El acuerdo entre China y Argentina sobre la construcción, el establecimiento y operación de una estación en Neuquén para cooperar con el país asiático en la exploración lunar, debería ser reformulado o rechazado. Por empezar, se han publicitado avances en la construcción de la base desde 2014. Por lo tanto, han buscado ratificación en el Congreso de un hecho consumado. Y esta es sólo una parte de la violación institucional detrás del acuerdo: La legislatura provincial de Neuquén tampoco recibió copia del texto para su correspondiente aprobación. El acuerdo también revela una serie de hechos ponen a nuestro país en situación de vulnerabilidad ante el gigante asiático. En ningún lugar se aclara un compromiso de transferencia de tecnología hacia nuestros trabajadores. Tampoco especifica si el personal a cargo de la planta será chino o local. ¿A dónde están los sindicatos que desataban su ira ante las injusticias que lesionaban los derechos de los trabajadores argentinos? La asimetría entre ambos países ha dado un carácter leonino al acuerdo. Por ejemplo: China obtendría exenciones de tipo aduanero, de impuestos al consumo, internos e IVA, que se prolongarían por cincuenta años, aunque no se aclara que las actividades susceptibles de tal desgravación deban estar estrictamente relacionadas con el proyecto.

A esto se le suma una preocupación que tiene que ver con el contexto geopolítico. No hay certeza de que la base no sea operada para fines militares. Esta situación pondría al país, de manera gratuita, en una encrucijada, en el medio de un eventual fuego cruzado diplomático que podría evitarse. Parece que no es posible imponer ninguna condición a China, o quienes se aventuran a financiar a un país que se encuentra aislado por su conducta financiera desaforada en los mercados internacionales.

Entonces: ¿Qué gana la Argentina con el acuerdo? Del texto, se desprende que el país se beneficiaría con la posibilidad de usar la “antena de espacio lejano” el 10% del tiempo para el desarrollo de proyectos propios. Con una condición: siempre que no se interfiera con las actividades chinas y siempre que el CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales), envíe solicitud con tres meses de anticipación. O sea, cuando China no esté trabajando.

Quizá la mayor muestra de dependencia y vulnerabilidad radique en la renuncia argentina al derecho a interferir o interrumpir las actividades que se lleven a cabo en las instalaciones de Neuquén, controladas por China. Se pierde por motus propio el poder de policía, cediendo las potestades soberanas en el territorio nacional, durante el exorbitante plazo de cincuenta años. O sea, durante cinco décadas habrá que pedirle permiso a China, en nuestro propio territorio, con cuidado de no provocar su ira, para decidir sobre cuestiones de extrema seriedad, que pueden resultar vitales para el desarrollo nacional a largo plazo.

La carrera espacial tuvo al mundo en vilo durante años. Aprendimos que el dominio del espacio influye en la forma en que vivimos y nos comunicamos. Afecta las relaciones globales de poder entre los países. Nadie niega que celebrar acuerdos para fortalecernos en el ámbito aeroespacial es un objetivo válido.

¿A costa de qué?

*Diputado nacional por la UCR Córdoba.