A un año de su llegada a la Jefatura de Gabinete, Jorge Capitanich logró renovar la relación entre el Gobierno y el Congreso. Semanario Parlamentario realiza un balance de sus informes de gestión y la reacción de la oposición.
Por Pablo Riveros
A Jorge Capitanich se lo va a recordar como el primer jefe de Gabinete en cumplir con los informes mensuales de gestión ante el Congreso. En efecto, desde la creación de la Jefatura de Gabinete en 1994 hasta el presente, ningún ministro coordinador pudo o quiso cumplir con lo prescripto en el artículo 101 de la Constitución.
Como ejemplo sobresalen algunos hechos inusuales. Durante el segundo gobierno de Carlos Menem, a los jefes de Gabinete no se les ocurría transgredir las flamantes normas. Con la letra de la Constitución que establecía reglas claras para esos funcionarios todavía fresca, los mismos concurrían a cada cámara todos los meses, pero los legisladores no tardaron en hartarse del método. Así las cosas, se hizo común que los jefes de ministros concurrieran al Parlamento y esperaran en los despachos presidenciales largas horas, hasta que los legisladores habilitaran su ingreso. Y la mayoría de las veces terminaban dejando los informes por escrito, con las respuestas a las preguntas formuladas en los días previos y sin ningún intercambio verbal.
Cuando llegó la Alianza las cosas no cambiaron demasiado, aunque Rodolfo Terragno buscó imprimirle al sistema un mayor dinamismo. Duró lo que duró… En los tiempos de la Alianza todo fue muy efímero.
Otro dato para resaltar fue lo que ocurrió en 2013, cuando el diputado nacional Omar Duclós (GEN) se animó a denunciar penalmente a Juan Manuel Abal Medina por incumplir con su deber de informar al Congreso.
Pero con la hiperactividad que lo caracteriza, Capitanich se dispuso a darle al cargo un giro de 180 grados: su gestión renovó particularmente la relación del Ejecutivo con el Congreso, pero también con los gobernadores y el periodismo.
Las circunstancias lo ameritaban. Tras el traspié electoral de octubre de 2013, la presidenta Cristina Kirchner buscó bajar su nivel de exposición y revitalizar su gestión con el reemplazo del politólogo Abal Medina por el todoterreno Capitanich, de larga trayectoria en la gestión pública: fue funcionario de segundo orden en tiempos de Menem; un más que efímero ministro de Economía de la también corta gestión de Ramón Puerta de dos días de diciembre de 2001; jefe de Gabinete durante los primeros cuatro meses de la gestión de Eduardo Duhalde, y senador nacional durante todo el Gobierno de Néstor Kirchner. Cuando Cristina llegó a la presidencia, en 2007, él se convertía en gobernador del Chaco, cargo para el cual está en uso de licencia.
La reestructuración del gabinete nacional de hace un año incluyó a Axel Kicillof como flamante ministro de Economía, un exasesor de Capitanich en la Cámara alta.
“Hemos leído atentamente el resultado electoral. Perdimos un millón de votos, por eso hicimos todos estos cambios”, reconoció entonces el diputado Carlos Kunkel. “Se lo nombra al ‘Coqui’ porque en momentos en que hay que profundizar determinadas medidas y encontrar diálogos con determinados sectores, él es la persona indicada”, confesó.
Parecía serlo. Cuando un mes antes el kirchnerismo perdió las elecciones legislativas, con la presidenta internada y Amado Boudou como maestro de ceremonias, en lugar de reconocer la derrota el Gobierno ponderó esa noche fundamentalmente el gran triunfo de Capitanich en el Chaco.
Aunque es difícil saber si el oficialismo recuperó imagen positiva por esos cambios de gabinete, parece más claro afirmar otras cosas. Por un lado, que Cristina se amparó en la “teoría del fusible”: tras un período de hiperactividad comunicacional con el Twitter y la cadena nacional, utiliza a un jefe de ministros como instrumento para la resolución de conflictos, evitando así una crisis propia. Al mismo tiempo el nuevo funcionario se sobrecargó de tareas en un contexto político y económico que ameritaban nuevos esfuerzos.
Con todo, se imprimió un cambio en la imagen y en la institucionalidad del Ejecutivo. Sobre todo si se tiene en cuenta que la Jefatura de Gabinete estaba un tanto devaluada, por una presidenta omnipresente.
Basta ver que en sus dos años de gestión, Abal Medina casi no tuvo diálogo con la prensa y el Congreso, y además no gozó de la relación aceitada entre su sucesor y los gobernadores del Partido Justicialista. Por el contrario, Capitanich asumió el timón en una situación muy distinta a la del 54 por ciento de votos de 2011: el traspié electoral, fuga de dirigentes al Frente Renovador, deterioro de la economía y una Cristina con imagen en baja y cuya salud le exigía tomarse un respiro.
Como animal político que es, habrá que reconocerle al chaqueño el mérito de haber visto su precandidatura presidencial sepultada a costa de ponerse al hombro el Gobierno. Justamente cuando había llegado al cargo con expectativas de potenciar su figura a nivel nacional.
¡Queremos preguntar!
Los periodistas querían preguntar y él les contestó. El jefe de ministros de Cristina Kirchner mantiene religiosamente las conferencias de prensa matutinas en Casa de Gobierno.
Con la difusión de noticias “positivas” y respuestas a la “cadena del desánimo”, Capitanich lleva la voz del Ejecutivo sobre los temas que marcan la agenda pública de debate. Esto implica atender a los grupos mediáticos “concentrados” y a los partidos de oposición a los que permanentemente acusa de conspirar en conjunto contra el Gobierno.
Pero sus exposiciones no terminan en los atriles de la Casa Rosada. El jefe de Gabinete ha participado de los debates parlamentarios más trascendentes de este año, más allá de sus informes de gestión. Así, defendió oportunamente la nueva Ley de Abastecimiento, la creación del fuero para consumidores y del Observatorio de Precios, la reforma al Código Procesal Penal, el acuerdo con Repsol, la Ley de Pago Soberano y la nueva Ley de Hidrocarburos.
Informes de gestión
Desde la apertura del año parlamentario en marzo, hasta su cierre en noviembre, Jorge Capitanich brindó al Congreso ocho informes mensuales de gestión, alternando el turno de las cámaras, tal como lo exige el artículo 101 de la Constitución Nacional.
En el Senado expuso el 12 de marzo, el 7 de mayo, el 6 de agosto y el 22 de octubre; en Diputados hizo lo propio el 3 de abril, el 4 de junio, el 3 de septiembre y el 5 de noviembre, fecha en la cual se brindó el informe de gestión número 90 desde la primera sesión informativa en 1995. Julio fue el único mes en que no se presentó ante el Congreso, ya que debió reprogramar su presentación para atender las novedades del litigio con los fondos buitre.
Con esta información, Capitanich se consagra como el primer jefe de ministros en cumplir con rigurosidad el mandato constitucional.
Los datos de las sesiones informativas indican que, en promedio, el ministro concurrió al Parlamento cada 22 días hábiles y que habló aproximadamente 57 horas, sin contar su participación en debates de comisión.
En este marco, el funcionario contestó 4.860 preguntas de las 7.095 que le hicieron senadores y diputados -algunas repetidas o “mal formuladas”, según explican en la Jefatura de Gabinete-. En los recintos respondió entre el 82 y el 85 por ciento de los interrogantes.
Como dato sobresaliente, el Ejecutivo resalta la fuerte reducción que se fue dando en la cantidad de preguntas de los legisladores. En el Senado, pasaron de 1.011 en el informe de marzo a 490 en el de octubre (48 por ciento); mientras que en Diputados se redujeron de 1.117 en abril a 344 en noviembre (30 por ciento).
“Eso habla del nivel de satisfacción de respuestas que tiene la oposición”, destacan allegados al ministro.
El desplante de la oposición
Pero no todo fue color de rosa para “Coqui”. En dos oportunidades, una en cada cámara, el ministro coordinador sufrió el desplante de la oposición por protestas de distinto calibre.
El 4 de junio, el grueso del arco opositor en la Cámara de Diputados renunció a escuchar e interrogar a Capitanich porque el funcionario “incumplía” con la Constitución por negarse a las repreguntas y entregar las respuestas minutos antes de la sesión.
“Queremos preguntar, escuchar y repreguntar al jefe de Gabinete, como habitual y naturalmente se hace en el Senado, y no ser testigos pasivos de larguísimos monólogos que no responden a ningún interrogante, y que se nos entreguen las respuestas a las preguntas formuladas al mismo con la debida antelación para poder estudiarlas”, denunciaron la UCR, el Frente Renovador, el Pro y el FAP.
Los únicos opositores que participaron de aquella sesión fueron Unidad Popular de Claudio Lozano, el Frente de Izquierda, los puntanos de Compromiso Federal, el delasotista Unión por Córdoba, Francisco de Narváez y Carlos Brown.
“No juego a la ‘gata Flora’ buscando chicanas que no aportan nada”, argumentó De Narváez. Mientras que Lozano señaló que sería “una incongruencia” no asistir, por cuanto “siempre planteamos la necesidad de que el jefe de Gabinete venga al Congreso”.
Un episodio similar se vivió el 6 de agosto. Un clásico del Senado: ante la presencia del vicepresidente Amado Boudou en la presidencia del Cuerpo, la oposición volvió a pedirle un paso al costado por su situación judicial y dejó al ministro solo con el oficialismo y aliados.
Pero la rebeldía opositora no pasó a mayores. Ni en Diputados se modificó la regla de no repreguntar, ni en el Senado el vicepresidente dejó de conducir las sesiones.
“Lo que hace la oposición es utilizar una excusa para no debatir desde una postura claramente autoritaria, o porque no tiene argumentos para un debate cívico, o porque no quieren el debate y no creen en el desempeño de las instituciones democráticas”, se descargó el chaqueño.
La persistencia de Capitanich
Como pocos kirchneristas, Capitanich no teme rendir cuentas sobre lo que hace el Gobierno. Pero con informes cargados de cifras, optimismo y referencias al pasado, sectores de la oposición ya empezaron a cansarse de sus declaraciones.
“Nos tiene acostumbrados a un discurso completamente vacío, plagado de cifras y porcentajes imposibles de verificar”, se quejó el diputado Pablo Tonelli (Unión Pro).
En su última exposición ante la Cámara de Diputados se lo notó entusiasmado. No solo más de lo debido en el uso de la palabra sino que también se animó a las repreguntas que el reglamento no permite.
“Con la velocidad con la que lee, ¡vamos a tener que hacer una sala de yoga!”, llegó a bromear el jefe de los diputados radicales, Mario Negri.
Muchos interpretaron que en sus últimos informes ante el Senado y Diputados, Capitanich ensayó una suerte de despedida de su cargo. Porque si bien dice sentirse cansado de desmentir los rumores de su partida, cierto es que mantiene una interna con Juan Carlos Bacileff Ivanoff, vicegobernador a cargo de las riendas del Chaco.
En la presentación del 4 de noviembre, el chaqueño dejó abierta la posibilidad de seguir como jefe de Gabinete de Cristina. “Para mí ha sido un gran gusto compartir este año legislativo con ustedes y espero que el 2015 nos encuentre con la misma pasión, con la misma energía y, sobre todo, con las mismas convicciones para defender cada una de nuestras ideas y proyectos”, dijo.
¿Se arriesgará a perder poder político en su territorio? ¿Por qué no animarse a más?
Capitanich ya no suena para presidente, pero ya lo cuentan como “vice”.
