta virtud no le alcance a Horacio. Porque hoy la música del poder parece estar cerca de Patricia. Aunque no sea Mozart.