Por Hugo Martini
¿No se está exagerando el nivel de enfrentamiento entre los países Latinoamericanos que siguen a Chávez y los Estados Unidos de Bush? ¿Se parece a la realidad esta imagen de un grupo de presidentes a quienes les encanta practicar la agresión en sus discursos anti-estadounidenses por un lado, y la respuesta entre preocupada e indignada de los agredidos, por el otro?
El aporte latinoamericano
¿Cómo es la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica, sin el ajuste de los discursos?
1. Los países de la región (excluidos México, Chile y Canadá que no parecen enojados) le venden a Estados Unidos bienes por valor de 115.426 millones de dólares anuales y le compran sólo por 57.023 millones. Parece que estar indignado es un gran negocio atento a la atracción de tener relaciones comerciales con un país al que por cada dos dólares que se le vende le compramos sólo por valor de uno.
2. En el caso particular de Venezuela esta proporción mejora: por cada dólar que compra en los Estados Unidos le vende bienes por valor de cuatro.
3. El 17.8% de las exportaciones y el 15.6% de las importaciones totales de Estados Unidos se negocian con la región.
4. El 39.3% de las exportaciones y 32.4% de las importaciones totales de los países de la región se negocian con Estados Unidos.
Estos números prueban que las escaramuzas mediáticas de los presidentes indignados son como la copia falsa –la diferencia entre drama y comedia hubiera dicho Marx- del enfrentamiento real que tiene Fidel Castro con los Estados Unidos, desde hace casi 50 años, iniciado en el marco de la Guerra Fría. A diferencia de la pirotecnia vacía adoptada por Chávez y otros, Castro tuvo la dignidad de pelear en serio: dinamitó todos los puentes y acampó, para siempre, entre las tropas enemigas.
El aporte estadounidense
La reacción de la política exterior estadounidense a la retórica agresiva de los presidentes es la misma que expresan los líderes opositores latinoamericanos a sus gobiernos: me enojo porque son unos mal educados y me insultan. La política exterior estadounidense deja de pasar entonces por los intereses y entra en la categoría de lo que Ortega llamaba el caballerito de Versailles, que vivía de saludar y no saludar.
Nunca las formas deberían determinar el objetivo de la política aunque tampoco el contenido de esas formas debería ser confuso.
Estados Unidos, abanderado de la libertad de comercio, debería tener en cuenta algunos actos de su política comercial que no son consistentes con esa bandera. Algo así como un doble discurso.
Por ejemplo, y con relación con la Argentina, la ley agrícola estadounidense garantiza a los agricultores de ese país niveles de rentabilidad mínima para la producción de trigo, maíz, sorgo, cebada, avena, algodón, arroz, soja, girasol y maní. Estos subsidios –tan viejos como que nacieron en la década del 30 del siglo pasado- expanden aún más oferta la exportable de los Estados Unidos presionando hacia la baja los precios de esas materias primas en el mercado mundial.
La nueva ley agrícola que se sancionará este año, con vigencia hasta 2012, no cambiará lo esencial en cuanto al impacto negativo sobre el mercado internacional y, por el contrario, estando el Congreso controlado por mayoría Demócrata es probable que, finalmente, sea aún más proteccionista.
El gobierno de los Estados Unidos sostiene que estos no son problemas políticos sino comerciales, olvidando que los problemas comerciales resueltos en contra de los principios de la libertad de comercio terminan transformándose en agresivas reacciones políticas.
Es como si los discursos existieran en un plano diferente al de la realidad, no sólo no aportando sino yendo en detrimento de los intereses manifestados. La balanza comercial de la región muestra una clara necesidad de integrar las economías. Al mismo tiempo, ambos lados practican el más primitivo de los procedimientos: no comunicarse, no entenderse, no rectificarse jamás.
En la medida en que el foco de las relaciones quede en el teatro del escándalo y no en la fenomenal sociedad que los une, el enfrentamiento no servirá más que para ayudar a mantener liderazgos vacíos.
Hay un mensaje en la realidad económica y social que la política no quiere escuchar.