Nombramientos fuertes y medidas dentro del molde

Por José Angel Di Mauro. Por primera vez Cristina dio señales de delegar funciones, aunque retiene para sí la decisión final en todo. Las medidas esbozadas hasta ahora muestran un cambio de formas, pero no de dirección.

El esperado regreso presidencial se concretó finalmente con una cuidada puesta en escena en Olivos que sirvió para aventar fantasmas y mostrar a una presidenta serena, fresca y sobre todo saludable. Tras su prolongada ausencia, Cristina Kirchner volvió con esa irrupción a través de las redes sociales, pero sobre todo dos días después con su retorno a la Casa de Gobierno, en lo que pareció inicialmente una moderada reaparición para la jura de ministros y luego mutó hacia un acto bien al estilo CFK, con no uno sino dos discursos y una evidente trasgresión de la recomendación médica de no extender demasiado ese tipo de actividades.

En el ínterin había procedido a un rotundo cambio de ministros, que sí se salió del molde kirchnerista, poniendo en la Jefatura de Gabinete a alguien con poder político propio y que parece dispuesto a ejercer plenamente el cargo, en tanto que al frente de Economía finalmente quedó Axel Kicillof, funcionario predilecto de Cristina que ya no ejercerá como número 2 como solía ponerlo el kirchnerismo, más allá de que donde estuviera contara con la anuencia presidencial plena. Luego de estar segundo en Aerolíneas, YPF y ser viceministro de Economía, hoy se ha transformado en un ministro de Economía como el que desde Roberto Lavagna no tenía este gobierno.

Fueron nombramientos con mensajes encontrados, como suele dar el kirchnerismo. El de Jorge Capitanich cayó bien entre propios y extraños, mientras que la consolidación de Kicillof generó una reacción previsible que se palpó al día siguiente en los mercados. Apresuradamente hubo quienes interpretaron el resonante anuncio de la salida de Guillermo Moreno como una respuesta a esa fuerte caída de la Bolsa. Nada más ajeno al estilo K, que por el contrario prefiere dosificar las decisiones de modo tal de no tapar un anuncio importante con otro. Claramente la renuncia de Moreno estuvo incluida dentro de la oferta de cargos mencionados. Se habló de pedidos expresos en ese sentido de los propios Capitanich y Kicillof, y no hay por qué no dar crédito a esa especie; pero fuentes inobjetables le dan más fuerza a una solicitud puesta como condición por parte del nuevo titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, el expresidente del Banco Nación que era amigo de Néstor Kirchner y tiene un trato directo y llano con la Presidenta.

Si bien el saliente secretario de Comercio Interior acostumbraba a jugar ante sus interlocutores con su próxima salida -regodeándose sobre todo con los anuncios que reiteradamente lo daban fuera, cuando permanentemente seguía en el cargo-, todo indica que tenía voluntad para seguir en su lugar, o en todo caso ascender en el gobierno. Lejos de su ánimo estaba el cargo diplomático que se le ha concedido en un destino dorado.

En su reaparición plena, Cristina habló de “profundizar el modelo”, y se planteó la duda de si se viene una radicalización típica en el kirchnerismo ante una situación de asedio, o si esa habrá sido otra puesta en escena destinada a la militancia juvenil presente y sobre todo a los convencidos, cuando las medidas a tomar desandan precisamente caminos ya transitados.

El flamante jefe de Gabinete mezcló hiperactividad con cierta autonomía inédita para un funcionario de esta administración, aunque está claro que no se trata de una suerte de primer ministro a cargo del gobierno por arriba de la Presidenta. El chaqueño dejó establecido que la última palabra en todo la tiene ella y las visitas de Capitanich y demás funcionarios a Olivos dan prueba de ello. Lo que no quedó claro y se verá con el tiempo es qué postura prevalece en materia económica entre los dos nuevos hombres fuertes de la administración K. El exgobernador chaqueño supo ser jefe del joven Kicillof, de ahí que se conozcan y respeten mutuamente; pero difícilmente se deba esperar del nuevo titular del Palacio de Hacienda sumisión ante el jefe de Gabinete. Tuvo manos libres para nombrar a su equipo ministerial y nutrió de gente de confianza los puestos clave; amén de Capitanich, el gobierno muestra una tendencia creciente a cristinizarse.

Ese es un previsible signo de los gobiernos con fecha de salida. Ya no es tan sencillo sumar figuras ajenas, que prefieren reservarse para el ciclo futuro, y se debe conformar con los propios. Aunque por primera vez en meses dentro y fuera del kirchnerismo comenzó a imaginarse la posibilidad de una continuidad. Cuando imaginando la sucesión el kirchnerismo duro miraba al gobernador entrerriano, nadie la tomaba muy en serio. Al propio Daniel Scioli le entusiasmaba la idea de una interna con Sergio Urribarri -una figura poderosa en un distrito de menos de 800 mil votantes-, que le sirviera para potenciarse en las presidenciales. No es lo mismo con Capitanich, también figura de un distrito chico, pero con un mayor peso específico dentro del peronismo y mucho más nivel de conocimiento en la sociedad. Una popularidad que podrá reforzar con la fenomenal exposición que le permite el cargo.

La primera señal de su elección como jefe de Gabinete por parte de Cristina fue que es hoy por hoy el elegido del kirchnerismo para la sucesión. No el gobernador bonaerense.

Antes de la reaparición presidencial y del rearmado del Gabinete, y previo a emprender su primer viaje al exterior como precandidato presidencial, otro protagonista de 2015, Sergio Massa, se mostró con Martín Insaurralde. La movida marcó su necesidad de mantener protagonismo por afuera de lo estrictamente político, si bien ese encuentro tuvo señales claramente políticas. Todas dirigidas hacia el kirchnerismo. Por parte de Sergio Massa -por razones obvias-, y del propio intendente de Lomas de Zamora, que a pocos días de tener que asumir como diputado -dicho el verbo “tener” como si fuera una carga-, siente que el kirchnerismo no le ha pagado su “sacrificio” como candidato y por el contrario lo trata como a un derrotado; la posibilidad de ser ministro, que le seducía, se ha desvanecido, sobre todo a nivel nacional, y esa exposición junto al intendente de Tigre apuntó hacia donde el kirchnerismo más teme: la migración de los propios hacia el massismo.

La oposición ha tomado nota de la nueva etapa abierta en el gobierno como otra muestra de la capacidad oficial para rehacerse de las cenizas y marcar la agenda. Pero tampoco han pasado desapercibidos otros datos de la realidad, que marcan que las fuerzas kirchneristas no son tan homogéneas. Prueba de ello es el freno impuesto a la aprobación parlamentaria de la reforma del Código y el proyecto de responsabilidad del Estado, pospuestos para el año que viene. Nada que ver con el estilo kirchnerista, lo cual marca que no son tiempos de hacer olas que den excusas a los que están con un pie afuera.

Y también se está atento a que las señales económicas exhibidas en esta primera semana no se salen del molde: diálogo con los interlocutores habituales, búsqueda de acuerdos de precios frente a la inflación, profundización del cepo -y rechazo a esa terminología-… Medidas destinadas a ganar tiempo, más que aportar soluciones definitivas.

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