El humo de los choripanes le pone ambiente al umbral de la Bombonera. Los dos cordones de la Federal son los últimos obstáculos para llegar al objeto del deseo. El plateísta sabe que tras los cacheos están los molinetes y los dos objetivos que vino a buscar: el sanguche de bife de chorizo de la Glorieta de Quique, que merecería estar en el Guiness y después acomodarse en la butaca para sufrir en forma, como Dios manda.

Los policías palpadores son jóvenes y respetan las canas.

– ¿Le muestro la riñonera?

– No hace falta maestro, seguro que va llena de marihuana, otro día nos convida, chacotean entre ellos. El hincha piensa qué bueno, mejor esto y no el vejamen de tantas veces, con uniformados que aprietan, maltratan y provocan a bosteros de clase media que quisieran un trato VIP.

Pertenecer tiene sus privilegios porque para entrar a las populares el bosque es más frondoso. La fauna no es la misma y en cualquier momento “puede saltar la goma”, como reza el lunfardo. Hace tiempo que la sección de objetos prohibidos ha engrosado su catálogo. No entrarán pilas, paraguas, encendedores, lapiceras y cualquier otro objeto potencialmente contundente.

La platea está sobrevendida para el superclásico y en las escaleras hay decenas de sujetos que arreglaron con alguien para acceder al paraíso, violando toda norma de seguridad. Si hubiera que evacuar urgente, no habría como hacerlo. Esto sucede hace mucho tiempo y el abonado lo tolera resignado, como si se tratase de su suegra.

River y todos los rivales de Boca siempre salieron por la manga que ahora caímos en la cuenta linda peligrosamente con una jauría de marginales que están hiperfilmados e hiperidentificados. Roberto Giordano se queja: qué fácil era poner un vidrio. Daniel Angelici revela que gastó dos palos y lo cagaron diez boludos.

Su colega Rodolfo D’Onofrio dice entenderlo, al igual que 70 presidentes de clubes más que no saben, pueden ni quieren terminar con el salvajismo de la calle que se les mete en las canchas y en el corazón del negocio.

La Conmebol salva al club más popular de la Argentina de una sanción ejemplar, pero no de un escarnio mundial y la inmensa mayoría de los bosteros no saben si estar contentos o tristes. Sospechan que la decadencia en su club, como una mímesis del país, no parará. Que habrá en el futuro cercano una sobreactuación, y que cuando vuelvan a su estadio les mirarán las caries y les pedirán el papanicolao y el antígeno prostático para poder alentar a su equipo.

Alguien recuerda que cuando vivía el padrino Julio Grondona intimaron a todos los habitués del futbol a identificarse para el abortado AFA Plus, una suerte de tarjeta SUBE para el control social de las tribunas. En cualquier momento el proyecto reflota.

Marcelo Tinelli, sabe que esta crisis lo acerca un poco más al trono de la calle Viamonte. Esta semana hablará al país sobre este luctuoso suceso por la cadena nacional de Showmatch.

Dicen que los cuasi asesinos del pimientazo tienen nombre y apellido pero al cierre de estas líneas no hay muchas noticias de su posible captura. Si entran a la gayola, seguramente saldrán y con fama. Probablemente terminen charlando con Mauro Viale, como el motochorro de Barracas.

El gobierno hace mutis y ya prepara algunas acciones para endosarle la factura a Mauricio Macri y su troupe. Del financiamiento a las Hinchadas Argentinas Unidas y de la exaltación épica e infantil de CFK a los barrabravas, mejor no acordarse.

Nadie está libre de sospechas: un joven radical le recuerda por TV a Gustavo Posse que usaron a los hooligans criollos para dar piñas y meter miedo en la Convención de Gualeguaychú. El anecdotario íntimo de políticos y barras es interminable.

Los periodistas deportivos se lamentan de qué todo esto es una pena, justo aquí donde nacieron Maradona, Messi, Tévez, Saviola, Aimar y tantos otros. El espectáculo debe continuar, aunque el Arca de Noé made in argentina haga agua por todos lados.

Hoy dice el pronóstico que este diluvio nacional está muy lejos de terminar.