La llegada de Jorge Capitanich a la Jefatura de Gabinete fue tomada por propios y extraños como una operación perfecta para recomponer al gobierno en la difícil situación en que había quedado de cara a su tramo final: con la Presidenta fuera de escena por razones de salud, y derrotado por partida doble en las elecciones -más allá de las interpretaciones oficiales sobre cantidad de legisladores obtenida y el manejo de las cámaras-.

La designación del gobernador del Chaco fue tomada como una salida ideal, por varios factores: se trataba de un dirigente con poder territorial, perteneciente al reducido lote de los oficialistas que ganaron las elecciones; un técnico capaz y respetado, capaz de darle al cargo una impronta nueva y una inyección de vitalidad a una administración con una década a cuesta; era bien recibido por los kirchneristas y los no kirchneristas, oposición incluida, ante quienes daba una imagen de apertura novedosa. Representaba, además, una señal hacia el peronismo inquieto a partir de los resultados electorales, y habilitaba un nombre importante para una eventual sucesión impulsado desde Olivos.

Consciente de ese último dato, Daniel Scioli acusó recibo del nombramiento y corroboró que pese a sus servicios durante la última campaña, seguía sin ser elegido heredero. Se especuló entonces en qué hubiera pasado si la oferta que recibió el gobernador chaqueño hubiera sido dirigida hacia el mandatario bonaerense. Más allá de que ante la consulta puntual, el exmotonauta hubiera respondido a su estilo, hablando de su compromiso con los bonaerenses, es un antecedente de peso que él nunca desoyó ninguno de los pedidos formulados por un Kirchner. Y en definitiva, el cargo de jefe de Gabinete tiene una fuerte cuota de seducción: evita el desgaste que implican dos años de gestión de gobierno en tiempos de apremios presupuestarios; permite la administración de fondos nacionales, siempre más generosos que las escuálidas cuentas provinciales, y puede servir para alinear gobernadores, de cara a la carrera presidencial.

Razón por la cual Jorge Capitanich picó en punta en la carrera presidencial a 23 meses de las elecciones definitivas. El que no se inquietó por su aparición fue Sergio Massa: “Muchachos, yo también empecé con todos los bríos, pero me tuve que ir”, dicen que les dijo a sus colaboradores recordando su experiencia como jefe de Gabinete de Cristina.

En efecto, el todavía gobernador del Chaco no ha cumplido dos meses en el cargo y ya ha fracasado en su objetivo inicial, posicionarse en las encuestas. Si bien ahora es mucho más conocido que antes de llegar al cargo, su imagen negativa supera a la positiva. Peor: es la cara visible de un tiempo monopolizado por noticias negativas de parte del gobierno.

Autosuficiente, el exsenador confiaba en su capacidad de comunicación, e inauguró un estilo inusual en los tiempos kirchneristas de dar conferencias de prensa diarias que han terminado convirtiéndose para él en una suerte de inmolación por la cantidad de desautorizaciones que acumula: ya superan la decena. La cuesta se empinó para Capitanich con los saqueos en Córdoba; se afirma que quiso enviar de inmediato gendarmes a esa provincia y en ese momento corroboró sus límites cuando no lo dejaron. Peor fue cuando por la mañana anunció que el gobierno no enviaría fuerzas hasta que no hubiera un pedido formal, y al rato Sergio Berni dispuso lo contrario. Después dijo que estaban en estudio subas en las tarifas de luz y gas, pero Julio De Vido las descartó; más tarde anticipó cambios en Fútbol Para Todos, con el objeto de moderar sus gastos, pero no volvió a hablar del tema, dicen que porque le bajaron el pulgar a su propuesta.

Ante la sucesión de apagones, admitió la posibilidad de implementar cortes rotativos y rápidamente De Vido volvió a desautorizarlo. Al día siguiente, debió desmentirse a sí mismo. Otra vez con el tema energético, sugirió la posibilidad de que Edenor y Edesur pasaran a las órbitas porteña y bonaerense, pero la idea fue descartada, aunque esta vez no públicamente.

Y esta semana las idas y vueltas con el tema Bienes Personales se convirtieron en una comedia de enredos: negó el lunes que el gobierno estudiara cambios que horas después Ricardo Echegaray confirmó; al día siguiente corroboró al jefe de la AFIP, pero ese mismo día Axel Kicillof descartó tal cosa, arrogándose la condición de vocero presidencial autorizado. Y no terminó ahí una semana de Capitanich para el olvido, todavía faltaba la saga del tomate, cuya importación él anunció, aludiendo a una decisión presidencial. Esta vez el ministro de Economía tuvo la delicadeza de no desautorizarlo en público, pero luego el secretario Augusto Costa desactivó la medida, aunque para variar le echó la culpa a los medios que supuestamente habían hecho una historia de un supuesto “potencial” del jefe de Ministros.

Que esta serie de traspiés han hecho mella en el jefe de Gabinete se notó durante su última conferencia de prensa, el viernes, la más corta desde que ocupa ese cargo, y que terminó abruptamente, al retirarse Capitanich con premura tras contestar sin responder la única pregunta formulada durante el encuentro de apenas 6 minutos. Para aventar versiones, desde su entorno aseguraron a este medio que los encuentros con la prensa seguirán, que la serie de desmentidas no han sido desautorizaciones, y que bajo ningún punto de vista el jefe de Gabinete está pensando en dejar el cargo. Tampoco resultaría muy razonable: para que una actitud semejante redundara en su beneficio debería irse dando un portazo, para volver a administrar una provincia con fuertes limitaciones presupuestarias.

El que a contramano de Capitanich consolidó su posición esta semana es el ministro de Economía, que mostró tanto o más trato directo con la Presidenta y que habló decididamente en su nombre. Desde esta columna se ha dicho que Cristina se siente más a gusto con él que con el jefe de Gabinete, y que cuando piensa en su sucesión preferiría ver en ese lugar a los jóvenes cuyo papel ha privilegiado durante su gestión. El problema es que para prosperar, Kicillof debería tener éxito al frente de un ámbito que es terreno resbaladizo para el kirchnerismo en los tiempos que corren: el dólar sigue desbocado, el drenaje de reservas no para y la inflación es tan elevada que hasta el sindicalista oficialista Hugo Yasky ha dicho que “se aceleró muchísimo”. La única noticia positiva de la semana fue la decisión de la Corte norteamericana de hacer lugar a un pedido argentino en una de las causas con los fondos buitre.

En ese contexto, vale considerar también que deliberadas o no -más bien que no, se supone-, las sagas del tomate y los bienes personales, como así también el debate que busca instalar el presidente de la Cámara baja, Julián Domínguez, sobre trasladar la Capital Federal al interior, han sido elementos que colaboraron en atraer la atención en un contexto negativo. El gobierno busca denodadamente retomar el centro de la escena, aunque preferiría hacerlo manejando la agenda pública y no en base a desaguisados.